La historia de dos mujeres

La historia de las dos mujeres

Tengo tres hijos
y una amiga que me ama
distinto:
mi amiga me ama despacio,
sin daño,
y provoca incendios que no destruyen.
Tengo un gobierno de hormonas
que contradicen sus órdenes
y desean con A.
Tengo el amor de mi amiga,
dócil y generoso,
y ya no quiero
la violencia de aquellos falos
perforando mis órganos,
ni la torpeza
de aquellas manos rústicas.
Tengo los brazos de mi amiga,
delicados,
adorando mis pechos.
Tengo sus labios de hembra
convulsionando
mis labios de hembra.
Tengo una linda fractura,
lasciva y trabajadora,
llorando permanentemente
de placer,
cuando mi amiga,
mi ángel lésbico,
se adentra en mis
oscuridades
y se queda explorando
mi humanidad con H.
Tengo tres hijos
y una amiga que me ama
distinto:
Tengo algunos problemas.
Pero tengo a mi amiga.
Y me ama.

Eva Vaz (1972, Huelva, España); La otra mujer, Ed. Celya, 2003.

Cuando éramos eternos

Cuando éramos eternos

Para Álvaro Álvarez Villamartín


Cuando éramos eternos
y los días no parecían tener un fin,
nos gustaba gastar las horas
sentados en la calle
charlando sobre el paso del tiempo y sus efectos.
Envejecer solo era el argumento romántico
de esta trama que llaman existencia.
Nombrábamos la vida
como si aún no hubiera nacido
ni tampoco fuéramos a morir.
Por alguna razón que no sabría explicar
sentíamos que estábamos a salvo.

Nos engañábamos, era obvio.
Sin embargo, jamás nuestra mirada
fue más franca que entonces.

José Gutiérrez Román (1977, Burgos, España); Material de contrabando, Ed. Difácil, 2020

Hace tiempo

Hace tiempo

A Nati y Jorge Riechmann

Recuerdo que una vez, cuando era niña,
me pareció que el mundo era un desierto.
Los pájaros nos habían abandonado para siempre:
las estrellas no tenían sentido,
y el mar no estaba ya en su sitio,
como si todo hubiera sido un sueño equivocado.
Sé que una vez, cuando era niña,
el mundo fue una tumba, un enorme agujero,
un socavón que se tragó a la vida,
un embudo por el que huyó el futuro.
Es cierto que una vez, allá, en la infancia,
oí el silencio como un grito de arena.
Se callaron las almas, los ríos y mis sienes,
se me calló la sangre, como si de improviso,
sin entender por qué, me hubiesen apagado.
Y el mundo ya no estaba, sólo quedaba yo:
un asombro tan triste como la triste muerte,
una extrañeza rara, húmeda, pegajosa.
Y un odio lacerante, una rabia homicida
que, paciente, ascendía hasta el pecho,
llegaba hasta los dientes haciéndolos crujir.
Es verdad, fue hace tiempo, cuando todo empezaba,
cuando el mundo tenía la dimensión de un hombre,
y yo estaba segura de que un día mi padre volvería
y mientras él cantaba ante su caballete
se quedarían quietos los barcos en el puerto
y la luna saldría con su cara de nata.
Pero no volvió nunca.
Sólo quedan sus cuadros,
sus paisajes, sus barcas,
la luz mediterránea que había en sus pinceles
y una niña que espera en un muelle lejano
y una mujer que sabe que los muertos no mueren.

Francisca Aguirre (1930-2019, Alicante, España), Pavana del desasosiego (Premio “María Isabel Fernández Simal” 1998), Ediciones Torremozas, 1999

Cuando la lluvia se ha ido

Cuando la lluvia se ha ido

Cuando la lluvia se ha ido
he salido descalza al exterior,
el olor a tierra mojada era tan intenso…
parecía que toda la montaña
latía con fuerza dentro de mi estómago.

He sentido entonces mi silencio emocionado
como un manzano mecido por la brisa.
Luego me he arrodillado y he estado comiendo tierra
hasta que dentro de ella he oído cantar a mis abuelos.

Julia Otxoa (1953, San Sebastián, España); La lentitud de la luz, Editorial Cálamo, 2008

Si el hombre pudiera decir lo que ama

Si el hombre pudiera decir lo que ama

Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz;
Si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo, dejando sólo la verdad de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo,
yo sería aquel que imaginaba;
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina,
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad porque muero.

Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.

Luis Cernuda (1902, Sevilla- 1963, Ciudad de México); Los placeres prohibidos (1931), extraído de Poesía Española. 1900-2010, Ed. Castalia, 2012

Datos biográficos

Datos biográficos

Fue mi padre un hombre
alegre donde los haya.
Nació para pintar y eso hizo.
Nació también para disfrutar
y también hizo eso.
Amó en su vida varias cosas:
la pintura, la justicia
y a mi madre.
Tuvo tres hijas
y eso lo convirtió en un hombre feliz.
La tragedia de la guerra civil del 36
contribuyó a demostrar hasta qué punto amaba la Justicia.
Pasará a la posteridad como
un magnífico pintor republicano
al que la dictadura franquista
asesinó en 1942 por defender
a un Gobierno legítimo.
Mi infancia son recuerdos de sus cuadros,
sus canciones su risa su amor por mi madre
y algunas horas terribles
que recordar no quiero

Francisca Aguirre (1930- 2019, Alicante, España); Historia de una anatomía, Ed. Hiperión, 2010

Otoño

Otoño

                        I
Qué no daría yo por ser un pájaro.
No por alzar el vuelo desde un alto
y contemplar el mundo hecho a medida
de quien observa desde arriba
                                              -heridas
las nubes blancas por las alas mías-,
sino para posarme
en una humilde rama
a ver caer las hojas amarillas,
las prisas de una tarde que se abriga
y los ojos de un hombre que me mira.

                        II
No para amedrentar desde una peña
al caminante solo cuya sombra
cruzara inadvertida mi horizonte;
no para trasponer –libre y sin rumbo-
confines, firmamentos y hemisferios
hasta rozar la linde azul del cielo;
tus alas en la tarde yo las quiero
para ocultar mi rostro de hombre solo.

Daniel Fernández Rodríguez (1988, Barcelona, España); Las cosas en su sitio, Ediciones de la Isla de Siltolá, 2018. IV Premio de Poesía Joven Antonio Colinas.

Confidencias

Confidencias

Incapaz de elegir un pétalo de la rosa,
mi forma de ser me incita
a recorrer todo el tallo
investigar qué hay detrás de cada espina.
Soy de dos maneras como mínimo
no puedo expresarme con una tendencia,
rozo el compromiso, bendigo la aventura
y si me atrapa el amor
en sus redes desnuda, me implico.
Venero al sol tanto como a la luna
y aplaudo al silencio lo mismo que al grito.
Me alimento de la lentitud como de la prisa
y me apoyo en los libros
igual que en el brazo de una amiga.

Gloria Bosch (1959, Barcelona, España);  Una llamada tuya bastará para sanarme, Ediciones Carena, 2003.

Palabras de papel

Palabras de papel

 Busco palabras,
nombrar este dolor
que se despeña
por un catálogo de voces mudas,
sentimientos de aceite que flotan en el agua
podrida que me anega.

Busco palabras,
nombrar la mariposa
que vuela lejos, lejos de estas páginas
reales y eruditas,
frías como el papel
que me hace cortes en los dedos.

Busco palabras que te invoquen,
palabras que
huelan a ti,
suenen a ti,
sepan a ti,
pero las letras se hacen humo
y el fuego quema tanto
que no sé si la bruja que crepita
tendrá tu rostro
o el mío.

Gerardo Rodríguez Salas (1976, Granada, España); Anacronía, Valparaíso Ediciones, 2020