Supervivencia

Supervivencia 

Uno siempre espera
que suceda algo,
que algo bueno suceda,
algo que le dé un giro brusco,
un empujón, un bandazo
de suerte a su vida
de repente porque sí,
en el momento más inesperado.
Pero no pasa nada, claro,
nunca pasa nada.
Porque uno no es más que un pobre
diablo (qué te creías, pues),
un número, una fecha,
un papel olvidado en un sótano
tétrico, traspapelado
entre millones de papeles.

Y al final uno, qué remedio,
acaba aceptando que es así,
asume su trabajo,
se mira en el espejo y se da risa
(o llora, pero muy bajo)
Se dice que la vida…, en fin,
que no hay nada que hacer,
y ni siquiera se queja, para qué.

Uno ya sólo quiere llegar
al día siguiente, sin
sobresaltos, poder ver a su
equipo por la tele el sábado, fumar
menos, dormir bien, echar
de vez en cuando un
trago, cumplir años,
seguir vivo…, sin más.

Karmelo C. Iribarren (San Sebastián, 19 de septiembre de 1959) Seguro que esta historia te suena. Poesía completa 1985-2012, Ed. Renacimiento

La vida breve

La vida breve

La percusión del tiempo es una fragua
al final del pasillo,
ya no la escuchan más los hijos del herrero,
tan solo la perciben cuando cesa:
cuando el tiempo descansa
ellos paran también,
por si acaso al sacarle a la prisa ventaja
solo encuentran la muerte.

Las nubes de la tarde
resuenan en la lluvia de esta noche.

Los gritos de la casa
tiemblan en el eco de un llavero que cae
en el salón vacío.

En el ruido metálico de un andamio
se quejan las reformas
de lo que ya no existe.

El invierno te grita en el deshielo,
el verano que cruje en las hojas que pisas
ahora ya es octubre,
fue entonces cuando alguien pensó en ti,
y hoy susurra una carta debajo de la puerta.

Si se escucha un disparo,
hay redoble de lágrimas
en el cuarto del huérfano
y un suspiro entre sueños
despierta al asesino.

 En este llanto estallan nuestros sueños,
y no llora el pasado,
el futuro se queja de no ser quien creía.

 La prisa nunca prometió ventaja,
el tiempo de la música no es tuyo todavía.

Paula Bozalongo (1991, Granada, España) Diciembre y nos besamos, Ed. Hiperión, 2014 (XXIX Premio Hiperión de Poesía)

Me conoce

Me conoce

Conozco
un pájaro de misterio
que canta por las noches
que duerme sobre una bombilla
que conoce el océano
que tiene su nido
que desaparece
que piensa en mí.

Él me conoce.
Él no duerme.
Él no canta.
Él no tiene nido.
Él no come nunca.

Por las noches
picotea mis ojos
y me despierta,

durante el día
apaga la luz de mi bombilla,

cuando va a comer
me hace señas y le sigo.

Pero yo no tengo cabeza de pájaro
ni cuerpo de pájaro
ni sitio para él,
sólo lumbre de verano en un chozo
vestido de verano y sin ventanas.

El pájaro acaba de traer un mensaje
que dice:
«Sigue hablando de mí.»

Y acabo,
para no ser pájaro de verdad.

Pureza Canedo (1946, Cáceres, España); Celda verde, Editora Nacional, 1971

Metro de madrid informa

Metro de Madrid informa

Siete de cada diez pasajeros de este vagón no apartan sus miradas del teléfono móvil.
Uno de diez mira al frente sin mirar nada.
Uno de diez duerme,
se despierta casualmente en su parada, o no.
Yo, voy leyendo
o en su ausencia, escribiendo.
Escribo cartas de amor para olvidarme de él,
algún borrador del que luego sacaré un poema comercial,
canciones con la letra cambiada,
insultos muy logrados hacia todo aquel a quien odio
y razones para llorar.
Voy escribiendo de todo lo que veo,
acaba convirtiéndose en todo lo que me importa.
Las niñas sacan cuadernos y lápiz,
se hacen un moño,
se cruzan de piernas o se sientan en el suelo.
Sus madres
miran el móvil.
Yo las miro a ellas.

Pero hoy no escribo,
hoy leo.

Voy riéndome sola,
llorándome sola.
Uno de diez me mira pero no me ve.
Algunas veces yo soy ese uno de diez que mira
pero mira sabiendo.
Me enamoro de personas,
en ocasiones acabo tomando con alguna una cerveza,
sonrío como en películas americanas de un noviazgo nacido por la casualidad.
Cuando miro, penetro
y siempre
me acuerdo de las caras.
Algunas veces me miran a mí,
esa parte ya es más complicada.

Hoy me miran mientras leo,
hoy, me ve una señora.

Y hoy, una mañana de Julio de 2017, voy llorando en el metro
por unan madrugada de Agosto de 1936.
Leer de tu fusilamiento me destroza este alma de poeta que creemos tener.

Leer tu historia, de nuevo,
y desear llegar al final de esa biografía
con la gloria de siemprevivas en tus costados.
Desear un final diferente
como cruz de vida y oliendo Andalucía.

El metro de Madrid llora romances
y no sabe por qué.

Que si lloro por un hombre ­me dice­.
No, señora.
Lloro por el Romancero gitano.
Lloro por la amistad que no me brindó Dalí.
Lloro por Cadaqués y Granada,
por las palabras que quisiera mías
y porque me quedado sin voz al leerte.
Lloro por ellas,
por doña Rosita,
por Adela,
por La novia,
por Yerma.

El metro de Madrid llora.
Llora el metro de Nueva York y los hijos que se fueron.

No, señora, no lloro por un hombre.
Lloro por los más de cien mil asesinados por el franquismo que
siguen abandonados en cunetas y fosas comunes.

Finalmente sólo digo:
Sí, señora.
Lloro por un hombre.
Lloro por Federico.

Alejandra Martínez de Miguel (1994, Madrid, España); Báilatelo sola, Ed. Plan B, 2019

Eso

Eso

Todos los hombres son iguales.
Todos se mueven lo mismo.
Las cosas que ves en los otros
y que te arañan el corazón como uñas de gato,
son las que luego haces tú. Las mismas cosas.

Resulta tremendo encontrarse
tantas fallas en los demás hombres.
El egoísmo, la duda, el interés y la codicia,
y el énfasis vanidoso que encontramos
están en ti también; porque lo veo
en ellos y en ti, yo lo proclamo.

A mí no me asustáis ninguno,
porque soy mucho peor que vosotros.
Pero no me disculpo, ni me niego, ni bajo
hipócritamente los ojos.

Lo triste e intolerable -¡convéncete hombre!-,
es que tú no te ves, que solo miras
enfrente de ti, desaprobándolo todo.

Hay que humillarse cada día, a cada hora,
delante del más humilde, pero por dentro.

Y enmendar y aprender a ser de otra manera
que suavice el contacto con los otros.
¡Es tan duro vivir con la condena
y la eterna repulsa en el mundo!

Carmen Conde (1907-1996, Murcia, España), En un mundo de fugitivos, Ed. Losada, 1960

Una cien veces

Una cien veces

Hay mujeres
que son estaciones de (d)año,
tormentas torrenciales en agosto y estufa
en un diciembre lleno de abandonos.

Hay mujeres
que son pájaros sin alas en un cielo lleno
de recuerdos,
fieras carnívoras al acecho de las ganas
y de esa falta de poder ante la tentación
que solo es deseo confundido.
Hay mujeres
que son mariposas abstraídas esperando a que
cierres todas las puertas
para acariciarte las mañanas a través
de la ventana,
para sacudirte la mirada en cualquier
dirección ajena a tu rostro.
Hay mujeres
que son animales en celo
galopando sobre tu pecho abatido.
Hay mujeres
de ojos castaños
con alma de gata.
Hay mujeres
de ojos verdes
con alma de zorra.
Hay mujeres
que son signos de interrogación abierta,
tres exclamaciones siguiendo
una huida.
Un ladrido de madrugada.
Hay mujeres
que justifican el silencio.
Hay mujeres
que excusan la poesía.

Hay mujeres
que son aeropuertos alejados
de los que solo salen aviones de mentira,
puertos marítimos
en los que vuelves a ser otra vez tú,
estaciones de tren
donde se cruzan tantas contradicciones
que encuentras paz.

Hay mujeres
que suenan a herida al tocarlas
y te hacen desear la muerte antes que ellas.
Hay mujeres
que huelen a limpio, a cuerpo inerte,
y te hacen desear invadirles el corazón
y el pecho con la brutalidad de un ejército de flechas.
Hay mujeres
que desordenan tus huellas cuando aparecen
y te hacen desear encontrar tu camino
sobre su columna vertebral.
Hay mujeres
que no se esconden, que quieren sin escarcha en los ojos,
que saben a sed,
y esas,
esas te hacen desear quererlas toda la vida.

Hay mujeres
que esperas siempre
porque nunca llegan.
Hay mujeres
que están en todos los lugares que ocupas
menos en tus manos.

Hay mujeres
que son primeras y únicas,
que sobrevuelan el suelo que pisan los demás,
que son azules y ocupan un sitio
diferente al resto.

Hay mujeres
que crees por encima de todo
y por encima de todo deshacen tus creencias,
que son tiernas, ciertas y dulces,
y con su ternura, certeza y dulzura
parten tu inocencia en dos.

Hay mujeres
que abren tus ojos con un soplido de magia
y en el siguiente truco desaparecen,
como la suerte.

Hay mujeres
que te enseñan la moneda por las dos caras:
te besan negándote,
se marchan mientras te nombran,
se quedan en silencio
y desde otros recuerdos te afirman.
Que solo conocen la palabra derrota
en tu boca.
Que solo conoces la palabra victoria
en su boca.
Que te aman mientras te olvidan
y olvidándolas las amas.

Hay mujeres
que quieres y no puedes,
que son tanto que no son bastante,
que dándote lo que necesitas olvidan lo que deseas.
Mujeres contra las que no hay razones
que encajen
y conviertes en huida
para darles un sentido.

Hay mujeres
que son aves de paso,
bodas de un día,
amores que salvan tu vida en una noche,
postres eternos en medio de una prisa carnal,
engaños a la rutina,
tu alma animal rendida al instinto de supervivencia.

Hay mujeres
que aparecen como los aciertos:
a tiempo y sin esperarlas.
Que se atreven y se quedan y tienen
el pelo del color de tu almohada,
que se agitan y temes y dan la vuelta
a tus excusas convirtiéndolas en motivos.
Que te aman sin evitarlo
y amas sobre todo por supuesto.

Y
estoy
yo.
Que soy una en todas esas mujeres.

Y
estás
tú.
Que eres todas esas mujeres en una.

Elvira Sastre (1991, Segovia, España; Ya nadie baila, Valparaíso Ediciones, 2015

Me gustaría que estuvieras aquí

Me gustaría que estuvieras aquí

Me gustaría que estuvieras aquí.
Quisiera haber sabido
retenerte en este lado de la vida. Jugaríamos
a ser niños de nuevo, a perseguirnos felices
por el frescor de las salas donde se conservan los huevos
en escriños, por las rojas despensas,
entre las alcuzas, los cántaros, la masa
para el pan. Nos esconderíamos en las alacenas,
provocando un estrépito de cobres
y de zinc. Haríamos expedición a los desvanes
para sumirnos en el trigo y construir una pirámide
verde de melones, como egipcios.
Y luego nos quedaríamos mirando
el río, atentos a los peces, a los cangrejos, a las ranas
invisibles e inmóviles.
Sin hablar nada, sólo viendo pasar la corriente, que haría temblar nuestro reflejo, muy juntos, inseparables, para siempre…

Eduardo Fraile (1961, Madrid, España); Ícaro & Co., Ed. Libros del aire, 2012

Lluvia de otoño

Lluvia de otoño

(Con Verlaine)

(Llueve, llueve dulcemente…)
…El agua lava la yedra;
rompe el agua verdinegra;
el agua lava la piedra…
Y en mi corazón ardiente,
llueve, llueve dulcemente

Esté el horizonte triste;
¿el paisaje ya no existe?;
un día rosa persiste
en el pálido poniente…
Llueve, llueve dulcemente.

Mi frente cae en mi mano
¡Ni una mujer, ni un hermano!
¡Mi juventud pasa en vano!
—Mi mano deja mi frente… —
¡Llueve, llueve dulcemente!

¡Tarde, llueve; tarde, llora;
que, aunque hubiera un sol de aurora
no llegará mi hora
luminosa y floreciente!
¡Llueve, llora dulcemente!

Juan Ramón Jiménez (1981, Huelva, España); de Olvidanzas / Olvidanzas del moguereño (1901-1907); extraído de Juan Ramón Jiménez: Edición del centenario; Ed. Taurus, 1981.

Atrapé la tarde entre mis dedos

Atrapé la tarde entre mis dedos

Dejé colarse la luz
por las fisuras del tiempo,
desfilaron ante mí
hermosos
retazos de paisaje.

En ninguno estabas tú presente.

Atrapei a tarde entre os meus dedos

Deixei escoar a luz
polas fisuras do tempo,
desfilaron ante min
fermosos
anacos de paisaxe.

En ningún estabas ti presente.

Celia Parra (1990, Ourense, España); de Antoloxía da poesía galega próxima, 2017, extraído de Poesía bajo sospecha. Españolas nacidas entre 1976 y 1993, Animal Sospechoso editor, 2020. Traducción al castellano de la autora.

Cantos de confrontación

Cantos de la confrontación

I
Para saberme
era preciso que supiera
las líneas de mi rostro contra el de otros,
que toda identidad me fuera conferida por contraste,
que supiera qué soy
solo a cambio de ver y de aprender
todo lo que no soy,
lo que nunca seré,
las rutas y las caras del ser
que me son más ajenas,
la nulidad que otro existir me ha conferido.

De este modo, no soy
o solo soy, más bien,
todo lo que tú mismo
desechas y no eres.

Para existir
he tenido que ser el otro
el que no eres:
Tu sombra más querida,
la que más íntima
y opuestamente te refleja
hasta complementarte
pero, al cabo,
nada más
que una sombra…

Reducida al desierto,
a la profunda oscuridad sin nombre,
al reducto del miedo,
a la noche, al silencio,
a los más lóbregos ámbitos
donde la luz de lo viril no llega.

No soy por lo que soy,
sino por lo que tú no eres. Pero ahora
que pretendo por fin
definirme y nombrar
la realidad entera bajo mis propios términos
me encuentro con que saqueaste para ti
todo el oro sonoro de la voz,
el acervo frutal de los idiomas,
la virtud del lenguaje.

No sé pensar más que con tus conceptos.
Me enajenaste el mundo y con él
te llevaste la voz
que hasta había aprendido
la suavidad de las canciones.

Como el salvaje de la tempestad,
aprendí tu lenguaje para odiarte,
para insultar en ti mi mudez, tu avaricia,
la lascivia que tú saciaste en mí
porque me hizo necesaria.

Hoy tejo con mi aliento
una nueva palabra que no sea
nudo, lazo, cuerda de horca, hoguera,
cadena, yugo, afrenta,
servilismo cerril, ceguera, miedo…

Una nueva palabra
para nombrar el mundo
que veo con mis ojos
y que, algún día,
consiga que tú y yo
podamos dirigirnos uno al otro
sin sumisión, ni odio,
sin miedo, con la firme
franqueza con que se hablan los iguales.

Y el lenguaje
no sea ya
arma de guerra, insulto,
ni balanza parcial a tu favor
en el comercio que habremos de tener
para que el mundo
sea un sitio plural,
abierto, hermano,
más cálido y feliz
para nosotros.

Carmen González Huguet (1958, El Salvador); El cielo de abajo. La escritora del cuerpo en trece poetas hispanoamericanas, Ed. Fundación José Manuel Lara, 2021