Centro de salud

Centro de salud

Ahora voy al centro de salud
que estaban construyendo
hace unos cuantos años,
cuando tú y yo solo éramos dos adolescentes
que se arrullaban tras sus obras.
Ahora tengo el doble de la edad que tenía entonces,
es sólo un hecho, nada más.
Sentado al borde de mí mismo,
exploraba tu cuerpo con ternura
e indecisión.
—Toso mucho —le digo al médico—,
no dejo de toser —recalco.
Y mientras se lo cuento,
descubro desde su ventana aquel jardín
donde tú y yo nos auscultábamos.
—Respira hondo —me pide.
Y a duras penas,
con el pecho encogido, tomo aire.

José Gutiérrez Román (1977, Burgos, España), Material de contrabando, Ed. Difácil, 2020.

Mi primer bikini

Mi primer bikini  

Sólo yo sé cuándo sobrevivimos.
Lo sé porque mis dedos
se transforman en lápices de colores.
Lo sé porque con ellos
dibujo en las paredes de tu casa
mujeres con rostro de epitafio.
Porque, a la caricia de la punta,
comienza el derrame de los cimientos
formando arco iris en la noche.
Porque, al escribir testamentos
en el suelo, se remueven las vísceras
de azúcar, y trepan tus raíces.

Grabo versos de colores fríos
en tu piel, de arquitrabe a basa,
y les llueve y los diluye, y compruebo
que la lluvia suena como hacen al caer
las canicas brillantes y naranjas
que cambiaba en el patio del recreo,
poco antes de calzar mi primer bikini.

Hoy guardo las canicas, como un apagado
tesoro, en los huecos de otras espaldas. 

Pinto también en la terraza de enfrente
un jardín de lápidas cálidas y hermosas.
Trazo como una medusa de bronce,
un paraíso de cadenas hendiendo en mantillo
el valle diminuto que proclama que es frágil
y sin embargo, dirás tú, sobrevive.

Elena Medel (1985, Córdoba, España), Mi primer bikini, Ediciones DVD, 2001 (Premio Andalucía Joven de Poesía)

Distintas formas de callar de igual manera

Distintas formas de callar de igual manera

El silencio es la pausa
que precede al rugido.
El nuestro
—un silencio compartido lleno de ruido—
es ya un idioma extinto,
no hay grito que lo devuelva a la vida
ni boca que lo reconozca.
Es mejor así,
pero a veces vuelvo al lugar donde exilié tu voz
y me cuesta regresar
ilesa.
Dejar mis recuerdos en otro sitio
es abandonar
palabras que no volverán a pronunciarse.
Aquí dentro,
el silencio es un hueco inhabitable.

Elvira Sastre (1992, Segovia, España); Re-generación. Antología de poesía española (2000-2015); Ed. Valparíso, 2016

Amanecer

Amanecer

Mientras duermes te miro.

Me recuerdas
el frío de las fuentes en los labios,
el prado debajo de la espalda,
la indescifrable danza de las nubes,
el dulce sabor de diminutos dedos en la masa,
la tierra en las uñas,
los pies mojados en los charcos,
los bolsillos repletos.

Contigo junto a mí
los días recobran la suave textura de la cera
y repiten mil veces el amanecer.

Contigo junto a mí
veo pasar de largo la tristeza.

Irene Sánchez Carrón (1967, Cáceres, España); Escenas principales de un actor secundario, (Premio Adonáis, 1999) Ed. Rialp, 2000

No pido más

No pido más, ¿ya para qué?
Y es que, siglo tras siglo, no me encuentro
en las alforjas de tan andariega vida
más que el triste legado
de tener que pedir.
Pasé de largo, crucé el límite
y en esta nueva realidad me queda,
apenas, la añoranza de lo mucho
que fui perdiendo al elegir.

No pido más; acaso
la mesa de un café, a ser posible
en Montparnasse, vidrieras y molduras
años veinte, y algunas luces mortecinas
anunciando el derrumbe clamoroso,
definitivo de la tarde.

Y un pintor rezagado que recoja,
silencioso sus bártulos,
y un farol que, de pronto,
se ilumine, incendiando
los árboles cercanos.

¡Ah!, y un saxo
que apenas si se oiga, pero
que, de alguna manera, haga saltar
los resortes más íntimos
de una melancolía antigua; un saxo
que me cuente lo que dejé olvidado
sin querer, ¡tanta vida! ,
lo que me fue olvidando a mí.

Y una calle sin fondo.
Y tú llegando acalorada, frágil,
como del otro lado de la lluvia,
con un paraguas rojo, y el deseo
transparentado en la tersura
de tu piel. Y el mojado impermeable
robándome el contorno sinuoso
de tu cintura amada.

Y un saxo sí, un saxo constipado,
terco y lejano, desde
la niebla de otros tiempos, asomándose
como una flor pequeña por el único
resquicio de esta triste y desolada
conciencia que no quiere
desvanecerse.

Rafael Guillén (1933-2023, Granada, España); Balada en tres tiempos para saxofón y frases coloquiales, Ed. Visor, 2014

Certidumbre de ausencia

Certidumbre de ausencia

Regreso al mismo café.
Las horas lentas que pasaron en vano
atraviesan conmigo la puerta giratoria.
Y al fondo, entre las mesas,
una sonrisa tuya me mira como entonces.

Pero otra vez esos labios extraviados
tampoco son tus labios,
no hay sonrisa y el mármol de esta mesa
certifica en mis manos un mensaje de frío.

Amalia Iglesias (1962, Palencia, España), Dados y dudas, Ed. Pre-Textos, 1996

Desde la orilla solo me llega

Desde la orilla solo me llega
la voz de un viejo sauce llorando
la pérdida, eterna ya,
de esa palabra que te nombre.
Una a una, el aire mece
Las letras primigenias
Los sones de un lenguaje olvidado.
 Y alguien, sentado en el umbral de los días,
recoge el canto entonado por sus ramas.
 De eternidad en eternidad,
solo las raíces
de este viejo sauce
recuerdan en silencio
la última palabra.
 Solo su frágil apariencia
afirmará, desde su languidez,
el paso de tu nombre
por mi ausencia

Ángela Serna (1957, Salamanca, España); De eternidad en eternidad, Ediciones La Palma, 2006

La tarea

La tarea

Habría que pedir silencio, habría
que pedir que cesara el laboreo del mundo,
lo doméstico de las mujeres con su charla
cuando en el patio se ponen a tender la ropa.
El sol atraviesa las sábanas húmedas
y deja su espacio de zonas secas,
un paisaje que es otra forma de ocaso.
Me he prendido de este crepúsculo
igual que un rey loco de una reina,
me he enamorado de mi noche,
soy un mudo que desatendiese su carga,
la presión de la voz gritando por salirse
en palabras extendidas que parecen el desierto.
Hablo y me equivoco. Hablo y lo hago
torpemente, desde mi propia vigilancia
como el que aprendiera las llaves y las fórmulas
pero olvidara el dibujo en el hueco de la cerradura,
olvidara todo el vacío del cierre, el lugar
en penumbra donde el nombre encaja.

Como un golpe blanco en una víscera
Así es mi apellido diciéndome
Entre el ruido de esta hora.
Algún modo habrá de bautizarme.
En el río aun de niños nos llamábamos.
Nos gritábamos de improviso.
Luego no tuve otro modo de hablar
sino aquel que se llevó la corriente.
La gramática del balbuceo, las sílabas
De la cuna y del pecho.
La voz casi tendida de la leche.

El estrecho sitio entre la pena
y la expresión de la pena
lo ocupa un voraz verbo.
La travesía que va de nombre
a nombre un nombre la cubre.
De hierro se vuelve el aire
Que al lado del barrote circula.
El idioma devora idioma, es
sonido lo que el sonido habla.
Come, pido así, y reúne tus fuerzas,
y el lenguaje es el que se pone
a pan y agua, la lengua la que ayuna.
Mi boca es la que dice que tiembla.

A todo lo que le falta un adjetivo
lo hemos considerado muerto,
aunque esto es verdad en parte.
La muerte chupa como termita
la savia de las sílabas, se sorbe
la sustancia blanda de las frases,
las deja en médula o en tono redondo,
Arturo, Antonio, Julio, digo
como quien hace muecas contra un muro,
pronuncio, Lucio, Adela, Jesús.
Nunca se parecieron más a sus verbos,
ni fueron nunca tanto su nombre,
cáscara desnudada, puro hueso metido,
nunca se hicieron ellos de tal modo.

Hay secretos que no se cuentan.
La palabra no es ojo y menos es mano
ni cuello ni nave alta que transporte
hombres. La palabra no cosecha,
no cruza ríos ni desembarca en ellos.
La palabra es como un mantel de flores
en desvaído tergal de otra época,
un mantel viejo y sin apenas apresto
que a diario se saque y luego se pliegue,
que se use al almuerzo y cuyo trabajo
resulta mejor si en nada destaca,
si no se nota que está sobre la mesa,
todo extendido y cubierto de dones,
fruta, pan, carne. Una frágil membrana
entre el mundo y el mundo.

Existía una costumbre en la mesa,
los menores no hablaban en tanto
no preguntasen los mayores.
Como de espinas de pescado
uno se guardaba de los dientes,
el paladar se volvía una caja
y una llave. Por eso, la harina
quedaba en medio silenciosa, el agua
estaba por eso líquida, la sal salada,
las horas eran horas y era fruta la fresa,
el limón por eso volaba.

No había luna. Parecía a punto de llover.
En el patio ondearon las sábanas tendidas,
eran una envoltura destinada a nosotros.
Un fantasma de lo que ha de venir.
Alguien pidió que lo acompañásemos.
Por un lado reclamaba la voz y, por otro,
sin unirse del todo, sonaba lo pedido.
Salimos vadeando la tormenta y pensé
en aquella frase tan desdoblada y floja
si no la dicen hombres con nueva gramática.
Oímos muchas cosas en el mensaje del ángel.
La oración en el cielo funda un malentendido.
La lluvia cae siamesa sobre ropa mojada.

Carne, pan, vino, uva verde,
esto reclamas que te sea acercado.
Del extremo de la tabla opuesta
se te hace llegar hasta la boca.
De nuevo te alimentas con lo que pides.
Antes también había sed al querer leche
y el festín de trigo no tenía otro objeto
que quedar saciado. De nuevo lo dicho
se aproxima al acto de nombrarlo.
Nuevamente no hay más distancia.
No hay más ruego que éste que tiene
Los términos justos y cada uno invoca.
Cada uno bautiza aquello que llama.
Otra cosa sería argumentar la obediencia,
Dar vueltas siempre al discurso del mudo.
Ahora sólo confías en la comida clara.
Crees en nombres conciliados.

Esperanza López Parada (1962, Madrid, España); extraído de Tras(lúcidas) Poesía escrita por mujeres (1980-2016), Bartleby Editores, 2016

Reclamación

Reclamación

Me hablas como si fuera yo quien decidiese.
Como si mi existencia
junco en llamas
tuviera algún poder sobre la realidad.
Mi humilde voluntad no suma más
que otro grano de arena en la alta duna.

Piensa un minuto en mi insignificancia.
¿He decidido que hoy sea el vértice del tiempo
como de agua es el río y de idea la palabra?
No me culpes del curso de la naturaleza.
Como tú, soy su fruto. A su pulso me debo.

Te olvidé ya hace tiempo.
No hay nada que añadir
aunque el lenguaje apenas aclare los finales.
Es inútil culparme y más aún pretender
que un recuerdo caliente igual que un cuerpo.

Raquel Lanseros (1973, Cádiz, España); Matria, Ed. Visor, 2018

Naturalezas muertas

Naturalezas muertas
I.
Las manillas de este reloj
tan sólo van cerrando puertas.

II.
De algunas vivencias
queda apenas un retrato molesto.

Objetos inertes, inútiles,
invadiendo la memoria.

¿Para qué volver?
Su pulpa agridulce se secó hace tiempo.

III.
Una flor de papel
también es un vegetal.

Sonia Marpez (1987, Lugo, España), “Estación Poesía” Nº 8, Editado por Secretariado de Publicaciones Universidad de Sevilla, 2016