The house

The house
I
Mother says there are locked rooms inside all women; kitchen of lust,
bedroom of grief, bathroom of apathy.
Sometimes, the men – they come with keys,
and sometimes, the men – they come with hammers.

Warsam Shire (1988, Kenia); Her Blue Body, Ed. Flipped Eye, 2014

I
Madre dice que dentro de todas las mujeres hay habitaciones cerradas; cocina de lujuria,
dormitorio del duelo, baño de la apatía.
A veces, los hombres – vienen con llaves,
y a veces los hombres – vienen con martillos.

Vegetal

Vegetal

Como la erika
que antes de secarse
produce un hijo.
Pero también como la orquídea
orgullosa y sola.
Como el sauce
inclinado
hacia el río quieto.
Pero también como la grevilea
que enfrenta
los vientos más feroces.
Frágil como los pensamientos
a los que una ligera
lluvia aplasta.
Abierta como el paraíso
que juega
con las gotas.
Manos desconocidas
revolvieron el césped
donde escribí palabras.
¿Buscaban tesoros ocultos?
Soy hosca
como el cactus.

Estela Figueroa (1946, Argentina); de Profesión: sus labores. Extraído de  El hada que no invitaron: obra poética reunida 1985-2016, Ed. Bajo la luna, 2016.

Nostalgiar

Nostalgiar

Plataneros meciendo el corazón,
duendecillos de mimbre en las estufas
y el abuelo que vuelve de la mina
con pan de pajarines y meruéndanos rojos
(rojos eran tus labios cuando pescabas nubes,
de niño, por las Veigas).

Nostalgiar.

Crepitar de mazorcas en el horno.
Otoño en cucuruchos de papel.

Esta niña no sabe el padrenuestro,
ni la tabla del cinco,
ni estar sola.

El príncipe soltero del desván invisible.
Manchas chinas de aceite sobre papel de estraza.

Nostalgiar.

Quiero, abuela, hojaldres y una gripe,
cachorros callejeros a los pies de mi cama:
volver, lavarme el corazón con manzanilla.

Esta niña no sabe estar con nadie,
salirse de los cuadros del salón,
dibujar un sombrero… ni una boa.

Martha Asunción Alonso (1986, Madrid, España), Detener la primavera, Ed. Hiperión, 2011 (XIV Premio de Poesía Joven “Antonio Carvajal”)

Hombres al natural

Hombres al natural

Son seres grises,
inequívocamente masculinos,
que lo mismo me envían
algún ramo de rosas
con cuatro plenilunios de retraso,
que intentan sorprenderme
al llegar en su lata
(léase coche) último modelo
donde se sienten mágicos.

Seres brillantes,
portadores de un agua de colonia
que anuncia su presencia
con cuatro primaveras de adelanto;
hombres al natural, de calle y riesgo,
que buscan evadirse
llevándome a cenar. Puedo ingerirlos
antes de que caduquen,
pero se me indigestan
media hora después, y no merece
la pena estropear esa velada.

Madre Naturaleza,
los pones a mi alcance, y agradezco
tus sabias intenciones.
Pero yo siempre he sido
inequívocamente femenina,
y declaro ante ti que cada vez
es mayor la distancia que nos une.

María Sanz, (1956, Sevilla, España), Trilogía poética de las mujeres en Hispanoamérica (1. Picaras), Ediciones La Cuadrilla de la Langosta, 2004

Cielo, no quieras protegerme

Cielo, no quieras protegerme,
no cubras hoy de azul mi exaltación,
que quiero hundirme arriba, dentro
del vacío, en la verdad
sin muerte y sin infancia
del ahora.

Protege a los más débiles,
no a mí,
que hoy puedo ver más allá
y agradecer mi nada.

Virginia Navalón (1988, Valencia, España); Bestiario (XIX Premio Internacional Emilio Prados de Poesía), Ed. Pre-Textos, 2019

Olga Orozco

Olga Orozco

Yo, Olga Orozco, desde tu corazón digo a todos que muero.
Amé la soledad, la heroica perduración de toda fe,
el ocio donde crecen animales extraños y plantas fabulosas,
la sombra de un gran tiempo que pasó entre misterios y entre alucinaciones,
y también el pequeño temblor de las bujías en el anochecer.
Mi historia está en mis manos y en las manos con que otros las tatuaron.
De mi estadía quedan las magias y los ritos,
unas fechas gastadas por el soplo de un despiadado amor,
la humareda distante de la casa donde nunca estuvimos,
y unos gestos dispersos entre los gestos de otros que no me conocieron.
Lo demás aún se cumple en el olvido,
aún labra la desdicha en el rostro de aquello que se buscaba en mí igual que en un espejo de sonrientes praderas,
y a la que tú verás extrañamente ajena:
mi propia aparecida condenada a mi forma de este mundo.
Ella hubiera querido guardarme en el desdén o en el orgullo,
en un último instante fulmíneo como el rayo,
no en el túmulo incierto donde alzo todavía la voz ronca y llorada
entre los remolinos de tu corazón.
No. Esta muerte no tiene descanso ni grandeza.
No puedo estar mirándola por primera vez durante tanto tiempo.
Pero debo seguir muriendo hasta tu muerte
porque soy tu testigo ante una ley más honda y más oscura que los cambiantes sueños,
allá, donde escribimos la sentencia:
“Ellos han muerto ya.
Se habían elegido por castigo y perdón, por cielo y por infierno.
Son ahora una mancha de humedad en las paredes del primer aposento”
.

Olga Orozco (1920-1999, Argentina), Las ínsulas extrañas. Antología de poesía en lengua española (1950-2000), Ed. Galaxia Gutemberg, 2002

Arde

Arde

Precaución, arde.
Esta mujer que escribe arde.
Su piel quema
y aún es peor en el caso de su pensamiento.
Ese carácter encendido
le provoca una mala aceptación del mundo
y es por eso que ustedes deben alejarse de ella.
Arde esta piel y esta palabra,
y esta conciencia que tan sólo encuentra justicia
en cierto equilibrio entre palabra, obra y hecho.
Tengan precaución entonces y cierto cuidado,
pues toda llama tiende a extenderse
y es fácil entonces
que esta voz les alcance
y tal vez hiera
en esta quema necesaria,
en este incendio que busca provocar
la palabra escrita.
Cómo comprender el mundo entonces
si no es a través de este avanzar entre las llamas
y que afecte cada luz, cada sombra, cada actitud y comportamiento
que observas y has de traducir a este reino
de silencio roto por la palabra.
Cómo enfrentarse entonces al mundo
de otro modo, más allá de una traducción
dolorosa y exacta de este.
Tengan cuidado entonces, insisto,
esta mujer arde, quema,
arrasa y destruye todo cuanto su palabra
o roce alcanza.
Y esa es su intención primera
al escribir.
Conciencia en llamas
que ha de quemar
y alcanzar al otro.
Precaución,
pues arde.
Ese frío absoluto
de sus manos
así lo atestigua.

Ana Vega (1977, Oviedo, España), Herencia, Canalla Ediciones, 2017. La escritora fue Premio de la Crítica de las Letras Asturianas en 2011

Bajo la lluvia

Bajo la lluvia

¡Cómo resbala el agua por mi espalda!
¡Cómo moja mi falda,
y pone en mis mejillas su frescura de nieve!
Llueve, llueve, llueve,
y voy, senda adelante,
con el alma ligera y la cara radiante,
sin sentir, sin soñar,
llena de la voluptuosidad de no pensar.
Un pájaro se baña
en una charca turbia. Mi presencia le extraña,
se detiene… me mira… nos sentimos amigos…
¡Los dos amamos muchos cielos, campos y trigos!
Después es el asombro
de un labriego que pasa con su azada al hombro
y la lluvia me cubre de todas las fragancias
de los setos de octubre.
Y es, sobre mi cuerpo por el agua empapado
como un maravilloso y estupendo tocado
de gotas cristalinas, de flores deshojadas
que vuelcan a mi paso las plantas asombradas.
Y siento, en la vacuidad
del cerebro sin sueño, la voluptuosidad
del placer infinito, dulce y desconocido,
de un minuto de olvido.
Llueve, llueve, llueve,
y tengo en alma y carne, como un frescor de nieve.

(Juana de Ibarbourou, Las lenguas de diamante, 1919)

Debería haberme aflojado la conciencia

Debería haberme aflojado la conciencia
no tengo edad para estrecheces
ni para el insomnio que me produce la injusticia.
Debería vestirme de mayor
y cuidar no me contagien la alegría
los que aún la conservan.
Debería hacerme un seguro
por si vivo lo suficiente
a pesar de tragar tanto veneno.
Debería dejar de hacer el amor
no vayan mis nietos a descubrirme
y me pidan consejo.
Debería dejar la pancarta de oponerme
al sistema por sistema
y a sus aberraciones.
Debería hacerme cómplice de los que ganan
para comer con ellos la sopa boba
en lugar de hacerme una de sobre.
Debería dejar de escribir poemas
que nunca verán la luz en Hiperión
ni estarán en la lista de los elegidos.
Pero dejar estas cosas,
ahora que empiezan a gustarme,
me jode tanto…

Begoña Abad (1952, Villanasur del Río Oca, Burgos, España); Cómo aprender a volar, Ed. Olifante. 2012. Extraído de Diez años de sol y edad (Antología 2006-2016), Ediciones Pregunta, 2016

Parecían buenas personas

Sirenas nadando en el limo
burbujeando en el anverso
de títeres de celofán movidos
por tendones de pollo desechados.

Al fondo del paisaje, borroso,
un hombre lanza discursos
sobre un perímetro acordonado
con laca de uñas.

Sube el volumen del llanto
de la mujer que tiembla bajo el cuchillo
y se le apagan los ojos desencajados
mientras sube al marcador otro gol de Ronaldo,
mientras se anuncia ácido hialurónico en la pancarta,
mientras alguien se enguaja los dientes
con un licor de hierbas.

El equipo forense toma café en una terraza
después de haber firmado la autopsia.

A los ojos redondos y entrevistados
de los vecinos,
todos los asesinos
siempre les parecían buenas personas.

Francisco Pérez (inédito)