Alguien al otro lado

Alguien al otro lado

Una niña muy seria,
en la antigua avenida de mi infancia,
me visita en los sueños.
¿Qué has hecho de mi vida?, me pregunta.
No sé qué responderle. Sólo sé
que estoy al otro lado de la calle,
que la niña no logrará alcanzarme.
Algo lo impedirá:
la cautelosa sombra del silencio,
o la frontera súbita del miedo.
Algún día sabré qué responderle.
Tal vez no vuelva nunca, tal vez llore.
Tal vez nos convirtamos en pasaje,
y yo seré su sueño:
alguien que no recuerda su pasado,
con la memoria sólo del futuro.
Alguien que necesitará saber
si ha aprendido ya
a perdonarme

Ioana Gruia (1978, Rumanía); Carrusel, Ed. Visor, 2016 (XIV Premio Emilio Alarcos)

Otra

Otra

Me gustaría ser un hombre
de fino bigote que toma el autobús,
no tiene heladas las manos.
Un hombre de estatura media
al que no le espera el bar
un hombre que charla
con un conductor de autobús
y le dice: ya he terminado
por hoy se acabó. Alguien
que sienta que por hoy se acabó
no tener manos heladas.
He acabado, le dice al conductor.
Tiene en los labios un deje de ilusión
es como si le esperase en alguna parte
otra cosa, no sé definir qué
clase de cosa puede ser
la que haga que alguien
de estatura media y con bigote
diga: he acabado. Me pregunto
qué clase de sensación
debe ser esa. Que haya acabado
y que probablemente haya acabado.
No sé qué puede haber acabado
se le nota en el habla.

Concha García (1956, Córdoba, España), Ayer y calles, Ed. Visor, 1995, (Ganadora del IV Premio Gil de Biedma)

Autobús de mediodía

Autobús de mediodía

Podría fijar mis ojos en la mujer rubia
y los suyos, con sombra rosa y rímel,
me hablarían de la desdicha de un marido.
O podría enfocar la gran bolsa del negro
sentado detrás para reconocer la pobreza
y creer en la fuerza de unas manos.
O mirar al hombre que está enfrente,
y al único diente que le queda,
para saber de la marginalidad,
o sucumbir a los arrabales de la soledad.
O que mis ojos se reflejaran en la pantalla del móvil
de la madre del niño que no se calla,
o en los del hombre de barba y gorro de Coca Cola
a quien acaban de despedir
y en su llegada a casa verá los ojos de su mujer,
que no conocerán los míos.

Podría, no conociendo sus nombres,
conocer sus miradas y sentir su miedo,
pero también mis ojos son un candado oxidado
que todo calla.

Raquel Fernández (1993, Asturias, España); Libélula, Ed. Ediuno, 2013

Cambios

Unas veces el cambio se prepara
en forma subterránea pero estalla
de modo brusco, abierto:
nova en el cielo
grieta en la tierra
inundación de luz en plena noche
lengua de fuego
asoma sorpresivamente en la mirada
del otro, vuelto Otro, vuelto ajeno.

Otros cambios se gestan
imperceptiblemente.
De una oscura manera
de un modo
silencioso
lo que no estaba está y lo que estaba
es destruido.

Pero tan gradualmente
que siempre quedan restos:
de la mirada, alguna
chispa
alguna vez.
De la voz, algún eco
(palabra no enfriada
todavía)

Circe Maia (Uruguay, 1932)

Los abrazos

Los abrazos

Se besan los jóvenes
en el metro y en las calles
y no recuerdo el momento preciso
en que aprendía a dar los besos.
Tenés la mirada más sincera
que he visto en mi vida,
me dijo una vez un camarero,
y yo siempre me pregunto
si de verdad es posible hablar
con las pestañas
o pedir que te quieran para siempre,
soñar que podemos cambiar
lo que ya vivimos.
Lo que yo siempre he querido
han sido las manos de mi madre
cuando estaba enferma y las acercaba
a la frente, me acariciaba el pelo,
me explicaba dónde tenía que ponerme
el termómetro o la crema.
Hacerse mayor no es ya tan divertido
ni es fácil echar tanto de menos.
He aprendido a besar
pero prefiero los abrazos,
prefiero sobre todo los abrazos alegres,
los tristes, los doloridos, los abrazos que
tienen miedo, los abrazos nostálgicos,
los abrazos con saudade, los abrazos que
dicen la verdad.

Sara Herrera Peralta (1980, Cádiz, España); Documentum, Ed. Torremozas, 2014 (Premio Carmen Conde 2014)

La letra pequeña

La letra pequeña

Hace un par de cambios de vida
descubrí que estar donde quieres
es mucho más divertido
que estar donde no quieres,
que decir lo que sientes
es bastante más placentero
que no hacerlo,
y que abrazar cuando te apetece
es infinitamente más bonito
que cuando te obligan.
Y con todo esto
y sus viceversas
aprendí a no darle vueltas
a las cosas que marean,
aprendí a no hacer nada
que tenga que explicar
y a no querer nada
que tenga que pedir.
Aprendí que
cuando quieres estar cerca
no estás lejos,
sin más.
Da igual lo que diga
la letra pequeña del cuento.

Patricia Benito (1978, Las Palmas, España);  Tu lado del sofá, Ed. Aguilar, 2018

Mi nacimiento o nacimiento

Mi nacimiento o Nacimiento

La tierra no me sirve de soporte.
No me basta con el cuerpo que da vida.
Las pezuñas del mamífero se agarran
al lugar ilimitado, al cuerpo de la tragedia.
La tierra no me sirve como círculo.
Hilo las raíces que me atan únicamente a mi condena.
Sueño con un ánfora que no me obligue
a derramarme ciegamente, con un embrión
que me otorgue el don del nacimiento.
Más allá del elemento creador,
el mar es mi verdugo
y mi carne un signo en el que clavar puñales.
Algunas noches, doblegada por el miedo,
dejo a los salvajes devorar los restos del naufragio.
Luego, abandono a la criatura
sola,
enroscada en la jauría,
y erijo un altar en el que mi cuerpo se sostiene como muerte.

Ángela Álvarez Sáez (1981, Madrid, España); La columna rota, Huerga y Fierro Editores, 2016

Vivir de memoria

Nada hay fuera de mi
y todo sucede cuando no sucede.

Ahora me sumerjo
en un mar ya lejano
y me roza una piel que no me roza
o me abraza un pecho que no me abraza.

Nada hay fuera de mi
y la voz que ahora no oigo
es la voz que siempre oigo
y que ya no me dice lo que me dice:

Que amamos de oído,
que soñamos al azar,
que vivimos de memoria.

Francisco Pérez (1965, Granada) Inédito.

Mi homenaje

Mi homenaje

Mi homenaje
al que plantó cada árbol
sin pensar, para siempre.
O acaso imaginando al desunido
que un día lo convoca,
lo celebra.

A lo que no obstante el mediodía,
se da en glorioso atardecer.
A todo lo que ocurre
sin ser más que eso: algo.
Al conductor del ómnibus,
cumplido, sonriente,
que levanta una tarde
con su simple saludo.
Al pájaro que pía.
A quien en su país desvencijado
ose decir su parecer riesgoso.
Al que en el valle
recuerda que hay montañas
y en una gota de agua,
olvidando la niebla,
tiembla ante la sequía
y el desierto ofrecido.

Al banco cuya húmeda madera
me acoge y me refresca,
mientras el tormentoso verano
no da tregua.
Al hueco que busca
colmarse pese al vértigo
y a la gaita que llama a soledades
desde un acantilado.
Al que se acuerda de mí.
Al que me olvida.

Ida Vitale (1923, Uruguay), Sobrevida. Antología poética, Ed. Esdrújula, 2016

Nunca volvemos

Nunca volvemos

Un día nuestra vida se vacía de pronto.
Basta solo un segundo, un golpe inesperado,
un giro argumental forzado del destino.
Y nada vuelve a ser como ha sido hasta entonces.
Un camión de mudanzas aparca ante nosotros.
El óxido y el polvo conquistan nuestra casa.
Los espejos se velan; los muebles envejecen.
Se funden en la nada las cajas del embalaje
que fueron nuestra mesa en la primera noche,
los libros y los discos, las fotos de París…
La ausencia y el silencio se aposentan en ella,
y luego nos exilian, como tristes fantasmas
que ya no se conocen, nadie sabe a qué olvido.
Y ya nunca volvemos de tanto desamparo.

Victoria León (1981, Sevilla, España); Secreta Luz, Ed. Fundación José Manuel Lara, 2019 (Premio Iberoamericano Hermanos Machado)