Debe usted saberlo

Debe usted saberlo
yo nací lejos del umbral
desconozco así su gesto
el canto sereno
con el que otros hablan
las grandes palabras
que a una se le ahuecan
como pájaros mojados
en la boca

durante años he visto hombres
que manejaban con premura el diccionario
y conocían el sentido exacto
de la palabra culpa

y les bastaba

pero a mí que el vocablo se me enquista
y me cava el pecho como un descendimiento
todo me resulta un vagar empedernido
por el líquido articular del dígase amor propio
dígase egoísmo
dígase umbral eterno entre las cosas.

Yo sólo busco callar el bisbiseo
alcanzar la paz de lo rotundo
hacer callar
al maldito perro
de la indefinición.

Y todo porque
tener un cuerpo limpio
requiere hacer hogar de la virtud
y no morar la periferia

y de ahí este
quemar con pavor los diccionarios
y exigir conocer no ya el sentido:
el intervalo la linde
la fina línea que separa
pongamos el amor del egoísmo
y su oscura simetría.

Mi congoja no es más que una forma cauta de certeza.

Bárbara Butragueño (1985, Madrid, España); Del alma a la boca. 13 poetas madrileña, Ed. Huerga & Fierro, 2018

Cuando tú pronuncias tú

Cuando tú pronuncias tú,
no lo identifico conmigo,
parece un tú traído de muy lejos,
escuchado al fondo de una sala,
no el «tú» que yo soy y tú resumes en pronombre.
Si digo también
«tú»,
no conoces el tú mío,
que me refiero sólo a ti y no a más cosas.
En mis «tú» condenso todo lo que eres o aún no eres para mí.
No usamos los «tú» con certidumbre
de que sabremos quiénes somos detrás de nuestros nombres,
los que corroboran nuestros documentos, ésos no, los otros,
—el «tú» tuyo—
con los que nos designamos
cuando se desmoronan nuestras cáscaras
y los paisajes ya no importan tanto
y de verdad nos encontramos:
en los recovecos de un garaje
a la sombra de tu coche alto

Nuria Alonso. Grimaldi (1985, Madrid, España); Café con leche, por favor, Entrelíneas Editores, 2010

Credo

Credo

Creo que mi poesía nace de la felicidad, de esa conciencia dolorosa de ser feliz sin motivo, ser feliz como una necesidad intransigente que no admite los momentos de tristeza, que exige la risa, el sol, a lo largo de todos los días, en los ratos más inesperados porque para escribir necesito ser feliz, sentirme como un caballo relinchón, explotar las palabras como malinchazos, llenarme de maleza cosquillosa hasta el borde, hasta que se me salga el alma, el goce que me hace poeta.

Gioconda Belli (1948, Nicaragua); Sobre la grama, Ed. Terapias verdes/ Navona, 2017

Quiero, debo, tengo que salir de aquí

Quiero, debo, tengo que salir de aquí

Salir pronto por la puerta de atrás de las palabras. Salir de esta jaula de aire construida con barrotes de aire. Salir de este espacio sincopado con el dolor. Salir de este cuerpo de aire que es mi cuerpo. Salir del aire. Salir pronto por la puerta de atrás de las palabras.
Decir «otro» y que el otro se revele. Decir «nube» y que la nube se suspenda en el cielo cargada de significados, decir «lluvia» y que la lluvia estalle.
Tengo que esforzarme en decir, en no parar de hablar para poder así acallar este latido incesante, para acallar eso otro que siempre quiere discutirme, y me cerca, me rodea, me crucifica, me apuntala en el vacío y solo sangre, fijeza, estatismos paralelos.
Decir “palabra” para que esta se abra como un fruto. Comer su nuez. Decir «agua” y que se me moje el alma como una esponja. Decir «ala» y desplegarme hacia la prisa del viento. Decir «amor» y que el amor encarne esculpido en el espacio. Decir «silencio», decir «decir», decir «nada», pero decir, decir, decir…

Pilar González España,(1960, Madrid), Fugitivos. Antología de la poesía española contemporánea, Ed. Fondo de Cultura Económica, 2016

A algunos les gusta la poesía

A algunos les gusta la poesía 

A algunos,
es decir, no a todos.
Ni siquiera a los más, sino a los menos.
Sin contar las escuelas, donde es obligatoria,
y a los mismos poetas,
serán dos de cada mil personas.

Les gusta,
como también les gusta la sopa de fideos,
como les gustan los cumplidos y el color azul,
como les gusta la vieja bufanda,
como les gusta salirse con la suya,
como les gusta acariciar al perro.

La poesía,
pero qué es la poesía.
Más de una insegura respuesta
se ha dado a esta pregunta.
Y yo no sé, y sigo sin saber, y a esto me aferro
como a un oportuno pasamanos. 

Wisława Szymborska (1923-2012, Polonia), El gran número. Fin y principio y otros poemas; Traducción de Gerardo Beltrán, David A. Carión Sánchez y Abel A. Murcia Soriano, Ed. Hiperión, 2008.

Alguien que no soy yo

Alguien que no soy yo

Alguien que no soy yo lleva la cuenta
de las horas felices, de las tardes
en que tuvo al amor como aliado,
de las noches libradas cuerpo a cuerpo.
Alguien que no soy yo sale de casa
y rompe sus cadenas, como aquellos
que, tras cumplir con su dolor, un día
cualquiera se fugaron de la muerte.
Ese alguien eleva
su corazón al cielo;
abarca el horizonte
y elige su destino,
aunque al final se interne
dentro de mí y escriba.

María Sanz (1956, Sevilla, España), Paseo de los magnolios, Edita Instituto Leonés de Cultura, 1995.

Hay

HAY días en que sueño con escribir un libro
sobre cómo desprenderse de las cosas
y evitar el recuerdo del abridor de cartas
mellado por el golpe de una mala noticia,
también el del separador de poemas de tela
que vino por el mar y cruzó medio mundo
para asfixiarse en el exceso
o en el delirio.
Porque por la casa se congregan
las cosas más extrañas,
impensables,
que fueron poblando los cajones
y perdiendo sus señas,
la silueta inviolable
de ser uno y distinto, diferente
al alfiler, la piedra o la entrevista
en papel cartoné que amarillea
mientras nuevos objetos,
imprudentes,
aguardan en el soplo translúcido, voraz,
y se queda sonando en la memoria
la misma melodía para el frío,
para la sal oculta de la escarcha.
Podría ser tan útil
enseñar a evitar los montones de cosas
con su infinita historia inquebrantable
con su furor privado
con su cólera también
con su soberbia.
Y así hasta emborronar los nombres, los colores,
el tiento, la consistencia o la vibración del aire
cuando ruedan hacia el suelo, se desmigan,
deshacen su epopeya sin honor
y sin gloria.

María Ángeles Pérez López (1967, Valladolid, España); La sola materia, Ed. Aguaclara, 1998

Vuelta a la poesía

Vuelta a la poesía

Otra vez vuelvo a ti.
Cansada vengo, definitivamente solitaria.
Mi faltriquera llena de penas traigo, desbordada
de penas infinitas,
de dolor.
De los desiertos vengo con los labios ardidos
y la mirada ciega
de tanto duro viento y ardua arena.
Abrazada de sed,
vengo a beber de tus profundos manantiales,
a rendirme en tus brazos,
hondos brazos de madre, y en tu pecho
de amante, misterioso,
donde late tu corazón como un enigma.
Ahora
que descansando estoy junto al camino,
te veo aparecer en cada cosa:
en la humilde carreta
en que es más verde el verde de las coles,
y en el azul en que la tarde estalla.
Humilde vuelvo a ti con el alma desnuda
a buscar el reflejo de mi rostro,
mi verdadero rostro
entre tus aguas.

Piedad Bonnett (1951, Colombia); De círculo y ceniza, Ediciones Uniandes, 1989