Lo que pudo haber sido

Lo que pudo haber sido

¿Dónde vives cuando no te pienso?
En los cuadernos.
En los bares de tapas de las calles del sur.
En las fachadas de las catedrales.
En las casualidades.
En lo que fue, en lo que pudo haber sido.
Hoy es fin de semana, pero parece una mazmorra.
Hazme un hueco en tu domingo, en el mío hace frío.

Nerea Delgado (1993, Valencia, España); Los pájaros sabrán, Ed. Valparaíso, 2018

El Olvido

El Olvido

Recorro mi cuerpo abierto,
a medio vaciar, de arriba abajo.
Curiosa, interrogante:
dónde, dónde.
Sé de hormonas que sirven para todo:
para enfrentar peligros,
para hacerse más alta,
para gozar de buenas digestiones,
para ofrecer cruenta resistencia a invasores,
para partir las células como si fuesen pan
y hasta para soñar cuando llega el momento.

Sin embargo, nada de eso me sirve.
Yo rebusco en mí misma en pos de algo:
un órgano, un fluido, una maldita glándula
del sistema endocrino
que libere la hormona del olvido
en grandes cantidades:
Quiero verme parada en el buzón
observando tu nombre en una carta
con el ceño fruncido
y preguntando: ¿Quién diablos sería…?

Por ahora El Olvido es sólo un restaurante
donde juntos degustamos mis despojos.

Care Santos (1970, Barcelona, España); Disección, Ed. Torremozas, 2007

No conozco unos ojos más limpios

No conozco unos ojos más limpios
que los tuyos. Estás en ellos
y a la vez están
las cosas que tú ves
como las ves: el pájaro
no el vuelo. Y siempre te sorprendes
si te digo
las cosas que se dicen
los que aman. Me miras
y me enseñas
que el cuerpo del amor
-como tus ojos-
no precisa
palabras. Que es
-como tus ojos-

transparente.

Ada Salas (1965, Cáceres, España), Lugar de la derrota, Ed. Hiperión, 2003

Cuando espero

Cuando espero

Cuando espero,
se adueñan de mí los ruidos de la escalera.

Parezco un perro que levanta las orejas
y se incorpora al escuchar
el silbido de un pastor en la distancia.

Me gustaría vivir en una casa vestida de colina
solitaria
y tener ventanales inmensos
y que fuesen mis ojos los cristales.

Quedarme en casa…
Quedarme en casa,
sumergida en los pliegues de las horas,
y no esperar a nadie.

Que los ojos escuchen
y se olviden del mundo.

Que me arrope el silencio
y respire en mi nuca
su suave indiferencia.

Que vivir sea esto,
sin palabras de aguja
ni rodillas de llanto,

con el tiempo desnudo al borde de la cama
y mi boca dormida en su tímido beso.

Ana Merino (1971, Madrid, España); Los días gemelos, Ed. Visor, 1997

Los insectos son los besos del sol

Los insectos son los besos del sol

yo, que arriesgando mi propia vida
salvé insectos diminutos de morir ahogados
capaz de escuchar el temblor de sus antenas
bajo mi seco aliento
capaz de insuflar vida
capaz de detener la lluvia
con solo desearlo
capaz de hacer girar el sol
alrededor de tu boca
porque tu boca
siempre será el centro del universo
yo, que tenía superpoderes
que era inmortal y lo sabía
ahora no sé nada
ha llegado junio
y no sé nada

Isabel Bono (1964, Málaga, España); Extraído de (TRAS)LÚCIDAS. Poesía escrita por mujeres (1980-2016), Bartleby editores, 2016

Quizás llovía

Quizás llovía

La calle anochecida se agrupaba
alrededor de la farola.
De la boca del club salía,
sincopado, el ronquido
de un saxo. Era el aliento, la respiración
oscura de la noche.
Quizás llovía. Desde
la misma entrada me iba hundiendo
en una ciénaga de alcohol y sudorosa
transpiración y luces
parpadeantes.

¿Qué hacías allí? Tu desnudez
resplandecía contra un fondo
de risas y de copas y de manos
ansiosas por tocarte.
Yo conocía todos los rincones,
volcanes, valles, escabrosidades
de aquel cuerpo encendido.
Estabas sola ante las fauces
del mundo.
Pero
¿eras tú? ¿Era yo, que, en ese mismo instante,
estaba entrando en casa,
quizás llovía, y traes cara
de cansancio, hoy tenemos
para cenar algo que a ti te gusta,
y la tibieza del hogar,
y el beso apresurado, ve cambiándote,
pero no te entretengas, voy
a poner ya la mesa?

Rafael Guillén (1933-2023, Granada); Últimos poemas (Lo que nunca sabré decirte); Ed. Fundación José Manuel Lara, 2019

Lluvia

Lluvia

Llueve otra vez. Llueve de nuevo. Llueve:
siempre el amor me llega con la lluvia.
Sobre la calle una llovizna breve
y aquí en mi corazón, cómo diluvia…
Llueve. Y el agua cae sin relieve
sobre las piedras, ávidas de lluvia.
Aquí en mi corazón, cómo remueve;
aquí en mi corazón, cómo diluvia.
Siempre el amor me llega así. Sin ruido,
con silencioso paso estremecido:
niebla menuda que después diluvia.
Siempre el amor me llega así, callado,
con silencioso andar desesperado…
Y no sé dónde estás. Y está la lluvia.

Julia Prilutzky (1912, Ucrania-2002, Argentina), Antología del amor, Ed. Plus Ultra, 1977

Cosas que haría de vez en cuando

Cosas que haría de vez en cuando

Te envolvería para regalo todos los domingos que me quedan
le daría una patada en el culo al mundo
para que girara hacia ti
cambiaría el nombre de las cosas
llamaría azul a los lunes
oleaje a los martes
y puede que llamara cometa al despertador.
Sobornaría a la gravedad cuando saltaras
gritaría tu adolescencia en los cementerios
plantaría una bandera en el corazón de un ministro
con una foto de tu cara
haría perfume con tu cintura
escribiría cien canciones sobre el hecho de mirarte
tomaría el pulso de tu falda en tus talones
devolvería el llanto que solté por todas las anteriores
mediría por suspiros las semanas
formularía una hipótesis sobre el resto de nuestras vidas
y eso que eres una desconocida.

Marwan (1979, Madrid, España); La triste historia de tu cuerpo sobre el mío, Ed. Noviembre, 2012

Quiero hacer contigo todo lo que la poesía aún no ha escrito

Quiero hacer contigo todo lo que la poesía aún no ha escrito
Cualquiera diría al verte
que los catastrofistas fallaron:
no era el fin del mundo lo que venía,
eras tú.

Te veo venir por el pasillo
como quien camina dos centímetros por encima del aire
pensando que nadie le ve.
Entras en mi casa
—en mi vida—
con las cartas y el ombligo boca arriba,
con los brazos abiertos
como si esta noche
me ofrecieras barra libre de poesía en tu pecho,
con las manos tan llenas de tanto
que me haces sentir que es el mundo el que me toca
y no la chica más guapa del barrio.

Te sientas
y lo primero que haces es avisarme:
No llevo ropa interior
pero a mi piel le viste una armadura.
Te miro
y te contesto:
Me gustan tanto los hoy
como miedo me dan los mañana.

Y yo sonrío
y te beso la espalda
y te empaño los párpados
y tu escudo termina donde terminan las protecciones:
arrugado en el cubo de la basura.
Y tú sonríes
y descubres el hormigueo de mi espalda
y me dices que una vida sin valentía
es un infinito camino de vuelta,
y mi miedo se quita las bragas
y se lanza a bailar con todos los semáforos en rojo.

Beso
uno a uno
todos los segundos que te quedas en mi cama
para tener al reloj de nuestra parte;
hacemos de las despedidas
media vuelta al mundo
para que aunque tardemos
queramos volver;
entras y sales siendo cualquiera
pero por dentro eres la única;
te gusta mi libertad
y a mí me gusta sentirme libre a tu lado;
me gusta tu verdad
y a ti te gusta volverte cierta a mi lado.

Tienes el pelo más bonito del mundo
para colgarme de él hasta el invierno que viene;
gastas unos ojos que hablan mejor que tu boca
y una boca que me mira mejor que tus ojos;
guardas un despertar que alumbra las paredes
antes que la propia luz del sol;
posees una risa capaz de rescatar al país
y la mirada de los que saben soñar con los ojos abiertos.

Y de repente pasa,
sin esperarlo ha pasado.
No te has ido y ya te echo de menos,
te acabo de besar
y mi saliva se multiplica queriendo más,
cruzas la puerta
y ya me relamo los dedos para guardarte,
paseo por Madrid
y te quiero conmigo en cada esquina.

Si la palabra es acción
entonces ven a contarme el amor,
que quiero hacer contigo
todo lo que la poesía aún no ha escrito.

Elvira Sastre (1992, Segovia, España), Cuarenta y tres maneras de soltarse el pelo; Ed. Lapsus Calami, 2014