Recuerdas la playa

¿Recuerdas la playa?

¿Recuerdas la playa
Revestida de cristales amargos
Sobre los que
No podíamos caminar descalzos?
¿El modo en que
Mirabas el mar
Y decías que me escuchabas?
¿Recuerdas
Las gaviotas histéricas
Girando en el tañido
De campanas de iglesias invisibles
Y los peces como santos patrones,
El modo en que
Corriendo, te alejabas
Hacia el mar
Y me gritabas que te hacía falta
Distancia
Para contemplarme?
La nieve
Se apagaba
Enredada entre las aves
En el mar;
Con una desesperanza casi alegre
Yo miraba
Tus huellas en el mar
Y el mar se cerraba como un párpado
Sobre el ojo, dentro del cual yo esperaba.

Ana Blandiana (1942, Rumanía); Octubre, noviembre, diciembre (1972), Ed. Pre-Textos, 2017

Escribiré quinientas veces el nombre de mi madre

Escribiré quinientas veces el nombre de mi madre…

Escribiré quinientas veces el nombre de mi madre.
Con un vestido blanco trazaré cada una de sus letras por las
          paredes de mi dormitorio, por el suelo del patio del
          colegio, por el pasillo de la casa más antigua. Para
          recordar mi origen cada vez que yo viva.
En todos los lugares podré besar sus mejillas limpias de
          cristal, aunque ella duerma lejos:
sus mejillas cercanas que me dolerán allá donde acaricie
          su nombre escrito.
Tantos días, tantas noches habrá de alimentarme
          amorosamente con su parábola descalza;
vendrá mi madre a arroparme, mujer de humo, con los ojos
          tiritando de suerte,
y en cada sueño mis apellidos dolerán como un cartel de
          bienvenida a un hogar diferente.
Sobre mi cabello, rubio como el de mi madre, la corona que
          me ciño como hija primogénita de Dinamarca.
Me llamaré Vacía, en honor a mis muertos; miraré cómo
          retozan de acrílico las palmas de mis manos, sangrará
          mi lengua a disposici6n de mis muertos.
Gritaré quinientas veces el nombre de mi madre para quien
          quiera escucharlo, y escribiré que bendigo este medio
          corazón en huelga mío, pues no olvido:
nací para llorar la muerte de otros.

Elena Medel (1985, Córdoba, España), Tara, Ediciones DVD, 2001

Lluvia

Lluvia

Lluvia.
Lluvia que llega
de muy lejos.
Su oscura
llamada en mis cristales,
insistente.
Llueve.
Por las difusas calles
rumorosas me alejo;
me pierdo en otras lluvias
que lentamente caen
en mi pasado: viejas
rúas de piedra y lluvia,
clases de Historia y lluvia,
campanadas de lluvia
sobre mi infancia… Llueve
en mi ventana; aquella,
esta ventana.
Lluvia,
tibia lluvia que por
el trasfondo del tiempo
acompaña mi vida
poniéndole esta música
gris y lenta…
Esta tarde
la lluvia y yo escribimos
a medias estos versos.

Miguel D’Ors (1946, Santiago de Compostela, España); Curso superior de ignorancia, Ed. Universidad de Murcia, 1987.

Frontera

Frontera

Yo, que llegué a la vida demasiado pronto,
que fui-que soy-la que se anticipó,
la que acudió a la cita antes de tiempo
y tuvo que esperar en la consigna
viendo pasar el equipaje de la vida
desde el banco neutral de la deshora.

Yo, que nací en el treinta, cuando es cierto
-como todos sabéis-que nunca debí hacerlo,
que hubiera yo debido meditarlo antes,
tener un poco de paciencia y tino
y no ingresar en este tiempo loco
que cobra su alquiler en monedas de espanto.

Yo, que vengo pagando mi imprudencia,
que le debo a mi prisa mi miseria,
que hube de trocear mi corazón en mil pedazos
para pagar mi puesto en el desierto,
yo, sabedlo, llegué tarde una vez a la frontera.

Yo, que tanto me había anticipado,
no supe anticiparme un poco más
(al fin y al cabo para pagar
en monedas de sangre y de desdicha
qué pueden importar algunos años).
Yo, que no supe nacer en el cuarenta y cinco,
cometí el desafuero, oídlo,
de llegar tarde a la frontera.

Llegué con los ojos cegados de la infancia
y el corazón en blanco, sin historia.
Llegué (Señor, qué imperdonable)
con nueve años solamente.
Llegué, tal vez al mismo tiempo que él
pero en distinto tiempo.
                         No lo supe.
(Oh tiempo miserable e injusto.)
Estuve allí-quizá lo vi-
Pero era tarde.
                  Yo era pequeña
y tenía sueño.
                  Don Antonio era viejo
Y también tenía sueño.
(Señor, qué imperdonable:
haber nacido demasiado pronto
y haber llegado demasiado tarde.)

Francisca Aguirre (1930, Madrid, España); Los trescientos escalones, Bartleby Editores, 2012

Antes

Antes (poema a la manera de mi padre para mi padre)


Antes
de la música vino tu risa.
Antes
de los sueños vinieron tus cuentos,
las noches sin dormir,
la historia de tu vida
que terminó acunando la mía.

Antes
de la calma vino tu voz,
antesala del descanso,
arrulladora como la espuma del mar,
justa como las divisiones exactas,
pacífica como quien camina abrazado
–bandera blanca entre batalla de gruñidos–.

Antes
del miedo vino tu verdad,
tu empujón tranquilo sin ruedines,
tu experiencia de vida sin edulcorar
que te llevó a tener esa dulzura tan propia
y única que envuelve tu alma.

Antes
de la pena vinieron tus ojos tristes
a enseñarme la belleza del sufrimiento,
a mostrarme que el silencio puede ser un ruido aterrador
o la composición más delicada,
a señalarme que en la ausencia
se encuentra el recuerdo
–y eso es a menudo
la mayor presencia de alguien–.

Antes
de la poesía vinieron tus manos,
tu rostro en mi espejo,
tu letra en mi mesilla de noche,
tus libros en mis ojos,
tu conocimiento sobre mi almohada.

Antes
de la felicidad vino tu caricia
tu orgullo hecho nudo en la garganta,
tus brazos gigantes y pequeños
que protegen sin querer
y salvan queriendo
a cualquiera que se cruce en tu cariño.

Antes
del amor viniste tú con mamá,
con la abuela, con tu hermana, con tu hija,
y con esa manera de tratar a todo lo que amas
como si cada persona fuera un latido
y tú el corazón más inmenso de la familia.
Antes
de mí, del mundo que conozco,
de la vida que he escogido,
de la gente que amo y olvido
en pasado, presente y futuro,
del camino en que me pararé a descansar
y aquel del cual me saldré,
de las dudas, los miedos, mis sueños;

antes
de todo lo venga durante y después de mí
estás tú
porque empapas mis virtudes
y nunca has disimulado mis defectos,
porque la admiración y el amor se han hecho uno
cuando alguien me pregunta por ti,
porque tu mérito no es haberme dado la vida
sino haberme enseñado a vivir.

Porque quiero amar de la manera que tú amas.
Porque te amo de la manera que tú me amas.

Elvira Sastre (1991, Segovia, España; Ya nadie baila, Valparaíso Ediciones, 2015

Qué tarde fue siempre para todo

qué tarde fue siempre para todo

pasado era los restos del desayuno
sobre la mesa del patio a merced de las hormigas
presente no había
la vida era flotar,
el murmullo sólido del agua
rozando las púas moradas de los erizos
futuro era la ducha en el jardín
antes de la merienda
el agua nunca volvió a ser más limpia
ni mi cabeza tan hueca
con el tiempo, aprendimos
a guardar las distancias
a guardar la ropa, a no nadar
a hundirnos con prudencia
sin sobresaltos sin drama
sin tiempo para tomar aire
a partir de ahora
cada uno será responsable de su dolor,
oímos decir

Isabel Bono (1964, Málaga, España); Lo seco, Bartleby editores, 2017

Dardo

Dardo

Breve certero diminuto.
Aquel beso fue un dardo
en el centro amarillo de la diana.
Duró apenas un segundo
y sin embargo pensé en él tanto tiempo.
A veces todavía me sorprende,
en el bolsillo del jean, en la cartera,
arrugado al fondo de la lavadora.
Yo lo estiro de los bordes, resignada,
lo tiendo al sol con el resto de la ropa.

María Paz Otero (1995, Madrid, España); Nimiedades, Ed. Hiperión, 2021. III Premio de Poesía Joven “Tino Barriuso”

Sé que poseo

Sé que poseo algunas cosas,
¡ay mi pequeño afán coleccionista!,
la caja desatada de los truenos,
un oscuro baúl para las lágrimas,
alicates y un dedo de agua de algún sitio,
la precisión exhaustiva de los ríos que no cantan,
un demonio pequeño sin poder contra la muerte,
fotos de amigos perdidos y no sé cómo,
recodos del camino,
indecencia del camino,
su color, su dolor,
más fotos de amigos,
una torre de aire para los relámpagos,
el peso innoble de las palabras que no se dicen,
las nubes de Morón y su sombra temprana,
hasta el ojo huracanado del que se termina hablando siempre,
y total para qué,
si yo lo que quería,
en el fondo, e interminablemente,
era la voz hondísima de Julio.

Mª Ángeles Pérez López (1967, Valladolid, España); Tratado sobre la geografía del desastre,  Ed. Verdehalago, 1997

La sombra de otros días

La sombra de otros días

Pero, ¿alguien ha existido alguna vez
que no se retorciera de dolor por la dicha pasada?
John Keats

Bien lo sé, somos criaturas del aire,
de las corrientes aguas, puras, cristalinas,
de los árboles que se están mirando en ellas.
En un instante sube por nuestros brazos,
salvaje y espléndida,
la inmediatez de la vida;
al siguiente algo nos dice
que muy pronto será tarde y será octubre.

Pero seamos cautos:
a la sombra de otros días
esperan
el dulce veneno de los versos
y el mar abierto a la aventura.
A un paso del infierno
acecha el paraíso.

 Ángeles Carbajal (1959, España), La sombra de otros días, Ed. López y Malgor, 2002

Segundo movimiento

Segundo movimiento

Despertar de la anestesia no es como despertar del sueño.
Cada mañana la conciencia llama respetuosa
a la puerta, y espera
que lleguen poco a poco los colores, el tacto,
la memoria,
se infiltra
muy dulcemente en la respiración
y empieza a entrelazar, como ella sabe,
el pasado a la trama
del día nuevo.
Despertar de la anestesia no es como despertar del sueño.
Es un martirio de instantánea lucidez.
Llega de golpe.
Llega de golpe la vida y se te mete dentro y no pregunta.
No pregunta si quieres.
Te toma de rehén. Y lo recuerdas todo.
De golpe sabes todo lo que tanto
te has esforzado en no saber.
No quiero.
No quiero estar aquí. Frío en los huesos,
violines bien hundidos en la carne,
y yo no quiero. Cántame una canción de hilanderas,
cuéntame un cuento de brujas.
Engáñame con la ternura y sus bombillas doradas
balanceándose en la noche como en una
verbena onírica. Dime que traerás mantas
para este miedo helado
que me estremece. Engáñame,
tú que me reinventaste tantas veces,
no me sueltes así
en medio de la luz.
Porque es abrir los ojos y comprender la heridas
de samurái en el cuerpo de muchacha.
Porque es abrir los ojos y no necesitar
ya espejos. Aquí estoy, parece
que ha pasado un instante
desde que me acosté en esta cama dura
de quirófano y me extendieron el brazo para abrir.
Aquí estoy otra vez y lo recuerdo todo. […]

Ana Isabel Conejo (1970, Barcelona, España); Concierto para violín y cuerpo roto, Ed. Hiperión, 2018