Roto

Roto

Solo, en medio de todo;
estar tan solo
como es posible,
mientras ellos vienen
muy despacio,
se agrupan,
ponen su campamento,
invaden,
talan,
hunden,
derriban las palabras
una a una,
se reparten mi vida,
poco a poco,
levantan su pared
golpe a golpe.

Después se van;
se marchan
lentamente,
pensando:
—Nunca podrás huir de todo lo que has perdido.

Tal vez tengan razón.
Tal vez es cierto.

Pero llega otro día,
el cielo quema
su cera azul encima de las casas;
yo regreso de todo lo que han roto,
busco entre lo que tiene
su propia luz,
encuentro
la mirada del hombre que ha soplado unas velas,
el limón que jamás es parte de la noche;
ato,
pongo de pie,
reúno los fragmentos,
me convierto en su suma.

Y todo vuelve
otra vez;
las palabras
llegan donde yo estoy;
son las palabras
perfectas,
las que tienen
mi propia forma,
ocupan cada hueco
y cierran cada herida.
Las palabras que valen para hacer estos versos
y sentarse a esperar que regresen los bárbaros.

Benjamín Prado, Todos nosotros, 1998

Segundo movimiento

Segundo movimiento

Despertar de la anestesia no es como despertar del sueño.
Cada mañana la conciencia llama respetuosa
a la puerta, y espera
que lleguen poco a poco los colores, el tacto,
la memoria,
se infiltra
muy dulcemente en la respiración
y empieza a entrelazar, como ella sabe,
el pasado a la trama
del día nuevo.
Despertar de la anestesia no es como despertar del sueño.
Es un martirio de instantánea lucidez.
Llega de golpe.
Llega de golpe la vida y se te mete dentro y no pregunta.
No pregunta si quieres.
Te toma de rehén. Y lo recuerdas todo.
De golpe sabes todo lo que tanto
te has esforzado en no saber.
No quiero.
No quiero estar aquí. Frío en los huesos,
violines bien hundidos en la carne,
y yo no quiero. Cántame una canción de hilanderas,
cuéntame un cuento de brujas.
Engáñame con la ternura y sus bombillas doradas
balanceándose en la noche como en una
verbena onírica. Dime que traerás mantas
para este miedo helado
que me estremece. Engáñame,
tú que me reinventaste tantas veces,
no me sueltes así
en medio de la luz.
Porque es abrir los ojos y comprender la heridas
de samurái en el cuerpo de muchacha.
Porque es abrir los ojos y no necesitar
ya espejos. Aquí estoy, parece
que ha pasado un instante
desde que me acosté en esta cama dura
de quirófano y me extendieron el brazo para abrir.
Aquí estoy otra vez y lo recuerdo todo. […]

Ana Isabel Conejo (1970, Barcelona, España); Concierto para violín y cuerpo roto, Ed. Hiperión, 2018

Estarás a la intemperie

estarás a la intemperie
que es lo que queda
lejos del poder
y de sus focos

sólo ahí se es libre
y también desgraciado
(no conozco yo aún
premio sin herida)

contigo crecerán
tus cicatrices
ámalas
cuídalas
porque serán
el mapa que te explica

en ellas florecerá la luz
de quien te quiera

Carmen Beltrán (1981, Logroño, España); La meteoróloga de sí misma (Antología personal 2004 – 2014), Ed. La cabaña del loco, 2018

No sé escribir sobre la felicidad

VII

No sé escribir sobre la felicidad por la inmensidad de su lenguaje,
porque sobrepasa un latido,
devora el instante.

Se consume tan rápido como este poema en el fuego,
como la vida de un kamikaze.

Cuando escribo, lloro.
Y cuando lloro, lloro sobre lo escrito
haciendo que mis versos se ahoguen en mis propias lágrimas
como cuerpos sin vida que se lleva una riada.

Ansío sin sentido salir de un dolor
que me encarcela y me quema.

Ansío descongestionar el latido consentido
porque no deberíamos olvidar que el corazón,
aunque dando vida,
lo hace mediante la sangre,
y la sangre es herida.

Loreto Sesma (1996, Zaragoza, España); Alzar el duelo, Ed. Visor, 2018

Lengua

Lengua

Una pausa de calma frente al mar
donde los pinos claman por la lluvia
antes de ser ceniza o lumbre alzada.
Es un tiempo de sol, aromas a resina,
intensidad de luz que la ola trae.
Nos dejamos llevar por los vaivenes
de esta lengua que lame —tan cauterizadora—
las secretas heridas de todos los naufragios.

Efi Cubero (1949, Badajoz, España); Condición del extraño, Ed. La Isla de Siltolá, 2013

Ítaca no existe

Ítaca no existe

Tres vueltas de llave y un olor a silencio,
la luz súbitamente estrangulada en el lecho sin fondo
y la humedad de quince o más otoños
y esta locura
y esta oscura gangrena de embriagada penumbra,
tres o cuatro macetas con esquejes de olvido
o esa vela gastada en noche de tormenta.

Las puertas columpian el llanto de sus goznes.
Hace ya tiempo que no hay golondrinas al borde del tejado.

Asciendo lentamente
                                     aquella escalera de los sueños freudianos,
subo a los altares mínimos
                                              de mi propia insuficiencia.

¡Cuánto ayer empozado,
cuánta breve mortaja,
cuánto leve recuerdo!

Sobre la cal de esta pared escribo un verso:

He regresado y nada me esperaba.

Quizá se vuelve como a la patria o al padre
con un algo de herida
y esa ansiedad de no reconocerse en los viejos espejos.
Quizá se vuelve tarde,
se vuelve ya sin tiempo.
Desde el suelo
una muñeca muerta me contempla,
                                            -una muñeca serenamente muerta-
Me alejo
con la desagradable sensación de haber profanado una tumba.

Amalia Iglesias Serna (1962, Palencia, España), Un lugar para el fuego, Ed. Rialp, 1985. Este poemario ganó el Premio Adonáis en 1984

Abrazar

abrazar
                   la cicatriz

                                  :      puente de hueso

                   esperma
de polvo

vislumbrar el poema {cómo cicatriza / la posibilidad de coser
alas a un pájaro / y / desaparecer al instante / en la puntada}

Sonia Bueno (1976, Melilla, España); Aral, Editorial Amargord, 2016,

Raíl

Raíl

Todos tus sueños hechos ventanilla.
Cargas con lo correcto, sin defraudar a nadie.
Y para los andenes te has roto la mirada.
Un millón de caminos
perpetran en tu espalda los recuerdos
que has llevado a desguace en el futuro,
que no han sido presente.
Tu equipaje es, te dices, el que te corresponde.
El único posible.
Para aliviar la herida,
sólo sabes cerrar fuerte los ojos.

 Raquel Vázquez (1990, Lugo, España);  Lenguaje ensamblador, Ed. Renacimiento, 2019