Escribir

Escribir


esta necesidad de compartir
lo que quizá a nadie interesa
este sentirse acompañado
desde la soledad más absoluta
expuesto absurdamente
expuesto
esta enfermedad
este aferrarse al papel en blanco
como si fuera
la única alternativa
a la muerte
como si el rastro que en él dejamos
fuera más que nosotros mismos

Carmen Beltrán (1981, Logroño, España); Cuaderno de sal, Ed. Los libros del señor James, 2010

¡Qué alegría vivir…

¡Qué alegría, vivir
sintiéndose vivido!
Rendirse
a la gran certidumbre, oscuramente,
de que otro ser, fuera de mí, muy lejos,
me está viviendo.
Que cuando los espejos, los espías
-azogues, almas cortas-, aseguran
que estoy aquí, yo inmóvil,
con los ojos cerrados y los labios,
negándome al amor
de la luz, de la flor y de los hombres,
la verdad trasvisible es que camino
sin mis pasos, con otros,
allá lejos, y allí
estoy buscando flores, luces, hablo.
Que hay otro ser por el que miro el mundo
porque me está queriendo con sus ojos.
Que hay otra voz con la que digo cosas
no sospechadas por mi gran silencio;
y es que también me quiere con su voz.
La vida -¡qué transporte ya!-, ignorancia
de lo que son mis actos, que ella hace,
En que ella vive, doble, suya y mía.
Y cuando ella me hable
de un cielo oscuro, de un paisaje blanco,
recordaré
estrellas que no vi, que ella miraba,
y nieve que nevaba allá en su cielo.
Con la extraña delicia de acordarse
De haber tocado lo que no toqué
sino con esas manos que no alcanzo
a coger con las mías, tan distantes.
y todo enajenado podrá el cuerpo
descansar, quieto, muerto ya. Morirse
en la alta confianza
de que este vivir mío no era sólo
mi vivir: era el nuestro. Y que me vive
otro ser por detrás de la no muerte.

Pedro Salinas (Madrid, 1891-Boston, 1951)

Perspectiva

Perspectiva


Se cruzaron como dos desconocidos,
sin gestos ni palabras,
ella de camino a la tienda
él de camino hacia el coche.
Quizá entre la consternación,
o el desconcierto,
o la inadvertencia,
de que por un breve instante
se amaron para siempre.
No hay sin embargo garantía
de que fueran ellos.
Quizá de lejos sí,
pero de cerca en absoluto.
Los vi desde la ventana,
y quien mira desde arriba
se equivoca con mayor facilidad.
Ella desapareció tras una puerta de cristal,
él subió al coche
y arrancó rápidamente.
Así que no pasó nada
ni siquiera si pasó.
Y yo solo por un momento
segura de lo que vi,
intento ahora en un poema casual
convenceros a Vosotros, Lectores,
de que aquello fue triste.

Wislawa Szymborska (1923-2012, Polonia), Dos Puntos, Ed. Igitur, 2007

El mal poema

El mal poema

En ciertos momentos
resulta útil llevar en el bolso un buen poema malo,
malo o a todas luces mejorable, con indicios suficientes
—un lugar común, rimas facilonas, adverbios de emergencia—
para sospechar de él:
un poema, propio o ajeno, posiblemente malo.
Un poema de almanaque, prefabricado, auxiliar,
con estrofas de fieltro y sin salida
que amontonan palabras manoseadas
como mujeres, árbol, lunas,
memoria, tristumbre, refectorio.
Un poema que parezca una poesía,
una carta de soldado, un chicle pegado a una carpeta,
un ripio catedrático, el tango de un progresista,
falso, previsible, desafinado,
que escondo y uso a solas
como un pedazo esculpido de látex.
Un texto de una noche,
que se pierda, que se pudra, que caduque,
un poema de papel
donde poder limpiarme las lágrimas,
las gafas, la cicatriz, el semen.
Palabras de amor donde el amor no quepa.
Este poema
u otro,
uno cualquiera,
de bote, temporero, de pared,
vital y fucsia como todos los poemas malos,
urbano y quejumbroso como todos los poemas malos,
malo como todos los poemas que ganan un certamen.
Pero práctico y de efectos inmediatos,
plegable y extensivo,
sobre el que sentarme a merendar en la era
o guarecerme de la nube que descarga de improviso.
Un poema feo, gastado, utilitario,
lima, abanico, naipe, encendedor,
una rampa, una navaja, un pasamanos.
Un poema
color carne
con que embridarme el pecho esta mañana
donde curar con sal aceitunas negras
y lavar a mi padre cuando ya no se valga.

Carmen Camacho (1976, Jaén, España); extraído de (TRAS)LÚCIDAS. Poesía escrita por mujeres (1980-2016), Bartleby editores, 2016.

La ventana

La ventana


La ventana engrandece lo que enmarca,
une todo con todo: el estudiante
de la bufanda roja, el perro absurdo
que observa con su hocico, los obreros
de azul saliendo de aquel bar con prisas,

en ella,
ahora,
significan más.

Basta con acotar nuestra mirada,
para que en su interior crezca una red
que pesca entre las cosas peces vivos.

Escribir poesía es de algún modo
estar enfermo de buscar ventanas.

Y estar enfermo de pensar quién puede
borrosamente
desde el otro lado
mirarte a ti
significando qué.

Lorenzo Oliván (1968, Cantabria, España); Para una teoría de las distancias de, Ed. Tusquets, 2018

Mi trabajo consiste

Mi trabajo consiste
en asesinar la luna,
por eso me pagan.
Hago pentagramas
con expedientes
amarillos
y pompas
de jabón.
La administración pública
está llena de silencios
que entierro en mis pies
y a veces
(sin querer)
me traigo a casa.
Me he sentado
en el despacho vacío
y querría crear
algo más
que decretos
y metáforas.
Ahora cocino mi piel
con ajitos frescos,
a nadie le importa
lo que llevo dentro.
Levanto las cejas
y a veces sueño.
No tengo dibujos
ni apellido
ni dinero.
Tengo una cuerda floja
donde mezclo mis besos.


Noemí Trujillo (1976, Barcelona, España); Lejos de Valparaíso, Ed. Sial, 2009

Sólo lo que hagas y digas

Sólo lo que hagas y digas


Sólo lo que hagas y digas
eres, incierto lo que piensas, invisible
lo que sientes dentro de ti.
¿Qué significa
dentro de ti? Nada eres si, como dicen,
no es intersubjetivamente comprobado
(al menos comprobable). Juan de la Cruz no es
más que unos poemas, Emily
Dickinson, Edgar Allan Poe, sólo palabras.
¿Qué significa
intersubjetivamente? ¿Cuántos sujetos
hacen falta? ¿Cuántos que digan
a la vez: Juan de la Cruz, Emily
Dickinson, Edgar Allan Poe son cimas
de la vida humana, cimas
de la miseria humana en este hermoso
mundo?

Olvida García Valdés (1950, España), Caza nocturna, Ed. Ave del paraíso,  1997

Alquimistas del alma

Alquimistas del alma


Los matemáticos explican cómo y por qué
se crean ondas concéntricas al lanzar una piedra al agua;
los científicos crean máquinas para lanzar esa piedra
o modifican el agua porque no quieren ondas sino cuadrados;
los novelistas lo escriben y describen;
los curas rezan que ya lo había escrito Dios en alguna parte;
los soldados lo atacan o acatan;
los periodistas lo investigan;
el público aplaude o insulta;
los empresarios vallan el río y rompen la montaña;
los jóvenes escupen al agua o reciclan la piedra.
Y sólo el poeta se pregunta qué sentirá el agua y qué sentirá la piedra.

Alberto Pérez Ruiz (1980, Burgos, España); Poesía en el camino. Antología poética (2011-2014). Olmillos de Sasamón (Burgos), Editado por la Institución Fernán González, 2015

Cansado idioma

CANSADO IDIOMA

Escribes árbol pero no consigues
oír el canto de los pájaros en sus ramas
ni el susurro que le arranca el viento.

Escribes agua pero siguen secas tus manos
y agrietada de sed permanece tu garganta.

Escribes sol pero la noche insiste fuera,
lenta tortuga, cuánto tarda
en resbalar al otro lado del horizonte.

Escribes muerte pero sigues sintiendo
en las sienes el compás del corazón,
rumor de tiempo que avanza o que da vueltas.

Para qué escribir más palabras si el idioma
se cansó y ya no sabe suscitar la lluvia
con la palabra lluvia
ni dar calor con la palabra lumbre.

(Juan Bonilla, Hecho en falta, 2014)