A destiempo

A destiempo

Nací una noche vieja
del frío de diciembre.
Nervios, carreras en la casa,
vapor de agua caliente,
prisas, lágrimas, gritos,
susurros y pañales.
Las luces de aquel cuarto
se fueron apagando con mi llanto
mientras crecía
el bullir de la gente por las calles.
Calma adentro y afuera algarabía,
recordaba mi madre como un sueño.

En aquel desajuste
–todo un presagio-
he vivido por siempre.
Fuera del mundo yo,
aquella habitación, aquellos brazos,
aquella cuna.

Llegué muy tarde al año que se iba
y el que llegaba me encontró dormida.

Ángeles Mora (1952, Córdoba, España), Ficciones para una autobiografía; Bartleby Editores, 2015

Para sobrevivir lo cotidiano

Para sobrevivir lo cotidiano

Al bajar al sótano mi ropa sucia
olvidé que guardaba un puñado de ideas
en el bolsillo de atrás del pantalón,
y al sacar la ropa limpia de la lavadora
las descubrí desperdigadas
en trozos de papel totalmente ilegibles.

Desde ese momento
el alma de las cosas susurra que estoy loca
porque rezo al revés a un dios que ya no existe,
y me salen estigmas en las manos
y me vienen a ver desconocidos
que se quedan conmigo por las noches.

Se ahogaron mis palabras en agua enjabonada
y no pude encontrar su rastro en mi cabeza.

Las letras que surgieron de mis dedos
que anoté en los papeles que guardé en mi bolsillo
eran mi dirección, mi nombre,
el título de un libro,
los idiomas que hablo, las cosas que no digo.

Eran formulas mágicas para sobrevivir lo cotidiano,
cómo abrir el buzón y dar los buenos días,
cómo no abrir la puerta al hombre seductor
que nunca se refleja en los espejos.

Todo lo que anotaba eran pequeñas pistas que seguía
para recomponer las piezas de mi cuerpo,
para no equivocarme y saber quién soy
sin tener que pensármelo dos veces.

Ana Merino (1971, Madrid, España), Juegos de niños, Ed. Visor, 2003. (I Premio Fray Luis de León)

Volver

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Llegué a mi casa con frío y lluvia y quise
calentarme los pies. Me puse
las medias grises con flores rosas
que tengo desde los 12. Mi perra
vieja se acercó y pensé que su calor era el mejor
pero estaba sucia. Es blanca
y peluda. Tiene 15 años, una abuela
en años humanos. Nunca se me murió
una mascota todavía,
no sé cómo sería el duelo.
Tengo 23, son más años con ella
que sin ella. A veces se queja porque le duelen
los dientitos. Al igual que yo me molestaba
cuando íbamos de vacaciones
a Tafí del Valle y se iba en busca
de perros petizos y cuadrados.
Pasaba horas buscándola,
Ella volvía con su pelaje lleno de abrojos
y yo de sangre por cruzar
los alambrados de púas
de hermosas casas de veraneo.
Con ella todo parece un constante regreso
y una constante espera.
Vuelve para que podamos mirarnos
y saber que todo va a estar bien.
Todavía estamos tiradas al sol en este departamento.

Sofía de la Vega (1993, Argentina), La idea es vivir cerca, pero no encima, Ed. Liliputienses, 2019.

El lugar que tú ocupas

El lugar que tú ocupas

Por suerte,
existes.

Y por suerte, también,
no solo existes,
sino que te colocas aquí,
justo al lado de todo lo que está lejos
para estar cerca.

Y por suerte, aún más,
no solo existes
y te colocas aquí,
sino que es en ese exacto lugar
en el que me haces pensar
que merezco habitarlo,
conocer los rincones que lo atajan
y saber mirarte también
cuando cierro los ojos.

Como un sueño.

Como el sueño que aparece
en el momento preciso
en el lugar que tú ocupas.

Elvira Sastre (1992, Segovia, España); Re-generación. Antología de poesía española (2000-2015); Ed. Valparíso, 2016

Casa de misericordia

Casa de Misericordia

El padre fusilado.
O, como dice el juez, ejecutado.
La madre: la miseria, el hambre,
la instancia que le escribe alguien a máquina:
Saludo al Vencedor, Segundo Año Triunfal,
Solicito a Vuecencia poder dejar mis hijos
en esta Casa de Misericordia.
El frío del mañana está en la instancia.
Hospicios y orfanatos eran duros,
pero más dura era la intemperie.
La verdadera caridad da miedo.
Como la poesía:
por más bello que sea, un buen poema
ha de ser siempre cruel.
No hay nada más. La poesía es hoy
la última casa de misericordia.


Casa de Misericordia

El pare afusellat.
O, com el jutge diu, executat.
La mare, la misèria i la fam,
la instància que algú li escriu a màquina:
Saludo al Vencedor, Segundo Año Triunfal,
Solicito a Vuecencia deixar els fills
dins de la Casa de Misericòrdia.
El fred del seu demà és en una instància.
Els orfenats i hospicis eren durs,
però més dura era la intempèrie.
La vertadera caritat fa por.
És com la poesia: un bon poema,
per bell que sigui, ha de ser cruel.
No hi ha res més. La poesia és ara
l’última casa de misericòrdia.

Joan Margarit (1938-2021, Lérida, España); Casa de Misericordia, Ed. Visor, 2007. Edición bilingüe castellano-catalán. Este libro fue Premio Nacional de Poesía 2008.

He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes

He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes

HAY un olor de agua y de resinas,
un aroma incesante
subiendo por las médulas
hasta las nervaduras de las hojas,
un espacio oloroso,
una fragancia
de sombras perfumadas, de espesuras azules,
de musgos transparentes.

Vengo de la sustancia de la tierra,
de su barro balsámico.

Sobre la intimidad de lo que existe,
sobre el mundo
que ahora empiezo de pronto a percibir,
va pasando en silencio,
iluminando el sueño en penumbra de las cosas,
el pensamiento de la luz.


EN la ventana arde
la lámpara de cobre
de la que se desprenden las palabras.

Lo conocido excava
una puerta en el muro de lo desconocido.

El corazón no sabe
que algo dentro de él, calladamente,
se prepara en secreto.


LA luz del mediodía,
como un pájaro ciego,
se sostiene en lo más alto del aire.
Las raíces del mosto sacan agua
de las profundidades de la tierra.

Hay un hermanamiento,
una especie de familiaridad entre las cosas
que conforman el mundo,
como si cada una cuidara de la otra,
como si la alegría en la que viven inmersas
fuera un logro de todas,
la conquista de una comunidad.

Acercarnos con afecto a las cosas
nos permite intimar con lo sagrado
que permanece en ellas.

La mañana está en deuda con la cosecha de las flores.
El que entiende de pájaros entiende de narcisos.


LA mañana
camina hacia el milenio
de la mano de un niño
que va dejando migas en las piedras
para las lagartijas y los pájaros.

Ya nadie es inocente.
El lenguaje ha extraído bocados de caballos
de las fosas comunes de los hombres,
huesecillos de frutas,
semillas de palomas.

Los segadores cantan a lo lejos sobre la sangre del maíz.
El árbol que preserva
la conciencia del mundo
es un pequeño níspero al que ladran
por la noche los perros.


AMO lo que se hace lentamente,
lo que exige atención,
lo que demanda esfuerzo.

Amo la austeridad de los que escriben
como el que excava un pozo
o repara el esmalte de una taza.

Mi habla es un murmullo,
una simple presencia que en la noche,
en las proximidades del vacío,
se impone por sí sola contra el miedo,
contra la soledad que nos revela
lo pequeños que somos.

El poeta no ha elegido el futuro.
El poeta ha elegido descalzarse en el umbral del desierto.


EL viento fermentado
en los barrancos del mar
escala las orillas,
acaricia el follaje de los árboles,
se enreda en los espinos que protegen las fuentes.

Presiento con palabras
un mundo elemental, un universo
que, abismado en sí mismo, sigue intacto.
La honradez de un paisaje
que, a espaldas de nosotros, excluido
de nuestras percepciones y de nuestros afectos
desborda plenitud.

El tiempo de los ríos
que fecundan de noche las laderas
sedientas de la tierra
es anterior al tiempo del recelo, de la desconfianza.
Es anterior al tiempo en que los hombres
renunciamos definitivamente
a pactar con las cosas.

Ya no cabe en nosotros el asombro,
la costumbre de la perplejidad.
No nos quedan lugares en los que sea posible lo absoluto.


EN el itinerario de los pueblos
hay casas incendiadas por la luz de la luna
y amaneceres rojos
como las amapolas
de las floristerías de la sangre.

Los que nos adentramos en el bosque
para buscar comida
no sabíamos
que cuando regresásemos
de aquel silencio extraño,
de aquella hoguera oscura que ardía sin consumirse,
no seríamos los mismos.

El bosque es un recodo en el tiempo
en el que se descansa de la luz.
No hay nada más hermoso
que dejarse convencer por la noche
de que todo es eterno.


HE encontrado en las cosas,
en los seres más simples,
una forma
de dejarse llevar, una manera
de abandonarse al flujo secreto de la vida
que nos invita a la modestia.

Los poemas que nos hacen mejores
son los que nos devuelven
a ese estado anterior
en el que era posible,
en nuestras relaciones con el mundo,
conducirnos con naturalidad, sin artificio.

Me conmueve la humildad de los pájaros
que trabajan día y noche para trenzar un nido
en un árbol sin nombre.


EN el valle, un castaño
ha elevado sus hojas
sobre el tejado rojo de una casa
y ahora puede mirar al horizonte.

La noche entre los árboles
es una oscuridad iluminada, un silencio de pájaros
en los que confiar, una espesura
de ramas transparentes,
de pañuelos azules,
de animales benévolos.

Necesito vivir en un país
que no haya renegado de sus árboles,
necesito vivir en una tierra que envejezca a su sombra.


LA realidad se sirve del lenguaje.

La vida del espíritu,
la profecía que aparta la luz de las tinieblas
se sirve del lenguaje.

La humanidad de un mundo amenazado
que se adentra de noche en un desierto
del que nada conoce
se sirve del lenguaje.

El mar ha edificado una iglesia a la salida del sol.


ESTÁ en las escrituras:
La visión se concede, los profetas
escriben al dictado.

Pero nosotros no venimos de los profetas,
nosotros descendemos
de un pastor de rebaños
al que no permitieron, en mitad de la noche,
entrar a la ciudad.


UNO escribe un poema para sentirse vivo.
Uno escribe un poema
para que otro descubra que estás vivo.

La poesía le ha movido la piedra de la entrada
a la gruta de las resurrecciones.

La poesía ha corregido
la inclinación del eje de la tierra
y ha arrojado la manzana de Newton
sobre la fuente de los pájaros.


CON el tiempo me he vuelto silencioso
como el carbón de estufa.

Desde hace algunos años, me encomiendo
a los pájaros mudos
y a los hombres
que hicieron del sigilo su ciudad en la tierra.

El silencio es un océano en calma
que permite que afloren
como islas
o como promontorios
los pequeños sonidos de las cosas,
sus músicas secretas.

El silencio le deja a cada uno llegar a ser quien es.
El silencio es la elegancia absoluta.


HAY en el interior de cada uno
un hombre conmovido
que no nombra las cosas con grandeza,
sino con gratitud.

Soy el que reconoce
los rasgos de su rostro en el cobre de una lámpara,
el que ha pintado un pez en la dovela
secreta de una bóveda.

Siempre supe estar solo,
igual que la montaña que se hace
rodear por el mundo.
Siempre encontré en mí mismo
mi tiempo más intenso, mi habitación más amplia.

Aún le debo a la muerte,
que también está sola,
la navaja mellada que llevo en el bolsillo
y una piedra de sílex
tallada en una gruta por un viejo grabador de animales.


MI pensamiento fluye con los peces
por las aguas
de un río subterráneo,
con las ramas caídas por la serenidad
de una noche perpetua.

No soy como los árabes,
como las caravanas del desierto:
yo mendigo la luz.
Yo soy el que ha escarbado en la tierra de los dones
y ha extraído raíces,
la madera quemada de un incendio.

He aprendido a convivir con las ruinas,
a abrir una ventana y asomarme en silencio a la ternura
de lo que ya no existe.

Oculto en la espesura de las cosas
queda un último eco, sin embargo,
de la canción del paraíso,
un pequeño reflejo de la lámpara
que alumbró el primer día las fachadas
de las casas del mundo.

He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes.

Las palabras son mi forma de ser.

Basilio Sánchez (1958, Cáceres, España); He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes, Ed. Visor, 2019. XXXI Premio Loewe.

A mí me gusta

A mí me gusta
ser mujer.

Me gusta parir
hijos
sin dolor y
amamantarlos
de sueños y
de ternura.

A mí me gusta
mi cuerpo
de guitarra
(a veces desafinada)
y mis ojos de
hembra fuerte
capaz de hacer
cinco cosas
a la vez
(aunque a ratitos
maldiga que
se me clavan
los días y
que necesito
más amor).

A mí
me apasiona
llorar como las
chicas y me
enloquecen las
confidencias de
mis amigas
(mujeres llenas
de mujeres que
se devoran
el mundo).

Y a esta mujer
le excita
que su hombre
se trabaje
su cerebro y
su sexo,
bailando,
ambos,
en igualdad
de placer.

Yo soy una mujer
y no quiero ser
como los hombres,
pero quiero
(lucho, grito, pugno, exijo)
que me valoren
igual que
a ellos.

Yolanda Sáenz de Tejada Vázquez (1968, Huelva, España); Diario de una mujer completa, Ed. El ojo de Poe, 2020

Me enseñaron

Me enseñaron

Mi alma es esa casa de madera que arrastra el vendaval
Juan Carlos Mestre

Desde pequeña me enseñaron
que debía atesorar objetos
para dejar herencia.
Mi casa acaba de quemarse.

Me enseñaron que si trabajas
es para obtener beneficios
y comprar la felicidad a plazos.
Mi casa acaba de quemarse.

Me enseñaron el camino recto
que llevaba a la Iglesia los domingos.
Mi casa acaba de quemarse.

Me enseñaron que la apariencia
ayuda a que te respeten
y por eso yo llevaba vestiditos
que eran la delicia de las madres.
Mi casa acaba de quemarse.

Me enseñaron que la familia es indisoluble
y los hermanos son sagrados
aunque te sangren.
Mi casa acaba de quemarse.

Me enseñaron a disimular el dolor
y las mentiras,
a sonreír puertas afuera
para que todos envidiaran mi vida perfecta.
Mi casa acaba de quemarse.

Me enseñaron a callar
porque sólo era una niña que siempre
tuvo fantasías de cría inútil
y absurda comunista.
Mi casa acaba de quemarse.

Me enseñaron a dejar de respirar
para ahogar en el silencio a la belleza
y yo me convertí en palabras sin sonido.
Mi casa acaba de quemarse.

Ahora, ante los escombros de la casa,
aprendo a vivir de nuevo
y la libertad nace de las cenizas.

Montserrat Villar González (1969, Ourense, España); Sumergir el sueño – Sulagar o soño, Ed. Lastura, 2019

El último tango

El último tango

No puedo ahora frenar
la rotación inmensa del abrazo
para medir su órbita.
Claudio Rodríguez

¿Qué quieres que te cuente del amor
alguien que nunca ha escrito en el poema mariposa o abril?
Yo sólo puedo hablarte
de los escorpiones o de las garrapatas,
de la cara de imbécil que tiene mi vecino,
de lo triste que a veces me resulta
escuchar a Coltrane
sin otra compañía que mis gatos
o del abrigo excepcional de los violines
cuando tiemblan y dudan de su música.
Sin embargo, no puedo hablarte del amor.
Ese altivo juglar no me quiso en sus filas
y ahora estoy aquí como un intruso,
escribiéndote a ti que estás leyendo
y mirando el reloj para escaparte de toda esta indigencia,
que tal vez sabes algo de este tipo
y de sus maniobras,
que también —es posible— te haya dado plantón;
a ti, que desconoces mi lado más siniestro,
el tabaco que fumo
o a qué hora inservible
maldigo las canciones y me arrastro
hasta mi habitación sin dignidad
para seguir bebiendo esta indolencia.

¿Qué quieres que te cuente del amor
quien no pudo medir su abrazo ni su órbita? 

Katy Parra (1964, Murcia, España); Licencia para bailar, Valparaíso Ediciones, 2016

No

No

A mi padre

Yo no quiero crecer
y perder ese olor a musgo
que aún me envuelve y me protege.
Yo no quiero
vestirme de importante,
perder el brillo de los ojos
que delata la llama del tiempo sin pasado
y que todavía con el dedo estirado
me toca.
Me asombro al ver un árbol,
el amanecer como una tarde puesta al revés,
no yéndose,
el retrato de un muerto
en el salón de mi casa.
Yo no quiero
sujetar a los hombres por la corbata
ni manejar números

Maine, verano de 2005.

Leticia Bergé (1991, Madrid, España); Dame tu llave, AGM Editor, 2006. Extraído de Sombras di-versas. Diecisiete poetas españolas actuales (1970-1991); Ed. Vaso Roto, 2017.