Por años, disfrutar del error y de su enmienda, haber podido hablar, caminar libre, no existir mutilada, no entrar o sí en iglesias, leer, oír la música querida, ser en la noche un ser como en el día.
No ser casada en un negocio, medida en cabras, sufrir gobierno de parientes o legal lapidación. No desfilar ya nunca y no admitir palabras que pongan en la sangre limaduras de hierro. Descubrir por ti misma otro ser no previsto en el puente de la mirada. Ser humano y mujer, ni más ni menos.
Ida Vitale (1923, Uruguay), Trema, Ed. Pre-Textos, 2005
Porque te fue negado el tiempo de la dicha tu corazón descansa tan ajeno a las rosas. Tu sangre y carne fueron tu vestido más rico y la tierra no supo lo firme de tu paso.
Aquí empieza tu siembra y acaba juntamente ꟷtal se entierra a un vencido al final del combateꟷ, donde el agua en noviembre calará tu ternura y el ladrido de un perro tenga voz de presagio.
Quieta tu vida toda al tacto de la muerte, que a las semillas puede y cercena los brotes, te quedaste en capullo sin abrir, y ya nunca sabrás el estallido floral de primavera.
Mª Victoria Atencia (1931, Málaga, España); Arte y parte (1961). Extraído de Una luz imprevista. Poesía completa; Ed. Cátedra, 2021.
«A woman in the shape of a monster a monster in the shape of a woman» Adrienne Rich
una mujer anda suelta se echa a la calle y derriba la noche bebe el alquitrán a lengüetazos indómitos de fiera desamada zamarrea el asfalto despedaza enamorados frecuenta tentaciones depreda voluntades animal rabiando en pos de la ternura una mujer muerde las carnes por instinto de amor
Tina Suárez Rojas (1971, Las Palmas de Gran Canaria, España), Una mujer anda suelta, Edita Ayuntamiento de Torredonjimeno (Jaén), 1999. Premio Internacional de Poesía “Gabriel Celaya” 1999
Juntas en la cocina sin apenas hablar, un lugar no exclusivo de mujeres, que sigue al parecer siendo exclusivo. Casi nada en común, salvo contradicciones que sujetan y asemejan, nos enmarca este espacio al que creemos ya no pertenecer. De ellos el mundo y la sala grande, conversación de lengua reductora, el chiste sexual, la perspectiva hollada, cierto poder, risas, el mundo. Al mundo salgo que es único consuelo, campos y árboles hoy que es mayo, y la savia estalla verde y varón según la lengua, el mundo que consuela y el que no, ajenos ambos hoy a mí, que camino con daño en lo ajeno que la vida deja.
Olvido García Valdés (1950, Asturias, España); Y todos estábamos vivos, Ed. Tusquets, 2006
Durante tantos años esas manos alimentaron hijos, construyeron ciudades en civilizaciones olvidadas, acariciaron cuerpos infelices. Durante tantos años escogieron, meticulosamente, la ropa de los otros. Cultivaron la tierra, sustentaron desnudas columnas y familias. Durante tantos años esas manos marcaron el camino que volvía a casa, o inventaron la casa cuando fue necesario en medio del camino. Durante tantos años sujetaron con férrea disciplina el peso muerto del amor, y dentro el de la historia, y dentro el de la guerra, y dentro el de la vida moviéndose tan rápido, y más aún nosotros, tranquilos y apacibles. Pero ya están cansadas. Y nosotros caemos sin consuelo, abajo, muy abajo, y más deprisa, cada vez más deprisa.
Rosa Berbel (1997, Sevilla, España); Las niñas siempre dicen la verdad, Ed. Hiperión, 2018. Poemario ganador de la XXI edición del Premio de Poesía Joven «Antonio Carvajal» es su primer libro publicado
I De niña, yo recuerdo a mi madre, corriendo despacio hacia el balcón. Amenazaba volar desde el séptimo. Mi padre corría detrás, más deprisa, para verla planear. O acompañarla en el vuelo. Para no manchar de rojo el jardín.
II De niña, yo recuerdo las excursiones de los domingos: viajábamos a un hospital con vallas y jardines, íbamos a ver al abuelo de segunda categoría. Me decían que el abuelo no llevaba mi sangre y yo me alegraba porque estaba malo bebía mucho y estuvo en la guerra con los que ganaron. Un domingo fuimos al parque. Mi madre me dijo que el abuelo se había muerto de un calambre. No me entraron ganas de llorar.
III De niña, yo recuerdo a mi abuela. Olía a ropa planchada y sus ojos miopes eran casi blancos de lo claros. Luego comenzó a repetir las mismas preguntas. Me decía que yo era su niño muerto o su madre. Preciosa y estética, la abuela llegó a olvidarse de respirar. Y yo no pude… debió ser el cadáver más lindo que nunca hubiese.
IV De niña, yo recuerdo a un hombre educado, me llevó adonde los buzones. Buscaba un señor. Aquel hombre se acercaba mucho, por detrás. Parecía que no sabía leer. Me hizo llorar mucho y no se lo conté a nadie.
V De niña, yo recuerdo que mis padres me decían que yo era una niña muy rara. Que no era una buena hija, cada vez que intentaba abrirme las venas. Y les manchaba la alfombra de sangre.
VI Ahora, de mujer, soy capaz de escribir todo esto. Y hacerlo bello. Y hacer de mis tripas un corazón precioso de material sintético. Y reservar el corazón auténtico para las grandes ocasiones: para mi niña. Ahora, de niña.
Eva Vaz (1972, Huelva, España); La otra mujer, Ed. Celya, 2003.