El día menos pensado

El día menos pensado

Sabes que no soy amigo de juramentos ni promesas
pero sí me has oído decir con insistencia
que el día menos pensado voy a procurar
olvidarme la inocencia y la ternura
sobre el mostrador de cualquier casa de empeño.
Pero jamás conseguí inquietarte, o así lo sospecho.
Porque sabes que soy terco y mucho más
en lo que concierne a mis defectos.
Entre esos dos aún sigo viviendo.

Santiago Montobbio, Hospital de inocentes, 1989

Variación sobre una metáfora barroca

Variación sobre una metáfora barroca

A Carlos Aleixandre

Alguien trajo una rosa
hace ya algunos días, y con ella
trajo también algo de luz;
yo la puse en un vaso y poco a poco
se ha apagado la luz y se apagó la rosa.
Y ahora miro esa flor
igual que la miraron los poetas barrocos,
cifrando una metáfora en su destino breve:
tomé la vida por un vaso
que había que beber
y había que llenar al mismo tiempo,
guardando provisión para días oscuros;
y si ese vaso fue la vida,
fue la rosa mi empeño para el vaso.

Y he buscado en la sombra de esta tarde
esa luz de aquel día, y en el polvo
que es ahora la flor, su antiguo aroma,
y en la sombra y el polvo ya no estaba
la sombra de la mano que la trajo.
Y hoy veo que la dicha, y que la luz,
y todas esas cosas que quisiéramos
conservar en el vaso,
son igual que las rosas: han sabido los días
traerme algunas, pero
¿qué quedó de esas rosas en mi vida
o en el fondo del vaso?

Vicente Gallego, La plata de los días, 1996

Las tardes

Las tardes

Ya casi no recuerdo las mañanas,
su tiempo azul y claro,
lejos quedan, perdidas en colegios
o en piscinas extrañas e indolentes.

Porque sentimos duro el despertar
retrasamos ahora
la luz que nos fatiga los despegados ojos.
Y es un destino oscuro el de las tardes,
en ellas aprendí que llegará la noche,
y que es inútil
cualquier esfuerzo por burlar la historia
equivocada y triste de los años.
He vivido en la espera absurda de la vida,
cuando he gozado
ha sido con reservas; amé creyendo en el amor
que habría luego de venir, y que faltó a la cita,
y renuncié al placer por la promesa
de una dicha más alta en el futuro incierto.

Pero los días, al pasar, no son
el generoso rey que cumple su palabra,
sino el ladrón taimado que nos miente.
Con su certeza
nos convierte la edad en más mezquinos,
nos enseña a amar lo que nos duele,
las cosas más pequeñas, aquello que ahora somos
y tenemos: la música suave, nuestros cuerpos,
el calor de la estancia y el cansancio.
Buscamos la derrota de las tardes, su tregua
en la exigencia vana de una gloria
que ya no nos seduce. Nos convierte
la edad en más obscenos, y aceptamos
cualquier regalo aunque parezca pobre:
esa boca gastada por el uso, tan dulce aún,
el fuego antiguo y leve de la carne,
los viejos libros, los amigos justos,
un poema mediocre, pero nuestro,
y la costumbre extraña
de ser al fin felices en la sombra.

Es un destino oscuro el de las tardes,
pero también hermoso
y breve como el paso de los hombres.

Vicente Gallego, Los ojos del extraño, 1990

Yo te deseo

Yo te deseo

Yo te deseo la locura, el valor,
los anhelos, la impaciencia.
Te deseo la fortuna de los amores
y el delirio de la soledad.
Te deseo el gusto por los cometas,
por el agua y los hombres.
Te deseo la inteligencia y el ingenio.
Te deseo una mirada curiosa,
una nariz con memoria,
una boca que sonría
y maldiga con precisión divina,
unas piernas que nunca envejezcan,
un llanto que te devuelva la entereza.
Te deseo el sentido del tiempo
que tienen las estrellas,
el temple de las hormigas,
la duda de los templos.
Te deseo fe en los augurios,
en la voz de los muertos,
en la boca de los aventureros,
en la paz de los hombres que olvidan su destino,
en la fuerza de tus recuerdos
y en el futuro como promesa
donde cabe todo lo que aún no te sucede…

Ángeles Mastretta

Doble símbolo

Doble símbolo

Has nacido mujer… Y te preguntas
si es humillación el aceptarte
con todo lo que fueron tus abuelas,
con todo lo que fuiste y fue tu madre,
con lo que tú eres hoy, un ser que busca
los posibles sentidos de la vida,
del amor, de la muerte y la tristeza,
la profunda raíz de la esperanza.

Si es orgullo la cifra de tu canto
o tan sólo piedad tus elegías.
Si es humilde ese signo que te inventas
al sumergirte viva en el silencio,
porque sabes que todos menosprecian
la voz de la mujer o se sonríen
si su palabra apunta hacia lo alto
o penetrar procura las tinieblas.

El dedal o la pluma -doble símbolo-
no sirven de defensa ni tampoco
desafían ni alcanzan la victoria.
Amorosos, humildes instrumentos,
consuelan tu vivir o con su llanto
lavan la piedra gris de muchos sueños.
Escribir y coser, ¿no son lo mismo?
Hilo y tinta devanándose viviendo.

Concha Zardoya, El corazón y la sombra, Ed. Ínsula, 1977

Supervivencia

Supervivencia 

Uno siempre espera
que suceda algo,
que algo bueno suceda,
algo que le dé un giro brusco,
un empujón, un bandazo
de suerte a su vida
de repente porque sí,
en el momento más inesperado.
Pero no pasa nada, claro,
nunca pasa nada.
Porque uno no es más que un pobre
diablo (qué te creías, pues),
un número, una fecha,
un papel olvidado en un sótano
tétrico, traspapelado
entre millones de papeles.

Y al final uno, qué remedio,
acaba aceptando que es así,
asume su trabajo,
se mira en el espejo y se da risa
(o llora, pero muy bajo)
Se dice que la vida…, en fin,
que no hay nada que hacer,
y ni siquiera se queja, para qué.

Uno ya sólo quiere llegar
al día siguiente, sin
sobresaltos, poder ver a su
equipo por la tele el sábado, fumar
menos, dormir bien, echar
de vez en cuando un
trago, cumplir años,
seguir vivo…, sin más.

Karmelo C. Iribarren (San Sebastián, 19 de septiembre de 1959) Seguro que esta historia te suena. Poesía completa 1985-2012, Ed. Renacimiento

La vida breve

La vida breve

La percusión del tiempo es una fragua
al final del pasillo,
ya no la escuchan más los hijos del herrero,
tan solo la perciben cuando cesa:
cuando el tiempo descansa
ellos paran también,
por si acaso al sacarle a la prisa ventaja
solo encuentran la muerte.

Las nubes de la tarde
resuenan en la lluvia de esta noche.

Los gritos de la casa
tiemblan en el eco de un llavero que cae
en el salón vacío.

En el ruido metálico de un andamio
se quejan las reformas
de lo que ya no existe.

El invierno te grita en el deshielo,
el verano que cruje en las hojas que pisas
ahora ya es octubre,
fue entonces cuando alguien pensó en ti,
y hoy susurra una carta debajo de la puerta.

Si se escucha un disparo,
hay redoble de lágrimas
en el cuarto del huérfano
y un suspiro entre sueños
despierta al asesino.

 En este llanto estallan nuestros sueños,
y no llora el pasado,
el futuro se queja de no ser quien creía.

 La prisa nunca prometió ventaja,
el tiempo de la música no es tuyo todavía.

Paula Bozalongo (1991, Granada, España) Diciembre y nos besamos, Ed. Hiperión, 2014 (XXIX Premio Hiperión de Poesía)

Metro de madrid informa

Metro de Madrid informa

Siete de cada diez pasajeros de este vagón no apartan sus miradas del teléfono móvil.
Uno de diez mira al frente sin mirar nada.
Uno de diez duerme,
se despierta casualmente en su parada, o no.
Yo, voy leyendo
o en su ausencia, escribiendo.
Escribo cartas de amor para olvidarme de él,
algún borrador del que luego sacaré un poema comercial,
canciones con la letra cambiada,
insultos muy logrados hacia todo aquel a quien odio
y razones para llorar.
Voy escribiendo de todo lo que veo,
acaba convirtiéndose en todo lo que me importa.
Las niñas sacan cuadernos y lápiz,
se hacen un moño,
se cruzan de piernas o se sientan en el suelo.
Sus madres
miran el móvil.
Yo las miro a ellas.

Pero hoy no escribo,
hoy leo.

Voy riéndome sola,
llorándome sola.
Uno de diez me mira pero no me ve.
Algunas veces yo soy ese uno de diez que mira
pero mira sabiendo.
Me enamoro de personas,
en ocasiones acabo tomando con alguna una cerveza,
sonrío como en películas americanas de un noviazgo nacido por la casualidad.
Cuando miro, penetro
y siempre
me acuerdo de las caras.
Algunas veces me miran a mí,
esa parte ya es más complicada.

Hoy me miran mientras leo,
hoy, me ve una señora.

Y hoy, una mañana de Julio de 2017, voy llorando en el metro
por unan madrugada de Agosto de 1936.
Leer de tu fusilamiento me destroza este alma de poeta que creemos tener.

Leer tu historia, de nuevo,
y desear llegar al final de esa biografía
con la gloria de siemprevivas en tus costados.
Desear un final diferente
como cruz de vida y oliendo Andalucía.

El metro de Madrid llora romances
y no sabe por qué.

Que si lloro por un hombre ­me dice­.
No, señora.
Lloro por el Romancero gitano.
Lloro por la amistad que no me brindó Dalí.
Lloro por Cadaqués y Granada,
por las palabras que quisiera mías
y porque me quedado sin voz al leerte.
Lloro por ellas,
por doña Rosita,
por Adela,
por La novia,
por Yerma.

El metro de Madrid llora.
Llora el metro de Nueva York y los hijos que se fueron.

No, señora, no lloro por un hombre.
Lloro por los más de cien mil asesinados por el franquismo que
siguen abandonados en cunetas y fosas comunes.

Finalmente sólo digo:
Sí, señora.
Lloro por un hombre.
Lloro por Federico.

Alejandra Martínez de Miguel (1994, Madrid, España); Báilatelo sola, Ed. Plan B, 2019

Eso

Eso

Todos los hombres son iguales.
Todos se mueven lo mismo.
Las cosas que ves en los otros
y que te arañan el corazón como uñas de gato,
son las que luego haces tú. Las mismas cosas.

Resulta tremendo encontrarse
tantas fallas en los demás hombres.
El egoísmo, la duda, el interés y la codicia,
y el énfasis vanidoso que encontramos
están en ti también; porque lo veo
en ellos y en ti, yo lo proclamo.

A mí no me asustáis ninguno,
porque soy mucho peor que vosotros.
Pero no me disculpo, ni me niego, ni bajo
hipócritamente los ojos.

Lo triste e intolerable -¡convéncete hombre!-,
es que tú no te ves, que solo miras
enfrente de ti, desaprobándolo todo.

Hay que humillarse cada día, a cada hora,
delante del más humilde, pero por dentro.

Y enmendar y aprender a ser de otra manera
que suavice el contacto con los otros.
¡Es tan duro vivir con la condena
y la eterna repulsa en el mundo!

Carmen Conde (1907-1996, Murcia, España), En un mundo de fugitivos, Ed. Losada, 1960

Una cien veces

Una cien veces

Hay mujeres
que son estaciones de (d)año,
tormentas torrenciales en agosto y estufa
en un diciembre lleno de abandonos.

Hay mujeres
que son pájaros sin alas en un cielo lleno
de recuerdos,
fieras carnívoras al acecho de las ganas
y de esa falta de poder ante la tentación
que solo es deseo confundido.
Hay mujeres
que son mariposas abstraídas esperando a que
cierres todas las puertas
para acariciarte las mañanas a través
de la ventana,
para sacudirte la mirada en cualquier
dirección ajena a tu rostro.
Hay mujeres
que son animales en celo
galopando sobre tu pecho abatido.
Hay mujeres
de ojos castaños
con alma de gata.
Hay mujeres
de ojos verdes
con alma de zorra.
Hay mujeres
que son signos de interrogación abierta,
tres exclamaciones siguiendo
una huida.
Un ladrido de madrugada.
Hay mujeres
que justifican el silencio.
Hay mujeres
que excusan la poesía.

Hay mujeres
que son aeropuertos alejados
de los que solo salen aviones de mentira,
puertos marítimos
en los que vuelves a ser otra vez tú,
estaciones de tren
donde se cruzan tantas contradicciones
que encuentras paz.

Hay mujeres
que suenan a herida al tocarlas
y te hacen desear la muerte antes que ellas.
Hay mujeres
que huelen a limpio, a cuerpo inerte,
y te hacen desear invadirles el corazón
y el pecho con la brutalidad de un ejército de flechas.
Hay mujeres
que desordenan tus huellas cuando aparecen
y te hacen desear encontrar tu camino
sobre su columna vertebral.
Hay mujeres
que no se esconden, que quieren sin escarcha en los ojos,
que saben a sed,
y esas,
esas te hacen desear quererlas toda la vida.

Hay mujeres
que esperas siempre
porque nunca llegan.
Hay mujeres
que están en todos los lugares que ocupas
menos en tus manos.

Hay mujeres
que son primeras y únicas,
que sobrevuelan el suelo que pisan los demás,
que son azules y ocupan un sitio
diferente al resto.

Hay mujeres
que crees por encima de todo
y por encima de todo deshacen tus creencias,
que son tiernas, ciertas y dulces,
y con su ternura, certeza y dulzura
parten tu inocencia en dos.

Hay mujeres
que abren tus ojos con un soplido de magia
y en el siguiente truco desaparecen,
como la suerte.

Hay mujeres
que te enseñan la moneda por las dos caras:
te besan negándote,
se marchan mientras te nombran,
se quedan en silencio
y desde otros recuerdos te afirman.
Que solo conocen la palabra derrota
en tu boca.
Que solo conoces la palabra victoria
en su boca.
Que te aman mientras te olvidan
y olvidándolas las amas.

Hay mujeres
que quieres y no puedes,
que son tanto que no son bastante,
que dándote lo que necesitas olvidan lo que deseas.
Mujeres contra las que no hay razones
que encajen
y conviertes en huida
para darles un sentido.

Hay mujeres
que son aves de paso,
bodas de un día,
amores que salvan tu vida en una noche,
postres eternos en medio de una prisa carnal,
engaños a la rutina,
tu alma animal rendida al instinto de supervivencia.

Hay mujeres
que aparecen como los aciertos:
a tiempo y sin esperarlas.
Que se atreven y se quedan y tienen
el pelo del color de tu almohada,
que se agitan y temes y dan la vuelta
a tus excusas convirtiéndolas en motivos.
Que te aman sin evitarlo
y amas sobre todo por supuesto.

Y
estoy
yo.
Que soy una en todas esas mujeres.

Y
estás
tú.
Que eres todas esas mujeres en una.

Elvira Sastre (1991, Segovia, España; Ya nadie baila, Valparaíso Ediciones, 2015