Mi primer biquini

Mi primer bikini  

Solo yo sé cuándo sobrevivimos.
Lo sé porque mis dedos
se transforman en lápices de colores.
Lo sé porque con ellos
dibujo en las paredes de tu casa
mujeres con rostro de epitafio.
Porque, a la caricia de la punta,
comienza el derrame de los cimientos
formando arco iris en la noche.
Porque, al escribir testamentos
en el suelo, se remueven las vísceras
de azúcar, y trepan tus raíces.

Grabo versos de colores fríos
en tu piel, de arquitrabe a basa,
y les llueve y los diluye, y compruebo
que la lluvia suena como hacen al caer
las canicas brillantes y naranjas
que cambiaba en el patio del recreo,
poco antes de calzar mi primer bikini.

Hoy guardo las canicas, como un apagado
tesoro, en los huecos de otras espaldas. 

Pinto también en la terraza de enfrente
un jardín de lápidas cálidas y hermosas.
Trazo como una medusa de bronce,
un paraíso de cadenas hendiendo en mantillo
el valle diminuto que proclama que es frágil
y sin embargo, dirás tú, sobrevive.

Elena Medel (1985, Córdoba, España), Mi primer bikini, Ediciones DVD, 2001 (Premio Andalucía Joven de Poesía)

La historia de dos mujeres

La historia de las dos mujeres

Tengo tres hijos
y una amiga que me ama
distinto:
mi amiga me ama despacio,
sin daño,
y provoca incendios que no destruyen.
Tengo un gobierno de hormonas
que contradicen sus órdenes
y desean con A.
Tengo el amor de mi amiga,
dócil y generoso,
y ya no quiero
la violencia de aquellos falos
perforando mis órganos,
ni la torpeza
de aquellas manos rústicas.
Tengo los brazos de mi amiga,
delicados,
adorando mis pechos.
Tengo sus labios de hembra
convulsionando
mis labios de hembra.
Tengo una linda fractura,
lasciva y trabajadora,
llorando permanentemente
de placer,
cuando mi amiga,
mi ángel lésbico,
se adentra en mis
oscuridades
y se queda explorando
mi humanidad con H.
Tengo tres hijos
y una amiga que me ama
distinto:
Tengo algunos problemas.
Pero tengo a mi amiga.
Y me ama.

Eva Vaz (1972, Huelva, España); La otra mujer, Ed. Celya, 2003.

A mí me gusta

A mí me gusta
ser mujer.

Me gusta parir
hijos
sin dolor y
amamantarlos
de sueños y
de ternura.

A mí me gusta
mi cuerpo
de guitarra
(a veces desafinada)
y mis ojos de
hembra fuerte
capaz de hacer
cinco cosas
a la vez
(aunque a ratitos
maldiga que
se me clavan
los días y
que necesito
más amor).

A mí
me apasiona
llorar como las
chicas y me
enloquecen las
confidencias de
mis amigas
(mujeres llenas
de mujeres que
se devoran
el mundo).

Y a esta mujer
le excita
que su hombre
se trabaje
su cerebro y
su sexo,
bailando,
ambos,
en igualdad
de placer.

Yo soy una mujer
y no quiero ser
como los hombres,
pero quiero
(lucho, grito, pugno, exijo)
que me valoren
igual que
a ellos.

Yolanda Sáenz de Tejada Vázquez (1968, Huelva, España); Diario de una mujer completa, Ed. El ojo de Poe, 2020

Me enseñaron

Me enseñaron

Mi alma es esa casa de madera que arrastra el vendaval
Juan Carlos Mestre

Desde pequeña me enseñaron
que debía atesorar objetos
para dejar herencia.
Mi casa acaba de quemarse.

Me enseñaron que si trabajas
es para obtener beneficios
y comprar la felicidad a plazos.
Mi casa acaba de quemarse.

Me enseñaron el camino recto
que llevaba a la Iglesia los domingos.
Mi casa acaba de quemarse.

Me enseñaron que la apariencia
ayuda a que te respeten
y por eso yo llevaba vestiditos
que eran la delicia de las madres.
Mi casa acaba de quemarse.

Me enseñaron que la familia es indisoluble
y los hermanos son sagrados
aunque te sangren.
Mi casa acaba de quemarse.

Me enseñaron a disimular el dolor
y las mentiras,
a sonreír puertas afuera
para que todos envidiaran mi vida perfecta.
Mi casa acaba de quemarse.

Me enseñaron a callar
porque sólo era una niña que siempre
tuvo fantasías de cría inútil
y absurda comunista.
Mi casa acaba de quemarse.

Me enseñaron a dejar de respirar
para ahogar en el silencio a la belleza
y yo me convertí en palabras sin sonido.
Mi casa acaba de quemarse.

Ahora, ante los escombros de la casa,
aprendo a vivir de nuevo
y la libertad nace de las cenizas.

Montserrat Villar González (1969, Ourense, España); Sumergir el sueño – Sulagar o soño, Ed. Lastura, 2019

El último tango

El último tango

No puedo ahora frenar
la rotación inmensa del abrazo
para medir su órbita.
Claudio Rodríguez

¿Qué quieres que te cuente del amor
alguien que nunca ha escrito en el poema mariposa o abril?
Yo sólo puedo hablarte
de los escorpiones o de las garrapatas,
de la cara de imbécil que tiene mi vecino,
de lo triste que a veces me resulta
escuchar a Coltrane
sin otra compañía que mis gatos
o del abrigo excepcional de los violines
cuando tiemblan y dudan de su música.
Sin embargo, no puedo hablarte del amor.
Ese altivo juglar no me quiso en sus filas
y ahora estoy aquí como un intruso,
escribiéndote a ti que estás leyendo
y mirando el reloj para escaparte de toda esta indigencia,
que tal vez sabes algo de este tipo
y de sus maniobras,
que también —es posible— te haya dado plantón;
a ti, que desconoces mi lado más siniestro,
el tabaco que fumo
o a qué hora inservible
maldigo las canciones y me arrastro
hasta mi habitación sin dignidad
para seguir bebiendo esta indolencia.

¿Qué quieres que te cuente del amor
quien no pudo medir su abrazo ni su órbita? 

Katy Parra (1964, Murcia, España); Licencia para bailar, Valparaíso Ediciones, 2016

Guerrera

Guerrera

Si la vida pudiese responder
a todo aquél que le pregunta
cómo debería vivirla,
hablaría de la lucha,
de la supervivencia
y de ti.
Hablaría de declararle la guerra
a la misma noche,
de librar batallas contra la sobriedad
hasta el amanecer
y ejercitar los músculos de la risa
hasta que duelan.
Hablaría de tu manera de bailar
hasta el silencio.
De tu constancia, de tu insistencia,
de cómo sigues andando
aunque tus tobillos se tuerzan.
Hablaría de tus manos
dedicadas a cuidar,
y de cómo renuevas la idea
de que un granito de arena
puede cambiar el mundo
cuando las personas se comportan como tales.
Diría que eres la respuesta
porque eres cierta,
hundes a la duda
y enseñas que es más fácil la felicidad.
Contaría que eres verbo,
y que has sido posible en todos los tiempos
porque no dejas de suceder,
como ella.
Si la vida pudiese escoger su definición
te daría la palabra,
porque la llevas pintada,
porque luce en tus pestañas,
porque estás y eres acción.
Si la vida pudiese escoger su definición,
te elegiría.

Andrea Valbuena (1992, Barcelona, España), Mágoa, Ed. Valparaíso, 2016. I Premio Valparaíso de Poesía

La casa encima

La casa encima

Tantos siglos removiendo esta tierra
que atravesó el ganado
y alimentó al ganado y a los hombres
que regaron esta tierra
con el curso negro de su sangre
−la sangre cambia de color
cuando sale del cuerpo−.
Tantos siglos alineando ladrillos,
aquí hubo un establo
sobre el que se construyó una iglesia
sobre la que se construyó una fábrica
sobre la que se construyó un cementerio
sobre el que se construyó un edificio
de protección oficial.
Tantas mujeres fregando sus baldosas,
pariendo en sus baldosas,
escondiendo la mierda debajo de las baldosas
que pisaron sus hijos ebrios
y sus sobrios maridos
que trabajaron y fornicaron
por el bien de un país en el que no creían.
Tantos siglos para que yo,
miembro de una generación prescindible,
pierda la fe en la emancipación,
mire el techo de mi dormitorio
y se me venga la casa
encima.

Erika Martínez (1979, Jaén, España); de El falso techo, Ed. Pre-Textos, 2013. Extraído de  Centros de gravedad. Poesía española en el siglo XXI, Ed. Pre-Textos, 2018.

Mechas

Mechas

 Estoy sentada
con las piernas abiertas,
la cabeza entre ellas.

La peluquera esponja
mis rizos húmedos,
con delicadeza y ternura.

Sus manos ásperas y largas
son las manos redondas
y suaves de mi madre
peinando mis coletas
para ir al cole.

Recuerdo a Safo
trenzando flores
en el cabello
de su pequeña Cleide.
Y lo que dijo
mi esteticién
cuando posó sus dedos en mis cejas:
“qué poco acostumbradas
a que nos toquen”.

Miro mis uñas rojas,
uñas de gata,
que recorto intentando
que se vuelvan retráctiles
y duelen de tan afiladas.

El miedo, la distancia
con la que nos tocamos.
Sacudo
mi nuca estremecida
por la ternura de la peluquera.

Gracia Aguilar (1982, Albacete, España); Libérame domine, Ed. Pre-Textos, 2018

La mariposa blanca

La mariposa blanca

En el velador de la residencia,
la mariposa blanca
y los cabellos blancos de mi abuela.

Mi abuela.

Con sus 91 años recién cumplidos,
apoyada en su bastón,
se queja porque esto está lleno de viejos
con bastón.

Y se mira los ríos de las manos
y no le teme al mar.

¿Quién se ha posado sobre quién?

Martha Asunción Alonso (1986, Madrid, España), Balkánica, Ed. Torremozas, 2018 (Premio Carmen Conde de Poesía Joven 2018). Además, su poesía ha recibido los siguientes premios: el Premio de Poesía Joven RNE (2015), el Adonáis (2012) y el Nacional de Poesía Joven (otorgado por el Ministerio de Cultura, 2011).

Claroscuro

Claroscuro

yo soy aquella
que vestida de humana
oculta el rabo
entre la seda fría
y riza sobre negros pensamientos
una guedeja
todavía oscura

o no lo soy aquí
sino en el aire nublado del espejo
mirada ajena mil veces ensayada
hasta ser la ceguera

la indiferencia el odio
y el olvido
en la fronda de sombras y de voces
me acosan y rechazan

la que fui
la que soy
la que jamás seré
la de entonces

entronizada entre
entronizada
me contempla la muerte
en ese espejo
y me visto frente a ella

con tan severo lujo
que me duele la carne
que sustento

la carne que sustento y alimenta
al gusano postrero
que buscará en las aguas más profundas
dónde sembrar
la yema de su hielo

como en los viejos cuadros
el mundo se detiene
y termina
donde el marco se pudre

Blanca Varela (1926- 2009, Perú), Canto villano: Poesía reunida, 1949-1994, Ed. Fondo de cultura económica, 1978