Palabras como piedras

Palabras como piedras

Madrid (Agencias). La Policía Nacional ha encontrado finalmente este martes los cadáveres de una mujer de 32 años y de su hija de 9 años desaparecidas en verano en un pozo del municipio de San Vicente de la Cabeza (Zamora).
La Vanguardia. 25 de noviembre 2014.

Hoy no puedo escribir palabras más que como piedras,
ni tiritas voy a darles para el corte,
que cada uno se lama sus heridas
o que reviente en pus.
Aunque sea de mala educación
me niego al perdón y al olvido y señalo con el dedo,
ya está bien de machitos cabríos
dejando tras su paso arrasadas mujeres
muertas en vida,
muertas por sus hijos y por sus hijas muertas.
Muertas de asco,
muertas de miedo,
muertas de vacío,
muertas.
En mi corazón ateo no hay cabida para tanto,
y no crean que es por falta de espacio
ni por aforo limitado,
es por derecho de admisión.
Me niego a compartir bondades con cobardes asesinos.
Ya está bien de condescendencias
y pulcros discursos para evitar ampollas,
por si alguien se molesta;
que empiecen a cambiarse de zapatos, si les aprietan,
y que anden descalzos en los pavimentos
de la condena eterna.
Eso hace falta.
La condena eterna sin contemplaciones.
A esos que matan en nombre del amor
y matan a una mujer y al amor en la misma puñalada,
los condeno al desprecio, al exilio, al desierto,
y ni cantimplora para el agua les daría.
No me avergüenzo.

Patricia Olascoaga (1958, Uruguay); Tenemos la canela, Ed. Noepàtria, 2016

Rebelión

Rebelión

Serán las madres las que digan: Basta.
Esas mujeres que acarrean siglos
de laboreo dócil, de paciencia,
igual que vacas mansas y seguras
que tristemente alumbran y consienten
con un mugido largo y quejumbroso
el robo y sacrificio de su cría.

Serán las madres todas rehusando
ceder sus vientres al trabajo inútil
de concebir tan sólo hacia la fosa.
De dar fruto a la vida cuando saben
que no ha de madurar entre sus ramas.

No más parir abeles y caínes.
Ninguna querrá dar pasto sumiso
al odio que supura incoercible
desde los cuatro puntos cardinales.

Cuando el amor con su rotundo mando
nos pone actividad en las entrañas
y una secreta pleamar gozosa
nos rompe la esbeltez de la cintura,
sabemos y aceptamos para el hijo
un áspero destino de herramienta,
un péndulo del júbilo a la lágrima.
Que así la vida trenza sus caminos
en plenitud de días y de pasos
hacia la muerte lícita y auténtica,
no al golpe anticipado de la ira.

¿Por qué lograr espigas que maduren
para una siega de ametralladoras?
¿Por qué llenar prisiones y cuarteles?
¿Por qué suministrar carne con nervios
al agrio espino de alambradas,
bocas al hambre y ojos al espanto?

¿Es necesario continuar un mundo
en que la sangre más fragante y pura
no vale lo que un litro de petróleo,
y el oro pesa más que la belleza,
y un corazón, un pájaro, una rosa
no tienen la importancia del uranio?

Ángela Figuera Aymerich (1902, Bilbao- 1984, Madrid, España); El grito inútil (1952). Extraído de Obras completas, Ed. Hiperión, 1999.

Mujeres

Mujeres

«Hay una historia que no está en la historia
y que sólo se puede rescatar aguzando el oído
y escuchando los susurros de las mujeres.»
Rosa Montero

En mi casa somos mayoría.
También en mi pueblo, en la ciudad,
en el país, en el continente
y en el mundo.

Hoy, la mayoría es una voz
que habla a través del tiempo
por todas las que apagó el silencio.

Nos componen los nombres olvidados
de las mujeres que debemos rescatar.
Aquellas que callaron
y solo pudieron rendirse.
Las que se atrevieron a ser
y tuvieron que pagar por ello.
Rescatemos a las que se escondieron
detrás de otro nombre
porque escribir las convertía en prostitutas
-la desnudez libre de la mujer,
siempre prohibida-.
A las que empujaron hacia delante la ciencia
y tuvieron que compartir el mérito.
A las que sólo reconocieron
su trabajo porque un hombre quiso hacerlo.
A las que vieron como otros robaban su investigación.
A las que esculpieron con el corazón roto
y su mundo no les creyó.
A las que fueron artistas encarceladas
porque otros las decidieron musas.
A la hermana de la madre de mi abuela
que tuvo la valentía de tener un hijo sola.
A mi abuela, que, siendo señorita,
se ponía los pantalones debajo de la falda.
A las que quisieron hacerse oír,
a las que no cedieron, a las que soñaron
y lograron cumplirse.
A las que hicieron lo que quisieron,
se vistieron como quisieron
y se casaron con quien quisieron.
A las que acusaron, encerraron
y trataron de locas.
A las que acusaron, encerraron
y quemaron por brujas.
A las que alzaron los puños en alto
para defender su razón
y a las que solo pudieron desaparecer.
A las que amaron y regalaron su talento.
A las que fueron humilladas,
maltratadas, insultadas,
despreciadas y calladas.
A las que se fueron sin saber
que el tiempo sabría devolverles
el mérito, el poder y la razón.
A las musas que decidieron hacer arte.
Ahora nuestras voces se oyen más alto
porque en cada una
habita la palabra de otras diez.
Por mí y por todas las demás:
grita,
grita hasta que todos lo oigan,
grita hasta que la respuesta
sea sincera y la misma para todos.

Mujer,
grita,
siente tu lugar, tu poder, tu libertad y tu vida.

Andrea Valbuena (1992, Barcelona, España); Si el silencio tomara la palabra, Ed. Valparaíso, 2018

Todas las mañanas

Todas las mañanas
me voy y dejo la alegría

está durmiendo aún
plácidamente

vengo hacia el abandono de las frases sin alma
en las que nadie paladea
ni el contento de hablar el mismo idioma
ni de comer de un mismo pan

adonde a nadie le parezco hermosa

os dejo en la penumbra
con mi sombra solícita que vela vuestro sueño

Esperanza Ortega (1953, Palencia, España), Algún día, Ediciones Portuguesas, 1988. Extraído de Lo que va a ser de ti, Ed. Plaza & Janés, 1999

Aquello en lo que te fijas cuando salimos por las noches

Aquello en lo que te fijas cuando salimos por las noches

Mi madre me enseñó que la mejor forma de pasar por la
          vida era renunciando a la propiedad particular.
Ella me convenció de que podría transformar los balbuceos
          en música de cámara, con mis zapatos.
Tus zapatos son mágicos, me dijo. Pierde uno y ganarás un marido.
          Vende dos y ante ti se revolverán las semillas de tu reino.
Y yo susurraba: mi reino eterno. Junto a él.
Decidí que los compraría de colores para camuflar mi identidad,
          sobrios si aspiro a desvelar mis secretos.
Ni tacones ni zapatos planos ni aerodinamismo; le quiero
          suciamente. He descubierto que pasos-pequeños
conducen a una-mujer-seria-con-dos-rayas-absortas.

Descalza, de puntillas, vuelvo a tener diez años y a morirme
          por dentro de tanta soledad.

Elena Medel (1985, Córdoba, España), Tara, Ediciones DVD, 2006

Escontra l’insomniu

Escontra l’insomniu tamién dormía dalguna vez con mio ma.
Yo miraba pala paré, ya ella pa la puerta,
pa guardar tolos furacos del templu.

A veces xirábame pa ella,
tocába-y los rizos per ou salíen los páxaros
que-y contaben mentires a la pena.

Páxaros d’otru tiempu nel que yo nun morrí.

Cuando nun podíemos dormir
facíemos migraciones a la cocina
o al soníu de la curuxa monte arriba,
al picu’l monte a rodiar las estrellas,
metelas nun vasu de Nocilla.

Contábame cuentos garraos de la nuesa Sherezade,
vieya ya coxa.

Agora, de nueche, voi tocar los páxaros
hasta que pueda facelo colos güeyos zarraos,
y voi dicite, a ti, Sherezade,
que yá siento la to pena tocando los rizos de mio ma.
Les muyeres d’esta tierra tamos condenaes
a llorar colos güeyos zarraos los domingos,
abrazanos callaes de llunes a vienres.


Contra el insomnio también dormía alguna vez con mi madre.
Yo miraba hacia la pared, y ella hacia la puerta
para guardar todos los agujeros del templo.

A veces me giraba hacia ella,
le tocaba los rizos por donde salían los pájaros
que le contaban mentiras a la pena.

Pájaros de otro tiempo en el que yo no morí.

Cuando no podíamos dormir
hacíamos migraciones a la cocina
o al sonido de la lechuza monte arriba,
al pico del monte a rodear las estrellas,
meterlas en un vaso de Nocilla.

Me contaba cuentos tomados de nuestra Sherezade,
vieja y coja.

Ahora, de noche, voy a tocar los pájaros
hasta que los pueda sentir con los ojos cerrados
y te voy a decir a ti, Sherezade,
que ya siento tu pena tocando los rizos de mi madre.

Las mujeres de esta tierra estamos condenadas
a llorar con los ojos cerrados los domingos,
abrazarnos calladas de lunes a viernes.

 Raquel F. Menéndez (1993, Asturias, España); El llibru póstumu de Sherezade, Ed. Impronta, 2018

A 3 de junio de 2019

A 3 de junio de 2019

Algunas de mis compañeras
después de cargar
veinticuatro lavadoras industriales
llegan a casa
y preparan la comida para todos,
friegan los platos, limpian la cocina,
barren el salón y por fin se sientan
un poco
hasta que llegan los nietos,
les preparan el biberón
y juegan con ellos mientras
ponen la lavadora de casa
y ya no se vuelven a sentar
hasta que la dichosa centrifuga
y por fin pueden
tender la ropa e ir pensando
en preparar la cena y cambiarle
la arena al gato, suelen pasar
la noche en vela
y de golpe ya es de día
y vuelta a empezar, mujeres
que valen su peso en oro
pierden la salud
a dos duros la hora.

Begoña M. Rueda (1992, Jaén, 1992); Servicio de lavandería; Ed. Hiperión, 2021

Al borde

Al borde

Soy alta;
en la guerra
llegué a pesar cuarenta kilos.
He estado al borde de la tuberculosis,
al borde de la cárcel,
al borde de la amistad,
al borde del arte,
al borde del suicidio,
al borde de la misericordia,
al borde de la envidia,
al borde de la fama,
al borde del amor,
al borde de la playa,
y, poco a poco, me fue dando sueño,
y aquí estoy durmiendo al borde,
al borde de despertar.

Gloria Fuertes (1917-1998, España), Antología y poemas de suburbio, Ed. Lírica Hispana, 1954

Alguien al otro lado

Alguien al otro lado

Una niña muy seria,
en la antigua avenida de mi infancia,
me visita en los sueños.
¿Qué has hecho de mi vida?, me pregunta.
No sé qué responderle. Sólo sé
que estoy al otro lado de la calle,
que la niña no logrará alcanzarme.
Algo lo impedirá:
la cautelosa sombra del silencio,
o la frontera súbita del miedo.
Algún día sabré qué responderle.
Tal vez no vuelva nunca, tal vez llore.
Tal vez nos convirtamos en pasaje,
y yo seré su sueño:
alguien que no recuerda su pasado,
con la memoria sólo del futuro.
Alguien que necesitará saber
si ha aprendido ya
a perdonarme

Ioana Gruia (1978, Rumanía); Carrusel, Ed. Visor, 2016 (XIV Premio Emilio Alarcos)

Otra

Otra

Me gustaría ser un hombre
de fino bigote que toma el autobús,
no tiene heladas las manos.
Un hombre de estatura media
al que no le espera el bar
un hombre que charla
con un conductor de autobús
y le dice: ya he terminado
por hoy se acabó. Alguien
que sienta que por hoy se acabó
no tener manos heladas.
He acabado, le dice al conductor.
Tiene en los labios un deje de ilusión
es como si le esperase en alguna parte
otra cosa, no sé definir qué
clase de cosa puede ser
la que haga que alguien
de estatura media y con bigote
diga: he acabado. Me pregunto
qué clase de sensación
debe ser esa. Que haya acabado
y que probablemente haya acabado.
No sé qué puede haber acabado
se le nota en el habla.

Concha García (1956, Córdoba, España), Ayer y calles, Ed. Visor, 1995, (Ganadora del IV Premio Gil de Biedma)