Busco un poema sin tiempo

Busco un poema sin tiempo…

Busco un poema sin tiempo,
sin amores y sin muerte,
sin noches ni amaneceres,
sin infancia y sin gaviotas;
en el que no haya lugar
para los sueños, y el sol
se burle de las palabras.
Busco un poema desnudo,
sin murmullos ni testigos,
un poema, solo uno,
como un ángel de la guarda
que me salve de la vida.

Ana María Navales (1942, Zaragoza, España), Escrito en el silencio, Ed. Calima, 1999.

Patas arriba con la vida

Patas arriba con la vida

Sé que voy a morir porque no amo ya nada.
Manuel Machado

Moriré mortal,
es decir habiendo pasado
por este mundo
sin romperlo ni mancharlo.
No inventé ningún vicio,
pero gocé de todas las virtudes:
arrendé mi alma
a la hipocresía: he traficado
con las palabras,
con los gestos, con el silencio;
cedí a la mentira:
he esperado la esperanza,
he amado el amor,
y hasta algún día pronuncié
la palabra Patria;
acepté el engaño:
he sido madre, ciudadana,
hija de familia, amiga,
compañera, amante.
Creí en la verdad:
dos y dos son cuatro,
María Mercedes debe nacer,
crecer, reproducirse y morir
y en esas estoy.
Soy un dechado del siglo XX.
Y cuando el miedo llega
me voy a ver televisión
para dialogar con mis mentiras.

Mercedes Carranza (1945, Colombia), Tengo miedo, Macchi Grupo editor, 1993

La vida

La vida

Respiraré por ti.
Atraparé todo el aire de este y otros mundos
que voy a inventar
para que caminemos juntas.
Inventaré una galaxia
para que llegues a lo alto
y extiendas tu mirada por encima de los dioses.

Respiraré por ti.
Seré tus ojos y en ellos
guardaré el mar
(con las manos de mi padre conteniendo la espuma
y todos los moluscos que se aferran a la roca).
Inventaré un mundo acuático para que flotes y te sumerjas
serás el pez más veloz.

Respiraré por ti.
Multiplicaré mis alvéolos
y miles de luciérnagas y estrellas y la luz
entrarán por tu piel como caballos que vuelan
libres e iluminados.
Un amor limpísimo disolverá la enfermedad.

Respiraré por ti.
Seré tu lengua
con todas las palabras que existen y otras
babel entre tus dientes
la historia que contaremos a tus hijas.

Respiraré por ti

hasta que ya no quede savia en este cuerpo
entonces

inventaré otra vida para seguir respirando.

María García Zambrano (1973, Alicante, España);  La hija, Ed. El Sastre de Apollinaire, 2015

Las huellas de los osos

Las huellas de los osos

Si la belleza es verdad y la verdad belleza
para mirar de frente los espejos sin fondo,
la ausencia que perdura después de su intemperie,
los signos que descifran plenitud a su paso.

Es nuestro este momento tendido entre los siglos
y el tiempo en su trineo nos lleva mundo abajo.
En la ladera nevada el blanco nos escribe
cotillo desdibujado en nuestros ojos,
después los valles que fermentan los nombres,
la forma fértil de duda o de quimera
y el instante para ser feliz sin simulacro.

No queda vértigo en los rojos escaramujos de diciembre.
Solo en nuestras pupilas perduran los lugares,
los gestos que nos miran detrás de los deshielos.

Yo quiero ser alguna vez de la memoria
en el blanco corazón del paraíso,
las huellas de los osos que sin estar estaban,
pasos a campo abierto, sin nostalgia ni excusa.

Amalia Iglesias (1962, Palencia, España), La sed del río, Ed. Reino de Cordelia, 2016

También he llorado

También he llorado

Cuando alguien llora en la calle miramos
en general es una mujer la que llora,
es común verlas pasar llorando
y pensar que alguien le rompió el corazón
que algo le pasó a un hijo, a un padre
que la echaron, que está sensible,
pero nunca a un hombre he visto llorar en la calle
hasta hoy cuando paseaba y junto a mí pasó
un hombre llorando en silencio
caían lágrimas de sus ojos, lágrimas hasta su boca
y le habría tomado la mano,
su mejilla con la mía
y lo habría besado
sin decirle nada lo habría besado.

Milagros Abalo (1982, Chile); Esto es, Ed. Hueders, 2016

Está creciendo el número de espectadores

Está creciendo el número de los espectadores.
No como una marea, no:
como crecen los sueños
cuando el que sueña quiere saber qué se le oculta.
Crecen desde los huecos, desde los callejones,
desde la transparencia de las ventanas, desde
la trama, el argumento,
complicando la historia
ocupan las rendijas, los ojos de las tejas,
cruzan por las cornisas,
por los desagües bajan,
crecen en todas direcciones,
dispersando complican,
añaden, superponen, indagan desde dentro
lo que fuera no alcanza, gigantesco
cuerpo vampiro que procura
saberse vivo por un tiempo,
saberse vivo por más tiempo,
saberse vivo tras la página
que le invita a crecer, denso, fluido y compacto,
urdiendo sus defensas
al tiempo que investigan la manera
de saber sin sufrir,
de ver sin ser vistos.

Chantal Maillard (Bruselas, 1951) de «Matar a Platón» Ed. Tusquets, 2004

En la sala de lectura del insomnio

En la sala de lectura del insomnio,
cuando el camión de la basura es
la única respuesta al silencio
y cada instante es un amante
que matamos en un abrir y cerrar de piernas,
acompaño en eco, hasta la estación,
los pasos apresurados de las empleadas domésticas.
Para ellas, no existe el infierno. Simplemente,
evitan soñar.
Para nosotros, el autobús 738 siempre irá al Calvario,
aunque paguemos el billete.
En el horizonte lento pero seguro de una utopía light,
paso el día vendiendo mi tercer mundo
en coloquios y conferencias internacionales.
Les muestro a todos el canino de oro,
mi piel de jirafa,
la bibliografía en francés.
Escribo la palabra vacío
después de la palabra espera.
Poso las manos sobre mis rodillas cansadas.
Limpia
pero mal vestida,
-mirad-
soy el nuevo modelo para el fracaso.

Golgona Anghel (1979, Rumanía); Vine porque me pagaban, Killer71 ediciones, 2019

El silencio

El silencio

Todo el silencio de mi vida
está encerrado en un grano de ámbar.
Todo lo que callé y aún callaré
está escondido allí.

La sola voz desnuda que me obliga al secreto
y ni lágrimas vierte ni impaciencia,
es un punto negro dentro del amarillo fulgor
que el alma tiene,
una extensa planicie de oro en el desierto,
esférica y helada
con un solo habitante en su interior:
un pájaro gigante, muy lejano,
atrapado en la quietud de la resina,
derretidas las patas por el tiempo
y la mirada ingenua del que muere inocente.

Todo el silencio cabe en un segundo,
en un sueño,
en una seña,
o en el último estertor junto a otra boca.

Por eso escribo sin violar las leyes del silencio,
con la tristeza en flechas arrancadas del labio,
escarchada en cristales de azúcar y aguardiente
cual ramo de anís en la botella blanca
o faisana soñando solitaria
en los bajos espumeros de la sal.

Todo mi reino está rayado a esmeril
y es pasto del olvido,
costa brumosa surcada de aguanieves,
intenso mar que vive en mí
con la niebla y la sombra.

De sus playas extraje todo el ámbar,
de mi azotado corazón, todo el silencio.

Isla Correyero (1957, Cáceres, España); Mi bien. Ed. Visor, 2018

Por septiembre

Por septiembre…

Por septiembre
se te llenan de sótanos los labios
y es relativo el cielo
después de haberte visto preguntarle a la vida.
Pero también el cielo,
arrugado y preciso
como tu cazadora adolescente,
quiere estar entreabierto,
brillar recién amado,
descansando en la hierba
el peso de su larga cabellera de nubes.

Por septiembre
se te llenan de humo los síes en la boca.

Luis García Montero (Granada, 1958); Diario cómplice, Ed. Hiperión, 1987

Lo que pudo haber sido

Lo que pudo haber sido

¿Dónde vives cuando no te pienso?
En los cuadernos.
En los bares de tapas de las calles del sur.
En las fachadas de las catedrales.
En las casualidades.
En lo que fue, en lo que pudo haber sido.
Hoy es fin de semana, pero parece una mazmorra.
Hazme un hueco en tu domingo, en el mío hace frío.

Nerea Delgado (1993, Valencia, España); Los pájaros sabrán, Ed. Valparaíso, 2018