Aprendiendo a leer el pasado y el futuro en las líneas de un poema

recuerdo (Página 2 de 16)

Hace tiempo

Hace tiempo

A Nati y Jorge Riechmann

Recuerdo que una vez, cuando era niña,
me pareció que el mundo era un desierto.
Los pájaros nos habían abandonado para siempre:
las estrellas no tenían sentido,
y el mar no estaba ya en su sitio,
como si todo hubiera sido un sueño equivocado.
Sé que una vez, cuando era niña,
el mundo fue una tumba, un enorme agujero,
un socavón que se tragó a la vida,
un embudo por el que huyó el futuro.
Es cierto que una vez, allá, en la infancia,
oí el silencio como un grito de arena.
Se callaron las almas, los ríos y mis sienes,
se me calló la sangre, como si de improviso,
sin entender por qué, me hubiesen apagado.
Y el mundo ya no estaba, sólo quedaba yo:
un asombro tan triste como la triste muerte,
una extrañeza rara, húmeda, pegajosa.
Y un odio lacerante, una rabia homicida
que, paciente, ascendía hasta el pecho,
llegaba hasta los dientes haciéndolos crujir.
Es verdad, fue hace tiempo, cuando todo empezaba,
cuando el mundo tenía la dimensión de un hombre,
y yo estaba segura de que un día mi padre volvería
y mientras él cantaba ante su caballete
se quedarían quietos los barcos en el puerto
y la luna saldría con su cara de nata.
Pero no volvió nunca.
Sólo quedan sus cuadros,
sus paisajes, sus barcas,
la luz mediterránea que había en sus pinceles
y una niña que espera en un muelle lejano
y una mujer que sabe que los muertos no mueren.

Francisca Aguirre (1930-2019, Alicante, España), Pavana del desasosiego (Premio “María Isabel Fernández Simal” 1998), Ediciones Torremozas, 1999

Cuando la lluvia se ha ido

Cuando la lluvia se ha ido

Cuando la lluvia se ha ido
he salido descalza al exterior,
el olor a tierra mojada era tan intenso…
parecía que toda la montaña
latía con fuerza dentro de mi estómago.

He sentido entonces mi silencio emocionado
como un manzano mecido por la brisa.
Luego me he arrodillado y he estado comiendo tierra
hasta que dentro de ella he oído cantar a mis abuelos.

Julia Otxoa (1953, San Sebastián, España); La lentitud de la luz, Editorial Cálamo, 2008

Datos biográficos

Datos biográficos

Fue mi padre un hombre
alegre donde los haya.
Nació para pintar y eso hizo.
Nació también para disfrutar
y también hizo eso.
Amó en su vida varias cosas:
la pintura, la justicia
y a mi madre.
Tuvo tres hijas
y eso lo convirtió en un hombre feliz.
La tragedia de la guerra civil del 36
contribuyó a demostrar hasta qué punto amaba la Justicia.
Pasará a la posteridad como
un magnífico pintor republicano
al que la dictadura franquista
asesinó en 1942 por defender
a un Gobierno legítimo.
Mi infancia son recuerdos de sus cuadros,
sus canciones su risa su amor por mi madre
y algunas horas terribles
que recordar no quiero

Francisca Aguirre (1930- 2019, Alicante, España); Historia de una anatomía, Ed. Hiperión, 2010

Where is my man

Where is my man

Nunca te tengo tanto como cuando te busco
sabiendo de antemano que no puedo encontrarte.
Sólo entonces consiento estar enamorada.
Sólo entonces me pierdo en la esmaltada jungla
de coches o tiovivos, cafés abarrotados,
lunas de escaparates, laberintos de parques
o de espejos, pues corro tras de todo
lo que se te parece.
De continuo te acecho.
El alquitrán derrite su azabache,
es la calle movible taracea
de camisas y niquis, sus colores comparo
con el azul celeste o el verde malaquita
que por tu pecho yo desabrochaba.
Deliciosa congoja si creo reconocerte
me hace desfallecer: toda mi piel nombrándote,
toda mi piel alerta, pendiente de mis ojos.
Indaga mi pupila, todo atisbo comprueba,
todo indicio que me conduzca a ti,
que te introduzca al ámbito donde sólo tu imagen
prevalece y te coincida y funda,
te acerque, te inaugure y para siempre estés.

Ana Rossetti (1950, Cádiz, España), Yesterday, Ed. Torremozas, 2000

Llegaba el verano

Llegaba el verano
y todos mis amigos se marchaban
de vacaciones a sus pueblos.
Allí les esperaban primos, vacas
cigarros, perros, pozas
futbolines, parras y bicis.
Después de atravesar mesetas de calor
la sombra del olmo en la plaza.

Pero no mi familia.
Mi familia se quedaba en Madrid
o se iba a un hotel barato
en el que no conocíamos a nadie
o de camping junto a un río
sin niños; aunque al menos
había ranas y cabañas de hojas.

Nosotros no teníamos pueblo.
O mejor dicho: habíamos tenido
y nos lo habían quitado.
La guerra se quedó el patio
los colchones de lana
las verbenas
las lápidas de los muertos
las culebras
los baúles del desván
las telarañas.

Cuando fui mayor
mis padres me llevaron
a sus pueblos
para que supiera que nosotros
también habíamos tenido uno.
Mi madre me enseñó su casa encalada
con la parra en el patio;
la casa donde habían nacido
sus hermanos y ella
y en la que ahora vivían
los que habían tenido dinero
para comprársela.

Mi padre me mostró su casilla
junto a la vía del tren
la habitación húmeda
donde la pulmonía
acabó con su madre
el camino que a lo lejos
se perdía hacia el colegio.
La cochiquera para el burro
para el cerdo y las gallinas.

A los pueblos de mis padres
se los tragó la guerra.
Yacen en la corriente de mi sangre
como otros pueblos duermen
bajo pantanos.
En el fondo de mis venas
aún se atisban muros
levantados con adobe
de sangre y nostalgia.

Ana Pérez Cañamares (1968, Santa Cruz de Tenerife, España); De Las sumas y los restos, Ed. Ya lo dijo Casimiro Parker, 2019

Y cómo resistirse

Y cómo resistirse
al hombre acicalado
que se quita el sombrero
y te saca a bailar
y te dice
que quiere amanecer en tu sonrisa.

Quién podría negarse
a las salvas de honor de aquel artificiero
que te llena de pájaros la noche.

(Y después,
cómo no conformarse
y ocupar el lugar de la querida.
Que estudien tus hermanos,
que la vida desprenda su perfume
de nardos y promesas
                         contra el plato vacío).

Acaban de apagarse las últimas bombillas.
La orquesta ya no toca.

Vuestro coche atraviesa,
                         como un jinete frío,
                                       la explanada vacía.

Rosana Acquaroni (1964, Madrid, España); La casa grande, Ed. Bartleby, 2018

La sibila

La sibila

                                      ¿Habrá otro nombre para el lugar
                                      donde no hay recuerdo tuyo?
                                               Eugénio de Andrade

-¿Habrá otro nombre para un lugar vacío,
para la sombra cayendo en las ciudades,
para el vino derramado, para el corazón
latiendo en mi memoria?

-Será un lugar desnudo, cerrado
por el tiempo, donde el invierno
florece anónimo y mezclado
entre tus manos.

-¿Habrá otro nombre para su recuerdo,
para la nieve iluminada cada tarde?

-Será tu muerte, tu pérdida dormida sobre el frío,
la palabra esperada imitando tu alimento,
el desierto, los surcos de su voz,
su compañía.

Marta López Vilar (1978, Madrid, España); La palabra esperada, Ed. Hiperión, 2008. Premio “Arte Joven de Poesía”.

Temblor

Temblor

Porque todo
lo que ha llegado al final
todavía está sucediendo
friego los platos y tiemblo
cojo el teléfono y tiemblo
hago maletas y tiemblo
riego las plantas y tiemblo
me meto en la cama y tiemblo
apago la luz y tiemblo.

Porque todo
lo que ayer sucedió
es tinta que me escribe por dentro
llaman a la puerta y tiemblo
voy por las calles y tiemblo
cambia el semáforo y tiemblo
suenan canciones y tiemblo
llamo ascensores y tiemblo
me miran las fotos y tiemblo.

Porque nunca nada
se nos va del todo
porque hoy no es camino
sino estela de otro tiempo
sigo temblando mientras escribo
sigo escribiendo mientras tiemblo
sigo ayer entre tanto mañana
y te sigo buscando cuando no te encuentro.

Francisco Pérez (Granada, 1965) Inédito

A destiempo

A destiempo

Nací una noche vieja
del frío de diciembre.
Nervios, carreras en la casa,
vapor de agua caliente,
prisas, lágrimas, gritos,
susurros y pañales.
Las luces de aquel cuarto
se fueron apagando con mi llanto
mientras crecía
el bullir de la gente por las calles.
Calma adentro y afuera algarabía,
recordaba mi madre como un sueño.

En aquel desajuste
–todo un presagio-
he vivido por siempre.
Fuera del mundo yo,
aquella habitación, aquellos brazos,
aquella cuna.

Llegué muy tarde al año que se iba
y el que llegaba me encontró dormida.

Ángeles Mora (1952, Córdoba, España), Ficciones para una autobiografía; Bartleby Editores, 2015

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