Te busco en la fuerza del futuro

Te busco en la fuerza del futuro

Sola yo, amor,
y vos quién sabe dónde;
tu recuerdo me mece como al maíz el viento
y te traigo en el tiempo,
recorro los caminos,
me río a carcajadas
y somos los dos juntos
otra vez,
junto al agua.
Y somos los dos juntos
otra vez,
bajo el cielo estrellado
en el monte,
de noche.
Yo, amor, he aprendido a coser con tu nombre,
voy juntando mis días, mis minutos, mis horas
con tu hilo de letras.
Me he vuelto alfarera
y he creado vasijas para guardar momentos.
Me he soltado en tormenta
y trueno y lloro de rabia por no tenerte cerca,
en viento me he cambiado,
en brisa, en agua fresca
y azoto, mojo, salto
buscándote en el tiempo
de un futuro que tiene
la fuerza de tu fuerza.

Gioconda Belli (1948, Nicaragua); Línea de fuego, Editado por Casa de las Américas, 1978

Quiero que todo explote

quiero que todo explote
que las almohadas exploten
que las manzanas del frutero exploten
que las cruces verdes de las farmacias exploten
que los escaparates exploten
que los charcos exploten
que los buzones de correos exploten
que las semillas de los eucaliptos exploten
que los cactus exploten
que las nubes exploten
que las estrellas exploten
que mi corazón explote
quiero que todo, lo bonito y lo feo, explote
que en mi casa en las calles en el cielo
y hasta en las más bellas habitaciones de hotel
todo explote

cuando dormir no ayuda
cuando soñar no ayuda
cuando despertar no ayuda
cuando el agua caliente no ayuda
cuando el café con leche no ayuda
cuando el omeprazol no ayuda
cuando la cerveza no ayuda
cuando meter los pies en el mar no ayuda
cuando el amor no ayuda
cuando la luz de flexo no ayuda
cuando escribir no ayuda
cuando desear no despertar no ayuda

paredes rosas armario celeste
camas gemelas lámpara de bronce
espejo redondo cuadro cuadrado
alcayatas desnudas estantería vacía
cajones vacíos pulmones vacíos
ni una mota de polvo
ni un atisbo de vida
preferiría seguir así
no acompañarme de libros ni de recuerdos
ni la foto de sam
ni giacometti bajo la lluvia
ni reloj ni zapatillas
sin querer
este cuarto se ha ido llenando
con mi respiración

las cosas que me rodean
no me pertenecen,
sólo el aire que respiro
y el zumbido de esas moscas en el cristal
que no acaban de aparearse

llevo una piedra en el coche
llevo una piedra en el bolsillo
llevo una piedra en el puño
levo una piedra en el estómago
llevo una piedra en el corazón
estoy preparada
para cualquier catástrofe.

Isabel Bono,  Maomegean; Ediciones del 4 de agosto, 2010.

Las palabras a veces

Las palabras, a veces

Las palabras, a veces, se vuelven caprichosas,
convierten una idea en su contrario.

Alguien escribe patria sin pensar en banderas
y un día las montañas y los campos que pisa,
la tierra con que cubre el dormir de los muertos,
las manos que cultivan la mañana,
se transforman en sogas,
en gritos incendiados,
en humo y en ceniza.

Alguien lee libertad y levanta murallas,
fronteras insalvables y prohíbe
el paso en un camino
o lo llena de zanjas.
Edifica una cárcel con guardianes
y quema algunos libros por si acaso.

Las palabras, a veces, se pierden, las disfrazan,
nos confunden, ignoran su sentido.

Daniel Rodríguez Moya (1976, Granada, España); Las cosas que se dicen en voz baja, Ed. Visor, 2013. XXXIX Premio Ciudad de Burgos

Un joven poeta recuerda a su padre

Un joven poeta recuerda a su padre

Ahora ya sé que pasé por tu vida
como pasan los ríos debajo de los puentes
-indiferentes, turbios, orgullosos-,
con la trivialidad desdibujada
de las pequeñas cosas que parecen eternas.

Muchas veces lo obvio
se oculta tras un halo de extrañeza,
tras la costumbre lenta, indistinguible
del aura fugitiva de las vivencias únicas.
Es difícil saber
que la belleza abrupta del vivir cotidiano,
tan desinteresada de sí misma,
nacida sin clamor ni pretensiones
es en esencia tan mágica y rotunda
que resulta imposible de imitar a propósito.
Y es aún más difícil
comprender que la fiesta de las cosas sencillas
casi siempre termina
mucho antes que la voluntad del festejado.

Inmóvil vi pasar ante mis ojos
el desfile callado de tu vida
con tus sueños cansados en otoño,
tus alegrías de puertas para adentro
y tus desvelos discretamente cálidos.
Creo acertar si digo
que nunca te di nada que no fuese
un préstamo a mí mismo.
Te pedí, sin embargo, tantas cosas.

Hoy, inmóvil de nuevo, asisto inerme
a este desfile amargo de tu ausencia
mientras mi corazón -dividido y atónito-,
comienza a descubrirque la vida va en serio.

Te recuerdo. Hace frío
y el frío me devuelve
aquella forma tuya tan sutil
de ofrecerme a la vez un corazón errante,
la suerte en un casino de Las Vegas,
la lluvia indescifrable del desierto,
los versos de Machado en un suburbio.

Ahora ya sé que pasé por tu vida
indolente y confiado, -sin asombro-,
como suelen vivir todos los hombres
que no conocen todavía la pérdida.

Raquel Lanseros (1973, Cádiz, España); Los ojos de la niebla, Ed. Visor, 2008. Extraído de 20 con 20. Diálogos con poetas españolas actuales; Ed. Huerga & Fierro, 2016

Meditación en el umbral

Meditación en el umbral

No, no es la solución
tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoi
ni apurar el arsénico de Madame Bovary
ni aguardar en los páramos de Ávila
la visita del ángel con venablo
antes de liarse el manto a la cabeza
y comenzar a actuar.
Ni concluir las leyes geométricas,
contando las vigas de la celda de castigo
como lo hizo Sor Juana. No es la solución
escribir, mientras llegan las visitas,
en la sala de estar de la familia Austen
ni encerrarse en el ático
de alguna residencia de la Nueva Inglaterra
y soñar, con la Biblia de los Dickinson,
debajo de una almohada de soltera.

Debe haber otro modo que no se llame Safo
ni Mesalina ni María Egipciaca
ni Magdalena ni Clemencia Isaura.

Otro modo de ser humano y libre.
Otro modo de ser.

Rosario Castellanos (1925-1974, México); Otros poemas; Ed. Fondo de Cultura Económica, 1972

Callejón sin salida

Callejón sin salida

Ya sé que no hay salida,
pero dejad que siga por aquí.
No me pidáis que vuelva.
Se han clavado mis ojos y mi
carne,
y no puedo volver.
Y no quiero volver.
Ya no me gritéis más que no hay
salida
creyendo que no oigo,
que no entiendo.
Vuestras voces tropiezan en mi costra
y se caen como cáscaras
y las piso al andar.
Avanzo alegre y sola
en la exacta mañana
por el camino mío que he
encontrado
aunque no haya salida.

Carmen Martín Gaite (1925, Salamanca- 2000, Madrid, España); Poemas, Ed. Plaza y Janés, 2001

Aviso de correos

Aviso de Correos

Llamarán a tu puerta una tarde cualquiera.
Y no se sabe quién habrá dejado
en el suelo un paquete para ti.
MUY FRÁGIL, dice al dorso. Lo remite Pandora.
Albergue de montaña en el Olimpo.
Grecia la Vieja.
Sí, parece su otra caja,
la caja fascinante, la olvidada,
la que nunca abrió nadie,
la que escondía el Tiempo en algún zulo,
la que cruzara intacta por los mitos,
la que nunca extrajeron los viejos arqueólogos
ni indagaron los más serios poetas
y que -mira por dónde-
aparece en tu puerta, inesperada.
Contiene la mordaza, ya suelta, de Pandora,
venenos para dar a las palabras
que usurparon el trono tantos siglos,
ese brillo del no,
el cinismo de Hermes,
hondas para romper los espejismos
de las formas dañinas del amor
y palabras vibrantes y fresquísimas
dispuestas a pisar, como gacelas,
las lenguas gangrenadas e inservibles.
(Algo queda en el fondo. No lo mires.
Cuídate de Pandora: es el olvido).
Si llaman a tu puerta cualquier día,
si traen un mensaje de muy lejos,
mira la dirección del remitente
porque a veces los dioses, caprichosos,
rectifican el mundo en cajas nuevas.

Aurora Luque (1962, Almería, España), Carpe noctem, Ed. Visor, 1993

Canción para un instante

Canción para un instante

No susurres nada, sólo tiéndeme
los brazos de aire del lejano instante
Nicolae Labiş

Hoy no sabría revivir aquel instante.
Tan sólo puedo recordar su vuelo.
Por la ventana abierta el sol de junio
entraba a raudales en el cuarto.

Tú me habías traído un cuenco de cerezas.
Cogí despacio una y la miré al trasluz,
me la llevé a la boca y la mordí. Sabía
a sol y a piel de lluvia, a verano, a ti.

Mira, mira este sol en la fruta, te dije.
Una explosión rojiza despegó de mi mano.
Y aquel instante pájaro, ya lejos,
tendió hacia mí sus brazos en el aire.

Ioana Gruia (1978, Rumanía). El sol en la fruta, Ed. Renacimiento, 2011. Premio de poesía Andalucía joven 2011.

Campos de tierra

Campos de tierra

Esto es Castilla,
mi cuerpo tan seco,
esta carne prieta y dura como alpaca,
levantada por leves lomas, colinas
modestas, algún apacible remanso.
Esto es Castilla,
los ojos oscuros color de barro,
la piel y las trenzas recias, pardas.

Vengo de la tierra del pan y del vino,
donde otros antes que yo
escondieron la cebada
que no saciaría su hambre ni su sed.
Soy nieta de emigrantes, carbón humano,
las entrañas unidas con alambre,
mujeres y hombres ceñidos de esparto
y entregados al delito del trabajo
manual. Ellos me levantaron el alma
con golpes de azada que aún retumban
en el amor áspero y tierno que me puebla
los surcos de las severas costillas.
En frágiles pasos de albarcas me han traído
para que un día yo soltara
las hoces de la siega, la esteva del arado
y cantara estos poemas;
me han colmado la boca de trigales,
me han confiado toda la luz,
la digna primavera de la maleza.

Soy de un hogar que se seca y se adhiere
como costra en los codos de la tez morena.
Soy de un hogar compacto hasta la grieta,
donde el roble solo sangra si lo partes.

Ay del agua oculta —dentro siempre dentro—
en nuestro pecho, quién oirá este canto
de labranza que cargo en las espaldas,
quién este ruido de savia entre los huesos.

Esto es Castilla,
y todos los árboles
que me brotan en hilera
señalan que debajo
fluye un río.

Maribel Andrés Llamero (1984, Salamanca, España); Autobús de Fermoselle, Ed. Hiperión, 2019 (Galardonado ex-aequo con el XXXIV Premio Hiperión de Poesía 2019).