Tú y yo nos encontramos

Tú y yo nos encontramos
en Washington Square.
Me invitaste a cenar
en un club, y la orquesta
tocó para nosotros
«Indian summer»… Bailamos
inmersos en la noche
neoyorquina. Más tarde, mi vestido
brillaba abandonado sobre el suelo
de aquel apartamento, donde era
muy distinta la música: palabras
y suspiros mezclados con sirenas
de los barcos lejanos…
Pero, ¿será posible
que no recuerde ahora,
mientras abro los ojos,
cómo se titulaba la película
donde vi estas escenas?

María Sanz (1956, Sevilla, España), Pétalo impar: Antología de su obra 1981-1991, Ediciones Rialp, 1991

Alguna vez, de pronto, me despierto

Alguna vez, de pronto, me despierto:
Un dolor me recorre tenazmente,
un dolor que está siempre, agazapado,
por saltar, desde adentro.
Entonces tengo miedo.
Entonces, me doy cuenta que estoy sola
frente a mí, frente a Dios, frente a un espejo
lleno de mis imágenes,
de rostros polvorientos.
Estoy sola, pero siempre estoy sola:
Es lo único cierto.
El amor era un huésped,
la soledad es siempre el compañero
que permanece al lado, inconmovible.
Lo único seguro, verdadero.
Oigo mi corazón, vieja campana
que dobla y que golpea,
que rebota en las sienes y en la nuca
y en la boca y los dedos.
Es cierto, tengo miedo.
Miedo de no poder gritar, de pronto,
de que ya sea demasiado tarde
para un ruego.
La costumbre ahoga las palabras
y alarga el desencuentro.
Ah, tantas cosas quedarán ocultas,
perdidas, sin recuerdo,
tantas palabras que no fueron dichas,
tantos gestos.
Unos dirán: Yo sé, la he conocido,
fue una ardiente rebelde,
se desolló las manos y la vida
por defender los que creyó más débiles.
Otros dirán: Yo sé, la he conocido,
era dura, malévola,
avara de ternura, con la boca
mostraba su desprecio.
Alguien dirá: Y cómo sonreía…
Qué importa
lo que vendrá después del gran silencio.
Claro que tengo miedo.
Así, en la madrugada
mientras algún dolor -un dolor, siempre-
va hincando sus agujas en mi cuerpo,
abro las manos en la sombra dulce
para atrapar mi soledad, de nuevo,
y me quedo a su lado, sin moverme,
con los ojos abiertos
la vida detenida.
Toda mi sangre es un temor inmenso.

Julia Prilutzky (1912-2002, Argentina), Este sabor de lágrimas, Ed. Losada, 1954

Volviendo a la normalidad

Volviendo a la normalidad

Hoy me he despertado
recordando frases de Tagore
Algunas palabras de Coelho
me rondaban la mente

Cuando me he levantado
tenía todo ese rollo del karma
dando vueltas a mi alrededor

De camino hacia la cocina
me rondaban algunos conceptos:
sol, luna, estrellas, mar y viento

Poesía pura y complaciente
poniendo la lupa en la bondad
La bonita sensación
de que todo está ahí para mí

Pero, ¡ay!
con la primera madalena
el malvado Bukowski
se me ha colado bien dentro

Entonces he sintonizado la radio
Las noticias me han llevado
al lugar donde suelo
y me he puesto a odiar felizmente

Fernando Barbero Carrasco (1949, Vallecas, Madrid, España); La madalena de Bukowski, Amargord Ediciones, 2020

El mundo hueco

El mundo hueco
 XXI

Nos deshicimos de las huellas.
Ni un resto de pelo, ropa o deje al hablar.
Vendimos las tierras, cerramos las casas,
los utensilios dejados en el suelo de la calle ancha
donde no durarían ni un día. Un paseante,
un morador, darían con el provecho
que nosotros no veíamos.
La cabeza arriba y abajo,
olvidando la lengua antigua
Con que aprendimos a decir las palabras y también a callarlas.
Repartir las semillas.
Repartir el pan.
Sin más rezos ni expiaciones.
Sin apelativos ni títulos.
Huir de los abrazos de camino a los trenes
donde perder el olor a nata,
el peso de las mantas.
La permanencia del vértigo.
No aguantamos.
No quisimos más fallos que los nuestros.
Nuestros códigos nuevos para pensar.

Pilar Adón (1971, Madrid, España); Mente animal, Ed. La Bella Varsovia, 2014. Extraído de Sombras di-versas. Diecisiete poetas españolas actuales (1970-1991), Ed. Vaso Roto, 2017

Una vida mejor

Una vida mejor

Y daría igual que fuéramos eternos.

El escaparate brilla como los fuegos fatuos.

Tras el cristal las minúsculas manos desmenuzan la herrumbre,
una maleta, un pañuelo, un zapato, el cinturón de falsa serpiente, plumas de avestruz para el sombrero que ya nadie llevará,
así brilla el tiempo tras el cristal, fruta escarchada de los días, brillo mineral colgado de un árbol cortado, pez anudado a la cuerda de tender.

Y dará lo mismo que seamos eternos.

Mirar los escaparates, corchea arriba, semifusa abajo,
acompasar el paso para tropezar,
para volver del mediodía, para llegar al anochecer.
Un escaparate y luego otro, y al fondo, el cajero y su ábaco de lágrimas: pasar o no pasar. O quedarnos aquí, moliendo la herrumbre con el molinillo de té.

Pero los guantes de gamuza se posan sobre el piano. Do re mi, sordamente, fa, sol, sol, felpa constante en la percusión. No, no hay pez martillo que valga. No hay animal de sombra ni luz en esta cuenta de adverbios: aquí, allí, ahora, entonces, cuándo.

Daría lo mismo que fuéramos eternos, entonces, ahora, hoy o jamás.

Es mucho más simple. No es cuestión de constelaciones, no es el brillo de la madera trasmutado en ballena, no es la piedra roseta, ni el esperanto de la lluvia, no el canto de sirena deletreado en los surcos de la pizarra. Es mucho más simple.

Una vida mejor.

Una vida con memoria de elefante y sed de camello y ojo de lince, brújula de cormorán, solidaridad de hormiga, precisión de abeja, una vida con fidelidad de cisne y sonrisa de chimpancé y delicadeza de libélula y piel de leopardo, conversación de bosque, majestad de cordillera y siempre el cuento de nunca acabar.

Primera lección nunca aprendida en las cuevas de sésamo: la vida está aquí, no allí, y todos creen que seremos eternos.

En el escaparate brilla la caja registradora, pequeña cola de alacrán, servilletero que nos abraza a la mesa,
una vida mejor,
aquí, allí, al otro lado del cristal.

Y nada importa que seamos eternos.

Guadalupe Grande Aguirre (1965, Madrid, España); Hotel para erizos, Ed. Calambur, 2010

Gotas

Gotas

La primera gota cayó
con el injusto desprecio infantil de un profesor en el colegio,
la segunda gota cayó
de la mano que quise tenderle a mi padre, pero que me negó,
la tercera gota cayó
al ver a través de una pantalla, a un niño de mi edad agonizando,
la cuarta gota cayó
cuando caí en la cuenta de que solo era un prisionero del tiempo,
la quinta gota cayó
cuando alguien peor que yo, me humilló y me hizo creerle,
la sexta gota cayó
cuando mis primeros ojos enamorados recibieron indiferencia como respuesta,
La séptima gota cayó
cuando juzgaron el interior de mi corazón sin ni siquiera abrirlo,
la octava gota cayó
cuando corrí a saludarla después de años y al darse la vuelta era otra,
la novena gota cayó
cuando mi hermano me abofeteó, con un comentario tan hiriente como exacto,
la décima gota cayó
cuando conté un secreto íntimo a alguien que resultó ser mi enemigo,
la undécima gota cayó
cuando me convencí de que quien debía protegerme me estaba robando,
la duodécima gota cayó
al darme cuenta de lo poco que nos queda entre nacer y morir,
la decimotercera gota cayó
cuando mi hermana se fue sin ni siquiera poder despedirse,
la decimocuarta gota cayó
cuando aquel verano fue otro invierno y aquel invierno, otro invierno,
la decimoquinta gota cayó
cuando llegué a aquella estación concurrida pero no había nadie para recibirme,
la decimosexta gota cayó
al correr hacía lo que creía que era una isla y darme cuenta de que era una hoguera,
la decimoséptima gota cayó
por la nostalgia de no estar siendo quien quisiera ser,
la decimoctava gota cayó
al perder otro tren que salía con retraso.

Así el vaso de la vida se va desbordando,
algunos no lo soportamos,
y todo lo que deseamos es salir de nosotros mismos,
como sea…
Vamos achicando el agua del vaso.
Con terapias, con pastillas, con deporte.
Con sexo, con relación de amor y posesión,
como sea…
vaciando el vaso
hasta que nuevas gotas caen
y caen
y caen.

Nach (1974, Albacete, España), Hambriento, Ed. Planeta, 2016

Estampa rural

Estampa rural

Las dos mujeres
han terminado de limpiar la ermita
después de los festejos de la víspera.
Recogen el sobrante de flores
y echan la llave
cuando ya anochece.

¡Pues ya está! –dice una de ellas–
Ahora a cenar un poco y ver la tele.

Y un arañazo de envidia
deshace en un instante las puntadas
que he ido cosiendo a ciegas.

Habría estado bien
sentir alguna vez esa certeza
de tener todos los tiempos en su sitio
un día tras de otro.

Julia Conejo Alonso (Barcelona, España); El bolso de Mary Poppins, Ed. Torremozas, 2015

Juntas en la cocina sin apenas

Juntas en la cocina sin apenas
hablar, un lugar no exclusivo
de mujeres, que sigue al parecer siendo
exclusivo. Casi nada en común,
salvo contradicciones que sujetan
y asemejan, nos enmarca este espacio
al que creemos ya no pertenecer. De ellos
el mundo y la sala grande, conversación
de lengua reductora, el chiste sexual,
la perspectiva hollada, cierto
poder, risas, el mundo. Al mundo
salgo que es único consuelo, campos
y árboles hoy que es mayo, y la savia
estalla verde y varón según la lengua,
el mundo que consuela y el que no,
ajenos ambos hoy a mí, que camino
con daño en lo ajeno que la vida deja.

Olvido García Valdés (1950, Asturias, España); Y todos estábamos vivos, Ed. Tusquets, 2006

No hay milagros

No hay milagros
Llovía con desidia.
Diecinueve de octubre, las nueve de la noche.
Joana iba asustada hacia el quirófano
en nuestra compañía.
Cuando entró nos quedamos a esperar
en la salita mal iluminada junto a los ascensores.
Cuentan que en un intento
de salvarse le dijo te quiero al cirujano.
Creíamos que un hada podría devolvernos
a Joana, tranquila, la de siempre,
con sus confiados ojos centelleantes.
A las once, mirábamos
las gotas de la lluvia en el cristal
como si resbalaran por la noche.
La noche era una hoja de guadaña.

No hi ha miracles
Plovia amb deixadesa.
A les nou de la nit -dinou d’octubre-
la Joana arribava espantada al quiròfan
voltada per nosaltres, que ens quedàvem
en la saleta mal il·luminada de vora els ascensors.
Diu que ella, en un intent desesperat
de salvar-se, va dir t’estimo al metge.
Esperàvem la fada que ens tornés
la Joana tranquil·la, la de sempre,
els ulls espurnejant de confiança.
A les onze, mirant per la finestra,
les gotes de la pluja relliscaven
pel vidre com si ho fessin per la nit.
La nit era la fulla d’una dalla.

Joan Margarit (1938-2021, Lleida); Llegas Tarde a tu tiempo. Poesía 1999-2002; Ed. Visor, 2010

Hay

HAY días en que sueño con escribir un libro
sobre cómo desprenderse de las cosas
y evitar el recuerdo del abridor de cartas
mellado por el golpe de una mala noticia,
también el del separador de poemas de tela
que vino por el mar y cruzó medio mundo
para asfixiarse en el exceso
o en el delirio.
Porque por la casa se congregan
las cosas más extrañas,
impensables,
que fueron poblando los cajones
y perdiendo sus señas,
la silueta inviolable
de ser uno y distinto, diferente
al alfiler, la piedra o la entrevista
en papel cartoné que amarillea
mientras nuevos objetos,
imprudentes,
aguardan en el soplo translúcido, voraz,
y se queda sonando en la memoria
la misma melodía para el frío,
para la sal oculta de la escarcha.
Podría ser tan útil
enseñar a evitar los montones de cosas
con su infinita historia inquebrantable
con su furor privado
con su cólera también
con su soberbia.
Y así hasta emborronar los nombres, los colores,
el tiento, la consistencia o la vibración del aire
cuando ruedan hacia el suelo, se desmigan,
deshacen su epopeya sin honor
y sin gloria.

María Ángeles Pérez López (1967, Valladolid, España); La sola materia, Ed. Aguaclara, 1998