Niebla

Niebla

Sirenas de los barcos en el gris
creciente de la niebla. Se oyen a lo lejos,
atraviesan el aire húmedo de noviembre
mientras la nube avanza a ras de suelo,
cubre los edificios y los parques
extendiendo la sombra de un falso anochecer.
Como el barco perdido entre la niebla
se adentra la memoria en los dominios
de un mar borrado,
envía sus mensajes y pregunta`
por rostros que se fueron,
por nombres confundidos en los márgenes
del tiempo y de la muerte.
Y no sabe si inventa su pasado.

Antonio Jiménez Millán, Clandestinidad, 2010

Mayo

Mayo

«Déjame mirarte a los ojos.
Quiero saber cómo estás.
Rainer W. Fassbinder

Mira, ha entrado mayo,
Ha extendido su párpado azul sobre el puerto.
Ven, hace tiempo que no sé de ti,
Se te ve tembloroso, como esos gatitos que ahogamos siendo niños.
Ven, y hablaremos de las cosas de siempre,
Del valor que tiene ser amable,
De la necesidad de arreglárselas con las dudas,
De cómo llenar los huecos que tenemos dentro.
Ven, siente en tu rostro la mañana,
Cuando estamos tristes, todo nos parece oscuro;
Cuando estamos fuertes, el mundo se desmigaja.
Cada uno de nosotros guarda algo desconocido de las vidas ajenas,
Sea un secreto, un error o un gesto.
Ven y pondremos verdes a los vencedores,
Saltaremos desde el puente riéndonos de nosotros mismos.
Contemplaremos en silencio las grúas del puerto,
Porque estar juntos en silencio es
La mejor prueba de la amistad.
Vente conmigo, quiero cambiar de país,
Dejar este cuerpo mío a un lado
Y meterme contigo en una concha,
Con nuestra pequeñez, como los bígaros.
Ven, te espero,
Continuaremos la historia interrumpida hace un año,
Como si no tuvieran un círculo más
los abedules blancos de la rivera.

Kirmen Uribe

Otoño y jardín

Otoño y jardín

Señora: Es el crepúsculo. No importa si un retoño
se ha abierto en los rosales del jardín, todavía:
Ya ha llegado el terrible crepúsculo de otoño,
que es decir un crepúsculo que dura todo el día.
Señora: Es el otoño… Vuestras últimas rosas
las está deshojando no sé qué desaliento.
Y es que existe un otoño para todas las cosas,
y el amor y la vida se nos van en el viento.
Comprendedlo, señora: Nada podrá el rocío,
ni siquiera las lágrimas. Ya todo será en vano;
pues no hay nada más triste que un retoño tardío,
y el amor es un poco de ceniza en la mano…

José Ángel Buesa

En el camino

En el camino

Han pasado diez años y es un día de invierno.
Tú caminas por las avellanedas.
y vas junto a esos sauces amarillos que avanzan
por los ríos con luna.
No será como ahora, no tendrás veinte años;
la nieve irá acercándose a tu casa
y el aire verde moverá en tus ojos
sus bosques de cristal y de silencio.
Recuérdalo, hubo un río.
Los árboles vivían
en el imán del agua.
Por la noche, escuchábamos gotear en las sombras
la canción de los búhos.
Y, luego, la corriente se llevó nuestras caras.
No sabemos a dónde. No sabemos por qué.
Aún estamos aquí.
Pero, de pronto,
han pasado diez años
y tú y yo somos dos desconocidos.

Benjamín Prado, Un caso sencillo, 1986

Autobiografía

Autobiografía

Como el náufrago metódico que contase las olas
que faltan para morir,
y las contase, y las volviese a contar, para evitar
errores, hasta la última,
hasta aquella que tiene la estatura de un niño
y le besa y le cubre la frente,
así he vivido yo con una vaga prudencia de
caballo de cartón en el baño,
sabiendo que jamás me he equivocado en nada,
sino en las cosas que yo más quería.

Luis Rosales, Rimas, 1951

No sé viajar sin ti

No sé viajar sin ti

Deshice la maleta. Fue saliendo
doblada una ciudad con voz de lluvia.
De las perchas colgaron
los cielo rotos y la luz sumisa.
Ordené las preguntas
en la parte derecha del cajón
y a la izquierda dispuse un restaurante,
una mesa sin hambre y sin rumor de sábanas
para cenar cansado de estar solo.

Luego bajé a la calle.
En la esquina arrugada de una chaqueta negra
me detuve a mirar
la luna de las ropas interiores.
Dolía el pasaporte en el bolsillo
igual que los extraños y las tiendas cerradas.
Quise llamar un taxi. No levanté la mano.
Se paró junto a mí la desventura
de una ciudad vacía.

A media noche estaba a medio ser
en medio de la nada.

No sé viajar sin ti,
ni contarte las cosas por teléfono.

Luis García Montero

Sin embargo me muevo

Sin embargo me muevo

¡De cuando en cuando soy feliz!
opiné delante de un sabio
que me examinó sin pasión
y me demostró mis errores.
Tal vez no había salvación
para mis dientes averiados,
uno por uno se extraviaron
los pelos de mi cabellera:
mejor era no discutir
sobre mi tráquea cavernosa:
en cuanto al cauce coronario
estaba lleno de advertencias
como el hígado tenebroso
que no me servía de escudo
o este riñón conspirativo.
Y con mi próstata melancólica
y los caprichos de mi uretra
me conducían sin apuro
a un analítico final.
Mirando frente a frente al sabio
sin decidirme a sucumbir
le mostré que podía ver,
palpar, oír y padecer
en otra ocasión favorable.
Y que me dejara el placer
de ser amado y de querer:
me buscaría algún amor
por un mes o por una semana
o por un penúltimo día.
El hombre sabio y desdeñoso
me miró con la indiferencia
de los camellos por la luna
y decidió orgullosamente
olvidarse de mi organismo.
Desde entonces no estoy seguro
de si yo debo obedecer
a su decreto de morirme
o si debo sentirme bien
como mi cuerpo me aconseja.
Y en esta duda yo no sé
si dedicarme a meditar
o alimentarme de claveles.

Pablo Neruda, El corazón amarillo, 1974

Meditación abstrusa

Meditación abstrusa

Es extraño. Si trato
de recordar el fuego de las noches sagradas,
un verano violento —como cualquier verano—,
con su luna de sangre y crepitar de brasas,
recuerdo esa violencia y la felicidad,
recuerdo el fuego, pero aquí no está el fuego,
aunque yo sé que ardía en esas noches.

Resulta sorprendente. Si vuelvo atrás la vista,
hacia nuestras reuniones, sé lo que confesamos,
rememoro el ingenio de los viejos amigos,
puedo escuchar la risa,
y esa desesperanza
de la que se alimenta cualquier joven,
porque se sabe fuerte, invulnerable.
Y, sin embargo, aquí, en la presente noche,
nadie se ríe ya, y la desesperanza
no es siempre un alimento adolescente.

Es curioso. Si miro
las páginas de un libro, o esos rostros
que hablan en la pantalla y nos conmueven,
yo sé que nunca fueron, como sí sé que fueron
mi fuego y mis amigos,
son palabras que nadie ha pronunciado
al margen de esos libros, son los rostros
de quien prestó su rostro a quien no existe,
y sin embargo están en esta misma noche,
y son y me acompañan y me ayudan.

Lo que parece eterno en la memoria
ha dejado de serlo, y lo que nunca
vivió en nosotros mismos es nuestra eternidad.
Es extraño, es curioso, es sorprendente:
no estoy del todo en mí, y cuando acudo
a lo que debí ser, todo ha cambiado.
Estoy donde no estoy, y en lo que no soy yo,
y hasta en no importa dónde,
y hasta en no importa cuándo.

Carlos Marzal, Los países nocturnos, 1996

Confesión

Confesión

Yo huelo a ti.
Me persigue tu olor, me persigue y me posee.
No es este olor un perfume sobrepuesto sobre ti,
no es el aroma que llevas como una prenda más:
Es tu olor más esencial, tu halo único.
Y cuando ausente mi vacío te convoca,
una ráfaga de ese aliento me llega del lugar más tierno de la noche.
Yo huelo a ti
y tu olor me impregna después de estar juntos en el lecho,
y ese fino aroma me alimenta
y ese aliento esencial me sustituye.
Yo huelo a ti.

Darío Jaramillo Agudelo, Poemas de amor, 1986

Deshora

Deshora

«polvo serán, mas polvo enamorado»
Francisco de Quevedo

La cercanía infranqueable entre sus cuerpos.
Un puente de miradas donde se cruzan
y se separan.
En sus labios:
un vaivén de palabras
o de silencios
—no la lenta fragua del beso.
No el hondo goce
ni la dicha tersa
de las desnudeces enlazadas:
sólo el roce eléctrico
de los muslos que se adivinan.

Sólo el asombro de conocerse
en la esquina
de los tardíos encuentros.

Y el sueño donde quizá se poseen
al lado
de otro cuerpo que duerme.

Y el carbón del deseo
que ha de volverse sin duda
puro diamante

al precio de no haber sido nunca
los dos el mismo leño
la húmeda llama
en el lecho
de esta única vida.

Eduardo Mitre, Líneas de otoño, 1993