cuando los niños se iban a sus casas yo me sentaba bajo el muro del rompeolas con los brazos cruzados esperando a que subiera la marea, esperar era mi juego
las babosas negras brillaban para nada los gritos de mi madre brillaban para nada
con la espalda apoyada en el muro sentada tercamente sobre la arena negra y sin apartar la vista del horizonte yo esperaba detener la marea.
Isabel Bono (1964, Málaga, España); Lo seco, Bartlby Ediciones, 2017
En esta tarde llueve, y llueve pura tu imagen. En mi recuerdo el día se abre. Entraste. No oigo. La memoria me da tu imagen solo. Solo tu beso o lluvia cae en recuerdo. Llueve tu voz, y llueve el beso triste, el beso hondo, beso mojado en lluvia. El labio es húmedo. Húmedo de recuerdo el beso llora desde unos cielos grises delicados. Llueve tu amor mojando mi memoria y cae y cae. El beso al hondo cae. Y gris aún cae la lluvia.
Vicente Aleixandre (1898, Sevilla- 1984, Madrid, España): Poemas de la consumación; Ed. Plaza & Janés, 1978. Con este libro ganó el Premio Nacional de la Crítica en 1969. Le concedieron el Premio Nobel de Literatura en 1977.
Well, goodbye, then, I’m sorry I’ve never gone to the great city that gave Vallejo fever. Piano practice, DEREK WALCOTT
Sé que nunca leerás este poema.
Soñar es acertar en el pasado. Una vez nos cruzamos por la calle, hemos estado juntos en París, ¿recuerdas aquel día que un poeta contó que siempre hay en el mundo sonando algún piano? Nos dimos cuenta entonces de que cada momento sin mirarnos se perdía igual que cualquier nota lo hace con la siguiente. Y nos dimos la mano.
No soñé tus sonrisas, yo sé que las viví y serán mías mientras suene en el mundo algún piano.
Si vivir va a ser siempre un buen pronóstico es hora de contarte que también una vez, en esta habitación, hicimos el amor.
Paula Bozalongo (1991, Granada, España) Diciembre y nos besamos, Ed. Hiperión, 2014 (XXIX Premio Hiperión de Poesía)
Todos tus sueños hechos ventanilla. Cargas con lo correcto, sin defraudar a nadie. Y para los andenes te has roto la mirada. Un millón de caminos perpetran en tu espalda los recuerdos que has llevado a desguace en el futuro, que no han sido presente. Tu equipaje es, te dices, el que te corresponde. El único posible. Para aliviar la herida, sólo sabes cerrar fuerte los ojos.
Tengo muy pocas cosas claras pero una de esas pocas cosas es que sin la música yo habría sido otra, y esa otra habría sido peor. Todo cuanto recuerdo está relacionado con la música desde mi padre que siempre cantaba mi madre que siempre cantaba (hasta que dejó de cantar durante mucho tiempo) mis tías mis tíos mi abuela. En casa todos cantaban y después del desastre pasado un tiempo todos volvieron a cantar. Mi madre y la abuela de manera distinta como con sordina pero los tíos y las tías como siempre. Y nosotras con ellos. Veo a mi abuelo en 1934 oyendo tangos de Gardel junto a mi padre. En 1939 los tíos en Barcelona cantaban «Junto al Puente de la Peña una tarde la encontré». ¡Qué bonita era Barcelona! Y qué alegre estaba mi padre mientras cantaba «No era calle que era un río». Fui al Ateneo en 1958 para oír a un poeta joven que leyó un poema titulado «Largo para clavecín solo». Me gustó el poema y me gustó el poeta. Me enamoré. Nació mi hija en 1965: el poeta argentino José Alberto Santiago la dormía cantándole vidalitas. Y la voz arrolladora del cantor Jaime Dávalos también argentino la despertaba. Mis hermanas y yo vivíamos para la música y gracias a la música creíamos en el futuro. Llegó el amor y con él llegó el flamenco. Llegó mi hija y con ella llegó Keit Jarret y llegó también la alegría y la felicidad. Todo estaba bien. El mundo tenía sentido. ¿Cómo hubiera sido ese mundo nuestro sin la música? ¿Cómo habría sido sin oír a mi niña cantando: «Pasaba por aquí…»
Francisca Aguirre (1930- 2019, Alicante, España); Historia de una anatomía, Ed. Hiperión, 2010
El Mar juega con la Botella la desnuda la enreda entre sus patas azules le da vueltas Trepa las porosas rodillas de la playa la mece la ensucia enrosca -desenrosca- salta al cuello la bebe El mar brinda con la botella le perturba le entierra desentierra ¡La Botella y el Mar! Yo te recuerdo.
Ana María Iza, (Quito, 29 de Enero de 1941- 10 de diciembre de 2016)
I De niña, yo recuerdo a mi madre, corriendo despacio hacia el balcón. Amenazaba volar desde el séptimo. Mi padre corría detrás, más deprisa, para verla planear. O acompañarla en el vuelo. Para no manchar de rojo el jardín.
II De niña, yo recuerdo las excursiones de los domingos: viajábamos a un hospital con vallas y jardines, íbamos a ver al abuelo de segunda categoría. Me decían que el abuelo no llevaba mi sangre y yo me alegraba porque estaba malo bebía mucho y estuvo en la guerra con los que ganaron. Un domingo fuimos al parque. Mi madre me dijo que el abuelo se había muerto de un calambre. No me entraron ganas de llorar.
III De niña, yo recuerdo a mi abuela. Olía a ropa planchada y sus ojos miopes eran casi blancos de lo claros. Luego comenzó a repetir las mismas preguntas. Me decía que yo era su niño muerto o su madre. Preciosa y estética, la abuela llegó a olvidarse de respirar. Y yo no pude… debió ser el cadáver más lindo que nunca hubiese.
IV De niña, yo recuerdo a un hombre educado, me llevó adonde los buzones. Buscaba un señor. Aquel hombre se acercaba mucho, por detrás. Parecía que no sabía leer. Me hizo llorar mucho y no se lo conté a nadie.
V De niña, yo recuerdo que mis padres me decían que yo era una niña muy rara. Que no era una buena hija, cada vez que intentaba abrirme las venas. Y les manchaba la alfombra de sangre.
VI Ahora, de mujer, soy capaz de escribir todo esto. Y hacerlo bello. Y hacer de mis tripas un corazón precioso de material sintético. Y reservar el corazón auténtico para las grandes ocasiones: para mi niña. Ahora, de niña.
Eva Vaz (1972, Huelva, España); La otra mujer, Ed. Celya, 2003.