Te quiero porque tienes las partes de la mujer

Te quiero porque tienes las partes de la mujer
en el lugar preciso
y estás completa. No te falta ni un pétalo,
ni un olor, ni una sombra.
Colocada en tu alma,
dispuesta a ser rocío en la yerba del mundo,
leche de luna en las oscuras hojas.

Quizás me ves,
tal vez, acaso un día,
en una lámpara apagada,
en un rincón del cuarto donde duermes,
soy una mancha, un punto en la pared, alguna raya
que tus ojos, sin ti, se quedan viendo.
Quizás me reconoces
como una hora antigua
cuando a solas preguntas, te interrogas
con el cuerpo cerrado y sin respuesta.
Soy una cicatriz que ya no existe,
un beso ya lavado por el tiempo,
un amor y otro amor que ya enterraste.
Pero estás en mis manos y me tienes
y en tus manos estoy, brasa, ceniza,
para secar tus lágrimas que lloro.

¿En qué lugar, en dónde, a qué deshoras
me dirás que te amo? Esto es urgente
porque la eternidad se nos acaba.

Recoge mi cabeza. Guarda el brazo
con que amé tu cintura. No me dejes
en medio de tu sangre en esa toalla.

Jaime Sabines, Algunos poemas de Yuria, 1967

Desnuda

Desnuda

Desnuda eres tan simple como una de tus manos:
lisa, terrestre, mínima, redonda, transparente.
Tienes líneas de luna, caminos de manzana.
Desnuda eres delgada como el trigo desnudo.

Desnuda eres azul como la noche en Cuba:
tienes enredaderas y estrellas en el pelo.
Desnuda eres redonda y amarilla
como el verano en una iglesia de oro.

Desnuda eres pequeña como una de tus uñas:
curva, sutil, rosada hasta que nace el día
y te metes en el subterráneo del mundo

como en un largo túnel de trajes y trabajos:
tu claridad se apaga, se viste, se deshoja
y otra vez vuelve a ser una mano desnuda.

Pablo Neruda

Yo te deseo

Yo te deseo

Yo te deseo la locura, el valor,
los anhelos, la impaciencia.
Te deseo la fortuna de los amores
y el delirio de la soledad.
Te deseo el gusto por los cometas,
por el agua y los hombres.
Te deseo la inteligencia y el ingenio.
Te deseo una mirada curiosa,
una nariz con memoria,
una boca que sonría
y maldiga con precisión divina,
unas piernas que nunca envejezcan,
un llanto que te devuelva la entereza.
Te deseo el sentido del tiempo
que tienen las estrellas,
el temple de las hormigas,
la duda de los templos.
Te deseo fe en los augurios,
en la voz de los muertos,
en la boca de los aventureros,
en la paz de los hombres que olvidan su destino,
en la fuerza de tus recuerdos
y en el futuro como promesa
donde cabe todo lo que aún no te sucede…

Ángeles Mastretta

Doble símbolo

Doble símbolo

Has nacido mujer… Y te preguntas
si es humillación el aceptarte
con todo lo que fueron tus abuelas,
con todo lo que fuiste y fue tu madre,
con lo que tú eres hoy, un ser que busca
los posibles sentidos de la vida,
del amor, de la muerte y la tristeza,
la profunda raíz de la esperanza.

Si es orgullo la cifra de tu canto
o tan sólo piedad tus elegías.
Si es humilde ese signo que te inventas
al sumergirte viva en el silencio,
porque sabes que todos menosprecian
la voz de la mujer o se sonríen
si su palabra apunta hacia lo alto
o penetrar procura las tinieblas.

El dedal o la pluma -doble símbolo-
no sirven de defensa ni tampoco
desafían ni alcanzan la victoria.
Amorosos, humildes instrumentos,
consuelan tu vivir o con su llanto
lavan la piedra gris de muchos sueños.
Escribir y coser, ¿no son lo mismo?
Hilo y tinta devanándose viviendo.

Concha Zardoya, El corazón y la sombra, Ed. Ínsula, 1977

Metro de madrid informa

Metro de Madrid informa

Siete de cada diez pasajeros de este vagón no apartan sus miradas del teléfono móvil.
Uno de diez mira al frente sin mirar nada.
Uno de diez duerme,
se despierta casualmente en su parada, o no.
Yo, voy leyendo
o en su ausencia, escribiendo.
Escribo cartas de amor para olvidarme de él,
algún borrador del que luego sacaré un poema comercial,
canciones con la letra cambiada,
insultos muy logrados hacia todo aquel a quien odio
y razones para llorar.
Voy escribiendo de todo lo que veo,
acaba convirtiéndose en todo lo que me importa.
Las niñas sacan cuadernos y lápiz,
se hacen un moño,
se cruzan de piernas o se sientan en el suelo.
Sus madres
miran el móvil.
Yo las miro a ellas.

Pero hoy no escribo,
hoy leo.

Voy riéndome sola,
llorándome sola.
Uno de diez me mira pero no me ve.
Algunas veces yo soy ese uno de diez que mira
pero mira sabiendo.
Me enamoro de personas,
en ocasiones acabo tomando con alguna una cerveza,
sonrío como en películas americanas de un noviazgo nacido por la casualidad.
Cuando miro, penetro
y siempre
me acuerdo de las caras.
Algunas veces me miran a mí,
esa parte ya es más complicada.

Hoy me miran mientras leo,
hoy, me ve una señora.

Y hoy, una mañana de Julio de 2017, voy llorando en el metro
por unan madrugada de Agosto de 1936.
Leer de tu fusilamiento me destroza este alma de poeta que creemos tener.

Leer tu historia, de nuevo,
y desear llegar al final de esa biografía
con la gloria de siemprevivas en tus costados.
Desear un final diferente
como cruz de vida y oliendo Andalucía.

El metro de Madrid llora romances
y no sabe por qué.

Que si lloro por un hombre ­me dice­.
No, señora.
Lloro por el Romancero gitano.
Lloro por la amistad que no me brindó Dalí.
Lloro por Cadaqués y Granada,
por las palabras que quisiera mías
y porque me quedado sin voz al leerte.
Lloro por ellas,
por doña Rosita,
por Adela,
por La novia,
por Yerma.

El metro de Madrid llora.
Llora el metro de Nueva York y los hijos que se fueron.

No, señora, no lloro por un hombre.
Lloro por los más de cien mil asesinados por el franquismo que
siguen abandonados en cunetas y fosas comunes.

Finalmente sólo digo:
Sí, señora.
Lloro por un hombre.
Lloro por Federico.

Alejandra Martínez de Miguel (1994, Madrid, España); Báilatelo sola, Ed. Plan B, 2019

Una cien veces

Una cien veces

Hay mujeres
que son estaciones de (d)año,
tormentas torrenciales en agosto y estufa
en un diciembre lleno de abandonos.

Hay mujeres
que son pájaros sin alas en un cielo lleno
de recuerdos,
fieras carnívoras al acecho de las ganas
y de esa falta de poder ante la tentación
que solo es deseo confundido.
Hay mujeres
que son mariposas abstraídas esperando a que
cierres todas las puertas
para acariciarte las mañanas a través
de la ventana,
para sacudirte la mirada en cualquier
dirección ajena a tu rostro.
Hay mujeres
que son animales en celo
galopando sobre tu pecho abatido.
Hay mujeres
de ojos castaños
con alma de gata.
Hay mujeres
de ojos verdes
con alma de zorra.
Hay mujeres
que son signos de interrogación abierta,
tres exclamaciones siguiendo
una huida.
Un ladrido de madrugada.
Hay mujeres
que justifican el silencio.
Hay mujeres
que excusan la poesía.

Hay mujeres
que son aeropuertos alejados
de los que solo salen aviones de mentira,
puertos marítimos
en los que vuelves a ser otra vez tú,
estaciones de tren
donde se cruzan tantas contradicciones
que encuentras paz.

Hay mujeres
que suenan a herida al tocarlas
y te hacen desear la muerte antes que ellas.
Hay mujeres
que huelen a limpio, a cuerpo inerte,
y te hacen desear invadirles el corazón
y el pecho con la brutalidad de un ejército de flechas.
Hay mujeres
que desordenan tus huellas cuando aparecen
y te hacen desear encontrar tu camino
sobre su columna vertebral.
Hay mujeres
que no se esconden, que quieren sin escarcha en los ojos,
que saben a sed,
y esas,
esas te hacen desear quererlas toda la vida.

Hay mujeres
que esperas siempre
porque nunca llegan.
Hay mujeres
que están en todos los lugares que ocupas
menos en tus manos.

Hay mujeres
que son primeras y únicas,
que sobrevuelan el suelo que pisan los demás,
que son azules y ocupan un sitio
diferente al resto.

Hay mujeres
que crees por encima de todo
y por encima de todo deshacen tus creencias,
que son tiernas, ciertas y dulces,
y con su ternura, certeza y dulzura
parten tu inocencia en dos.

Hay mujeres
que abren tus ojos con un soplido de magia
y en el siguiente truco desaparecen,
como la suerte.

Hay mujeres
que te enseñan la moneda por las dos caras:
te besan negándote,
se marchan mientras te nombran,
se quedan en silencio
y desde otros recuerdos te afirman.
Que solo conocen la palabra derrota
en tu boca.
Que solo conoces la palabra victoria
en su boca.
Que te aman mientras te olvidan
y olvidándolas las amas.

Hay mujeres
que quieres y no puedes,
que son tanto que no son bastante,
que dándote lo que necesitas olvidan lo que deseas.
Mujeres contra las que no hay razones
que encajen
y conviertes en huida
para darles un sentido.

Hay mujeres
que son aves de paso,
bodas de un día,
amores que salvan tu vida en una noche,
postres eternos en medio de una prisa carnal,
engaños a la rutina,
tu alma animal rendida al instinto de supervivencia.

Hay mujeres
que aparecen como los aciertos:
a tiempo y sin esperarlas.
Que se atreven y se quedan y tienen
el pelo del color de tu almohada,
que se agitan y temes y dan la vuelta
a tus excusas convirtiéndolas en motivos.
Que te aman sin evitarlo
y amas sobre todo por supuesto.

Y
estoy
yo.
Que soy una en todas esas mujeres.

Y
estás
tú.
Que eres todas esas mujeres en una.

Elvira Sastre (1991, Segovia, España; Ya nadie baila, Valparaíso Ediciones, 2015

Intento ser mejor persona

Intento ser mejor persona,
mejor madre,
mejor esposa,
mejor poeta.
Pero no avanzo
y seguimos
hablando de conflictos.
Hago malabarismos
con la realidad
para buscar ángulos felices;
y quiero pensar
que los libros se venden,
que mi marido me quiere,
que aprobaré las oposiciones,
que esta noche
no nos dormiremos sin tocarnos;
que no tendré que esperar
tanto
como las memorias de Mark Twain
para ver la luz;
que no moriré,
como él,
sin descendientes.
Intento ser mejor,
pero no avanzo.

Noemí Trujillo (1976, Barcelona, España); Un lugar con nieve. Antología Poética (2008-2015), Ed. Playa de Ákaba, 2015

Miradme bien

Miradme bien 

Yo no soy esa que conocéis,
que conocemos.
Que habla, discute, va, viene:
se queja, dice “sí”, “no”,
y a veces enloquece por cosas pasajeras.

No, no he sido nunca esa y, sin embargo,
he peinado con gracia sus cabellos.
He vestido su cuerpo, he sonreído,
he dicho “esto me gusta”;
y he sufrido por penas tan de ella…

Hoy mismo,
¡qué sorpresa al mirarme las manos!

Sus manos, su cintura,
y esos ojos donde luchan a un tiempo la burla y la tristeza.
Qué extraño y complicado…
O acaso tan sencillo que no puede explicarse.

YO quisiera fundirme en el río de la vida
y arqueando los brazos crear puentes,
unir orillas;
sentir vuestras pisadas en desfile compacto.

No sonriáis: ya sé que soy mujer.

Sólo podré tenderos puentes de esperanza,
de sonrisas, de amor;
puentes donde acunaros.

Concha Lagos (1907, Córdoba- 2007, Madrid, España), Los obstáculos, Ed. Ágora, 1955

Te soñé siendo enorme árbol blanco

Te soñé siendo enorme árbol blanco
del tamaño de un elefante
y con ojos de cierva

te soñé dentro de un vientre que es un barco
y recordé tu voz, tu huesuda voz llamándome
brillando regada con la calidez del panadero

y vino un viento y te desenvolvió
dejó tu cuerpo desnudo, tu cuerpo de vieja
áspero, estrujado como un trapo empapado en lejía

y yo me desenvolví contigo para fingir
que todo es fácil
los gritos la ceguera de las manos,
la historia de muchas mujeres
el silencio del adoquín que se resquebraja de
tanto árbol tuyo

¿cuál es la canción que más tarareabas?

porque el tocadiscos está gastado
como los perros después del aguacero

María Sotomayor (1982, Madrid, España); La paciencia de los árboles, Ed. La Bella Varsovia, 2018

Cuando recuerdo que una vez fui niña

Cuando recuerdo que una vez fui niña

A Esperanza y Manolo Rico

Cuando recuerdo que una vez fui niña
se me suele caer algún objeto;
unas veces la cosa tiene arreglo:
basta con agacharse y recoger del suelo
un libro, algún zapato, quizás una carpeta.
Otras veces la historia acaba en muerte súbita:
un plato menos, un florero, un vaso.
Yo recuerdo mi infancia y no sé cómo
casi siempre termino recogiendo escombros.
Claro que, en ocasiones, esos escombros brillan:
las migajas de duralex tienen algo muy parecido a las burbujas
que les da un cierto aire de bisutería;
en cambio, los pedazos de porcelana
lo primero que muestran son los bordes
y un como avergonzado desconcierto;
el cristal, por su parte, siempre es joya,
el destrozo no altera su hermosura,
un pequeño fragmento, una mínima esquirla,
mantiene inalterable el fulgor de la transparencia.
Suelo inclinarme entonces con ternura
y recoger despacio, uno por uno,
esos frágiles testimonios de un vacío,
de una oquedad vibrante y misteriosa
que una vez albergó flores y aroma.
A veces la recolección acaba en sangre,
lo intangible de vez en cuando corta.
Y ese corte produce en mí una quieta angustia,
una extrañeza amortizada en llanto
y un repentino amor hacia mi vida,
mi testaruda vida consecuente,
tan repleta de dichas y de espantos,
tan pegada a los huesos de mi cuerpo,
tirando del vivir sin darse tregua,
sin quererse parar por si el tiempo la vence.
En momentos así,
entre trozos de porcelana y flores secas,
entre restos de fuegos fatuos
levemente apagados por el polvo,
me gusta echar la vista atrás y ver
paisajes y canciones y aguaceros,
mañanitas al borde de la playa,
la niña que yo fui jugando al corro con mi hija,
haciéndole las trenzas y recordando historias
que me contaba a mí mi abuela.
Por un momento todo vive junto:
mi asombro frente al mar allá en Levante,
la radiante alegría de mi hija
entre las verdes aguas de la Isleta del Moro,
y el sobresalto náufrago y absorto
de los ojos de Félix en Cantabria,
mirando sin creer lo que veían
en el atardecer de El Sardinero:
un mar tan desmedido como el Tiempo.
Hay que ver lo que puede florecer en nuestro corazón
un día cualquiera, una mañana como tantas,
una de esas mañanas en que de pronto,
sin motivo, sin causa, recordamos
que hace ya mucho tiempo tuvimos una infancia.
Y el hermoso jarrón se nos escapa de las manos
y vemos en el suelo un arcoíris de luz diseminada.
Pero en cada fragmento tiembla y huele
el aroma de un tiempo deslumbrante.
Un tiempo que murió para ofrecernos
este dolor que nos abriga y nos consuela ahora.

Francisca Aguirre (1930, Madrid, España); La herida absurda, Bartleby, 2006. Extraído de Extraído de Detrás de los espejos (Antología 1973-2010), Ed. Bartleby Editores, 2013