IV

IV


las palabras no hacen el amor
hacen la ausencia
Alejandra Pizarnik

cuando digo cómo retumba la palabra siempre
quiero decir cómo retumba la palabra nunca
qué estela deja tras de sí
qué vacío ese nunca
qué eco ráfaga temblor
qué nada en el todo
qué miedo atronador
ese nunca siempre nunca.

Nuria Ruiz de Viñaspre (1969, Logroño, España); extraído de (TRAS)LÚCIDAS. Poesía escrita por mujeres (1980-2016), Bartleby editores, 2016.

Acuarela

Acuarela

Hay viajes que se suman al antiguo color de las pupilas.
Después de ver la isla de Calipso ¿es que acaso Odiseo
volvió a mirar igual? ¿No se fijó un color
como un extraño cúmulo de algas
en sus pupilas viejas? Lo mismo que en los pliegues
mínimos de la piel
se fosilizan besos y desdenes, así los ojos filtran
esa franja turquesa del mar que acuna islas,
medusas de amatista, blancura de navíos.
La piel es vertedero de memoria
lo mismo que el poema. Pero acaso unos ojos
extrañamente verdes de repente dibujen
empapados de luz
un boscoso archipiélago perdido.

Aurora Luque (1962, Almería, España), Carpe noctem, Ed. Visor, 1993

De poética y niebla

De poética y niebla

tan lejos de uno mismo —hoy—

Aunque en las noches la busco,
sé que no existe,
que el hueco donde late,
dentro de mí, no es mi refugio,
ese hueco donde estoy y no estoy,
donde está y no está
—sin paz— la poesía,
no existe,
es solo —siempre— la pregunta
que me arrastra el poema.
El poema es lo que tengo:
a veces —lo sabemos de sobra— es dócil
como un cachorro que nos sigue
adonde vamos. Otras, es el cabo
de las tormentas,
indómito, intratable,
golpeando la niebla de mi pecho.
Paciente en cierto modo,
desciendo a la colmena de la ciudad dormida:
soy la abeja
atrapada en la celda
por el hilo
de su boca obsesiva.
Haciendo me deshago.
El poema es veneno
que bebo en mis labios.
¿Del fondo de qué abismo
asoman las palabras
pegajosas de vida
o de muerte?
En la sombra devano la madeja
que he llamado mi historia,
sílabas desnudas como miradas
que me corroen
o me alimentan.
El poema no es un juego,
no es un jeroglífico.
Pero hay que darle la vuelta
a las palabras, saber
que viven entrelíneas,
que se muerden la lengua
para decirnos:
en lo que callan
me hablan.
Escribir es niebla.
Para mí quiero
todas las palabras.
Cuando escribo me escriben.
En su tela me enredo.

Ángeles Mora (1952, Córdoba, España); Bajo la alfombra, Ed. Visor, 2008.

No has leído amor mío

¿No has leído amor mío,
en NOVEDADES:

CENTINELA DE LA PAZ
GENIO DEL TRABAJO
PALADÍN DE LA DEMOCRACIA
EN AMÉRICA
DEFENSOR DEL CATOLICISMO
EN AMÉRICA
EL PROTECTOR DEL PUEBLO
EL BENEFACTOR…?

Le saquean al pueblo
su lenguaje.

Y falsifican las palabras
del pueblo.

(Exactamente como el
dinero del pueblo)

Por eso los poetas
pulimos tanto un poema

Y por eso
son tan importantes
mis poemas de amor.

Ernesto Cardenal (1925-2020, Nicaragua); Epigramas, Ed. Tusquets, 1978

No sabe nombrar las cosas

Amor
desde la sombra
desde el dolor
amor
te estoy llamando
desde el pozo asfixiante del recuerdo
sin nada que me sirva ni te espere.
Idea Vilariño

No sabe nombrar las cosas

Destejo cada noche el telar
en movimientos similares
al abrazo de un contorno
que está borrando el tiempo.

No quiere nombrar las cosas.

Yo hilo mil palabras a puntadas,
revelo con vocales la pena,
con consonantes los besos
que no conocen ya su destino.

No puede nombrar las cosas.

Nos separan incontables pasos
que ya por fin se descubren,
no son los kilómetros la razón:
nuestras diferencias son insalvables.

Clara C. Scribá (1992, Madrid, España); Ya no, Ed. Huerga & Fierro, 2018

El mundo sin palabras

El mundo sin palabras

Deshagamos las palabras hasta sacarles la médula
y arrojemos los desperdicios al olvido.
Quitémosles las letras, los acentos,
todo rastro de gramática
que se les haya quedado adherido.

Empecemos por aporrear los verbos,
pasemos a cuchillo los sustantivos,
para eliminar toda acción,
para que nada ni nadie tenga nombre.
Ni tú ni yo debemos
perdonar a los pronombres,
neguemos hasta la última persona del verbo vivo.
Destrocemos también los adjetivos,
las preposiciones, los nexos, todas las partículas.

Si las palabras están en un verso,
tirémoslo al suelo desde un piso alto
y disfrutemos del espectáculo
de verlo hacerse añicos y desparramarse
por el suelo.

Matemos siempre, nunca,
mientras, ya, todavía,
a toda la perversa cohorte de los adverbios
y enterrémolos muy profundamente
en mitad de un desierto.

Cuando ya nada quede, cuando sea imposible
imaginar ningún concepto,
en el momento en que nadie
pueda articular o escribir
signos que otro entienda,
cuando no acudan a mí, a nosotros,
las malditas palabras y se nos esfume la vida
en una sucesión de instantes
que no serán más que presente,
aún entonces, nos quedará una palabra.

Aunque, y esto es no es sencillo de explicar,
tampoco entonces sabremos cuál es
ni cómo llamarla.

Francisco Pérez (Granada, 1965)

Para quien pretenda conocer a un poeta

Para quien pretenda conocer a un poeta

Es difícil conocer el corazón de un poeta.
A primera vista resulta fácil doblegarlo por la vanidad
ensalzarle y hasta aprenderse de memoria unas cuantas líneas suyas.
Caminar a su lado y sostener el mar con la mirada,
hablar de ciudades irreales,
adivinar su amor y sus costumbres,
su vida cotidiana, sus odios y rencores.
Penetrar el secreto de su técnica,
llegar a sus orígenes.
Pero ¿quién, bajo lluvia, es capaz, sabe realmente
cómo es por dentro ese cuerpo tembloroso, amoroso,
maldito, blasfemo o perseguido de un poeta?

Thelma Nava (México, 1932); El primer animal. Poesía reunida (1964-1995), Ed. Conaculta, 2000

El verso

El verso

Es un coloquio
que me bebe;
no me orienta,
me adentra,
responde a mi ceguera
y acaba perdonándome en su rostro.
Me trae fortunas heredadas,
abrazos de otros, leyendas visibles,
invisibles, rectas de la muerte,
volutas del momento,
tormento, cántico rodado de hace mucho:
el verso.

Resbala del pelo a la garganta,
me hace tropezar de veras,
guiña su ojo
tiende el mar
y yo me tiento.

El verso es un ojo
pensado para ciegos,
para mí,
un caballo al fondo
volver a casa
y encender la lámpara del miedo,
del miedo o la pregunta.
Tanto
me estrecha la cintura,
se escapa de mis brazos,
me adentra en la campana del llanto,
oros con llanto, del din don,
en la plegaria.
Y coge mi mano recién hecha
al vacío
y no me deja en paz
aunque lo mate.

El verso
puede con mi vida
sin pedirme permiso para la muerte.

Pureza Canelo (1946, Cáceres, España); Habitable (Antología poética), Ed. Renacimiento, 2019

Poeta de guardia

Poeta de guardia

…¡Otra noche más! ¡Qué aburrimiento!
¡Si al menos alguien llamase llamara o llamaría!
… ¡La portera! que si su nieta pare,
y recordase que soy puericultora…
O un borracho de amor con delirium tremendo…
o alguna señorita de aborto provocado
o alguna prostituta con navaja en la ingle
o algún quinqui fugado…
o cualquier conocido que por fin decidiera suicidarse…
o conferencia internacional…
(esto sería una bomba –pacifista–).
O que la radio dijera finamente:
«¡La guerra del Vietnam ha terminado!»
«El porqué de estar solo ya se sabe.»
O «el cáncer descubierto».
Y nadie suena, o quema, o hiela o llama
en esta noche
en la que
como en casi todas,
soy poeta de guardia.

Gloria Fuertes (1917-1998, España), Poeta de guardia, Ed. El bardo, 1968