Qué será ser tú

Qué será ser tú

Qué será ser tú.
Este es el enigma, la atracción sobrecogedora
de conocer, el irresistible afán de echar el ancla
en ti, de poseerte.
Qué será la perplejidad de ser tú.
Qué, el misterio, la dolencia de ser tú y saber.
Qué, el estupor de ser tú, verdaderamente tú y,
con tus ojos, verme.
Qué será percibir que yo te ame.
Qué será, siendo tú, oírmelo decir.
Qué, entonces, sentir lo que sentirías tú.

Ana Rossetti (1950, Cádiz, España); Punto Umbrío, Ed. Huerga & Fierro, 2018

Me conoce

Me conoce

Conozco
un pájaro de misterio
que canta por las noches
que duerme sobre una bombilla
que conoce el océano
que tiene su nido
que desaparece
que piensa en mí.

Él me conoce.
Él no duerme.
Él no canta.
Él no tiene nido.
Él no come nunca.

Por las noches
picotea mis ojos
y me despierta,

durante el día
apaga la luz de mi bombilla,

cuando va a comer
me hace señas y le sigo.

Pero yo no tengo cabeza de pájaro
ni cuerpo de pájaro
ni sitio para él,
sólo lumbre de verano en un chozo
vestido de verano y sin ventanas.

El pájaro acaba de traer un mensaje
que dice:
«Sigue hablando de mí.»

Y acabo,
para no ser pájaro de verdad.

Pureza Canedo (1946, Cáceres, España); Celda verde, Editora Nacional, 1971

Cantos de confrontación

Cantos de la confrontación

I
Para saberme
era preciso que supiera
las líneas de mi rostro contra el de otros,
que toda identidad me fuera conferida por contraste,
que supiera qué soy
solo a cambio de ver y de aprender
todo lo que no soy,
lo que nunca seré,
las rutas y las caras del ser
que me son más ajenas,
la nulidad que otro existir me ha conferido.

De este modo, no soy
o solo soy, más bien,
todo lo que tú mismo
desechas y no eres.

Para existir
he tenido que ser el otro
el que no eres:
Tu sombra más querida,
la que más íntima
y opuestamente te refleja
hasta complementarte
pero, al cabo,
nada más
que una sombra…

Reducida al desierto,
a la profunda oscuridad sin nombre,
al reducto del miedo,
a la noche, al silencio,
a los más lóbregos ámbitos
donde la luz de lo viril no llega.

No soy por lo que soy,
sino por lo que tú no eres. Pero ahora
que pretendo por fin
definirme y nombrar
la realidad entera bajo mis propios términos
me encuentro con que saqueaste para ti
todo el oro sonoro de la voz,
el acervo frutal de los idiomas,
la virtud del lenguaje.

No sé pensar más que con tus conceptos.
Me enajenaste el mundo y con él
te llevaste la voz
que hasta había aprendido
la suavidad de las canciones.

Como el salvaje de la tempestad,
aprendí tu lenguaje para odiarte,
para insultar en ti mi mudez, tu avaricia,
la lascivia que tú saciaste en mí
porque me hizo necesaria.

Hoy tejo con mi aliento
una nueva palabra que no sea
nudo, lazo, cuerda de horca, hoguera,
cadena, yugo, afrenta,
servilismo cerril, ceguera, miedo…

Una nueva palabra
para nombrar el mundo
que veo con mis ojos
y que, algún día,
consiga que tú y yo
podamos dirigirnos uno al otro
sin sumisión, ni odio,
sin miedo, con la firme
franqueza con que se hablan los iguales.

Y el lenguaje
no sea ya
arma de guerra, insulto,
ni balanza parcial a tu favor
en el comercio que habremos de tener
para que el mundo
sea un sitio plural,
abierto, hermano,
más cálido y feliz
para nosotros.

Carmen González Huguet (1958, El Salvador); El cielo de abajo. La escritora del cuerpo en trece poetas hispanoamericanas, Ed. Fundación José Manuel Lara, 2021

Miradme bien

Miradme bien 

Yo no soy esa que conocéis,
que conocemos.
Que habla, discute, va, viene:
se queja, dice “sí”, “no”,
y a veces enloquece por cosas pasajeras.

No, no he sido nunca esa y, sin embargo,
he peinado con gracia sus cabellos.
He vestido su cuerpo, he sonreído,
he dicho “esto me gusta”;
y he sufrido por penas tan de ella…

Hoy mismo,
¡qué sorpresa al mirarme las manos!

Sus manos, su cintura,
y esos ojos donde luchan a un tiempo la burla y la tristeza.
Qué extraño y complicado…
O acaso tan sencillo que no puede explicarse.

YO quisiera fundirme en el río de la vida
y arqueando los brazos crear puentes,
unir orillas;
sentir vuestras pisadas en desfile compacto.

No sonriáis: ya sé que soy mujer.

Sólo podré tenderos puentes de esperanza,
de sonrisas, de amor;
puentes donde acunaros.

Concha Lagos (1907, Córdoba- 2007, Madrid, España), Los obstáculos, Ed. Ágora, 1955

Cuando tú pronuncias tú

Cuando tú pronuncias tú,
no lo identifico conmigo,
parece un tú traído de muy lejos,
escuchado al fondo de una sala,
no el «tú» que yo soy y tú resumes en pronombre.
Si digo también
«tú»,
no conoces el tú mío,
que me refiero sólo a ti y no a más cosas.
En mis «tú» condenso todo lo que eres o aún no eres para mí.
No usamos los «tú» con certidumbre
de que sabremos quiénes somos detrás de nuestros nombres,
los que corroboran nuestros documentos, ésos no, los otros,
—el «tú» tuyo—
con los que nos designamos
cuando se desmoronan nuestras cáscaras
y los paisajes ya no importan tanto
y de verdad nos encontramos:
en los recovecos de un garaje
a la sombra de tu coche alto

Nuria Alonso. Grimaldi (1985, Madrid, España); Café con leche, por favor, Entrelíneas Editores, 2010