Aprendiendo a leer el pasado y el futuro en las líneas de un poema

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Recuerdo el primer día que me separé de ti

Recuerdo el primer día que me separé de ti
estaba el puerto lleno de marineros blancos como estrellas
mientras hacían bailar sus peonzas los niños gritaban tu nombre
de pronto
la ciudad cambió de rumbo como si fuera un barco a la deriva
aún no sé cómo pude salvarme
ni qué ángeles ciegos condujeron mi huida
anoche
soñé que me volvía a perder en el túnel solitario
al despertar sentí tu mano suave
recordé que la dicha es un tesoro que poseo

Esperanza Ortega (1953, Palencia, España), Algún día, Ediciones Portuguesas, 1988. Extraído de Lo que va a ser de ti, Ed. Plaza & Janés, 1999

Ítaca

Ítaca

¿Y quién alguna vez no estuvo en Ítaca?
¿Quién no conoce su áspero panorama,
el anillo de mar que la comprime,
la austera intimidad que nos impone,
el silencio de suma que nos traza?
Ítaca nos resume como un libro,
nos acompaña hacia nosotros mismos,
nos descubre el sonido de la espera.
Porque la espera suena:
mantiene el eco de voces que se han ido.
Ítaca nos denuncia el latido de la vida,
nos hace cómplices de la distancia,
ciegos vigías de una senda
que se va haciendo sin nosotros,
que no podremos olvidar porque
no existe olvido para la ignorancia.
Es doloroso despertar un día
y contemplar el mar que nos abraza,
que nos unge de sal y nos bautiza como nuevos hijos.
Recordamos los días del vino compartido,
las palabras, no el eco;
las manos, no el diluido gesto.
Veo el mar que me cerca,
el vago azul por el que te has perdido,
compruebo el horizonte con avidez extenuada,
dejo a los ojos un momento
cumplir su hermoso oficio;
luego, vuelvo la espalda
y encamino mis pasos hacia Ítaca.

Francisca Aguirre (1930-2019, Alicante, España), Ítaca, Ed. I. Cultura Hispánica, 1972 (Premio «Leopoldo Panero», 1971). Extraído de Mujeres de carne y verso: antología poética femenina en lengua española del siglo XX, Ed. La esfera de los libros, 2002

Nombres borrados

Nombres borrados

La mente no es un lápiz para tomar apuntes,
es una goma de borrar.
(Marko Vesovič)

Mi padre fue perdiendo poco a poco el lenguaje.
Y empezó por los nombres. Lo primero
que olvidó su cerebro no fueron los adverbios
ni los pronombres ni los adjetivos,
como uno estaría tentado de creer,
ni las motas de polvo de las preposiciones,
sino los sustantivos.
La manzana dejó de ser manzana,
el vaso pasó a ser eso,
y quienes se acercaban dejaban de llamarse.
La muerte comenzó su labor minuciosa
robándole los nombres,
borrándolos, poniendo
en su lugar un esto o un aquello,
un dame, un balbuceo, un gesto de la mano.
Lo último que se pierde son los verbos,
los verbos que se mueven en la sangre
como si fuesen peces
hasta que acaba el mundo,
hasta que ya no puede el cuerpo con su alma.
Los adjetivos son afectuosos,
visten de amor lo que miran
y por eso perviven.
Pero los nombres se esfuman.
Y la sustancia de los sustantivos
es agua de borrajas, niebla, torres de humo.
La manzana deja de ser manzana.
Yo dejo de llamarme
La palabra dolor no significa nada.

Juan Vicente Piqueras (1960, Valencia, España); Qué hago yo aquí (Poemas, 1999-2017); Ed. Renacimiento, 2019

Te soñé siendo enorme árbol blanco

Te soñé siendo enorme árbol blanco
del tamaño de un elefante
y con ojos de cierva

te soñé dentro de un vientre que es un barco
y recordé tu voz, tu huesuda voz llamándome
brillando regada con la calidez del panadero

y vino un viento y te desenvolvió
dejó tu cuerpo desnudo, tu cuerpo de vieja
áspero, estrujado como un trapo empapado en lejía

y yo me desenvolví contigo para fingir
que todo es fácil
los gritos la ceguera de las manos,
la historia de muchas mujeres
el silencio del adoquín que se resquebraja de
tanto árbol tuyo

¿cuál es la canción que más tarareabas?

porque el tocadiscos está gastado
como los perros después del aguacero

María Sotomayor (1982, Madrid, España); La paciencia de los árboles, Ed. La Bella Varsovia, 2018

Cuando recuerdo que una vez fui niña

Cuando recuerdo que una vez fui niña

A Esperanza y Manolo Rico

Cuando recuerdo que una vez fui niña
se me suele caer algún objeto;
unas veces la cosa tiene arreglo:
basta con agacharse y recoger del suelo
un libro, algún zapato, quizás una carpeta.
Otras veces la historia acaba en muerte súbita:
un plato menos, un florero, un vaso.
Yo recuerdo mi infancia y no sé cómo
casi siempre termino recogiendo escombros.
Claro que, en ocasiones, esos escombros brillan:
las migajas de duralex tienen algo muy parecido a las burbujas
que les da un cierto aire de bisutería;
en cambio, los pedazos de porcelana
lo primero que muestran son los bordes
y un como avergonzado desconcierto;
el cristal, por su parte, siempre es joya,
el destrozo no altera su hermosura,
un pequeño fragmento, una mínima esquirla,
mantiene inalterable el fulgor de la transparencia.
Suelo inclinarme entonces con ternura
y recoger despacio, uno por uno,
esos frágiles testimonios de un vacío,
de una oquedad vibrante y misteriosa
que una vez albergó flores y aroma.
A veces la recolección acaba en sangre,
lo intangible de vez en cuando corta.
Y ese corte produce en mí una quieta angustia,
una extrañeza amortizada en llanto
y un repentino amor hacia mi vida,
mi testaruda vida consecuente,
tan repleta de dichas y de espantos,
tan pegada a los huesos de mi cuerpo,
tirando del vivir sin darse tregua,
sin quererse parar por si el tiempo la vence.
En momentos así,
entre trozos de porcelana y flores secas,
entre restos de fuegos fatuos
levemente apagados por el polvo,
me gusta echar la vista atrás y ver
paisajes y canciones y aguaceros,
mañanitas al borde de la playa,
la niña que yo fui jugando al corro con mi hija,
haciéndole las trenzas y recordando historias
que me contaba a mí mi abuela.
Por un momento todo vive junto:
mi asombro frente al mar allá en Levante,
la radiante alegría de mi hija
entre las verdes aguas de la Isleta del Moro,
y el sobresalto náufrago y absorto
de los ojos de Félix en Cantabria,
mirando sin creer lo que veían
en el atardecer de El Sardinero:
un mar tan desmedido como el Tiempo.
Hay que ver lo que puede florecer en nuestro corazón
un día cualquiera, una mañana como tantas,
una de esas mañanas en que de pronto,
sin motivo, sin causa, recordamos
que hace ya mucho tiempo tuvimos una infancia.
Y el hermoso jarrón se nos escapa de las manos
y vemos en el suelo un arcoíris de luz diseminada.
Pero en cada fragmento tiembla y huele
el aroma de un tiempo deslumbrante.
Un tiempo que murió para ofrecernos
este dolor que nos abriga y nos consuela ahora.

Francisca Aguirre (1930, Madrid, España); La herida absurda, Bartleby, 2006. Extraído de Extraído de Detrás de los espejos (Antología 1973-2010), Ed. Bartleby Editores, 2013

Te oigo

Te oigo:
como si lloviera pesadumbre
dentro de mi pensamiento.
Te cito:
en la balaustrada de la angustia
prendida
en la hora incierta del vértigo.
Un azul:
rompe
los barrotes de mi prisión
Incógnita abierta
en la maraña de tu pensamiento.
Inconsciente, te intuyo
te oigo
y en el azul te cito

Candy Cano de la Torre (Valladolid, España), Voces nuevas (XXVI selección), Ed. Torremozas, 2013

Residua

Residua

Corta la vida o larga, todo
lo que vivimos se reduce
a un gris residuo en la memoria.
De los antiguos viajes quedan
las enigmáticas monedas
que pretenden valores falsos.
De la memoria sólo sube
un vago polvo y un perfume.
¿Acaso sea la poesía?

Ida Vitale (1923, Uruguay), Sueños de la constancia, Ed. Fondo de Cultura Económica, 1988

Mi primer biquini

Mi primer bikini  

Solo yo sé cuándo sobrevivimos.
Lo sé porque mis dedos
se transforman en lápices de colores.
Lo sé porque con ellos
dibujo en las paredes de tu casa
mujeres con rostro de epitafio.
Porque, a la caricia de la punta,
comienza el derrame de los cimientos
formando arco iris en la noche.
Porque, al escribir testamentos
en el suelo, se remueven las vísceras
de azúcar, y trepan tus raíces.

Grabo versos de colores fríos
en tu piel, de arquitrabe a basa,
y les llueve y los diluye, y compruebo
que la lluvia suena como hacen al caer
las canicas brillantes y naranjas
que cambiaba en el patio del recreo,
poco antes de calzar mi primer bikini.

Hoy guardo las canicas, como un apagado
tesoro, en los huecos de otras espaldas. 

Pinto también en la terraza de enfrente
un jardín de lápidas cálidas y hermosas.
Trazo como una medusa de bronce,
un paraíso de cadenas hendiendo en mantillo
el valle diminuto que proclama que es frágil
y sin embargo, dirás tú, sobrevive.

Elena Medel (1985, Córdoba, España), Mi primer bikini, Ediciones DVD, 2001 (Premio Andalucía Joven de Poesía)

Cuando éramos eternos

Cuando éramos eternos

Para Álvaro Álvarez Villamartín


Cuando éramos eternos
y los días no parecían tener un fin,
nos gustaba gastar las horas
sentados en la calle
charlando sobre el paso del tiempo y sus efectos.
Envejecer solo era el argumento romántico
de esta trama que llaman existencia.
Nombrábamos la vida
como si aún no hubiera nacido
ni tampoco fuéramos a morir.
Por alguna razón que no sabría explicar
sentíamos que estábamos a salvo.

Nos engañábamos, era obvio.
Sin embargo, jamás nuestra mirada
fue más franca que entonces.

José Gutiérrez Román (1977, Burgos, España); Material de contrabando, Ed. Difácil, 2020

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