Tormenta de verano

Tormenta de verano

Para José Fernández de la Sota

Están cogidos de la mano
en silencio,
bajo los soportales.

El niño mira su columpio,
muy triste,
bajo la lluvia,
y no lo entiende.

El padre mira al niño:
es la vida, hijo
-quisiera poder decirle-,
y no ha hecho más que empezar.

Karmelo Iribarren (1959, San Sebastián, España); Seguro que esta historia te suena. Poesía Completa, 1985-2012; Ed. Renacimiento, 2012.

La tarea

La tarea

Habría que pedir silencio, habría
que pedir que cesara el laboreo del mundo,
lo doméstico de las mujeres con su charla
cuando en el patio se ponen a tender la ropa.
El sol atraviesa las sábanas húmedas
y deja su espacio de zonas secas,
un paisaje que es otra forma de ocaso.
Me he prendido de este crepúsculo
igual que un rey loco de una reina,
me he enamorado de mi noche,
soy un mudo que desatendiese su carga,
la presión de la voz gritando por salirse
en palabras extendidas que parecen el desierto.
Hablo y me equivoco. Hablo y lo hago
torpemente, desde mi propia vigilancia
como el que aprendiera las llaves y las fórmulas
pero olvidara el dibujo en el hueco de la cerradura,
olvidara todo el vacío del cierre, el lugar
en penumbra donde el nombre encaja.

Como un golpe blanco en una víscera
Así es mi apellido diciéndome
Entre el ruido de esta hora.
Algún modo habrá de bautizarme.
En el río aun de niños nos llamábamos.
Nos gritábamos de improviso.
Luego no tuve otro modo de hablar
sino aquel que se llevó la corriente.
La gramática del balbuceo, las sílabas
De la cuna y del pecho.
La voz casi tendida de la leche.

El estrecho sitio entre la pena
y la expresión de la pena
lo ocupa un voraz verbo.
La travesía que va de nombre
a nombre un nombre la cubre.
De hierro se vuelve el aire
Que al lado del barrote circula.
El idioma devora idioma, es
sonido lo que el sonido habla.
Come, pido así, y reúne tus fuerzas,
y el lenguaje es el que se pone
a pan y agua, la lengua la que ayuna.
Mi boca es la que dice que tiembla.

A todo lo que le falta un adjetivo
lo hemos considerado muerto,
aunque esto es verdad en parte.
La muerte chupa como termita
la savia de las sílabas, se sorbe
la sustancia blanda de las frases,
las deja en médula o en tono redondo,
Arturo, Antonio, Julio, digo
como quien hace muecas contra un muro,
pronuncio, Lucio, Adela, Jesús.
Nunca se parecieron más a sus verbos,
ni fueron nunca tanto su nombre,
cáscara desnudada, puro hueso metido,
nunca se hicieron ellos de tal modo.

Hay secretos que no se cuentan.
La palabra no es ojo y menos es mano
ni cuello ni nave alta que transporte
hombres. La palabra no cosecha,
no cruza ríos ni desembarca en ellos.
La palabra es como un mantel de flores
en desvaído tergal de otra época,
un mantel viejo y sin apenas apresto
que a diario se saque y luego se pliegue,
que se use al almuerzo y cuyo trabajo
resulta mejor si en nada destaca,
si no se nota que está sobre la mesa,
todo extendido y cubierto de dones,
fruta, pan, carne. Una frágil membrana
entre el mundo y el mundo.

Existía una costumbre en la mesa,
los menores no hablaban en tanto
no preguntasen los mayores.
Como de espinas de pescado
uno se guardaba de los dientes,
el paladar se volvía una caja
y una llave. Por eso, la harina
quedaba en medio silenciosa, el agua
estaba por eso líquida, la sal salada,
las horas eran horas y era fruta la fresa,
el limón por eso volaba.

No había luna. Parecía a punto de llover.
En el patio ondearon las sábanas tendidas,
eran una envoltura destinada a nosotros.
Un fantasma de lo que ha de venir.
Alguien pidió que lo acompañásemos.
Por un lado reclamaba la voz y, por otro,
sin unirse del todo, sonaba lo pedido.
Salimos vadeando la tormenta y pensé
en aquella frase tan desdoblada y floja
si no la dicen hombres con nueva gramática.
Oímos muchas cosas en el mensaje del ángel.
La oración en el cielo funda un malentendido.
La lluvia cae siamesa sobre ropa mojada.

Carne, pan, vino, uva verde,
esto reclamas que te sea acercado.
Del extremo de la tabla opuesta
se te hace llegar hasta la boca.
De nuevo te alimentas con lo que pides.
Antes también había sed al querer leche
y el festín de trigo no tenía otro objeto
que quedar saciado. De nuevo lo dicho
se aproxima al acto de nombrarlo.
Nuevamente no hay más distancia.
No hay más ruego que éste que tiene
Los términos justos y cada uno invoca.
Cada uno bautiza aquello que llama.
Otra cosa sería argumentar la obediencia,
Dar vueltas siempre al discurso del mudo.
Ahora sólo confías en la comida clara.
Crees en nombres conciliados.

Esperanza López Parada (1962, Madrid, España); extraído de Tras(lúcidas) Poesía escrita por mujeres (1980-2016), Bartleby Editores, 2016

Reclamación

Reclamación

Me hablas como si fuera yo quien decidiese.
Como si mi existencia
junco en llamas
tuviera algún poder sobre la realidad.
Mi humilde voluntad no suma más
que otro grano de arena en la alta duna.

Piensa un minuto en mi insignificancia.
¿He decidido que hoy sea el vértice del tiempo
como de agua es el río y de idea la palabra?
No me culpes del curso de la naturaleza.
Como tú, soy su fruto. A su pulso me debo.

Te olvidé ya hace tiempo.
No hay nada que añadir
aunque el lenguaje apenas aclare los finales.
Es inútil culparme y más aún pretender
que un recuerdo caliente igual que un cuerpo.

Raquel Lanseros (1973, Cádiz, España); Matria, Ed. Visor, 2018

Valentía

Valentía

Ella no se rendía.
Nunca se hubiera rendido tan temprano.
Albergaba su pecho
la jubilosa fuerza
que algunos pájaros transportan en sus ojos.
Caminaba
dejándonos su huella sobre un fango
con el que amenaza la muerte
asesinar nuestras propias ilusiones.
 Cierto que sentía miedo
a la enfermedad y a la tristeza.
¿Quién no lo tiene nunca?
Ponía flores
en el centro de la mesa y devoraba,
con feroz apetito,
la deslumbrante primavera.
 Luchó hasta el final
como los soldados más intrépidos.
No claudicó ante la amargura
ni proclamó como propia
la bandera del desánimo.
 Fue hermosa y fue valiente.
Tuvo el hermoso don de la batalla.

Mª Luisa Mora (1959, Toledo, España), El don de la batalla, Ed. Vitruvio, 2011. (Premio Nacional de Poesía «Ciega del Manzanares» 2011)

Nimiedades

NIMIEDADES

Tu luz era fuente de gozo aquellos días.
No importaba más
la piel dura de las sombras,
ni el rasgado sol de aquel otoño incipiente
impedía aún el rojo de la tarde.

Entonces era más joven y escribí
poemas remilgados. Inventé para ti paisajes tiernos
y la esperanza
de aquel que desconoce,
iluminaba mi rostro y transformaba el presente
en un futuro favorable.

Quisiera ahora, sin embargo, nimiedades.
Verte dudar junto al estante de los yogures,
mirarte hervir las patatas,
sacudir de tu hombro las gotas
algún día en que, al salir del cine,
nos sorprendiese la lluvia y su fragancia.

María Paz Otero (1995, Madrid, España); Nimiedades. Ed. Hiperión, 2021. Ganadora del III Premio de Poesía Joven Tino Barriuso.

Queridos reyes magos

Queridos Reyes Magos

Quiero horas de diez días,
alas para desaferrarme
de todo lo que pesa,
línea directa con algunos muertos
que me son necesarios,
ojos de cerradura para ver
el anteayer y el pasado mañana,
tres minutos de plena lucidez,
flores de colores
para todo el verano,
un enero que crea en el invierno,
diez segundos para ser un hombre
durante un buen orgasmo,
que la muerte me espere
sin paciencia,
y no ser muy adulta
en tanto que envejezco.

Care Santos (1970, Barcelona, España); Poesía en el Camino. IIª Antología poética (2015-2018) Olmillos de Sasamón (Burgos), Edita Real Academia Burgense de Hª y Bellas Artes. Institución Fernán González, 2019

Sé que no debo

Sé que no debo
esperar la sonrisa de la vida encerrada
entre cuatro paredes de sucios sinsabores.
Que el camino se talla en la distancia
de un fracaso a un fracaso,
en la entrega insensata, en cada vencimiento.
Sé que cuando anochece
la luz de las estrellas multiplica el instante
y los ojos reflejan
derrotas de metal, túneles de caricias,
y no hay música gris poniendo un fondo intenso
que llene las muñecas del pulso de la sangre.
Saber no es suficiente,
hace falta la savia,
la voz del corazón descubriendo certezas,
arrancándole al trote persistente del tiempo
el beso resignado, la palabra admitida,
el nuevo resplandor del amor convocado.

Pilar Blanco (1959, León, España); Vocabulario íntimo (1997), extraído de Con la cal en los dedos. Antología (1982-2010), Diputación de León, 2012.

Del transcurso

Del transcurso

Miro hacia atrás, hacia los años, lejos,
y se me ahonda tanta perspectiva
que del confín apenas sigue viva
la vaga imagen sobre mis espejos.

Aún vuelan, sin embargo, los vencejos
en torno de unas torres, y allá arriba
persiste mi niñez contemplativa.
ya son buen vino mis viñedos viejos.

Fortuna adversa o próspera no auguro,
por ahora me ahínco en mi presente,
p aunque sé lo que sé, mi afán no taso.

Ante mis ojos, mientras, el futuro
se me adelgaza delicadamente,
más difícil, más frágil, más escaso.

Jorge Guillén (1893, Valladolid-1984, Málaga); Clamor, Ed. Sudamericana, 1957-1963.

Los buenos propósitos

Los buenos propósitos

En la lista de cosas por hacer
está la peculiar obligación de recuperar el tiempo perdido,
como si en todos esos buenos propósitos
existiera una fórmula infalible para apropiarse del pasado
y volverlo presente continuo.

Cuando nos desnudamos
la geografía de cada cuerpo
se vuelve una ciencia exacta y nos confirma
que la vida atemporal es para las estatuas.
Esa es la arqueología que a veces nos confunde
mezclando el paladar de los esfuerzos
con la madurez que da forma a la piedra
y su gesto inmóvil de secretos cincelados.

Los pliegues de la carne quieren parecerse
a la luz evaporada del verano;
la arena del cristal de los espejos
es un reloj que araña cada rostro
y va trazando surcos con ecos murmurados.

La soledad reconvertida en todos los instantes
que anidan en nosotros como abismos vacíos.
Ansiedades insomnes de voz distorsionada
que escarban sin descanso en el vértigo extraño
de la mala conciencia que nadie reconoce,
pero es en realidad ese tiempo perdido
que se ha vuelto a escapar y nos despierta a cada rato,
para reírse otra vez de lo que se ha llevado.

Ana Merino (1971, Madrid, España), Los buenos propósitos, Ed. Visor, 2015