Canción para un instante

Canción para un instante

No susurres nada, sólo tiéndeme
los brazos de aire del lejano instante
Nicolae Labiş

Hoy no sabría revivir aquel instante.
Tan sólo puedo recordar su vuelo.
Por la ventana abierta el sol de junio
entraba a raudales en el cuarto.

Tú me habías traído un cuenco de cerezas.
Cogí despacio una y la miré al trasluz,
me la llevé a la boca y la mordí. Sabía
a sol y a piel de lluvia, a verano, a ti.

Mira, mira este sol en la fruta, te dije.
Una explosión rojiza despegó de mi mano.
Y aquel instante pájaro, ya lejos,
tendió hacia mí sus brazos en el aire.

Ioana Gruia (1978, Rumanía). El sol en la fruta, Ed. Renacimiento, 2011. Premio de poesía Andalucía joven 2011.

Campos de tierra

Campos de tierra

Esto es Castilla,
mi cuerpo tan seco,
esta carne prieta y dura como alpaca,
levantada por leves lomas, colinas
modestas, algún apacible remanso.
Esto es Castilla,
los ojos oscuros color de barro,
la piel y las trenzas recias, pardas.

Vengo de la tierra del pan y del vino,
donde otros antes que yo
escondieron la cebada
que no saciaría su hambre ni su sed.
Soy nieta de emigrantes, carbón humano,
las entrañas unidas con alambre,
mujeres y hombres ceñidos de esparto
y entregados al delito del trabajo
manual. Ellos me levantaron el alma
con golpes de azada que aún retumban
en el amor áspero y tierno que me puebla
los surcos de las severas costillas.
En frágiles pasos de albarcas me han traído
para que un día yo soltara
las hoces de la siega, la esteva del arado
y cantara estos poemas;
me han colmado la boca de trigales,
me han confiado toda la luz,
la digna primavera de la maleza.

Soy de un hogar que se seca y se adhiere
como costra en los codos de la tez morena.
Soy de un hogar compacto hasta la grieta,
donde el roble solo sangra si lo partes.

Ay del agua oculta —dentro siempre dentro—
en nuestro pecho, quién oirá este canto
de labranza que cargo en las espaldas,
quién este ruido de savia entre los huesos.

Esto es Castilla,
y todos los árboles
que me brotan en hilera
señalan que debajo
fluye un río.

Maribel Andrés Llamero (1984, Salamanca, España); Autobús de Fermoselle, Ed. Hiperión, 2019 (Galardonado ex-aequo con el XXXIV Premio Hiperión de Poesía 2019).

Recipiente

Recipiente

Tan solo soledad,
tan solo eso.
Soledad que se abre en mi pecho como una grieta
en la que quepo yo misma y en la que caben otras,
tantas amantes.
Eternos cuerpos que luchan por abrirse
como capullos rancios. Y el silencio, sí,
cabe el silencio que asfixia
y cabe el silencio que arde.
Una mezcla de ojos como una bestia emerge
de entre las sombras. Son cientos y se retuercen
bajo la piel palpitantes,
suplican vidriosos regresar con sus dueñas.
Ya no las recuerdo.
Pensé que la soledad era un vacío,
Un estanque grisáceo en medio del cuadro.
Me equivoqué. Caben dentro
tantas carnes.

María Paz Otero (1995, Madrid, España); Nimiedades, Ed. Hiperión, 2021. III Premio de Poesía Joven “Tino Barriuso”

Dejaste de escribir

Dejaste de escribir

Canciones intocables, lugares anchos y largos,
cervezas abiertas cuando teníamos veintidós
y las conversaciones duraban y duraban.
¿Qué te puso tan triste, que dejaste de escribir
esos poemas que nos gustaban tanto?
De las fiestas de aquel verano largo
recuerdo una. Cerca del final,
cayó un aguacero cálido de pronto,
rompió los toldos, desbordó la piscina.
Tú saliste a bailar casi desnudo, riendo como un loco.
En medio de la calle saltabas en los charcos.
Terrible hermano:
los jóvenes heridos también somos jóvenes.
Te fuiste pisando sitios que el sol no tocaba nunca.
Casas, prados, otros trenes
pasaron en el viaje del que vuelves.
En el porche desconchado ahora crecen aloes
y geranios enredados solo en sí mismos.
El frescor sigue llamando a la siesta.
Aunque ya nadie lo escucha, sigue llamando.

Vicente Monroy (1989, Toledo, España); Las estaciones trágicas; Suburbia Ediciones, 2018

He intentado…

Vuelvo a oír el llanto
inclemente de la clepsidra.
La siembra de Selene.
Gerardo Guaza, 1961


He intentado
volver a hacernos una foto
como la del Lago Leman.
Pero no he podido.
Cuando hicimos esa foto
no habíamos discutido
ni una sola vez
y todo era perfecto
en la neblina.
Con el tiempo
nuestras bocas
han forcejeado
y han visto el azul
encendido
de la noche.
Hemos derramado
lágrimas y vida
en Valparaíso,
en Casablanca,
en Friburgo,
en Lausana.
Hemos hecho fotos
que han sepultado heridas
y puñales de agua,
hemos comprado imanes
para la nevera
y cuadros para nuestra casa.
Mi cámara persigue
la silueta de Ginebra,
y busca
en ti
una clepsidra
que robe el tiempo
y gota a gota
me lo devuelva.
Porque,
amado Lanzarote,
quiero volver
a hacer fotos
como esa.

Noemí Trujillo (1976, Barcelona, España); La muchacha de los ojos tristes. Poemas, homenajes y estrés; Parnasse Ediciones, 2011

Emigrantes

Emigrantes

Llegamos al atardecer. Hacía frío.
Había esa luz dorada y como triste que va extendiéndose sobre los sentimientos de quien va buscando la misericordia de la vida.
Mamá nos hablaba con voz frágil colocándose el pañuelo de caballos y monedas, muy sensible, tal vez sentimental, recordando lo que habíamos dejado, con un brillo terriblemente oscuro en las pestañas.
Mi hermano, con sus gafas de niño antiguo y bueno nos miraba, callado, con aquella expresión de asombro y de tristeza que algunos hombres conservan para siempre.
Habíamos bajado del coche –el primer coche rojo que papá se compraba– y habíamos mirado alrededor
translimitando la realidad y la amargura.
Sólo mi padre, aparentando ilusión iba y venía, entusiasmado, de su coche al círculo de mi madre y los niños.
Iba y venía como mágico de la radio a mi cabeza, acariciándola, diciendo:
“Ven, mater amantísima, aquí está nuestro futuro. En este lugar tendremos muchos amigos y seremos felices. Ven.”
Yo, siempre dispuesta a dejarme convencer por la alegría, me fundí en mi padre imaginando el mundo lleno de regalos
que nos esperaba…

Ahora, apenas puedo recordar todos los años tristes lejanos que vinieron.

Éramos un grupo, aquella tarde, de emigrantes perdidos, de fantasmas ingenuos junto a un coche.

Isla Correyero (1957, Cáceres, España); Mi bien. Ed. Visor, 2018

Tiempo de rabaquetas

Tiempo de rabaquetas

II
Se aman
aunque no sepan qué es el amor,
y qué importa
en esta batalla contra el tiempo

importa la mano en la mano,
la mirada en la mirada,
el agitado abrazo de las ingles,
la ida y vuelta continua de una danza nocturna

no importan los conceptos,
lo que sea el amor,
ni como le llamemos,
camelia incandescente o fuerza de la entraña,

victoria del instinto.

III
Cuando manda el instinto
y una fuerza pareja del amor nos arrastra,
no importa si los años marcaron las miradas
o si ha perdido el tacto el modo adolescente.
En la mente se instala el día interminable
las lenguas que murmuran impiden nuestros pasos,
mas llegando la noche
reconstruyen los sexos los años que se fueron
desandan los caminos y vuelven a otro tiempo.

La luna de setiembre nos devuelve los cuerpos
con que nos deseamos hace tantas vendimias.

Marta Dacosta (1966, Vigo, España); de As amantes de Hamlet, Ed. Espiral Maior, 2003. Extraído de Amor en femenino, Ed. Manuscritos, 2018.