Depuración

Depuración

Alguien
va a pasear los ojos
por estos versos.
No sabe de mí
habrá padecimiento
confusión
destierro
porque eso es crear.
Crear a dos.
Ciegos,
sin saberse tumulto.

Pero no tengo fe
en esos ojos
si no me arranca tela
y nace lo sin límite.
Vértice más vértice
de territorio
imperfecto
mi ofrecimiento
en vilo.

Alguien
pasea sus ojos
por estos versos.
En aproximación
a la materia
de lo vivo.
Nunca se sabe
qué hacer
ni cuál es la oculta
depuración
que ilumine
el lugar inacabado
de la compañía.

En su conflicto
de conjugación
el poeta duda si acoger
a quien le lee
por haberse atrevido
a descifrar
algún acoplamiento
de conciencias.

Pureza Canelo (1946, Cáceres, España); A todo lo no amado, Ed. Plaza y Janés, 2011

Epitafio

Epitafio

Si de algún modo muero,
en las crudas heladas del olvido
o de muerte oficial,
reléeme esta nota, por favor,
y quémala conmigo.
La vida no iba en serio ni siquiera más tarde.
Y no se tarda mucho en comprender
que se trataba sólo de unos juegos
para aparcar la muerte.
Ni siquiera fue un río
pues me tocaron tiempos muy duros de sequía
aunque el mar esperaba, siempre radiante, al fondo.
He creído en los mitos y he creído en el mar.
Me gustaron la Garbo y los rosales de Pestum,
amé a Gregory Peck todo un verano
y preferí Estrabón a Marco Aurelio

Aurora Luque (1962, Almería, España), Transitoria, Ed. Renacimiento, 1998

El momento que más amo

El momento que más amo

El momento que más amo
es la escena final en que te quedas
sonriendo, sin rencor,
ante la dicha inalcanzable.
El momento que más amo
es cuando dices a la joven ciega
¿”Ya puedes ver?” y ella descubre
en el tacto de tu mano al mendigo,
al caballero, a su benefactor desconocido.
De pronto, es como si te quisieras
ir, pero, al cabo, no te vas,
y ella te pide como perdón
con los ojos, y tú le devuelves
la mirada, aceptándote en tu real
miseria, los dos retirándose y quedándose
a la vez, cristalinamente mirándose
en una breve, interminable, doble piedad,
ese increíble dúo de amor,
esa pena de no amarte que tú
–el infeliz— tan delicadamente
sonriendo, consuelas.

Fina García Marruz (1923, Cuba), Catedral sumergida: poesía cubana contemporánea escrita por mujeres, Ed. Letras Cubanas, 2013

Claroscuro

Claroscuro

yo soy aquella
que vestida de humana
oculta el rabo
entre la seda fría
y riza sobre negros pensamientos
una guedeja
todavía oscura

o no lo soy aquí
sino en el aire nublado del espejo
mirada ajena mil veces ensayada
hasta ser la ceguera

la indiferencia el odio
y el olvido
en la fronda de sombras y de voces
me acosan y rechazan

la que fui
la que soy
la que jamás seré
la de entonces

entronizada entre
entronizada
me contempla la muerte
en ese espejo
y me visto frente a ella

con tan severo lujo
que me duele la carne
que sustento

la carne que sustento y alimenta
al gusano postrero
que buscará en las aguas más profundas
dónde sembrar
la yema de su hielo

como en los viejos cuadros
el mundo se detiene
y termina
donde el marco se pudre

Blanca Varela (1926- 2009, Perú), Canto villano: Poesía reunida, 1949-1994, Ed. Fondo de cultura económica, 1978

La luz del medio día

La luz del medio día,
como un pájaro ciego,
se sostiene en lo más alto del aire.
Las raíces del mosto sacan agua
de las profundidades de la tierra.

Hay un hermanamiento,
una especie de familiaridad entre las cosas
que conforman el mundo,
como si cada una cuidara de la otra,
como si la alegría en que viven inmersas
fuera un logro de todas,
la conquista de la comunidad.

Acercarnos con afecto a las cosas
nos permite intimar con lo sagrado
que permanece en ellas.

La mañana está en deuda con la cosecha de las flores.
El que entiende de pájaros entiende de narcisos.

Basilio Sánchez (1958, Cáceres, España); He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes, Ed. Visor, 2019. XXXI Premio Loewe.

Contigo

Contigo

Porque no vive el alma entre las cosas
sino en la acción audaz de descifrarlas,
yo amo la luz hermana que alienta mis sentidos.

Mil veces he deseado averiguar quién soy.

Después de tantos nombres,
de tanta travesía hacia mi propia brújula,
podría abrazar la arena durante varios siglos.
Ver pasar el silencio y seguir abrazándola.

No está en mí la verdad, cada segundo
es un fugaz intento de atrapar lo inasible.
La verdad no está en nadie, y aún más lejos
yace de un rey que de cualquier mendigo.
Si alguien está pensando en perseguirla
no debe olvidar esto:
el fuego ha sido siempre presagio de declive
como la intensidad antesala de olvido.

Cuando mis ojos vuelvan al origen,
pido un último don.
Nada más os reclamo.
Poned en mi sepulcro las palabras.
Las que dije mil veces
y las que habría deseado decir al menos una.

Guardad en mi costado las palabras.
Las que usé para amar,
las que aprendí a lo largo del camino,
las primeras que oí de labios de mi madre.

Envolvedme entre ellas sin reparo,
no temáis por su peso.
Pero cuidad con mimo la palabra contigo.
Tratadla con respeto.
Colocadla
sobre mi corazón.
La verdad no está en nadie, pero acaso
las palabras pudieran engendrarla.

Quizá entonces aquel a quien dije contigo
y para quien contigo fue toda su costumbre,
se acostará a mi lado con ternura,
juntos en el vacío más sagrado,
cuando la eternidad toma nuestra medida,
cuando la eternidad se pronuncia contigo.

Raquel Lanseros (1973, España), Las pequeñas espinas son pequeñas, Ed. Hiperión, 2013

Sísifo

Sísifo

La ciudad desolada
hoy no susurra nada en mis oídos.
Despega los labios y permanece muda.
Se agotó la palabra.
Tengo miedo; estoy sola.
Cada calle es idéntica y todas giran
formando un laberinto.
No hay escapatoria
para mí, para nadie.

Un rayo azul, metálico, ha devastado el cielo.
Los pájaros no cantan: chirrían como puertas oxidadas,
como instrumentos desafinados e infernales.

No encuentro el sol.
Una gaviota sucia busca entre la basura
algún despojo útil, residuos de provecho;
así yo miro atrás a ver que me he dejado
si hay algo de valor
y si es preciso quizá recuperarlo.
Pero la basura es basura,
la nada es negra, o blanca, pero es nada.
La ciudad ya no me ofrece cosa alguna
no me dice ni una sola palabra.
Estiro mis brazos y giro
como un molino en una encrucijada.
Podrían atropellarme
pero también el tráfico parece detenido.

Me siento.
Me pregunto: dónde está la belleza, dónde el bien.
Yo sé que existen.
Los he besado con mis propios labios.
He pasado mis dedos azulados
por sus suavísimos contornos.
Yo misma he sostenido sus pilares
y pinté sus colores
y pronuncié sus nombres.
Dónde afluyó entonces todo eso,
dónde ha parado.

La ciudad no responde a mis preguntas.
Me mira con su ojo impasible, despiadado.
Estoy sola entre escombros.
Otra vez estoy sola
y he de empezar de nuevo a levantar mi piedra
con paciencia infinita
como mi condena.

Sara Mesa (1976, Madrid, España), Este jilguero agenda, Ed. Devenir, 2007

IV

IV


las palabras no hacen el amor
hacen la ausencia
Alejandra Pizarnik

cuando digo cómo retumba la palabra siempre
quiero decir cómo retumba la palabra nunca
qué estela deja tras de sí
qué vacío ese nunca
qué eco ráfaga temblor
qué nada en el todo
qué miedo atronador
ese nunca siempre nunca.

Nuria Ruiz de Viñaspre (1969, Logroño, España); extraído de (TRAS)LÚCIDAS. Poesía escrita por mujeres (1980-2016), Bartleby editores, 2016.

The house

The house
I
Mother says there are locked rooms inside all women; kitchen of lust,
bedroom of grief, bathroom of apathy.
Sometimes, the men – they come with keys,
and sometimes, the men – they come with hammers.

Warsam Shire (1988, Kenia); Her Blue Body, Ed. Flipped Eye, 2014

I
Madre dice que dentro de todas las mujeres hay habitaciones cerradas; cocina de lujuria,
dormitorio del duelo, baño de la apatía.
A veces, los hombres – vienen con llaves,
y a veces los hombres – vienen con martillos.

Acuarela

Acuarela

Hay viajes que se suman al antiguo color de las pupilas.
Después de ver la isla de Calipso ¿es que acaso Odiseo
volvió a mirar igual? ¿No se fijó un color
como un extraño cúmulo de algas
en sus pupilas viejas? Lo mismo que en los pliegues
mínimos de la piel
se fosilizan besos y desdenes, así los ojos filtran
esa franja turquesa del mar que acuna islas,
medusas de amatista, blancura de navíos.
La piel es vertedero de memoria
lo mismo que el poema. Pero acaso unos ojos
extrañamente verdes de repente dibujen
empapados de luz
un boscoso archipiélago perdido.

Aurora Luque (1962, Almería, España), Carpe noctem, Ed. Visor, 1993