Presa fácil

Presa fácil

Tu sueño forma un quieto remolino
que absorbe lo que cae en su constante
girar sobre sí mismo y lo conduce al centro
de su propia espiral vertiginosa.
Sobre la superficie de tu cuerpo
dormido, hay un abismo a flor de piel.
Eres materia, forma resaltada,
pero, a la vez, lejos de ti te ahondas.
Así te quiero, intensa cifra oscura
de ese misterio que te sobrepasa,
imagen fiel de la contradicción,
aire y plomada, horizonte y roca.
Detrás, detrás del indefenso aspecto
de tu belleza hay el mayor peligro
al que unos ojos pueden asomarse:
pareces presa fácil, cazadora.
Ya he caído en tu trampa, sobre el borde
del mirador que eres, sólo veo
tu vértigo, los círculos que trazas
en tomo a mí, tus envolventes órbitas.

(Lorenzo Oliván, Puntos de fuga  1996-2000)

La sombra de otros días

La sombra de otros días

Pero, ¿alguien ha existido alguna vez
que no se retorciera de dolor por la dicha pasada?
John Keats

Bien lo sé, somos criaturas del aire,
de las corrientes aguas, puras, cristalinas,
de los árboles que se están mirando en ellas.
En un instante sube por nuestros brazos,
salvaje y espléndida,
la inmediatez de la vida;
al siguiente algo nos dice
que muy pronto será tarde y será octubre.

Pero seamos cautos:
a la sombra de otros días
esperan
el dulce veneno de los versos
y el mar abierto a la aventura.
A un paso del infierno
acecha el paraíso.

 Ángeles Carbajal (1959, España), La sombra de otros días, Ed. López y Malgor, 2002

La levedad del pájaro

La levedad del pájaro

Aprender la levedad del pájaro.
Sacar los pies del nido y encontrar
que fuera el mundo es limpio
y el cielo es amplio
y no nos queda nada
por lo que valga la pena no amar.
Aprender
la levedad del pájaro. Respirar.
Sentir cómo pasa el aire
por todas las esquinas del cuerpo,
lo más parecido a volar
que puede hacer una mujer
como yo,
con el corazón
pegado a tierra.
Desafiar
la gravedad
como el que desafía
una norma, aprender
la levedad del pájaro.
Olvidar que las cosas pesan
y echarlas al aire,
quedarse quieto y ver
cómo
les nacen
alas.
Lo más parecido a volar
que puedo hacer,
yo que tengo
los pies
de plomo.
Aprender
la levedad
del pájaro.

Laura Casielles (1986, Asturias, España) Los idiomas comunes, Ed. Hiperión, 2010 (Este libro ganó el XIII Premio de Poesía Joven Antonio Carvajal y el Premio de Poesía Joven Miguel Hernández en 2011)

Palabras como piedras

Palabras como piedras

Madrid (Agencias). La Policía Nacional ha encontrado finalmente este martes los cadáveres de una mujer de 32 años y de su hija de 9 años desaparecidas en verano en un pozo del municipio de San Vicente de la Cabeza (Zamora).
La Vanguardia. 25 de noviembre 2014.

Hoy no puedo escribir palabras más que como piedras,
ni tiritas voy a darles para el corte,
que cada uno se lama sus heridas
o que reviente en pus.
Aunque sea de mala educación
me niego al perdón y al olvido y señalo con el dedo,
ya está bien de machitos cabríos
dejando tras su paso arrasadas mujeres
muertas en vida,
muertas por sus hijos y por sus hijas muertas.
Muertas de asco,
muertas de miedo,
muertas de vacío,
muertas.
En mi corazón ateo no hay cabida para tanto,
y no crean que es por falta de espacio
ni por aforo limitado,
es por derecho de admisión.
Me niego a compartir bondades con cobardes asesinos.
Ya está bien de condescendencias
y pulcros discursos para evitar ampollas,
por si alguien se molesta;
que empiecen a cambiarse de zapatos, si les aprietan,
y que anden descalzos en los pavimentos
de la condena eterna.
Eso hace falta.
La condena eterna sin contemplaciones.
A esos que matan en nombre del amor
y matan a una mujer y al amor en la misma puñalada,
los condeno al desprecio, al exilio, al desierto,
y ni cantimplora para el agua les daría.
No me avergüenzo.

Patricia Olascoaga (1958, Uruguay); Tenemos la canela, Ed. Noepàtria, 2016

Rebelión

Rebelión

Serán las madres las que digan: Basta.
Esas mujeres que acarrean siglos
de laboreo dócil, de paciencia,
igual que vacas mansas y seguras
que tristemente alumbran y consienten
con un mugido largo y quejumbroso
el robo y sacrificio de su cría.

Serán las madres todas rehusando
ceder sus vientres al trabajo inútil
de concebir tan sólo hacia la fosa.
De dar fruto a la vida cuando saben
que no ha de madurar entre sus ramas.

No más parir abeles y caínes.
Ninguna querrá dar pasto sumiso
al odio que supura incoercible
desde los cuatro puntos cardinales.

Cuando el amor con su rotundo mando
nos pone actividad en las entrañas
y una secreta pleamar gozosa
nos rompe la esbeltez de la cintura,
sabemos y aceptamos para el hijo
un áspero destino de herramienta,
un péndulo del júbilo a la lágrima.
Que así la vida trenza sus caminos
en plenitud de días y de pasos
hacia la muerte lícita y auténtica,
no al golpe anticipado de la ira.

¿Por qué lograr espigas que maduren
para una siega de ametralladoras?
¿Por qué llenar prisiones y cuarteles?
¿Por qué suministrar carne con nervios
al agrio espino de alambradas,
bocas al hambre y ojos al espanto?

¿Es necesario continuar un mundo
en que la sangre más fragante y pura
no vale lo que un litro de petróleo,
y el oro pesa más que la belleza,
y un corazón, un pájaro, una rosa
no tienen la importancia del uranio?

Ángela Figuera Aymerich (1902, Bilbao- 1984, Madrid, España); El grito inútil (1952). Extraído de Obras completas, Ed. Hiperión, 1999.

Descentralizaciones

Descentralizaciones (IV)

Reivindico mi mitad mora, la parte goda
de mi genoma,
basta ya
de dioses griegos que no riegan mi sangre.

Reivindico
un viejo primate casi en las costas de África,
un pueblo que vivía aquí antes.
Amo
a Ariadna y Helena, sí,
pero ya basta:
¿qué ha pasado
con las tres mil mujeres sabias de la corte andalusí?

No reivindico a Pelayo, no reivindico a Isabel,
no vencí
en ninguno de los Triunfos De La Historia.
No sé si habrá héroes en mi estirpe, mi memoria instintiva se detiene
en un loco y una hereje que llenaron los huecos de mi genealogía
en el tramo que se pierde en los siglos oscuros.

Reinvindico
los obreros que pueblan mi escudo de armas
y las lenguas que mataron antes de que yo las pudiera aprender.
Basta ya de vírgenes de óleo y de rosa y de rosae,
ya hemos tenido bastante
derecho romano.
No fueron mis antepasados los culpables
del saqueo de El Dorado, de las casas
quemadas en Brunei.

Reivindico
a quienes emigraron hasta aquí
y a quienes al desertar por amor me salvaron del limbo. 

Dejad ya de pintarme
un pasado de grandes avenidas
(inconfundibles, rectas, limpias),
dejad ya de decidirme
apellidos ilustres.

Mi memoria rastreará mi linaje
enredando callejas.
Rehilará cien recuerdos escogidos
para un futuro justo.

Laura Casielles (1986, Asturias, España) Los idiomas comunes, Ed. Hiperión, 2010 (Este libro ganó el XIII Premio de Poesía Joven Antonio Carvajal y el Premio de Poesía Joven Miguel Hernández en 2011)

Mujeres

Mujeres

«Hay una historia que no está en la historia
y que sólo se puede rescatar aguzando el oído
y escuchando los susurros de las mujeres.»
Rosa Montero

En mi casa somos mayoría.
También en mi pueblo, en la ciudad,
en el país, en el continente
y en el mundo.

Hoy, la mayoría es una voz
que habla a través del tiempo
por todas las que apagó el silencio.

Nos componen los nombres olvidados
de las mujeres que debemos rescatar.
Aquellas que callaron
y solo pudieron rendirse.
Las que se atrevieron a ser
y tuvieron que pagar por ello.
Rescatemos a las que se escondieron
detrás de otro nombre
porque escribir las convertía en prostitutas
-la desnudez libre de la mujer,
siempre prohibida-.
A las que empujaron hacia delante la ciencia
y tuvieron que compartir el mérito.
A las que sólo reconocieron
su trabajo porque un hombre quiso hacerlo.
A las que vieron como otros robaban su investigación.
A las que esculpieron con el corazón roto
y su mundo no les creyó.
A las que fueron artistas encarceladas
porque otros las decidieron musas.
A la hermana de la madre de mi abuela
que tuvo la valentía de tener un hijo sola.
A mi abuela, que, siendo señorita,
se ponía los pantalones debajo de la falda.
A las que quisieron hacerse oír,
a las que no cedieron, a las que soñaron
y lograron cumplirse.
A las que hicieron lo que quisieron,
se vistieron como quisieron
y se casaron con quien quisieron.
A las que acusaron, encerraron
y trataron de locas.
A las que acusaron, encerraron
y quemaron por brujas.
A las que alzaron los puños en alto
para defender su razón
y a las que solo pudieron desaparecer.
A las que amaron y regalaron su talento.
A las que fueron humilladas,
maltratadas, insultadas,
despreciadas y calladas.
A las que se fueron sin saber
que el tiempo sabría devolverles
el mérito, el poder y la razón.
A las musas que decidieron hacer arte.
Ahora nuestras voces se oyen más alto
porque en cada una
habita la palabra de otras diez.
Por mí y por todas las demás:
grita,
grita hasta que todos lo oigan,
grita hasta que la respuesta
sea sincera y la misma para todos.

Mujer,
grita,
siente tu lugar, tu poder, tu libertad y tu vida.

Andrea Valbuena (1992, Barcelona, España); Si el silencio tomara la palabra, Ed. Valparaíso, 2018

Encuentro con poseidón

Encuentro con Poseidón

Enflaquece la tarde y los bañistas
abandonan despacio las hamacas
dejan atrás la orilla lánguida de espuma.

Sola sobre la arena como un fantasma de oro
mi cuerpo hipnotizado por el viejo clamor del oleaje
que susurra todos los secretos del mundo.

Cabalgando las olas sobre caballos blancos,
emerge sobre el agua la belleza.
En su torso desnudo viven rayos de tiempo.
No dice nada, mientras cada recodo de mi piel se aviva.
No digo nada, es inútil fingir o enaltecerse frente a un dios.
Tras el tridente, sus ojos de ascua me impulsan a besarlo.
Se ahogan los destellos mortecinos del día, yo lo beso.

Luego lo veo alejarse
como siempre se aleja todo lo que brilla.

Los dioses son más antiguos que el océano.
Más antiguos que el genio y que la muerte.
Yo no soy más que tierra y me quedo en la tierra.
Así de irremediable: ni la vista concibe ni el lenguaje captura.
Pero hay algo sin sombra ni adjetivos
que arde dentro de mí como un beso del mar.

Raquel Lanseros (1973, Cádiz, España); Matria, Ed. Visor, 2018