Poemancia

Aprendiendo a leer el pasado y el futuro en las líneas de un poema

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Desde la ventana de un café

Desde la ventana de un café

La muchacha que espera para cruzar la calle
se cubre de la lluvia con un fular de seda.
Los jóvenes detestan los paraguas,
se dejan olvidados los abrigos,
no escuchan los pronósticos del tiempo.

El hombre que le ofrece cortésmente refugio
bajo un paraguas negro
es más alto que ella
y se parece un poco a los pulcros actores
de los años cincuenta.

A través del cristal miro cómo se miran,
cómo sonríe ella bajo el paraguas negro
mientras nerviosamente
se sacude las gotas del pelo y de la cara.

El hombre le sonríe con ternura.

Gracias. Es usted muy amable,
dirá probablemente ella.
No hay de qué,
dirá el hombre con voz grave y atenta.
Este tiempo es tan impredecible,
tan pronto llueve,
tan pronto luce el sol.

Sonríen y se miran,
se alisa el pelo ella,
baja el paraguas él
y lo inclina hacia un lado.

Cuando cambia el semáforo
miro cómo atraviesan la avenida,
cómo el brazo de ella roza ligeramente
la gabardina gris del hombre del paraguas,
cómo ellos, los dos desconocidos,
acompasan el ritmo de sus pasos
sobre el asfalto húmedo
mientras la lluvia cae a cámara muy lenta
y el café de mi taza se va quedando frío.

Al llegar a la acera se paran un instante.

Intento descifrar sus últimas palabras.

Grabo en mi corazón sus últimas miradas.

Ella entra al café
y él se pierde a lo lejos,
mientras yo, conmovida,
regreso a mi periódico.

Irene Sánchez Carrón (1967, Cáceres, España); Micrografías, Ed. Visor, 2018. XVI Premio Emilio Alarcos.

Fue al alba

Fue al alba…

Fue al alba,
perdona por la hora.
Tus párpados del sueño callaban
debajo de mi almohada
y al irrumpir la luz primera
se dibujó en el blanco
tu entrecejo fruncido
y tu voz murmuró unas palabras.
En el candil
dejaste un gesto de fatiga
y luego
tu mirada me llamó
desde las rosas.
Corrí a abrazarlas
y me senté a la mesa
y en el papel vacío
seguí los trazos
que tu mano deslizaba.
Desenredó del miedo
el oculto sentido,
del miedo a ya no ser para ser con,
del miedo a no saber
si uno podrá abarcar esa divina mutación
de ser en uno dos,
siendo arrancado
y arrancando así al otro de la muerte.
Y en la página
tomó vivo sentido
la palabra resurrección.

Clara Janés (1940, Barcelona); Antología personal (1959-1979), Ed. Rialp, 1979

Esta es la gran tragedia del poeta

Esta es la gran tragedia del poeta:
el poema es el fósil de la poesía.
Ejemplo: ningún perro nos miró
jamás desde ningún verso.
Ejemplo: si se acerca la oreja al poema
comprobaremos que no respira.
Ejemplo: ni el mar ni las nubes leen.

Por eso las musas son espíritus
atravesados por un alfiler.
Y el poema, un amigo que te grita
desde la calle que salgas a jugar.
Es el billete de barco
que te promete salitre
y la posibilidad del delfín.

Diez años de poeta solo enseñan
que en los poemas no llueve.
Pero cuando afuera caiga la primera gota
tú, lector, la saludarás con familiaridad.
El poeta pretenderá que fue él
quien te presentó la lluvia.
Tú sabes que lo único que hizo
fue que desearas empaparte hasta los huesos.

Aunque luego seamos poeta y lector
de esos desagradecidos que usan paraguas.

Ana Pérez Cañamares (1968, Santa Cruz de Tenerife, España); La senda del cimarrón; Ed. Ya lo dijo Casimiro Parker, 2020

La isla de Kirrin

La isla de Kirrin

A Herminia Luque

Los leías después del viaje a la ciudad
sobre la cama, en junio o en julio sobre todo,
echada la persiana que dejaba filtrar
olor de albaricoques y pintura caliente
y una luz laminada verde oscura
sobre las bicicletas y los páramos,
las mochilas, las granjas,
el desayuno inglés, la isla de Jorgina:
historia fabulosa de una infancia
a punto de perderse. Porque una vez leídas
todas las aventuras de los Cinco
supuse que tenía que crecer.
¿De qué sirve ser niña, si luego, en vacaciones
ningún bote te lleva a la isla de Kirrin?
Tal vez ya sospechaba que los libros
podían ser reloj o calendario
exacto y enigmático del cuerpo.

Aurora Luque (1962, Almería, España), Problemas de doblaje, Ed. Rialp, 1990

Recuento

Recuento

Hoy tengo
veinticinco años.
Mi juventud se va
con mis mejores deseos.
La quiero, la veo marchar
sin una rozadura,
sin reproches espero a que esté lejos
para llorar su falta.
Nunca sabrá nada de mí.
Cambiaré de amistades, de lugares,
frecuentaré otros sitios
donde todo sea nuevo
y ella no pueda decirme te quiero nunca más
y yo nunca más pueda dejar de obedecerla.
Me esperan hombres que saben decir no,
mujeres que saben programar sus vacaciones
y soy feliz,
el futuro se descubre ante mí
lleno de hombres que saben decir no,
mujeres que saben decir no
me esperan en sus increíbles fiestas
con sus mejores deseos.

Luisa Castro (1966, Lugo, España), De mí haré una estatua ecuestre, Ed. Hiperión, 1997

700 poemas van ya en este blog. Y no están ni la mitad de los que me gustaría poner...

Ruido

Ruido

Si te marchas,
hazlo con ruido:
rompe las ventanas,
insulta a mis recuerdos,
tira al suelo todos y cada uno
de mis intentos
de alcanzarte,
convierte en grito a los orgasmos,
golpea con rabia el calor
abandonado, la calma fallecida, el amor
que no resiste,
destroza la casa
que no volverá a ser hogar.
Hazlo como quieras,
pero con ruido.
No me dejes a solas con mi silencio.

Elvira Sastre (1992, Segovia, España), La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida, Ed. Visor, 2014

No habrá reposo para el fatigado

No habrá reposo para el fatigado
el muerto
el afligido. Para el que respiraba y no sabía
qué era respirar
pero quiso saberlo hasta la asfixia.
No hubo tampoco meta ni destino

Así pues
ya descansa. Mira la tarde y deja que la tarde
haga
lo que tenga que hacer.

Llegar era el camino.

Ada Salas (1965, Cáceres, España), Lugar de la derrota, Ed. Hiperión, 1997

Instrucciones para salir a la luz

Instrucciones para salir a la luz

«Ya no tengo dónde esconderme:
acabo de dar el primer paso.»
Antonio J Sánchez

No te escondas detrás de tus excusas
ni a la sombra del dato y la estadística
No salgas a la calle con bozal
ni con ropa que no te llegue al cuerpo.
No gastes argumentos en los bares
ni en esos foros donde todos visten
tu misma ideología y tu bandera.
No seas militante de pantalla,
de firma telemática y presencia virtual,
o de redes sociales donde borras
todo aquello que huele diferente.

No admitas que se rían esos lobos
que solo te permiten pacer tras tu pancarta
siempre que luego vuelvas al redil
y pagues tu hipoteca y tus facturas,
tus caprichos de falsa clase media,
con tus horas de más
y el dolor de tu espalda.

No les hagas el juego,
no les rías las gracias desde abajo,
no te des una tregua
ni admitas una carta o un billete
que compren tu silencio.

Y, sobre todo, nunca olvides
quién eras cuando diste el primer paso,
pues si un día antepones tu interés
a lo que antaño fueron tus principios,
accederás tal vez a un lujo de hojalata
pero no dejarás de lamer sus zapatos.

J. M. Barbot (1976, Burgos, España); Agua será y lo olvidaste, Lastura Ediciones, 2019

Los árboles

Los árboles

Cabecean,
mira cómo cabecean,
los árboles.

Las lenguas de las hojas
no murmuran
de nadie.

Dicen tan sólo
sí, no, sí,
a la paz
del mediodía,

al viento airado
de cuaresma
que las despoja.

Cabecean,
como niños con sueño
-¿qué sueñan?-
cabecean
los árboles.

Fina García Marruz (1923, Cuba), Las ínsulas extrañas. Antología de poesía en lengua española (1950-2000), Ed. Galaxia Gutenberg, 2002

Ha llegado el otoño

Ha llegado el otoño con su frío cambiante
y una alfombra de hojas despeina las aceras.
Caminamos del brazo por crujidos de ámbar
pero apenas miramos la desnudez del árbol,
las pulpas sobre el suelo o las pieles polares.
Nuestros ojos no enfocan la realidad del resto,
son arpones de luz que descienden al fondo
de las constelaciones para que no estéis solos,
para daros vigor en la vida que empieza.
Retumba en la galaxia donde flotáis dormidos
la canción muscular que os acuna en la noche.
Por su ritmo constante adquiriréis muy pronto
una nueva firmeza bajo el espacio líquido.
Nos alegra pensar que al fin habéis venido
al bosque de planetas que con pacientes dedos
colgamos en la cumbre de la ilusión más pura.
Abrid los ojos, ved: las vitrinas de estrellas
os alumbran el surco que conduce a nosotras.
Tras el último giro os aguardan dos madres
que no se cansan nunca de nombraros y hablaros;
que han encendido un fuego, con abundante leña,
que os mantenga calientes a este lado del mundo,
y que ahuyente a las bestias en las noches de invierno.

Ariadna G. García (1977, Madrid, España); Ciudad sumergida, Ed. Hiperión, 2018

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