Entelequia

Entelequia

Hubo magia. Eso dicen,
pero yo estaba fuera,
en el día siguiente:
el 7 de enero.
En mí habita el horror de los regalos.
La muñeca sin párpados,
la caja vacía,
las pilas descargadas.
Estoy en la fractura de las muñecas rotas.
En mí, el caramelo envenenado,
la barba postiza.
Soy lo que sobra,
lo que no se recicla, lo que se amontona,
la basura:
una mujer, no joven.
Nadie.
El despojo de este país,
otro olvido,
un tumor social.
En realidad no existo: soy una invención
basada en hechos reales.
De mí habla la mitad de un telediario,
titulares, cifras, porcentajes.
Pero soy un número goloso,
venid a lamerme, perritos,
chupad mis lamentos,
jugad con ellos entre ministros.
Os dejo la desesperación:
haced un buen caldo con mis miserias.
Sois unos cabrones.

Eva Vaz (1972, Huelva, España). Ruido de venenos, Ed. Crecida, 2013.

No sé

No sé

Soy hermosa y mi piel es suave
y el viento del mar me devuelve rocío
de tiernas tersuras.
Mi cabello perfumo y adorno de áurea madreselva
y mi pecho es redondo y casi virginal.
Tuve un amante que ensalzó mis caderas
y mi forma de amar intensa y silenciosa.
Podría ser aún como un río de luz en tus brazos.
No sé qué te retiene, si furtivo, he visto
un destello de ardor en tu gesto al pasar.

Can I go forward when my heart is here?

No conozco la astucia,
no soy como la hoja del chopo
que en oruga se oculta y arracima
antes de dar su tierno cuerpo al viento,
soy clara y sin pudor,
soy entera y tajante,
y no sé seducir.

Clara Janés (1940, Madrid) Eros; Ed. Hiperión, 1981

Paraguas

Paraguas

Me he comprado un paraguas del color del cielo para albergar todas tus lágrimas. Sólo así tu tristeza más reciente también será mía, y tu dolor ocupará mi sombra.
Puede que aquel paraguas que inventó la forma de calmar los rayos en los días grises no reconozca hoy el tacto de la lluvia y tiemble como un hongo en el olvido.
Puede que un día los nimbos o los cúmulos se nieguen a escurrir todas sus manchas de agua y acaben por secarse con el sol, igual que los lagartos.
Pero el paraguas siempre guardará en silencio la memoria de la lluvia y acogerá en su piel, a un tiempo perfumada y húmeda, las luces de otros rayos: los del sol.
Me gustan los paraguas, pero en casa; colgados del armario, en la cocina, encima del bidé o debajo de la cama pero nunca en la calle. ¿Por qué rayos la gente se pone tan nerviosa y echa a correr cuando llueve un poco? ¿Son tal vez de azúcar? ¿Por qué cuando caen tres gotas toda la gente se ata a su paraguas?
Odio a los que no saben dónde acaba su paraguas; a los que te clavan el mango o la varilla en los riñones, que te lo escurren en los morros, que se echan a volar cuando no pueden con el viento y lo disparan y lo zarandean como tulipanes negros.
Odio a los transeúntes que no vieron nunca a Mary Poppins, que piensan que el paraguas sólo sirve para huir del agua, que en días de tormenta se amotinan en los soportales, que dejan sus paraguas en las papeleras y no se atreven nunca a desplegarlo en casa.
Creo que a las personas se las conoce por sus paraguas: negros para las viudas y los caballeros -quizá más resistentes al humor del agua-, estampados para las solteras, de plástico para los niños, lisos para las universitarias, rojos para los cirujanos, blancos para los curas, verdes para la Guardia Civil, de rayas para los presos, sin tela para los optimistas y de Ágata Ruiz de la Prada para el resto.
Hay paraguas que se abren como flores de invierno, paraguas que se abren como paracaídas, paraguas que se abren por sorpresa, paraguas que no se abren, paraguas para vivos, paraguas para muertos.
Hoy me he comprado un paraguas del color del cielo para albergar tus lágrimas y salir a la calle y decir como Bossa cualquier día: “Bajo la lluvia despliego un mapamundi”.

Raúl Vacas (1971, Salamanca, España); Solar edificable. Antología poética (1996-2020); Editado por la Diputación de Salamanca, 2021.

Vecindario

Vecindario

Me decís extranjera porque he venido hasta aquí.
Sibisse Rodríguez.

Me decís extranjera porque he venido hasta aquí.
Me dais un nombre que está hecho
con el peso que perdí caminando.
Desde ahí, ya os importa
si cubro o no mi rostro,
qué fiestas guardo,
qué carne como,
la hechura de mi ropa.
El nombre de mis hijos,
cuando se acercan al vuestro.

Os parece importante
que los cuentos con los que crecí fueran otros,
que mi dios llame a otros cantos,
que mis dedos
amasen vuestra harina de otra forma.
Os preocupa cómo de laxa soy al entender
la amistad y el amor.
Y que muera con ritos distintos,
y que mis relojes
se ajusten a una hora de ultramar.

Si me veis al teléfono,
desconfiáis.
Si me veis por la ventana,
me seguís mirando.

Me decís extranjera
por si acaso.

Pero entrad a mi casa ahora.
Os daré de beber y trataré de empezar a contaros
mi verdadero nombre.

Laura Casielles (1986, Asturias, España) Los idiomas comunes, Ed. Hiperión, 2010 (Este libro ganó el XIII Premio de Poesía Joven Antonio Carvajal y el Premio de Poesía Joven Miguel Hernández en 2011)

Bambalinas

Bambalinas

Conocen el color de tus ojos,
habrá quien se atreva a decir que te ha visto llorar
como quien cuenta que ha visto una nube
con forma de dragón o un accidente
en la carretera camino del trabajo.

Saben con certeza de qué color es tu voz
y me consuela:
de ti solo podrán tener tu aire que ya no existe, que
ya es eco,
un recuerdo
que viene y va como el verano.

Te ven bailar entre dientes llenos
de colores.
Aquel sabe de sobra cómo continuar tu trazo, aquella
no desconoce el puñal afilado de tu garganta, aquellos
aplauden tu presencia como el que celebra una fiesta
que aún no ha comenzado.

Ignorantes, aves sin alas, pequeños
trozos de palabras que buscan rima en la arena de
una playa abarrotada…

Yo sigo aquí después de tu risa,
encuentro tu razón cuando tú pierdes todo lo demás
y amo todo lo que está de menos.
Yo abro las ventanas cuando lloras y procuro que atardezca
solo para volver a tus lágrimas fuego
-recuérdalo: es el paisaje el que te mira a ti-.

Yo llevo en la boca tu calma
y sé sonreír sin peso en los hombros porque la música
no es más que
tu voz llevando el tempo.

Yo te he visto caer en el suelo derrotada como una flor
marchita a punto de ver partirse el cielo en dos mitades
siempre distintas.

Yo te he escuchado preguntándote por qué la vida
es a veces todo lo contrario a su nombre,
tus manos murmurando algo de un alto al fuego,
tus pies
hiriendo los relojes para que no pasen las horas
que te mantienen lejos de tus árboles.

Yo, en un abrazo infinito de suerte,
te he visto quedarte después de las pesadillas.

Yo he dormido contigo entre bastidores, he limpiado
tus ojos negros, tus labios rojos, te he quitado la piel
que te envuelve las noches de gala y he lamido tu piel
sin perfumar.

Ellos solo te aprenden.

Yo
te

virgen
y
en
bruto.

Elvira Sastre (1991, Segovia, España; Ya nadie baila, Valparaíso Ediciones, 2015

La culpa de Eva

La culpa de Eva

Dedicada a las mujeres
al desgaste necesario de sus bisagras

A las que con sus fregonas pintan los aviones.
Con su sonrisa paren hijos
y a las que quemaron sus ovarios.
Mujeres que con sus brazos
son las hélices del transoceánico.

Alas centenarias.

Que cruzan tiralíneas en busca de la simiente
que alimente a sus hijos, padres, hermanos,
cambian las caras de sus monedas
y empeñan hasta los colmillos para seguir hacia delante.

A las que viajan en bicicleta
y aprenden un idioma en quince días.

A las abuelas-madres.

A las que amordazaron
y hoy hablo yo por ellas.

A las uniformadas y acabaron mutiladas
con las piernas ortopédicas del destierro.

A las que disfrazan el llanto con eyerliner
y van a la escuela de recoger naranjas.

A las mujeres que viven solas en mecedoras
esperando la nueva subida de la luz.

A la mujer que exalta su sexualidad
y es escarnio público.

A la que inventó la tortilla y sacó a la pareja
borracho por enésima vez.

A la que descansa ya de una puta vez
debajo de las piedras
y no puede levantarse.

A una generación de mariposas que habita
detrás del escaparate
sin seguridad social.

A los hombres que son mujeres
y a las mujeres que son hombres.

Alas centenarias.

Lluïsa Lladó (1971, Mallorca, España); Azul·lejos, Parnass Ediciones, 2013

Principio de identidad

Principio de identidad

Nosotros somos solamente
siempre lo que miramos: este bosque
y su camino azul somos nosotros,
esta lluvia distinta cada tarde,
que empapa muy adentro.

Somos la nube que pintamos, negra
sin más como la arena siempre
del anochecer… Somos
también el trueno y los relámpagos,
los ojos asustados
del animal que corre a su refugio.

No somos más que lo que busca ser
mirado y comprendido por nosotros:
este paisaje horizontal, el árbol
y las piedras mojadas,
las huellas en el barro y la neblina
que no nos deja ver.

No somos lo que somos porque sí.
Y hasta somos también lo que no vemos:
aquello que pintamos muchas veces
sin saber cómo es, cómo será mañana,
después de la tormenta.

Vicente Valero (1963, Ibiza, España), libro de los trazados, Ed. Tusquets, 2005.

Tópico

Tópico

Ya no atrapes el día —no se deja,
no es tan fácil ser dueño del presente,
persistir en la dicha o detenerla
para el trámite mínimo
de asignarle palabras.
Y ni al acariciar
las sienes o los pómulos o el pecho
que con furia deseas, cuando la luz parece
palparse con las yemas de los dedos,
estás lejos al fin de los vampiros:
la Utopía, el Vacío, la Memoria.
Amas para escribirlo solamente,
la dicha pide a gritos que un recuerdo
del futuro la abrace y la duplique.
No corras tras el día. Si no lo acosas puede
que se tienda sumiso
de noche en tu regazo.

Aurora Luque (1962, Almería, España), Problemas de doblaje, Ed. Rialp, 1990

Pequeños accidentes caseros

Pequeños accidentes caseros

Me hice un tajo en un dedo cuando cocinaba.
Luego me despellejé otro dedo al abrir una botella.
Hoy me he raspado la pierna con el pico de la mesita.
Así que me he puesto seria:
he reunido en asamblea a todos los objetos de mi casa
y les he dicho que ya sé
que me muero de la pena,
que tengo el corazón en carne viva,
que ya sé
que no soy más que una herida que sangra tristeza,
que hasta respirar me duele porque él no me ama
como le amo yo;
en fin: que no hace ninguna falta, les he dicho,
que me lo recuerden también ellos
cada día.

Berna Wang (1957, Madrid, España); extraído de La escritura plural. 33 poetas entre la dispersión y la continuidad de una cultura. Antología actual de poesía española, Ed. Ars poetica, 2019

Poesía para un lunes

Poesía para un lunes

Vuelve el lunes tras el hiato;
vuelve con los ojos llenos de sueño
y con menos sueños posibles,
vuelve funcionarial, rutinario,
como la tormenta tras el rayo,
como un matrimonio.
¿Dónde están las buenas noticias?
El lunes huele a detergente,
a vacío,
a comida congelada.
Los lunes nunca hacemos el amor.
Lunes, tediosa palabra de orden
depurativo y famélico.
No hay poesía los lunes. Ni pescado fresco.
Es lunes, pero te quiero
y eso me salva del mundo.

Eva Vaz (1972, Huelva, España); Ruido de venenos, Ed. Crecida, 2013.