Posees el gozo de su risa

Posees el gozo de su risa

Posees el gozo de su risa
pero debes saber que partirá.
Te inunda su alegría
te ilumina su rotunda carcajada
con una luz muy dulce,
pero no ignores que se irá.
Ella fluye,
ella es un líquido que detesta estancarse
ella es un pájaro que anida y emigra,
ella se irá.
Ella se irá y te dejará una marca de amor
que solamente curarás con su regreso efímero.
Entonces la verás de paso
y será como tropezar con el sol de la mañana
descubrir de nuevo su alegría,
nadar en ella
plácido
hasta un próximo encuentro inesperado.

Darío Jaramillo Agudelo, Libros de poemas, 2001

No sé viajar sin ti

No sé viajar sin ti

Deshice la maleta. Fue saliendo
doblada una ciudad con voz de lluvia.
De las perchas colgaron
los cielo rotos y la luz sumisa.
Ordené las preguntas
en la parte derecha del cajón
y a la izquierda dispuse un restaurante,
una mesa sin hambre y sin rumor de sábanas
para cenar cansado de estar solo.

Luego bajé a la calle.
En la esquina arrugada de una chaqueta negra
me detuve a mirar
la luna de las ropas interiores.
Dolía el pasaporte en el bolsillo
igual que los extraños y las tiendas cerradas.
Quise llamar un taxi. No levanté la mano.
Se paró junto a mí la desventura
de una ciudad vacía.

A media noche estaba a medio ser
en medio de la nada.

No sé viajar sin ti,
ni contarte las cosas por teléfono.

Luis García Montero

Otro romanticismo

Otro romanticismo

«…las aguas del olvido»
Garcilaso
«Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!»
César Vallejo

Te escribo nuevamente desde una tarde helada
de esas en que nos puede el sentimiento
y la obsesión —ese pingajo de la soledad—
te derriba, te ocupa, sienta plaza en tu cuerpo
y, lo más peligroso, te alumbra, te interroga.

Y ves que los renglones se estrechan,
las letras se amontonan
y comprendes el hueco imposible,
el espacio que nunca compartimos
y este bello recurso de contarte la vida
poblando de historia y de sueños
las hojas tibias del dolor
que tanto me recuerdan tus muslos o tu espalda.
Por ellos navegué durante tanto tiempo,
en ellos aprendí tantas cosas extrañas,
tanto golpe de mar,
que parece imposible olvidarte así, de pronto,
como quien tira la luz por la ventana,
como quien se despuebla de golpe de esperanza.

¿Quién puede responder sin ningún truco
a las preguntas viejas, enquistadas,
hechas parte de ti?

¿Quién cruzará de un salto las aguas del olvido
sin sentir cómo quema en la carne la sorpresa de un día,
las sábanas de un día, los cuerpos ofreciéndose,
las ojeras del gozo al amanecer?

¿No volverá el amor ,
aquel juego con náufragos y cofres,
a sorprendernos con su mano abierta,
a dejar en la playa de un hombro
como alga de plata que reposa
la saliva brillante del deseo?

Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!

Por eso he de decirte —aunque sea por escrito—
f que está la casa abierta para ti,
que te esperan los libros, el té, mi soledad,
las dudas de las tardes de domingo,
la pequeña verdad
que no se tiene en pie sin tus palabras.

No es posible saber cuando todo enmudece
y la vida se ha vuelto una sórdida esquina
si nos falló el presentimiento
o será que el mercado nos fue tragando
con sus comadres y su algarabía,
que no supimos vernos ni hablarnos
entre anuncios de sopas luminosas,
promesas y altavoces
pregonando los últimos saldos
de la felicidad.

Será que llevaremos inevitablemente
un lenguaje podrido que amarga el paladar
y te pone a escupir en mitad de la urgencia
cuando toda la historia apenas si consiste
en decirnos que sí, que nos amamos.

Y los golpes, tan fuertes, las aguas del olvido,
tan hondas… Yo no sé!

Hay cosas en la vida
que sólo se resuelven junto a un cuerpo que ama.

Y cartas que se escriben
cuando la prisa clava su aguijón
y te deja colgando del alero
y te da por pensar
que es posible que no nos conociéramos
aunque fuimos viviendo el mismo frío,
la misma explotación,
el mismo compromiso de seguir adelante
a pesar del dolor.

Javier Egea, Paseo de los Tristes, 1982

Poemas de unidad

Poemas de unidad

20

A veces comprendemos algo
entre la noche y la noche.
Nos vemos de pronto parados debajo de una torre
tan fina como el signo del adiós
y nos pesa sobre todo desconocer si lo que no sabemos
es adónde ir o adónde regresar.
Nos duele la forma más íntima del tiempo:
el secreto de no amar lo que amamos.

Una oscura prisa,
un contagio de ala
nos alumbra una ausencia desmedidamente nuestra.
Comprendemos entonces
que hay sitios sin luz, ni oscuridad, ni meditaciones,
espacios libres
donde podríamos no estar ausentes.

Roberto Juarroz, Tercera poesía vertical, 1965

Frío como el infierno

Frío como el infierno

Roma, 1995

Estamos en invierno y esto es Roma
y tú no estás.
Yo voy de un lado a otro
de tu nombre,
lo mismo
que un oso en una jaula;
marco un número;
pongo la radio, escucho una canción
de Patti Smith dar vueltas dentro de Patti Smith
igual que un gato en una lavadora.

Estamos en invierno y yo busco un cuchillo;
miro la calle;
pienso en Pasolini;
cojes una naranja con mi mano.

Y esto es Roma.
La nieve
convierte la ciudad en una parte del cielo,
ilumina la noche,
deja sobre las casas su ángel multiplicado.

Y tú no estás.
Yo cierro una ventana,
miro el televisor,
leo a Ungaretti,
pienso:
la distancia es azul,
yo soy lo único que hay entre tú y este frío.
Estamos en invierno y esta ciudad no es Roma
ni ninguna otra parte.
Miro atrás
y puedo verlo: acabas de apagar una lámpara;
has cerrado los ojos
y sueñas con un bosque;
de repente
alargas una mano,
buscas una manzana
que está en el otro lado de la mujer dormida…

Mientras,
yo odio este mundo frío como el infierno
y el cansancio que caza lentamente mis ojos;
odio al lobo que has puesto en la palabra noche
y la forma en que llenas la habitación vacía.
Odio lo que veré
desde hoy y para siempre: tus pisadas
en la nieve de Roma, donde nunca has estado.

Benjamín Prado, Todos nosotros, 1998

Me gustaría que estuvieras aquí

Me gustaría que estuvieras aquí

Me gustaría que estuvieras aquí.
Quisiera haber sabido
retenerte en este lado de la vida. Jugaríamos
a ser niños de nuevo, a perseguirnos felices
por el frescor de las salas donde se conservan los huevos
en escriños, por las rojas despensas,
entre las alcuzas, los cántaros, la masa
para el pan. Nos esconderíamos en las alacenas,
provocando un estrépito de cobres
y de zinc. Haríamos expedición a los desvanes
para sumirnos en el trigo y construir una pirámide
verde de melones, como egipcios.
Y luego nos quedaríamos mirando
el río, atentos a los peces, a los cangrejos, a las ranas
invisibles e inmóviles.
Sin hablar nada, sólo viendo pasar la corriente, que haría temblar nuestro reflejo, muy juntos, inseparables, para siempre…

Eduardo Fraile (1961, Madrid, España); Ícaro & Co., Ed. Libros del aire, 2012

Recuerdo el primer día que me separé de ti

Recuerdo el primer día que me separé de ti
estaba el puerto lleno de marineros blancos como estrellas
mientras hacían bailar sus peonzas los niños gritaban tu nombre
de pronto
la ciudad cambió de rumbo como si fuera un barco a la deriva
aún no sé cómo pude salvarme
ni qué ángeles ciegos condujeron mi huida
anoche
soñé que me volvía a perder en el túnel solitario
al despertar sentí tu mano suave
recordé que la dicha es un tesoro que poseo

Esperanza Ortega (1953, Palencia, España), Algún día, Ediciones Portuguesas, 1988. Extraído de Lo que va a ser de ti, Ed. Plaza & Janés, 1999

La caducidad del paraíso

La caducidad del paraíso

Llega la noche.
Descuelgo la desgana de mi vida
y marco en el teléfono la matrícula de tu coche.
Aceptas dos segundos antes de mi propuesta.
Preparo la casa y tacho de golpe
esos renglones que dicen que te perdí.
Abro la puerta como si fuera seis de enero
y tus ojos al primer disparo pasan a limpio mi biografía,
ese lugar del que no debiste haber salido.

No quiero que acabe este abrazo,
No deberíamos aceptar la caducidad del paraíso.

Me cuentas que has vivido entre paréntesis
y que la soledad es algo parecido a la vida en diferido.
Yo te cuento que estoy hecho a tu medida
como otros están ya hechos a una enfermedad incurable
y te cuento que conocí a otras
pero que querer acostarse con una mujer
no es lo mismo que querer despertarse con ella
porque hay chicas que te alegran la piel
pero no el corazón.
Nos callamos, tú miras el vaso entre tus manos.
La ropa cae y arrastra consigo
una tonelada de tristeza.

Luego duermes y yo pienso
que tal vez sólo sea posible el amor
cuando no lo retienes como a un preso
porque siempre querrá escapar.
Quizá deberíamos aceptar la posibilidad
de la caducidad del paraíso,
tolerar la intermitencia de la felicidad,
no meternos más en la boca la palabra porvenir
y agradecer que estés
aquí
ahora.

Marwan (1979, Madrid, España); La triste historia de tu cuerpo sobre el mío, Ed. Noviembre, 2012

Lo imposible

Lo imposible

De todas las formas de pedirte que te quedes,
a saber,
con los ojos abiertos, con un ramo
fresco en la mañana, con una frase a destiempo
que te convenza de que puedes sentarte al borde
de mis heridas sin miedo a hacerme daño;
es decir,
con la rodilla sobre el césped, la súplica en el dedo,
con la noche que se termina si no respondes a
mi urgencia, con esta valentía mía que promete
hacerte reina del castillo solo si te quedas,
solo si te pido que te quedes,
con esta soledad que llena de tu nombre y me dibuja
cien pájaros en la espalda del color de tus ojos hierba,
de todas estas formas, amor mío,
de pedirte que te quedes conmigo
escojo el silencio
que es el único que sabe cómo pedirte
lo imposible.

Elvira Sastre (1992, Segovia, España; La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida, Ed. Visor, 2014

Where is my man

Where is my man

Nunca te tengo tanto como cuando te busco
sabiendo de antemano que no puedo encontrarte.
Sólo entonces consiento estar enamorada.
Sólo entonces me pierdo en la esmaltada jungla
de coches o tiovivos, cafés abarrotados,
lunas de escaparates, laberintos de parques
o de espejos, pues corro tras de todo
lo que se te parece.
De continuo te acecho.
El alquitrán derrite su azabache,
es la calle movible taracea
de camisas y niquis, sus colores comparo
con el azul celeste o el verde malaquita
que por tu pecho yo desabrochaba.
Deliciosa congoja si creo reconocerte
me hace desfallecer: toda mi piel nombrándote,
toda mi piel alerta, pendiente de mis ojos.
Indaga mi pupila, todo atisbo comprueba,
todo indicio que me conduzca a ti,
que te introduzca al ámbito donde sólo tu imagen
prevalece y te coincida y funda,
te acerque, te inaugure y para siempre estés.

Ana Rossetti (1950, Cádiz, España), Yesterday, Ed. Torremozas, 2000