Verdad siempre

Verdad siempre

A Manuel Altolaguirre

Sí, sí, es verdad, es la única verdad;
ojos entreabiertos, luz nacida,
pensamiento o sollozo, clave o alma,
este velar, este aprender la dicha,
este saber que el día no es espina,
sino verdad, oh suavidad. Te quiero.
Escúchame. Cuando el silencio no existía,
cuando tú eras ya cuerpo y yo la muerte,
entonces, cuando el día.

Noche, bondad, oh lucha, noche, noche.
Bajo clamor o senos, bajo azúcar,
entre dolor o sólo la saliva,
allí entre la mentira sí esperada,
noche, noche, lo ardiente o el desierto.

Vicente Aleixandre, Espadas como labios, 1931

Después de las fotografías

Después de las fotografías

Mirar una fotografía
facilita la tarea del recuerdo:
el mundo visto alguna vez
a través de la cámara
se nos muestra
como una imagen quieta
asentada en el papel,
agazapada en la memoria.

Después de las fotografías
se impone la verdad
de dibujar los rostros sin mirar,
de saber quién o qué
ocupa su lugar en el rincón
profundo de los ojos,
depositarios últimos
de aquello que olvidamos.

Javier Bozalongo

Contigo

Contigo

Porque no vive el alma entre las cosas
sino en la acción audaz de descifrarlas,
yo amo la luz hermana que alienta mis sentidos.

Mil veces he deseado averiguar quién soy.

Después de tantos nombres,
de tanta travesía hacia mi propia brújula,
podría abrazar la arena durante varios siglos.
Ver pasar el silencio y seguir abrazándola.

No está en mí la verdad, cada segundo
es un fugaz intento de atrapar lo inasible.
La verdad no está en nadie, y aún más lejos
yace de un rey que de cualquier mendigo.
Si alguien está pensando en perseguirla
no debe olvidar esto:
el fuego ha sido siempre presagio de declive
como la intensidad antesala de olvido.

Cuando mis ojos vuelvan al origen,
pido un último don.
Nada más os reclamo.
Poned en mi sepulcro las palabras.
Las que dije mil veces
y las que habría deseado decir al menos una.

Guardad en mi costado las palabras.
Las que usé para amar,
las que aprendí a lo largo del camino,
las primeras que oí de labios de mi madre.

Envolvedme entre ellas sin reparo,
no temáis por su peso.
Pero cuidad con mimo la palabra contigo.
Tratadla con respeto.
Colocadla
sobre mi corazón.
La verdad no está en nadie, pero acaso
las palabras pudieran engendrarla.

Quizá entonces aquel a quien dije contigo
y para quien contigo fue toda su costumbre,
se acostará a mi lado con ternura,
juntos en el vacío más sagrado,
cuando la eternidad toma nuestra medida,
cuando la eternidad se pronuncia contigo.

Raquel Lanseros (1973, España), Las pequeñas espinas son pequeñas, Ed. Hiperión, 2013