Una percha olvidada

Una percha olvidada
y la lámpara vieja
los niños
se despidieron del caballo blanco
se sostenía muda
tu casa
apoyada en el aire de la claraboya
donde el amor creció invisible
tierno como un racimo
asombro
de gentiles fantasmas descuidados
sin embargo el otoño
cayó sobre la casa
y la cubrió de sombras amarillas

Esperanza Ortega (1953, Palencia, España), Mudanza, Ed. Ave del Paraíso ,1994

En las ventanas de casa

En las ventanas de casa
los años centellean.
Yo aún recuerdo tus manos
temblando
en ese primer regalo
que me hiciste,
cuando eras un hombre
que hoy dices que está muerto.
Recuerdo tus manos y tus ojos,
recuerdo Barcelona dentro de un taxi,
recuerdo las cosas que dijiste,
todas las palabras.
Recuerdo las sillas de ese café,
la mesa con patas de aluminio,
la dulzura salada de tus besos
y mis nervios aflorando
como árboles
al darte la mano.
Somos más viejos
pero somos los mismos,
y todo lo que tengamos que hacer
lo haremos juntos.
No pienses demasiado
y ponme el abrigo;
y no dejes que se enfríe
el pastel de manzana
que siempre compartimos.

Noemí Trujillo (1976, Barcelona, España); La muchacha de los ojos tristes. Poemas, homenajes y estrés; Parnasse Ediciones, 2011

Lugares que se inventan de camino

Lugares que se inventan de camino

Nos gustaba impulsarnos de la mano
y salpicarnos todo el eros de política.
Como en aquella foto movida y entusiasta
que nos hicieron saltando en multitud.
Sólo después supimos adónde:
cada salto inventaba su lugar.

¿Y si rompemos esto –nos decíamos–
y luego lo volvemos dulcemente a construir?
Estábamos desnudos, estábamos furiosos
y queríamos llevarnos las sobras a casa.

Con el paso del tiempo
nuestros cuerpos detenidos
transparentaron el paisaje,
o nos caímos de la fotografía
por un agujero que nadie esperaba.

De lo que hicimos
queda el lugar, un aire eufórico
y algo hecho añicos que aún respira.
La historia cruje. Y la hostigamos.
Amor es una escala de violencia.

Erika Martínez (1979, Granada, España); Chocar con algo, Ed. Pre-Textos, 2017

La canción de las cosas perdidas

La canción de las cosas perdidas

Estoy en casa sola, escucho jazz,
una canción que me habla de la lluvia
mientras las gotas, aún lentas, caen
desconcertadas sobre este cristal
que me hace ver la noche y tu recuerdo.

Es la canción de las cosas perdidas,
que regresan en noches de verano
igual que una tormenta inesperada.

Y bailo enloquecida con tu ausencia,
y se calman la lluvia y el desgarro,
y suave es la canción, como la noche.

Los amores difíciles
están en la canción y en esta lluvia
que ahora cae fina en la ventana.

Y las gotas de nuevo se deslizan
lentas sobre el cristal con su promesa
de imposible regreso de las cosas perdidas.

La canción terminó y voy a la cama,
mientras la lluvia fuera me susurra
—no sé si es un consuelo o una advertencia
todo se alcanza al fin, pero a destiempo.

Ioana Gruia (1978, Rumanía); La luz que enciende el cuerpo, Ed. Visor, 2021. Premio Hermanos Argensola 2021

Entonces

Entonces

Cuando yo no te amaba todavía
-oh verdad del amor, quien lo creyera-
para mi sed no había
ninguna preferencia verdadera.
Ya no recuerdo el tiempo de la espera
con esa niebla en la memoria mía:
¿El mundo cómo era
cuando yo no te amaba todavía?
Total belleza que el amor inventa
ahora que es tan pura
su navidad, para que yo la sienta.
Y sé que no era cierta la dulzura,
que nunca amanecía
cuando yo no te amaba todavía.

Mª Elena Walsh (1930-2011, Argentina), Poemas y canciones, Ed. Alfaguara, 20014

Imprevisible materia

Imprevisible materia

Es siempre la memoria amarga copa
que promete consuelo y todo quema
tan pronto como roza nuestros labios.
Amor, verdad, locura. Imprevisible
materia de la vida y de los sueños
que levanta castillos en el aire
y traza laberintos infinitos
sobre el mapa de nuestro corazón.
En la insaciable sed de la nostalgia,
Todos los fuegos son el primer fuego.

Victoria León (1981, Sevilla, España); Secreta Luz, Ed. Fundación José Manuel Lara, 2019 (Premio Iberoamericano Hermanos Machado)

Materia orgánica

Materia orgánica

Cayeron por el suelo pedazos del espejo.
Aquel cristal de cuerpo entero y frágil,
mal apoyado en las paredes
de los cuartos oscuros,
que se quebró al grito de las horas.
En el agua ya quieta de sus gotas de plata
veo flotar casas y libros,
una cuna crecida hasta ser árbol,
los amigos ausentes y los cuerpos,
la risa, la locura, las traiciones,
el amor y sus barcos naufragados.

Venciendo el mal augurio,
con gran cuidado, tomo lo que brilla.
Afilo los fragmentos rotos.
Con ellos hago flechas
para el carcaj del tiempo,
señuelos, armas, lazos
con que cazar la vida que vendrá.

El resto, hecho trizas, bien cerrado
lo bajaré esta noche en una bolsa.

Trinidad Gan (1960, Granada, España); Papel ceniza, Valparaíso ediciones, 2014

Aunque tú no lo sepas

Aunque tú no lo sepas

Como la luz de un sueño,
que no raya en el mundo pero existe,
así he vivido yo
iluminando
esa parte de ti que no conoces,
la vida que has llevado junto a mis pensamientos…

Y aunque tú no lo sepas, yo te he visto
cruzar la puerta sin decir que no,
pedirme un cenicero, curiosear los libros,
responder al deseo de mis labios
con tus labios de whisky,
seguir mis pasos hasta el dormitorio.

También hemos hablado
en la cama, sin prisa, muchas tardes
esta cama de amor que no conoces,
la misma que se queda
fría cuanto te marchas.

Aunque tú no lo sepas te inventaba conmigo,
hicimos mil proyectos, paseamos
por todas las ciudades que te gustan,
recordamos canciones, elegimos renuncias,
aprendiendo los dos a convivir
entre la realidad y el pensamiento.

Luis García Montero (1958, Granada, España), Habitaciones separadas, Ed. Visor 1994

No quiero

No quiero
que los besos se paguen
ni la sangre se venda
ni se compre la brisa
ni se alquile el aliento.

No quiero
que el trigo se queme y el pan se escatime.

No quiero
que haya frío en las casas,
que haya miedo en las calles,
que haya rabia en los ojos.

No quiero
que en los labios se encierren mentiras,
que en las arcas se encierren millones,
que en la cárcel se encierre a los buenos.

No quiero
que el labriego trabaje sin agua,
que el marino navegue sin brújula,
que en la fábrica no haya azucenas,
que en la mina no vean la aurora,
que en la escuela no ría el maestro.

No quiero
que las madres no tengan perfumes,
que las mozas no tengan amores,
que los padres no tengan tabaco,
que a los niños les pongan los Reyes
camisetas de punto y cuadernos.

No quiero
que la tierra se parta en porciones,
que en el mar se establezcan dominios,
que en el aire se agiten banderas,
que en los trajes se pongan señales.

No quiero
que mi hijo desfile,
que los hijos de madre desfilen
con fusil y con muerte en el hombro;
que jamás se disparen fusiles,
que jamás se fabriquen fusiles.

No quiero
que me manden Fulano y Mengano,
que me fisgue el vecino de enfrente,
que me pongan carteles y sellos,
que decreten lo que es poesía.

No quiero
amar en secreto,
llorar en secreto,
cantar en secreto.

No quiero
que me tapen la boca
cuando digo NO QUIERO.

Ángela Figuera Aymerich (1902, Bilbao- 1984, Madrid); Obras completas; Ed. Hiperión, 2009

Cuánto sufre el amor

Cuánto sufre el amor…

¡Cuánto sufre el amor
en los rincones!
hay días que se oculta
igual que un perro enfermo

duerme como
un reptil
sobre el mosaico

aquel murmullo
que nos guiaba cierto
entre la bruma

el mismo amor que se acurruca ahora
desorientado
sobre este desaliño de hojas secas

al que acaricias
su pálido pelaje
para eso
para que no se muera
así de solo

Esperanza Ortega (1953, Palencia, España), Hilo solo, Ed. Visor, 1995