Lost generation

Lost generation

Era un mundo sin protección solar.
Los sueños, las inmensas
antenas parabólicas sobre los tejados,
monos azules
tendidos en patios interiores: mapamundis
proféticos tras las manchas de aceite.
No teníamos miedo.
Fuimos a escuelas donde los maestros
habían llevado luto por nosotros,
que estábamos llamados a heredar
la transparencia.
Dicen que a la salida alguien nos daba
caramelos con droga.
Yo nunca tuve dudas. Era nuestro destino:
ser una nueva raza de gigantes,
hombres libres, mujeres que haríamos
el trabajo de cien hombres.
¿Cómo no ser valientes? Pasábamos
agosto con abuelos
que habían sudado todo el frío del país.
Fumaban y tosían
y aflojaban bombillas porque la luz
no es gratis, no. También tuvimos padres,
una nación sonámbula de padres
que venían del sur.
Por la noche, volvían tarde a casa
y exclamaban: “¡Señor,
ya me sacas al menos dos cabezas!”.
Éramos los mayores.
Crecimos un centímetro diario y
estrenamos mallas, ternura primogénita,
zapatillas Paredes
que atravesaban yonquis en la noche
para aprender francés.
Duendes únicos. Magos
de la calcomanía. Todo se nos quedó
pesquero tan deprisa:
el Colacao, los paraísos para mascotas
olímpicas, los cromos,
la fe de nuestra primera comunión.
Cuando al fin llegó el metro a nuestro barrio,
fue demasiado tarde.
Ya estaba preparado el plan de fuga.

Martha Asunción Alonso (1986, Madrid, España), La soledad criolla, Ed. Rialp 2013. Premio Adonáis  2013

Mechas

Mechas

 Estoy sentada
con las piernas abiertas,
la cabeza entre ellas.

La peluquera esponja
mis rizos húmedos,
con delicadeza y ternura.

Sus manos ásperas y largas
son las manos redondas
y suaves de mi madre
peinando mis coletas
para ir al cole.

Recuerdo a Safo
trenzando flores
en el cabello
de su pequeña Cleide.
Y lo que dijo
mi esteticién
cuando posó sus dedos en mis cejas:
“qué poco acostumbradas
a que nos toquen”.

Miro mis uñas rojas,
uñas de gata,
que recorto intentando
que se vuelvan retráctiles
y duelen de tan afiladas.

El miedo, la distancia
con la que nos tocamos.
Sacudo
mi nuca estremecida
por la ternura de la peluquera.

Gracia Aguilar (1982, Albacete, España); Libérame domine, Ed. Pre-Textos, 2018

Siempre llegamos a destiempo

Siempre llegamos a destiempo

Siempre llegamos a destiempo.
Cada llegada es un fracaso. Parte
ya el tren y conseguimos
subir en marcha. Todo en vano.
Nos lleva, es cierto. Pero ya se ha ido.
A través del cristal nos asomamos,
pero la vida ya se ha ido; todo
se ha ido inacabado.
Estamos viendo rostros, árboles,
de otras personas y otros campos.
Estamos contemplando una montaña
que ya no es esta misma que miramos.
Oímos voces, gritos, carcajadas
que hace ya tiempo que sonaron.
Difícilmente pretendemos
hallar una respuesta por el tacto;
y cuando al fin tocamos algo vivo
ya no está allí lo que tocamos.
Cada momento que nos lleva
es un presente ya pasado.
Nos lleva, es cierto. Pero ya se ha ido;
se había ido al alcanzarlo.

Rafael Guillén (Granada, 1933 – 2023)

Escribir antiguo

Escribir antiguo

“Porque soy como el árbol talado, que retoño:
porque aún tengo la vida.”
Miguel Hernández

para juan jesús  a quien tanto estimo.

No hace mucho ese amigo
me reconvino y dijo:
javi escribes antiguo…
antiguos son los pueblos que vacían
antiguos son los golpes, las torturas
antiguos son los polis de gris claro
antiguos son tricornios camineros
antiguas son las noches de inquietud
antiguas son las tardes asustadas
           ansiando primaveras.
Dijo: escribes antiguo…

antiguas son las luchas por salario
antiguas son pensiones miserables
antiguos son dolores y esperanzas
antiguos son esclavos proletarios
antiguos son patronos cicateros
antiguos son zapatos de charol
                  sobre el sudor obrero.
Dijo: escribes antiguo…

antiguas son mujeres maltratadas
antiguos son los hombres asesinos
antiguas son las luchas pandilleras
antiguos son los cuchillos en la mano
antiguos son los robos en las calles
antiguas son familias desahuciadas
                          en la vejez del tiempo.
Dijo: escribes antiguo…

 antiguas son las guerras en las tierras
antiguas son batallas entre hermanos
antiguas son medidas extremadas
antiguas son promesas que se olvidan
antiguos son gobiernos asesinos
antiguos son mezquinos poderosos
                          que utilizan sus látigos
                          para acallar conciencias.
Dijo: escribes antiguo…

antiguas son las muertes Mare Nostrum
antiguos son sepulcros clandestinos
antiguas son las fosas no exhumadas
antiguos son los desaparecidos
antiguas son las niñas violentadas
antiguos son mercados de personas
                           que caen en el olvido.
Dijo: escribes antiguo…

antiguas son verdades ocultadas
antiguas son las épocas pasadas
antiguas son las armas de combate
antiguas son heridas no cerradas
antiguas son mentiras engañosas
antiguas son las voces que se ocultan
    por no dar pie a públicas
  venganzas oficiales.
Dijo: escribes antiguo…

antigua es la endogamia y el desprecio
antigua es la historia no escrita.
y… sí; amigo, escribo muy antiguo
antiguo, también es,
el tiempo en que vivimos.

Javier Arnaiz (1954, Logroño, España),  Abrazo partido; Ed. Amargord, 2021

Epitafio

Epitafio

Si de algún modo muero,
en las crudas heladas del olvido
o de muerte oficial,
reléeme esta nota, por favor,
y quémala conmigo.
La vida no iba en serio ni siquiera más tarde.
Y no se tarda mucho en comprender
que se trataba sólo de unos juegos
para aparcar la muerte.
Ni siquiera fue un río
pues me tocaron tiempos muy duros de sequía
aunque el mar esperaba, siempre radiante, al fondo.
He creído en los mitos y he creído en el mar.
Me gustaron la Garbo y los rosales de Pestum,
amé a Gregory Peck todo un verano
y preferí Estrabón a Marco Aurelio

Aurora Luque (1962, Almería, España), Transitoria, Ed. Renacimiento, 1998

El momento que más amo

El momento que más amo

El momento que más amo
es la escena final en que te quedas
sonriendo, sin rencor,
ante la dicha inalcanzable.
El momento que más amo
es cuando dices a la joven ciega
¿”Ya puedes ver?” y ella descubre
en el tacto de tu mano al mendigo,
al caballero, a su benefactor desconocido.
De pronto, es como si te quisieras
ir, pero, al cabo, no te vas,
y ella te pide como perdón
con los ojos, y tú le devuelves
la mirada, aceptándote en tu real
miseria, los dos retirándose y quedándose
a la vez, cristalinamente mirándose
en una breve, interminable, doble piedad,
ese increíble dúo de amor,
esa pena de no amarte que tú
–el infeliz— tan delicadamente
sonriendo, consuelas.

Fina García Marruz (1923, Cuba), Catedral sumergida: poesía cubana contemporánea escrita por mujeres, Ed. Letras Cubanas, 2013

La luz del medio día

La luz del medio día,
como un pájaro ciego,
se sostiene en lo más alto del aire.
Las raíces del mosto sacan agua
de las profundidades de la tierra.

Hay un hermanamiento,
una especie de familiaridad entre las cosas
que conforman el mundo,
como si cada una cuidara de la otra,
como si la alegría en que viven inmersas
fuera un logro de todas,
la conquista de la comunidad.

Acercarnos con afecto a las cosas
nos permite intimar con lo sagrado
que permanece en ellas.

La mañana está en deuda con la cosecha de las flores.
El que entiende de pájaros entiende de narcisos.

Basilio Sánchez (1958, Cáceres, España); He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes, Ed. Visor, 2019. XXXI Premio Loewe.

The house

The house
I
Mother says there are locked rooms inside all women; kitchen of lust,
bedroom of grief, bathroom of apathy.
Sometimes, the men – they come with keys,
and sometimes, the men – they come with hammers.

Warsam Shire (1988, Kenia); Her Blue Body, Ed. Flipped Eye, 2014

I
Madre dice que dentro de todas las mujeres hay habitaciones cerradas; cocina de lujuria,
dormitorio del duelo, baño de la apatía.
A veces, los hombres – vienen con llaves,
y a veces los hombres – vienen con martillos.

Érase una voz

Érase una voz

En el contestador se recibían
mensajes anodinos,
después de publicar aquel anuncio
un tanto pretencioso por tu parte.
Querías encontrar al hombre libre,
culto, educado y tierno que soñabas,
a través del periódico
cuya sección de relaciones era
algo más que un muestrario de insumisos.
Pasaste varios días oyendo cosas como «soy fulano,
deseo conocerte, mi teléfono…»
estribillos calcados de los otros.
Y cuando ya notabas lo inservible
de aquella propaganda,
recogiste un mensaje diferente:
decía «soy Guillermo,
voy a conciertos, amo la lectura,
llámame cuando puedas…»
Todavía te sigues preguntando
por qué se le olvidó dejar su número.

María Sanz (1956, Sevilla, España); Tu lumbre ajena, Ed. Hiperión, 2001 (Premio Valencia de poesía)