Animales de compañía

Animales de compañía

Ellos no, nunca atacan,
tan solo se defienden.
Está en su naturaleza.

¡Uno los ama tanto!
Los acaricias, les mesas el pelo,
los abrazas a corazón abierto,
los metes en tu vida
y todo te lo cambian.

Ellos no lo hacen adrede,
no pueden evitar la genética
y cuando uno, que tanto los ama,
intenta, mansamente, con cariño,
que hagan lo que tú quieres,
cuando los cambias de sitio
o de costumbres,
te arañan sin saberlo,
te pican sin maldad,
te muerden sin intención.

Es por eso
que estas marcas moradas,
ya casi verdes, que andan dispersas
entre mis versos,
estas marcas como de dientes
horadadas en mis poemas
no son culpa suya.

¡Uno los ama tanto!
Ellos no lo hacen adrede.
Es que cuando intentas
que hagan lo que tú quieres,
cuando los cambias de sitio
o de costumbres,
los recuerdos arañan,
los sueños pican,
los desamores muerden.

Francisco Pérez

Qué difícil es acariciar

Qué difícil es acariciar

¡Qué difícil es acariciar las plumas de un ángel!
por muy cerca que esté, rehúye el roce;
por miedo a que lo atrapes,
da vueltas, regresa – su aleteo inaudible,
es el único sonido que puede producir.
Ellos, los ángeles, no saben hablar,
no son adecuadas las palabras
para su expresión,
su mensaje mudo es la presencia.
Suelen acercarse
para envolverte con su aura,
pero enseguida se alejan, atemorizados por la intimidad,
protectores, pero no familiares,
dejan siempre una distancia por la que
mis palabras se arrastran para alcanzarlos,
sin saber si no son demasiado débiles para llegar a su oído.
¡El handicap de la fe!:
no saber si te están escuchando, ni si escuchas.
De todos los sentidos sólo queda el sueño táctil
de acariciar, sin asustarlo, las plumas de un ángel…

Ana Blandiana (1942, Rumanía); Mi patria A4, Ed. Pre-Textos, 2014

Mariposas de tinta

Mariposas de tinta

Todo poema es tiempo
y ulcera los minutos de su existencia
con una taimada secreción
de palabras medidas y desmedidas.

Discurre por los granos de arena
de un reloj atrapado en el papel,
que quedan esparcidos por el camino de vuelta,
intentando ocultarlo. Imposible
mirar al verso anterior y calibrar
el gozo o la ruina con la que fue desentrañado
de un vocabulario infectado por la memoria.

En cada escalón que se baja por el poema
hacia el infierno, más difícil es conservar
ese equilibrio imposible entre lo que se dice
y lo que se quiere decir,
entre lo que se lee
y lo que se quiere leer,
entre lo que se vive
y lo que se quiere vivir.

Y cuando llega al final
todo poema, algo, no sé,
una ceniza, un golpe de viento,
un leve temblor en el silencio…
otra mariposa de tinta que muere inútilmente,
solo para intentar a duras penas
resistir la catarata del olvido.

Francisco Pérez (Granada, 1965)

Lectura

Lectura

En la poligrafía de la lluvia
que golpea el cristal de la ventana
y ordenadamente resbala y suena,
ya en vocales difíciles,
o ya en impracticables consonantes,
leo la nube que la arrastra
y la contiene, el aire vegetal,
perfumado, de tierras que tal vez nunca he visto,
los otoños perdidos que todavía, y solo
en mi memoria, se suceden.
En la lluvia de siempre, la que no
sé pronunciar, la que no sé decir,
la de las oraciones
subordinadas a la lejanía,
a un pasado que nunca vuelve,
pero que siempre vuelve, leo
los paraísos imposibles,
las míticas ciudades que nunca he visitado,
que no sé si algún día podré ver,
los pretéritos mares
que solo en la ficción he navegado; leo
y, al poco, ya rendido,
cierro los libros y los mapas
de la intemperie y caigo
dormido mientras sigue cayendo el alfabeto
del agua sobre el frío de la noche.

Valentín Carcelén (1964, Albacete, España); El momento, Chamán Ediciones, 2019

Hablo a Safo

Hablo a Safo

Ven en mi ayuda, Safo,
¿me traes unas alas? Dos juegos:
Unas para mi espalda
-¿Se clavan? ¿Me harán daño?-
y unas leves de abeja
para cada palabra.
Trae miel de la tuya, de la amarga.
Esas cosas antiguas
-miel, sandalias, frescor,
las alfombras marinas de la luna
que esconden a la muerte deseante,
aletazos violentos que ponen a saltar,
como pez en la arena, al corazón,
una ambición de voluptuosidades.
Paladear recuerdos
o lamer una piel que ha regresado
de gozar la negrura de las olas,
miel recién fabricada,
hierbas para acostarse a mediodía,
rosas sin hibridar.
No nos son tan ajenos tus objetos.
Sólo hay que detenerse.
Pedírtelos.
Apartar tanto ruido.
Pues nos falta muy poco
para estar muertas.
Tráeme, Safo, alas,
alas, alas, frescor,
silencio, brazos,
alas.

Aurora Luque (1962, Almería, España); Gavieras, Ed. Visor, 2019 (XXXII Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe)

Amo lo que se hace lentamente

AMO lo que se hace lentamente,
lo que exige atención,
lo que demanda esfuerzo.

 Amo la austeridad de los que escriben
como el que excava en un pozo
o repara el esmalte de una taza. 

Mi habla es un murmullo,
una simple presencia que en la noche,
en las proximidades del vacío,
se impone por sí sola contra el miedo,
contra la soledad que nos revela
lo pequeños que somos. 

El poeta no ha elegido el futuro.
El poeta ha elegido descalzarse en el umbral del desierto.

Basilio Sánchez (1958, Cáceres, España); He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes, Ed. Visor, 2019. XXXI Premio Loewe.

Un trabajo cualquiera

Un trabajo cualquiera

                     Para Anay Sala, naturalmente

Cuánto cuesta explicarles que mi trabajo es este,
que por él me desvelo y le entrego las horas
que su esfuerzo requiere. Qué cansado resulta.
Lo demás son minucias, servidumbres, acciones
para estar a resguardo cuando llega la noche,
para ganarme –apenas- el pan y los zapatos
como se gana el árbol la savia que lo nutre.
Que mi trabajo es este: perseguir la belleza
de las cosas que cesan, para que no se olviden,
escuchar el gorjeo con que el día nos cuenta
que la vida no pide otra cosa que entrega.
Y los ojos abiertos. Y la mano tendida.
Acercarme a la orilla y escuchar el murmullo
que las olas sembraron en mis sueños de niño.
Sonreír a la lluvia, sentarme en una piedra,
escuchar a los muertos, remendar las palabras
que tiemblan en la arena como recién nacidas.
Escucharlas entonces para darles aliento
y que salgan al mundo con su cara lavada.
Qué culpa tiene nadie de que no dé dinero.
Cada cual a lo suyo, cada palo su vela.
Qué le vamos a hacer si la música suena
y las nubes lo saben, si lo entiende hasta el aire
cuando pasa de largo, que mi trabajo es este:
las manos en el barro y en el alma el anhelo
de que salga una jarra donde guardar el agua.

Alfredo Buxán (1950, A Coruña, España); El rumor, Editorial Aflera, 2018

El árbol

El árbol

Una persona que no soy yo
vive en mi cuerpo pensando
constantemente y sin descanso
en una persona que no eres tú,
pues yo me enamoré del árbol
en un momento exacto
que el tiempo ya ha barrido
y ahora ese árbol no existe,
igual que no existe este,
porque es otro árbol más grande
sentado en las mismas raíces.
Bullen en mi mente pensamientos,
maldigo a Heráclito y su río,
y no veo forma de escapar
de un lugar que ya se ha ido.
Cuando caiga el árbol, quizá
encuentre por fin la salida
y pueda señalar entonces
el anillo preciso y certero
en el que en las años venideros
me quedaría yo atrapada.

María Helena Higueruelo (1994, Jaén, España); El agua y la sed, Ed. Hiperión, 2015 (XVIII Premio de Poesía Joven Antonio Carvajal)

Busco un poema sin tiempo

Busco un poema sin tiempo…

Busco un poema sin tiempo,
sin amores y sin muerte,
sin noches ni amaneceres,
sin infancia y sin gaviotas;
en el que no haya lugar
para los sueños, y el sol
se burle de las palabras.
Busco un poema desnudo,
sin murmullos ni testigos,
un poema, solo uno,
como un ángel de la guarda
que me salve de la vida.

Ana María Navales (1942, Zaragoza, España), Escrito en el silencio, Ed. Calima, 1999.

Por el hombre

Por el hombre

Voy a cantar al hombre,
al hombre sólo.
Tapaos los oídos con cera los cobardes,
volved la espalda los indiferentes:
no callaré por eso.
No podría callar aunque me echaseis
un puñado de rosas a los ojos.
Imposible es hallar cumbre o crepúsculo
que arrasar no quisiera
por levantar del polvo a un desvalido.
Apagaría todos los luceros
por devolver a un ciego la mirada,
a un triste la esperanza,
o simplemente
por llevar un minuto de alegría
al ser más humillado de la tierra.
Sólo el hombre me importa,
sólo el hombre:
su vacío infinito,
su valentía y su temor trenzados,
su alma interrogante
azotada de siempre por la duda,
atada a una cadena de preguntas
sin posible respuesta;
su postura intermedia
entre la Nada y Dios
y su impotencia
para negar el pecho a la tristeza.
Tan sólo por el hombre,
por nosotros, hermanos, los pensantes,
los desvelados y los oprimidos,
seguiré golpeando y golpeando
en la hermética puerta clausurada;
seguiré suplicando
desde todas las voces ignoradas,
desde todos los nombres conocidos,
por los que han de venir y los que fueron,
por los niños enfermos,
por los soldados muertos,
por los muertos en el comienzo mismo de la vida,
por los triunfantes y los ajusticiados
de todas las prisiones de la tierra,
por el hombre de siempre
con su destino oscuro
abierto a los confines
lo mismo que una cruz irrevocable,
por su infancia marchita,
ensuciada por todos
sin compasión alguna a su pureza;
por su alocada juventud vencida
a golpes de renuncia y de fracaso,
por su vejez de plomo
vertiendo como alero
su mínimo caudal en el vacío…
Por esta sucesión interminable
de pasos vacilantes monte arriba,
por esta des de altura
de la que siempre fuimos rechazados,
por esta sumisión agradecida
hasta el límite mismo de la muerte,
yo vuelvo a alzar mi ruego
y vuelvo a alzar mi canto
en millones de voces repetido.
Y hablo otra vez del hombre,
de nosotros, hermanos,
en un plural abierto
sin frontera de tiempo ni de raza.
Y ahora que el ademán es aún pujante
sobre esta tierra dura que me aguarda
y bajo estas estrellas que me ignoran,
me descubro la herida,
la herida mía y nuestra,
tan vieja y tan dolida como el mundo,
a ver si la ve Dios, a ver si existe
una gota de gracia que la cure.

Acacia Uceta (1925-2003, España),Frente a un muro de cal abrasadora, Ed. El toro de barro, 1967