Materia orgánica

Materia orgánica

Cayeron por el suelo pedazos del espejo.
Aquel cristal de cuerpo entero y frágil,
mal apoyado en las paredes
de los cuartos oscuros,
que se quebró al grito de las horas.
En el agua ya quieta de sus gotas de plata
veo flotar casas y libros,
una cuna crecida hasta ser árbol,
los amigos ausentes y los cuerpos,
la risa, la locura, las traiciones,
el amor y sus barcos naufragados.

Venciendo el mal augurio,
con gran cuidado, tomo lo que brilla.
Afilo los fragmentos rotos.
Con ellos hago flechas
para el carcaj del tiempo,
señuelos, armas, lazos
con que cazar la vida que vendrá.

El resto, hecho trizas, bien cerrado
lo bajaré esta noche en una bolsa.

Trinidad Gan (1960, Granada, España); Papel ceniza, Valparaíso ediciones, 2014

Los pájaros sabrán

Los pájaros sabrán

Me aterra perderme en el presente.
Olvidar qué fue de los fines de semana,
del buen tiempo de diciembre,
de la comida fría en las estaciones de autobús.

Pero lo olvidaré,
lo estoy olvidando,
inevitablemente,
igual que olvido cerrar los paréntesis o las comillas
cuando escribo.
La vida es un instante,
un cruce de miradas,
una gota de limón cayendo en la camisa.
Un suspiro sobre el escenario.
Rápida como un cambio de siglo.

Ya casi no recuerdo en qué consistía la juventud.
Ya no la reconozco, ya no estoy allí.
No me preguntes qué fue de los buenos tiempos.
Los pájaros sabrán.

Nerea Delgado (1993, Valencia, España); Los pájaros sabrán, Ed. Valparaíso, 2018

Advertencia

Advertencia

Si alguna vez sufres -y lo harás-
por alguien que te amó y que te abandona,
no le guardes rencor ni le perdones:
deforma su memoria el rencoroso
y en amor el perdón es sólo una palabra
que no se aviene nunca a un sentimiento.
Soporta tu dolor en soledad,
porque el merecimiento aun de la adversidad mayor
está justificado si fuiste
desleal a tu conciencia, no apostando
solo por el amor que te entregaba
su esplendor inocente, sus intocados mundos.
Así que cuando sufras -y lo harás-
por alguien que te amó, procura siempre
acusarte a ti mismo de su olvido
porque fuiste cobarde o quizá fuiste ingrato.
Y aprende que la vida tiene un precio
que no puedes pagar continuamente.
Y aprende dignidad en tu derrota,
agradeciendo a quien te quiso
el regalo fugaz de su hermosura.

Felipe Benítez Reyes (1960, Cádiz, España), Los vanos mundos, Ed. Maillot Amarillo, 1985. Extraído de Poesía para los que leen prosa; Edición de Miguel Munárriz, Ed. Visor, 2004

Aunque hubiera tenido que comer pan solo

Aunque hubiera tenido que comer pan solo

Madre,
me acuerdo de una vez, no sé cuándo, tú ya eras
muy mayor, el sol nimbaba
tu rostro puro, finísimo, de sonrisa esplendente,
sin una arruga. Hablabas de mi padre,
que había muerto años atrás: tortolica sin socio,
sola en el aire cenital del mediodía.
La vida
iba llegando a su fin, y recordabas los años
de privaciones y escasez, tenacidad y esperanza:
«Tu padre
tardó mucho en colocarse cuando volvimos de Madrid…»
Y me contabas los trabajos y los días
de un Hércules civil al que nunca abandonó la fe
en el futuro. Porque el futuro éramos
nosotros. Es decir, yo. Lo escribo ahora,
2 de enero del año 2008, con temblor
y deslumbramiento, en el centro geométrico de un charco
de soledad purísima.
Te veo,
te vuelvo a ver mirándome, porque me parecía a él
(a quien él era entonces), tomándome la mano
entre tus manos de ríos azules que se iban
yendo tras el recuerdo: Madre,
hoy que no queda nadie de nosotros (yo menos
que ninguno) tus palabras florecen,
bellísimas, en el silencio definitivo de un poema
de amor que tú escribiste con tu vida
(yo le habría seguido
aunque hubiera tenido que comer pan solo)
hasta el final.
‍‍

Eduardo Fraile Valles (1961, Madrid, España), Retrato de la soledad, Ed. Difácil, 2013.

Qué poco hemos cambiado

qué poco hemos cambiado
y agosto era invierno
Fernando Fernández Freijo

ya no te acuerdas
pero siempre hacía frío
se nos helaban las rodillas de esperar
se nos helaban las palabras en la punta de la lengua
porque a nadie interesaba nuestro miedo
crecíamos a lo loco, en silencio
éramos zarzas en los descampados
éramos zarzas en los escalones
el mármol nos alimentaba
éramos zarzas entre las zarzas
y las palabras ahí, detenidas
y el frío ahí, para siempre

Isabel Bono (1964, Málaga, España); Lo seco, Bartleby editores, 2017

Paisajes de papel

Paisajes de papel

A mis hermanas Susy y Margara

Aquella infancia fue más triste.
Ser niño en el cuarenta y dos parecía imposible.
Nuestra niñez era una mezcla de comprensión y aburrimiento.
Éramos serios y aburridos.
Recuerdo aquellas tardes; eran como el mundo era entonces:
sin resquicios y tristes.
Veo a mis pocos años observar con ahínco,
tras el cristal opaco, la calle larga y gris;
el sol estaba lejos y era lo único barato,
lo único que traía alegría sin exigirnos nada.
Veo a mi niña, adulta y consecuente
con un programa bien trazado:
crecer, crecer muy pronto, darse prisa
—ser niño era una carga demasiado pesada
para nosotros y para los grandes—.
Sólo en verano el mundo parecía asequible,
durante tres o cuatro meses saltar, correr, era la vida.
Lo gris volvía siempre muy pronto.
Un día amanecimos lentas, crecidas,
llenas de miedo, de presente.
Buscábamos palabras en el diccionario
con el afán de comprenderlo todo:
necesitábamos hacer lenguaje.
Algunos nos miraron con asombro,
decían que éramos inteligentes.
Nosotras, durante los dolientes domingos
dibujábamos inseguros paisajes.
Durante mucho tiempo ésas fueron todas mis excursiones.
Salir a un campo que no fuera pintado
suponía gastar unos zapatos.
Salir, salir, ése era el sueño,
abolir a las trenzas, inaugurar la barra de labios:
¡mi reino por un trabajo! 

¿Cómo rendir ahora un homenaje a aquellos días?
¿Cómo añorarlos sin desconfianza?
Se arrugaron, igual que los paisajes de papel,
mientras crecíamos hacia este desconsuelo que hoy nos puebla

Francisca Aguirre (1930-2019, Alicante, España), Ítaca, Ed. I. Cultura Hispánica, 1972 (Premio «Leopoldo Panero», 1971). Extraído de Detrás de los espejos (Antología 1973-2010), Ed. Bartleby Editores, 2013

Fantasmas o pretextos

Fantasmas o pretextos

yo era una adolescente con talle de estilete
y la noche encendida sujeta en el cabello
en aquel tiempo solía encaramarme al lomo de tersura de los amaneceres
el envés de la brisa me ceñía
los gallos elevaban al cielo sus plegarias

yo era resuelta y nueva
el futuro era entonces
una extensión sin límite ni fondo ni custodios

no había sentido aún temor del propio miedo
ignoraba
la coacción del dolor
no sospechaba la desolación que acecha en la ternura
ni las brasas que nacen de la intrepidez
ni el fraude prematuro de la inmortalidad

aún los estambres de mi corazón
ese pobre inocente metido a profeta
mantenían intacto el carmín sobre el alma

yo no sé en qué momento la oportunidad
se va volviendo una nube de escombros
ni cuándo lo ligero empieza a ganar peso

solo puedo decir que llega un día
inesperado y áspero
en que las viejas fuentes ya no sirven
para saciar la sed

Raquel Lanseros (1973, Cádiz, España); Matria, Ed. Visor, 2018

Mutaciones poéticas

Mutaciones poéticas

En mi familia no hay poetas.

Pero mi abuelo Gregorio,
cuando regaba el huerto en Belinchón,
se quedó tantas tardes
velando las acequias, murmurando:
No bebemos
el agua: es ella quien nos bebe.
El agua
es
la mujer.

No, en mi familia no hay poetas.

Pero una vez, muy niña, encontré cáscaras
de huevo azul
a los pies del almendruco.
Se las mostré a mi padre y mi padre, silencioso,
me enseñó a hacerles un nido
con ramaje;
y me enseñó por qué: hay pedazos de vida
que son
sueños enteros.

En mi familia, os digo, no hay poetas.

Pero cuando mi bisabuela
Asunción
contempló por vez primera el mar
-la primera y la única-,
me cuentan que se quedó muy seria, muy callada,
durante un ancho rato, hasta que dijo:
Gracias
por
los ojos.

No sé de dónde salgo. En mi familia
no hay poetas
malos.

Martha Asunción Alonso (1986, Madrid, España), Wendy, Ed. Pre-Textos, 2015. Este poemario ganó el Premio de Poesía Joven RNE (2015). Además, la poeta tiene el Nacional de Poesía Joven (otorgado por el Ministerio de Cultura, 2011), el Adonáis (2012), y el Premio Carmen Conde de Poesía Joven (2018)

El majuelo

El majuelo

Cuando se encuentren en tu
boca la uva y el queso,
recuerda que ese beso es mío.
Recuerda que un día quise
pintarte al cielo aún más azul,
y regalarte toda la vida de la
tierra.
Aunque no pude escalar las
Nubes
aquí abajo supe cuidar nuestro
suelo.
Planté la semilla de un deseo y
crecí con ella cada vez que
sonreíste.
Recuerda que encontró en tus ojos la
razón para hacerlo y que esta
compañía fue un latido que susurra
hoy aquella historia en la memoria
de nuestros nietos.
Recuerda que
ahora yo soy esa tierra,
que sigo cuidando de tus uvas y del
dulzor que debieran dejar siempre en
tus labios, que lloro cuando te
extraño para que llueva y todo brote
porque la vida ha de seguir sin mí,
pero tú no.
Yo estoy contigo, por eso vuelvo a
nuestra cama y me notas abrazarte
cada noche y sueñas y dudas.
Pero es cierto amor, lo que
sospechabas, lo que ya sabías, soy
yo a tu lado, siempre vuelvo.

Andrea Valbuena (Barcelona, 1992)

Tú y yo nos encontramos

Tú y yo nos encontramos
en Washington Square.
Me invitaste a cenar
en un club, y la orquesta
tocó para nosotros
«Indian summer»… Bailamos
inmersos en la noche
neoyorquina. Más tarde, mi vestido
brillaba abandonado sobre el suelo
de aquel apartamento, donde era
muy distinta la música: palabras
y suspiros mezclados con sirenas
de los barcos lejanos…
Pero, ¿será posible
que no recuerde ahora,
mientras abro los ojos,
cómo se titulaba la película
donde vi estas escenas?

María Sanz (1956, Sevilla, España), Pétalo impar: Antología de su obra 1981-1991, Ediciones Rialp, 1991