Algunas cosas no pueden ser atrapadas en palabras, los estorninos sobre un río de octubre, por ejemplo: el modo en que se elevan desde el borde de un tejado en una nube dirigida por un coreógrafo oculto; el modo en que suben, se agrupan y descienden, tirando de alguna arteria desconocida del corazón humano; el modo en que la nube se rompe y fusiona las partes inferiores de las alas recogiendo toda la luz que quedaba en el cielo del crepúsculo; el modo en que vuelan y confluyen hacia el tejado de un depósito, un pájaro marrón tras otro.
Moya Cannon (1956, Irlanda), Aves de invierno y otros poemas, Ed. Pre-Textos, 2015
Anduve por el dorso de tu mano, confiada,
como quien anda en las colinas
seguro de que el viento existe,
de que la tierra es firme,
de la repetición eterna de las cosas.
Mas de repente tembló el universo:
llevaste la mano a tus labios
y bostezando abriste la noche
como una gruta cálida.
Llevabas diez mil siglos despertando
y el fuego ardía impaciente en tu boca.
De niña
superaba límites
saltando los marcos de las pizarras.
Las líneas rectas se enlazaban al vacío
mientras yo
perseguía sus puntos de fuga
atravesando paredes.
Ahora
parece insustancial
el valor de la recta,
sus diagramas imposibles
recorriendo galaxias.
Una línea es lo que dibujamos
entre lo perdido y el presente;
lo que marcan tus labios
con avaricia de infinito.
Nos bastaba un minutero
marcando los Fragel Rock.
Con la espera del postre
definíamos el tiempo.
La huida del castigo o el recuerdo
de una playa quebraban el pasado.
Distinguíamos la mañana y la noche
por la luz y los pijamas,
meriendas y recreos circundaban los relojes.
Hoy los días son bisiestos;
son compromisos los cumpleaños
y los descansos jornadas vacías.
Fatigamos las semanas y advertimos
que el ciclo de la vida
usa conceptos gastados.
La definición del tiempo se marea en los minutos.
Marta Zafrilla (1982, Murcia, España); Pecios, Editora Regional de Murcia, 2006 (Premio Molajoven 2006)
Cuando el nombrado llegue y desaparezca el mar
quedarán la lluvia estridente
y el haz de luz disuelto en el árbol
tras la lluvia estridente.
El río que rodea la Tierra.
El filo de la cumbre azul.
El rastro de las nubes que se disgregan en bocanadas
perdiendo consistencia por la ladera.
El charco de seres transmutados en líquido navegante.
El afán por la grandiosidad de los marcos naturales
y el afán por superar su misterio.
El asombro. El vértigo del esplendor.
El rugido del viento. El olor imposible del barro.
Los aullidos del animal huidizo.
Los ajetreos de un pájaro mudo que mueve la cabeza como si buscara algo mejor.
Y que tal vez busque algo mejor.
Quedará lo que no tiene sentido ni razón ni fin.
Lo que no se puede proteger.
Y lo que no se puede destruir.
Pilar Adón (1971, Madrid, España); Mente animal (2014); extraído de Años de trece meses. 13 Autoras de la poesía actual en lengua española, Ed. Demipage, 2022.
Verde. Verde. Agua. Marrón. Todo mojado, embarrado. Es invierno. Es perceptible en el silencio y en brillos como del aire. Yo soy muy pequeña.
Un cuerpo caminando.
Un cuerpo solo;
lo enfermo en la piel, en la mirada.
El asombro, la dureza absoluta
en los ojos. Lo impenetrable.
La descompensación
entre lo interno y lo externo.
Un cuerpo enfermo que avanza.
Desde un interior de cristales muy amplios
contemplo los árboles.
Hay un viento ligero, un movimiento
silencioso de hojas y ramas.
Como algo desconocido
y en suspenso. Más allá.
Como una luz
sesgada y quieta. Lo verde
que hiere o acaricia. Brisa
verde. Y si yo hubiera muerto
eso sería también así.
«Cada palabra es una herida mortal. Debo tener cuidado». Jorge Díaz
Noche, palabra mía henchida de sucesos La aflicción, el vacío, la muerte, la tiniebla avivan en tus sílabas sus temores y ansias. Extenuado nombre, fatigada corola, para caer de ti como cansino pétalo, o hundirse en tus confines, abiertos, afilados, beso ardiente, última sensación, locura extrema. Noche, noche, amor mío, ¿es que acaso me atreveré a saltar traspasada de ti hasta la muerte? Lengua: nupcial espada. Apenas te mencione, convocadas estrellas insistirán solícitas mostrando el desvarío de tus ojos vibrátiles. Oh noche, qué incitante, qué turbadora eres; madre devoradora, acercas tu regazo, y cómo quiero huir, cómo desertar quiero de tus lágrimas ávidas, cómo intento esconderme de tus manos, oh noche, mi tristeza. Y quizás seas la única, la palabra final que todo amor explique. Y el estremecimiento. Y el magnífico instante que ni aún la memoria más fiel y enamorada consiente en repetir. Noche, tristeza mía, todavía es posible que te llame, y me abreve en el láudano amargo que destilan tus letras. Que a tu herida entregue y a tu abismo, mi tristeza, mi noche, todavía es posible. Oh noche mía, acaso… acaso te amaría.
A James Forestal, que se arrojó al vacío antes de terminar de escribir la palabra “ruiseñor”, es decir,”NIGHTingale”
El lenguaje
te obliga a decir bien lo que has oído
de la brizna de hierba,
lo que intuyes de la gota de ámbar,
lo que no has comprendido de la vida.
Escribir un poema
supone, de algún modo, regresar
otra vez al principio,
al hervor silencioso de la nada,
al caldo primigenio
y a los cielos sin luna, a la inminencia
de las casualidades y los astros.
De la fricción continua
de una rama con otra brota el fuego
que ilumina la gruta
y hace brillar los ojos de los hombres
congregados en su noche perpetua.
El sonido de la página en blanco
es el de un hueso golpeado contra una piedra.
Basilio Sánchez (1958, Cáceres, España); He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes, Ed. Visor, 2019. XXXI Premio Loewe.
Te me ofrezco pequeña y clara, cuerpo de prismas rotos. Entre los huesos, nervios mal atados. Bajo un abrigo rojo, desbaratada carne. Voy en tu busca, penas y venas a punto. Lo sé. Esperas.
Nieva y no sé qué decirme a mí misma. Blanquecinamente
Avanzan los cedros hacia los ojos famélicos de una muchacha
Sin sueños que visita a su tía abuela cada invierno. El río rígido
Espeja el paisaje y nuestro pasar quejumbroso de puentes.
Nieva hasta borrar de mi rostro el lento rastro de tus dedos.
Mar Sancho (1972. Valladolid, España); Entre trenes, Eolas Ediciones, 2019
De vosotros,
los jóvenes,
espero
no menos cosas grandes que las que realizaron
vuestros antepasados.
Os entrego
una herencia grandiosa:
sostenedla.
Amparad ese río
de sangre,
sujetad con segura
mano
el tronco de caballos
viejísimos,
pero aún poderosos,
que arrastran con pujanza
el fardo de los siglos
pasados.
Nosotros somos estos
que aquí estamos reunidos,
y los demás no importan.
Tú, Piedra,
hijo de Pedro, nieto
de Piedra
y biznieto de Pedro,
esfuérzate
para ser siempre piedra mientras vivas,
para ser Pedro Petrificado Piedra Blanca,
para no tolerar el movimiento
para asfixiar en moldes apretados
todo lo que respira o que palpita.
A ti,
mi leal amigo,
compañero de armas,
escudero,
sostén de nuestra gloria,
joven alférez de mis escuadrones
de arcángeles vestidos de aceituna,
sé que no es necesario amonestarte:
con seguir siendo fuego y hierro,
basta.
Fuego para quemar lo que florece.
Hierro para aplastar lo que se alza.
Y finalmente,
tú, dueño
del oro y de la tierra
poderoso impulsor de nuestra vida,
no nos faltes jamás.
Sé generoso
con aquellos a los que necesitas,
pero guarda,
expulsa de tu reino,
mantenlos más allá de tus fronteras,
déjalos que se mueran,
si es preciso,
a los que sueñan,
a los que no buscan
más que luz y verdad,
a los que deberían ser humildes
y a veces no lo son, así es la vida.
Si alguno de vosotros
pensase
yo le diría: no pienses.
Pero no es necesario.
Seguid así,
hijos míos,
y yo os prometo
paz y patria feliz,
orden,
silencio.
Ángel González (1925, Oviedo- 2008, Madrid); Sin esperanza, con convencimiento (1961), extraído de Donde la vida se doblega, nunca, Valparaíso Ediciones, 2016
Un honor estar en tu Blog estimado maestro.