Propuesta

Propuesta

Te propongo esta noche
llegar a un acuerdo,
un diálogo entre mi cuerpo y tu cuerpo,
una conversación sin palabras,
un silencio de proyectos,
que tus dedos interpreten
el lenguaje de mis dedos.

Te propongo, simplemente,
alargar la caricia,
no planear la llegada a la cima
sino navegar con el remo de mis brazos
no utilizar para nada el salvavidas
ni que el tiempo detenga la mirada
dirigida a los botones de tu camisa.

Te propongo un pacto de susurros,
una tertulia de gemidos,
un monólogo de gritos,
que todo lo que no dijimos
en la piel permanezca escrito.

Te propongo una noche interminable,
lenta, muy lenta, tan lenta
que cuando nos interrogue la mañana
no sepamos quiénes somos
ni hacia dónde vamos
como si aprendiéramos de nuevo a leer
igual que dos niños pequeños,
como si aprendiéramos de nuevo a escribir
sobre el pálido folio de nuestro cuerpo.

Te propongo una lectura corpórea
desde el prólogo de tus ojos
hasta el epílogo de mi boca.

Gloria Bosch (1959, Barcelona, España);  Dédalo del deseo, Ed. Huerga & Fierro, 1998. Premio Villa de Benasque 1997

Paraguas

Paraguas

Me he comprado un paraguas del color del cielo para albergar todas tus lágrimas. Sólo así tu tristeza más reciente también será mía, y tu dolor ocupará mi sombra.
Puede que aquel paraguas que inventó la forma de calmar los rayos en los días grises no reconozca hoy el tacto de la lluvia y tiemble como un hongo en el olvido.
Puede que un día los nimbos o los cúmulos se nieguen a escurrir todas sus manchas de agua y acaben por secarse con el sol, igual que los lagartos.
Pero el paraguas siempre guardará en silencio la memoria de la lluvia y acogerá en su piel, a un tiempo perfumada y húmeda, las luces de otros rayos: los del sol.
Me gustan los paraguas, pero en casa; colgados del armario, en la cocina, encima del bidé o debajo de la cama pero nunca en la calle. ¿Por qué rayos la gente se pone tan nerviosa y echa a correr cuando llueve un poco? ¿Son tal vez de azúcar? ¿Por qué cuando caen tres gotas toda la gente se ata a su paraguas?
Odio a los que no saben dónde acaba su paraguas; a los que te clavan el mango o la varilla en los riñones, que te lo escurren en los morros, que se echan a volar cuando no pueden con el viento y lo disparan y lo zarandean como tulipanes negros.
Odio a los transeúntes que no vieron nunca a Mary Poppins, que piensan que el paraguas sólo sirve para huir del agua, que en días de tormenta se amotinan en los soportales, que dejan sus paraguas en las papeleras y no se atreven nunca a desplegarlo en casa.
Creo que a las personas se las conoce por sus paraguas: negros para las viudas y los caballeros -quizá más resistentes al humor del agua-, estampados para las solteras, de plástico para los niños, lisos para las universitarias, rojos para los cirujanos, blancos para los curas, verdes para la Guardia Civil, de rayas para los presos, sin tela para los optimistas y de Ágata Ruiz de la Prada para el resto.
Hay paraguas que se abren como flores de invierno, paraguas que se abren como paracaídas, paraguas que se abren por sorpresa, paraguas que no se abren, paraguas para vivos, paraguas para muertos.
Hoy me he comprado un paraguas del color del cielo para albergar tus lágrimas y salir a la calle y decir como Bossa cualquier día: “Bajo la lluvia despliego un mapamundi”.

Raúl Vacas (1971, Salamanca, España); Solar edificable. Antología poética (1996-2020); Editado por la Diputación de Salamanca, 2021.

Dejé de transmitir sus señales e interpreté las mías

Dejé de transmitir sus señales e interpreté las mías

Cuando las gaviotas se lo coman todo
y en los esqueletos de los barcos proliferen
los insectos,
seguirás preguntándote qué hice contigo
después de recordarte.

Porque después del recuerdo vienen otras cosas
que no conociste,
que tampoco conocí porque desaparecían
al ritmo ligero de lo no deseado.
Pequeñas rozaduras que envejecían el instinto
de retenerte
y que no hacían daño, como ahora las gaviotas.

Todavía no, pero las veo gordas
sobre sus patas tiesas de aferrarse a los ahogados
y comerles los ojos
sin movimiento.

Porque no opone resistencia la carroña
engordarán tranquilas.

Pero todavía no,
aunque las vea.

Luisa Castro (1966, Lugo, España), Los hábitos del astillero, Ed. Visor, 1989 (IV Premio Internacional de Poesía Rey Juan Carlos)

Pequeños accidentes caseros

Pequeños accidentes caseros

Me hice un tajo en un dedo cuando cocinaba.
Luego me despellejé otro dedo al abrir una botella.
Hoy me he raspado la pierna con el pico de la mesita.
Así que me he puesto seria:
he reunido en asamblea a todos los objetos de mi casa
y les he dicho que ya sé
que me muero de la pena,
que tengo el corazón en carne viva,
que ya sé
que no soy más que una herida que sangra tristeza,
que hasta respirar me duele porque él no me ama
como le amo yo;
en fin: que no hace ninguna falta, les he dicho,
que me lo recuerden también ellos
cada día.

Berna Wang (1957, Madrid, España); extraído de La escritura plural. 33 poetas entre la dispersión y la continuidad de una cultura. Antología actual de poesía española, Ed. Ars poetica, 2019

Poesía para un lunes

Poesía para un lunes

Vuelve el lunes tras el hiato;
vuelve con los ojos llenos de sueño
y con menos sueños posibles,
vuelve funcionarial, rutinario,
como la tormenta tras el rayo,
como un matrimonio.
¿Dónde están las buenas noticias?
El lunes huele a detergente,
a vacío,
a comida congelada.
Los lunes nunca hacemos el amor.
Lunes, tediosa palabra de orden
depurativo y famélico.
No hay poesía los lunes. Ni pescado fresco.
Es lunes, pero te quiero
y eso me salva del mundo.

Eva Vaz (1972, Huelva, España); Ruido de venenos, Ed. Crecida, 2013.

Precuela

Precuela

En aquel tiempo extraño,
los amigos se habían mudado lejos,
los lugares antiguos de la infancia
se habían transformado para siempre
con la prisa salvaje de los años perdidos.
Dejábamos de usar los verbos en plural
por pereza de ser ya demasiados.
De nada nos sirvieron los recuerdos,
heredados y antiguos,
sonriendo de verdad o de mentira,
porque nada supimos de los otros.
En aquel tiempo extraño y fariseo,
tuvimos muchos hijos
a los que no quisimos poner nombre.
Aunque quizá todo esto
ahora no nos baste.
Pero en aquel momento,
tan niños y tan sabios,
esperábamos ya la plenitud
de agosto, y de las playas llenas,
las discusiones tristes,
los besos de puntillas,
de este futuro que era impermeable.

Rosa Berbel (1997, España), Las niñas siempre dicen la verdad, (ganador por unanimidad de la XXI edición del Premio de Poesía Joven «Antonio Carvajal»), Ed. Hiperión, 2018

Poética

Poética

Un equipaje sobrio
–una escueta sintaxis despojada
y dos pronombres falsos–
para un fin de milenio. Inservible el amor:
ese es el tema. –¿Acaso no me oyes?
¿No basta imaginar que oyes cómo escribo
para que me parezcan
rentables el hastío y la escritura?
–Desherédame, lengua. No te sirvo.
No acudo a las palabras limpiamente.
Solo acaricio aquellas que me queman
y que saben a labios o a odisea.
Solo quiero adular a la familia
de las palabras muertas del amor.
Será inútil seguir. Queda solo un pronombre.

Aurora Luque (1962, Almería, España), Carpe noctem, Ed. Visor, 1993

Centro de salud

Centro de salud

Ahora voy al centro de salud
que estaban construyendo
hace unos cuantos años,
cuando tú y yo solo éramos dos adolescentes
que se arrullaban tras sus obras.
Ahora tengo el doble de la edad que tenía entonces,
es sólo un hecho, nada más.
Sentado al borde de mí mismo,
exploraba tu cuerpo con ternura
e indecisión.
—Toso mucho —le digo al médico—,
no dejo de toser —recalco.
Y mientras se lo cuento,
descubro desde su ventana aquel jardín
donde tú y yo nos auscultábamos.
—Respira hondo —me pide.
Y a duras penas,
con el pecho encogido, tomo aire.

José Gutiérrez Román (1977, Burgos, España), Material de contrabando, Ed. Difácil, 2020.

Amanecer

Amanecer

Mientras duermes te miro.

Me recuerdas
el frío de las fuentes en los labios,
el prado debajo de la espalda,
la indescifrable danza de las nubes,
el dulce sabor de diminutos dedos en la masa,
la tierra en las uñas,
los pies mojados en los charcos,
los bolsillos repletos.

Contigo junto a mí
los días recobran la suave textura de la cera
y repiten mil veces el amanecer.

Contigo junto a mí
veo pasar de largo la tristeza.

Irene Sánchez Carrón (1967, Cáceres, España); Escenas principales de un actor secundario, (Premio Adonáis, 1999) Ed. Rialp, 2000

Mujercitas

Mujercitas

Nosotras que buscamos el amor
en las metáforas que suspiran,
que hemos aprendido a recorrer nuestro cuerpo
con las yemas finísimas,
deseamos,
en el espejo de nuestra boca
que nuestra lengua se transforme en otro paladar, en otros labios
y los recorran unos dedos inmensos
que sepan penetrarnos
abrir todas las grietas,
y nos hagan temblar como a los árboles de tronco diminuto
que se mecen con el viento.

Nosotras, vestidas o desnudas
florecemos con el agua de los besos
que humedecen las promesas,
florecemos con el susurro efímero
de la felicidad.

Pero también nosotras, las que buscamos el amor
en los versos sin alas de todos los ángeles caídos
nos vamos quedando solas,
y la geografía de nuestra piel se desdibuja,
en todas las esquinas, sobre las sábanas,
en los abrazos de la añoranza,
en el deseo de una nostalgia a la que rendimos tributo
bebiendo su semilla.

Ana Merino (1971, Madrid, España), Juegos de niños, Ed. Visor, 2003. (I Premio Fray Luis de León)