Vaso

Vaso

I
Yo te presto mi cuerpo de vaso
para que lo llenes con el agua
que da vida y el vino de las risas.
Tú lo tomas y de él bebes, primero,
el aguardiente oscuro del deseo;
después lo llenas con la tisana
sana y rutinaria. Y mi vaso vuelve
henchido y vacío a su alacena.

II
Pero es frágil; mira bien no lo rompas,
no lo rayes, no lo agrietes.
Y está frío. Y gusta del abrigo de tus manos
para hacer de su cristal caleidoscopio.

III
A la mañana, cuando se asoma el sol
por la ventana, enmudece y, a veces,
el frío matutino lo viste con el rubor del vaho.
Y espera unos dedos firmes que lo abriguen.
Y un espesor de zumo que lo aliente
para regresar a la vida del día a día.

IV
Es vespertino el adiós y el hasta nunca
se viste de nocturnidad y alevosía.
Cuando posas tus labios de pulpa radiante
de granada, tiembla en los míos el temor
a una explosión de jugos y de savias.
El cristal, proyectil ansioso y líquido,
te busca la mirada de vidrio y solo halla
un transparente diamante inquebrantable.
Entonces tiembla el vaso
cernido entre tus manos.
Se derraman las huellas del ocaso
y zozobra la broza que crece
en mi pantano, y la comezón
me pica el sobresalto, y una espesura
de falsa sed y apetito voraz
se ahogará, tal vez con vehemencia,
en mi cuerpo de vaso.

Elena Camacho (1964, Santander, España); Metamorfosis, Ed. Caligrama, 2018

Advertencia

Advertencia

Si alguna vez sufres -y lo harás-
por alguien que te amó y que te abandona,
no le guardes rencor ni le perdones:
deforma su memoria el rencoroso
y en amor el perdón es sólo una palabra
que no se aviene nunca a un sentimiento.
Soporta tu dolor en soledad,
porque el merecimiento aun de la adversidad mayor
está justificado si fuiste
desleal a tu conciencia, no apostando
solo por el amor que te entregaba
su esplendor inocente, sus intocados mundos.
Así que cuando sufras -y lo harás-
por alguien que te amó, procura siempre
acusarte a ti mismo de su olvido
porque fuiste cobarde o quizá fuiste ingrato.
Y aprende que la vida tiene un precio
que no puedes pagar continuamente.
Y aprende dignidad en tu derrota,
agradeciendo a quien te quiso
el regalo fugaz de su hermosura.

Felipe Benítez Reyes (1960, Cádiz, España), Los vanos mundos, Ed. Maillot Amarillo, 1985. Extraído de Poesía para los que leen prosa; Edición de Miguel Munárriz, Ed. Visor, 2004

Aunque hubiera tenido que comer pan solo

Aunque hubiera tenido que comer pan solo

Madre,
me acuerdo de una vez, no sé cuándo, tú ya eras
muy mayor, el sol nimbaba
tu rostro puro, finísimo, de sonrisa esplendente,
sin una arruga. Hablabas de mi padre,
que había muerto años atrás: tortolica sin socio,
sola en el aire cenital del mediodía.
La vida
iba llegando a su fin, y recordabas los años
de privaciones y escasez, tenacidad y esperanza:
«Tu padre
tardó mucho en colocarse cuando volvimos de Madrid…»
Y me contabas los trabajos y los días
de un Hércules civil al que nunca abandonó la fe
en el futuro. Porque el futuro éramos
nosotros. Es decir, yo. Lo escribo ahora,
2 de enero del año 2008, con temblor
y deslumbramiento, en el centro geométrico de un charco
de soledad purísima.
Te veo,
te vuelvo a ver mirándome, porque me parecía a él
(a quien él era entonces), tomándome la mano
entre tus manos de ríos azules que se iban
yendo tras el recuerdo: Madre,
hoy que no queda nadie de nosotros (yo menos
que ninguno) tus palabras florecen,
bellísimas, en el silencio definitivo de un poema
de amor que tú escribiste con tu vida
(yo le habría seguido
aunque hubiera tenido que comer pan solo)
hasta el final.
‍‍

Eduardo Fraile Valles (1961, Madrid, España), Retrato de la soledad, Ed. Difácil, 2013.

Un instante de lluvia i

Un instante de lluvia (I)

but come, girl, get your raincoat,
let’s look for life in some café behind
tear-streaked windows,
perhaps the fin de siècle isnt really finished,
maybe there’s a piano playing it somewhere
Piano practice, DEREK WALCOTT

Un instante de lluvia,
¿es esto lo que quiero?
¿era lo que esperaba?
Y después la tormenta,
poemas metro cuadrado.

La fuerza incontrolable sobre el mundo
y las palabras justas para seguir nadando
por los charcos que la calle ha escondido
debajo de baldosas
que quedan despegadas de la tierra,
son el mejor lugar
para gritarle al tiempo adormecido
de cielos despejados;
empaparse de miedo,
de nuestra propia historia
llena de conjeturas, teóricas y desveladas.

Sorpréndeme buscando el amor en el frío
en el tráfico lento de los días de lluvia.
Las manchas de humedad que muestran
el camino vertical de los puentes
nada tienen que ver con la vida
que el agua arrastra por sorpresa.

Vamos a ser, al menos este instante,
anfibios de ciudad, vivir de las palabras.
El agua entre nosotros ya es inevitable.

Paula Bozalongo (1991, Granada, España) Diciembre y nos besamos, Ed. Hiperión, 2014 (XXIX Premio Hiperión de Poesía)

O amor

O amor

O amor foi
un trallazo moi forte
que rompeu a
ventá. E quedou rota
para sempre. Eu limpei
do chan
os cristais. Corteime
con eles
en tódolos dedos.

El amor

El amor fue
un trallazo muy fuerte
que rompió la
ventana. Y quedó rota
para siempre. Yo limpié
del suelo
los cristales. Me corté
con ellos
en todos los dedos.

Lupe Gómez (1972, A Coruña, España); Pornografía, Ediciones La uÑa RoTa, 2019. Edición bilingüe. Traducción del gallego Luz Pichel

El amor es sencillo a veces

El amor es sencillo a veces

Algo tan sencillo como ponerse de puntillas para alcanzar una
manzana,
mirar el patio de una casa por encima de un muro,
dar un beso, hacer menos
ruido
al caminar.

El amor es preguntar
¿vienes conmigo hasta la boya amarilla?,
apuntar con un dedo el horizonte
y no tener que nadar en soledad nunca más.
El amor es no querer que te quemes,
quitarte polen de gramínea del pelo,
preguntar
con suavidad
si tienes frío.

El amor puede ser estar mucho rato bajo el sol con los ojos cerrados
y ser tan feliz que consigues no pensar en la muerte.

El amor puede ser también
oír una bicicleta que frena delante de tu puerta.
Pelar pipas en un banco, señalar
una trucha que salta a lo lejos
o un meteoro
que cae.

Escuchar una canción que no te gusta
y aun así pensar
la vida es buena.

El amor podríamos ser fácilmente nosotros dos
pegándonos porque nos parece divertido,
manchándonos porque nos parece divertido,
despidiéndonos porque despedirse
es siempre divertido.

El amor es apartar
un cigarrillo de tu boca.
El amor es acariciar
los dos al mismo perro.
El amor es echar una carrera,
llorar de risa, dar una patada
por debajo de la mesa,
no avergonzarme,
ante ti,
de mi ropa vieja.

Alba Flores Robla (Madrid, 1992, España); AZCA; Ediciones Venera, 2021. (Este poema está incluido en Antología de las mejores poesías de amor en lengua española; Ed. La Esfera de los Libros, 2020. Recopilador: Luis María Anson).

En esta página web se puede escuchar el poema recitado por la poeta

No quisiera que lloviera

No quisiera que lloviera

No quisiera que lloviera
te lo juro
que lloviera en esta ciudad
sin ti
y escuchar los ruidos del agua
al bajar
y pensar que allí donde estás viviendo
sin mí
llueve sobre la misma ciudad
Quizá tengas el cabello mojado
el teléfono a mano
que no usas
para llamarme
para decirme
esta noche te amo
me inundan los recuerdos de ti
discúlpame,
la literatura me mató
pero te le parecías tanto.

Cristina Peri Rossi (1941, Uruguay); Diáspora (1976); Ed. Lumen, 2001

Me basta así

Me basta así

Si yo fuese Dios
y tuviese el secreto,
haría
un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño
– de esto sí estoy seguro:
pongo
tanta atención cuando te beso-;
entonces,
si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;

ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día,
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando -luego- callas…
(Escucho tu silencio.
Oigo
constelaciones: existes.
Creo en ti.
Eres.
Me basta.)

Ángel González (Oviedo, 1925 – Madrid, 2008) Palabra sobre palabra, 1965

El majuelo

El majuelo

Cuando se encuentren en tu
boca la uva y el queso,
recuerda que ese beso es mío.
Recuerda que un día quise
pintarte al cielo aún más azul,
y regalarte toda la vida de la
tierra.
Aunque no pude escalar las
Nubes
aquí abajo supe cuidar nuestro
suelo.
Planté la semilla de un deseo y
crecí con ella cada vez que
sonreíste.
Recuerda que encontró en tus ojos la
razón para hacerlo y que esta
compañía fue un latido que susurra
hoy aquella historia en la memoria
de nuestros nietos.
Recuerda que
ahora yo soy esa tierra,
que sigo cuidando de tus uvas y del
dulzor que debieran dejar siempre en
tus labios, que lloro cuando te
extraño para que llueva y todo brote
porque la vida ha de seguir sin mí,
pero tú no.
Yo estoy contigo, por eso vuelvo a
nuestra cama y me notas abrazarte
cada noche y sueñas y dudas.
Pero es cierto amor, lo que
sospechabas, lo que ya sabías, soy
yo a tu lado, siempre vuelvo.

Andrea Valbuena (Barcelona, 1992)