¿No son pequeños pájaros…

No son pequeños pájaros enloquecidos

[…]¿No son pequeños pájaros enloquecidos
estas breves palabras que te envío
a través de las tierras y a través
del Atlántico?
Recíbelos, bésalos, tócalos
y entrégales la magia de tu mejor sonrisa.
Yo estoy como caído, mejor,
como abrasado por una suave llama.
La llama en que te pienso a todas horas,
entre el himno de madera y metales
de la ciudad sin horas.

Efraín Huerta, Los poemas del viaje, 1949—53

Yo no lo sé de cierto

Yo no lo sé de cierto

Yo no lo sé de cierto, pero supongo
que una mujer y un hombre
algún día se quieren,
se van quedando solos poco a poco,
algo en su corazón les dice que están solos,
solos sobre la tierra se penetran,
se van matando el uno al otro.

Todo se hace en silencio. Como
se hace la luz dentro del ojo.
El amor une cuerpos.
En silencio se van llenando el uno al otro.

Cualquier día despiertan, sobre brazos;
piensan entonces que lo saben todo.
Se ven desnudos y lo saben todo.

(Yo no lo sé de cierto. Lo supongo)

Jaime Sabines, Horal, 1950

Qué será ser tú

Qué será ser tú

Qué será ser tú.
Este es el enigma, la atracción sobrecogedora
de conocer, el irresistible afán de echar el ancla
en ti, de poseerte.
Qué será la perplejidad de ser tú.
Qué, el misterio, la dolencia de ser tú y saber.
Qué, el estupor de ser tú, verdaderamente tú y,
con tus ojos, verme.
Qué será percibir que yo te ame.
Qué será, siendo tú, oírmelo decir.
Qué, entonces, sentir lo que sentirías tú.

Ana Rossetti (1950, Cádiz, España); Punto Umbrío, Ed. Huerga & Fierro, 2018

Me gustaría que estuvieras aquí

Me gustaría que estuvieras aquí

Me gustaría que estuvieras aquí.
Quisiera haber sabido
retenerte en este lado de la vida. Jugaríamos
a ser niños de nuevo, a perseguirnos felices
por el frescor de las salas donde se conservan los huevos
en escriños, por las rojas despensas,
entre las alcuzas, los cántaros, la masa
para el pan. Nos esconderíamos en las alacenas,
provocando un estrépito de cobres
y de zinc. Haríamos expedición a los desvanes
para sumirnos en el trigo y construir una pirámide
verde de melones, como egipcios.
Y luego nos quedaríamos mirando
el río, atentos a los peces, a los cangrejos, a las ranas
invisibles e inmóviles.
Sin hablar nada, sólo viendo pasar la corriente, que haría temblar nuestro reflejo, muy juntos, inseparables, para siempre…

Eduardo Fraile (1961, Madrid, España); Ícaro & Co., Ed. Libros del aire, 2012

Lluvia de otoño

Lluvia de otoño

(Con Verlaine)

(Llueve, llueve dulcemente…)
…El agua lava la yedra;
rompe el agua verdinegra;
el agua lava la piedra…
Y en mi corazón ardiente,
llueve, llueve dulcemente

Esté el horizonte triste;
¿el paisaje ya no existe?;
un día rosa persiste
en el pálido poniente…
Llueve, llueve dulcemente.

Mi frente cae en mi mano
¡Ni una mujer, ni un hermano!
¡Mi juventud pasa en vano!
—Mi mano deja mi frente… —
¡Llueve, llueve dulcemente!

¡Tarde, llueve; tarde, llora;
que, aunque hubiera un sol de aurora
no llegará mi hora
luminosa y floreciente!
¡Llueve, llora dulcemente!

Juan Ramón Jiménez (1981, Huelva, España); de Olvidanzas / Olvidanzas del moguereño (1901-1907); extraído de Juan Ramón Jiménez: Edición del centenario; Ed. Taurus, 1981.

El sueño

El sueño

La casa tenía pocos metros y los cristales rotos
por las ventanas heridas
se colaban la noche y los insectos

las ráfagas azules de la muerte
competían con la velita mínima
aquí alumbraba tan tímida la estancia

mientras dormías te repetía siempre en un susurro débil:
no te mueras ni por dios y por la patria
(ni por dioses)
(ni por patrias)

pero tú no me oías.

Mila Ramos (1961, Córdoba, España); 8000 razones para la memoria, Ed. Torremozas, 2004

Señales

Señales

A qué tanto preámbulo imposible
y marzo,
y tanto día diez,
tanto destiempo.

A qué este mes con lluvia,
este preludio
de puertas sin abril,
con picaporte
hiriente de no hablar,
de no mirarse.

De no ubicarse en pleno firmamento,
de no atreverse a devorar el mundo
o a devorar el labio al fin del día
sin más ni menos ansia que la angustia.

A qué este presentir
que yerra el signo,
a qué el párpado azul
y la caricia,
a qué la hora de menos
que no avanza.

Que no hay hambre de piel que nos acerque,
que nada hemos andado desde el duelo,
que poco es suficiente ante la duda,
que nos espera un tiempo sin señales.

Ana Delgado Cortés (1973, Madrid, España); Poemas del amor sumiso, Ed. Torremozas, 2008. XXV Premio Carmen Conde

Lo imposible

Lo imposible

De todas las formas de pedirte que te quedes,
a saber,
con los ojos abiertos, con un ramo
fresco en la mañana, con una frase a destiempo
que te convenza de que puedes sentarte al borde
de mis heridas sin miedo a hacerme daño;
es decir,
con la rodilla sobre el césped, la súplica en el dedo,
con la noche que se termina si no respondes a
mi urgencia, con esta valentía mía que promete
hacerte reina del castillo solo si te quedas,
solo si te pido que te quedes,
con esta soledad que llena de tu nombre y me dibuja
cien pájaros en la espalda del color de tus ojos hierba,
de todas estas formas, amor mío,
de pedirte que te quedes conmigo
escojo el silencio
que es el único que sabe cómo pedirte
lo imposible.

Elvira Sastre (1992, Segovia, España; La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida, Ed. Visor, 2014

Receta para hacer una naranja

Receta para hacer una naranja

Contrátese a la primavera
para que diseñe los azahares,
es tan imaginativa la modista en velos nupciales,
solo que trabaja unos días al año.
Los dedos de la lluvia
          esparzan dos cucharaditas de azúcar,
esponje el aire los gajos de la cúpula,
se desentienda el sol de todo el universo
para teñirle la piel con sus pinceles
         especializados en rojos,
añádase el barniz del otoño para sellar los poros,
qué envidia el pop-art y las naturalezas muertas.
         No toques aún esta naranja,
ponte primero de rodillas y adora como los
       ángeles,
fue hecha para ti en exclusiva,
       para nadie más,
como un pequeño inmenso amor
      que se cae de maduro
      que se entrega redondo.

Joaquín Antonio Peñalosa (1922-1999, México); Todavía hay primavera. Todavía.  Antología poética. Ediciones Rialp. Adonáis, 2019

Desde la ventana de un café

Desde la ventana de un café

La muchacha que espera para cruzar la calle
se cubre de la lluvia con un fular de seda.
Los jóvenes detestan los paraguas,
se dejan olvidados los abrigos,
no escuchan los pronósticos del tiempo.

El hombre que le ofrece cortésmente refugio
bajo un paraguas negro
es más alto que ella
y se parece un poco a los pulcros actores
de los años cincuenta.

A través del cristal miro cómo se miran,
cómo sonríe ella bajo el paraguas negro
mientras nerviosamente
se sacude las gotas del pelo y de la cara.

El hombre le sonríe con ternura.

Gracias. Es usted muy amable,
dirá probablemente ella.
No hay de qué,
dirá el hombre con voz grave y atenta.
Este tiempo es tan impredecible,
tan pronto llueve,
tan pronto luce el sol.

Sonríen y se miran,
se alisa el pelo ella,
baja el paraguas él
y lo inclina hacia un lado.

Cuando cambia el semáforo
miro cómo atraviesan la avenida,
cómo el brazo de ella roza ligeramente
la gabardina gris del hombre del paraguas,
cómo ellos, los dos desconocidos,
acompasan el ritmo de sus pasos
sobre el asfalto húmedo
mientras la lluvia cae a cámara muy lenta
y el café de mi taza se va quedando frío.

Al llegar a la acera se paran un instante.

Intento descifrar sus últimas palabras.

Grabo en mi corazón sus últimas miradas.

Ella entra al café
y él se pierde a lo lejos,
mientras yo, conmovida,
regreso a mi periódico.

Irene Sánchez Carrón (1967, Cáceres, España); Micrografías, Ed. Visor, 2018. XVI Premio Emilio Alarcos.