Aprendiendo a leer el pasado y el futuro en las líneas de un poema

Ana Pérez Cañamares

Esta es la gran tragedia del poeta

Esta es la gran tragedia del poeta:
el poema es el fósil de la poesía.
Ejemplo: ningún perro nos miró
jamás desde ningún verso.
Ejemplo: si se acerca la oreja al poema
comprobaremos que no respira.
Ejemplo: ni el mar ni las nubes leen.

Por eso las musas son espíritus
atravesados por un alfiler.
Y el poema, un amigo que te grita
desde la calle que salgas a jugar.
Es el billete de barco
que te promete salitre
y la posibilidad del delfín.

Diez años de poeta solo enseñan
que en los poemas no llueve.
Pero cuando afuera caiga la primera gota
tú, lector, la saludarás con familiaridad.
El poeta pretenderá que fue él
quien te presentó la lluvia.
Tú sabes que lo único que hizo
fue que desearas empaparte hasta los huesos.

Aunque luego seamos poeta y lector
de esos desagradecidos que usan paraguas.

Ana Pérez Cañamares (1968, Santa Cruz de Tenerife, España); La senda del cimarrón; Ed. Ya lo dijo Casimiro Parker, 2020

Llegaba el verano

Llegaba el verano
y todos mis amigos se marchaban
de vacaciones a sus pueblos.
Allí les esperaban primos, vacas
cigarros, perros, pozas
futbolines, parras y bicis.
Después de atravesar mesetas de calor
la sombra del olmo en la plaza.

Pero no mi familia.
Mi familia se quedaba en Madrid
o se iba a un hotel barato
en el que no conocíamos a nadie
o de camping junto a un río
sin niños; aunque al menos
había ranas y cabañas de hojas.

Nosotros no teníamos pueblo.
O mejor dicho: habíamos tenido
y nos lo habían quitado.
La guerra se quedó el patio
los colchones de lana
las verbenas
las lápidas de los muertos
las culebras
los baúles del desván
las telarañas.

Cuando fui mayor
mis padres me llevaron
a sus pueblos
para que supiera que nosotros
también habíamos tenido uno.
Mi madre me enseñó su casa encalada
con la parra en el patio;
la casa donde habían nacido
sus hermanos y ella
y en la que ahora vivían
los que habían tenido dinero
para comprársela.

Mi padre me mostró su casilla
junto a la vía del tren
la habitación húmeda
donde la pulmonía
acabó con su madre
el camino que a lo lejos
se perdía hacia el colegio.
La cochiquera para el burro
para el cerdo y las gallinas.

A los pueblos de mis padres
se los tragó la guerra.
Yacen en la corriente de mi sangre
como otros pueblos duermen
bajo pantanos.
En el fondo de mis venas
aún se atisban muros
levantados con adobe
de sangre y nostalgia.

Ana Pérez Cañamares (1968, Santa Cruz de Tenerife, España); De Las sumas y los restos, Ed. Ya lo dijo Casimiro Parker, 2019

Mi educación

Mi educación:
no desees nada demasiado
no te vanaglories ante nadie
-mucho menos de ser feliz-
no sueñes sueños imposibles
-tampoco sueñes la posibilidad-
no rías demasiado alto
no enfades a los dioses
-no creas en ellos ni en sus premios
aunque estarán ahí para castigarte-
no llores delante de los otros
-la tristeza es otra forma de ser presuntuoso-
no te aferres pero no te sueltes del todo del pasado
no te emborraches sin sufrir por la resaca
no te menosprecies
esperando compasión
no luches
todo está perdido desde siempre.

Y ahora sal al mundo, sostente, sé un ejemplo.

Ana Pérez Cañamares (1968, Santa Cruz de Tenerife, España); De Las sumas y los restos, Ed. Ya lo dijo Casimiro Parker, 2019

Después de que los hijos

Después de que los hijos
nos despierten por las noches
nosotras nos quedamos
más solas que a la luz del sol.
Entre sábanas revueltas buscamos
referentes: ¿pero quién, quienes?
¿Nuestras madres abnegadas?
¿Las satisfechas de las películas
las diligentes de los anuncios
las despreocupadas amigas sin hijos?
Espiamos a las madres que murieron
a las madres que no fuimos
a las madres que soñamos ser.
Pero al mirar a las otras solo vemos
sus ojeras acolchadas
como camas de catálogo.
Al resto lo oculta un pudor milenario
la higiénica sonrisa que proclama:
toma este lazo de terciopelo
y amordázate. Ofrece tu mejor perfil
y cuenta con él la misma historia.
No existes en ninguna mitología.
No nos traiciones.

Ana Pérez Cañamares (1968, Santa Cruz de Tenerife, España); Será ser mujer, Ediciones del 4 de agosto, 2019.

Cómo ganar una guerra perdida

Cómo ganar una guerra perdida:
Uno. Excavar trincheras
con palas, lapiceros, saxofones.
De las grietas, hacer cicatrices.
Dos. No llevar uniformes.
Cada cual adoptará el disfraz
que menos le ofenda.
Tres. No distinguir noche y día.
Permitir la soledad a quien la elija.
Adoptar perros y recién llegados.
Cuatro. Celebrar una fiesta
por cada trinchera. Llegará el enemigo
y no entenderá nuestro lenguaje.
Les será imposible la conquista:
ellos no aman a los perros mestizos
ni arrancan orgasmos a las palabras.
Perderemos la guerra de las mayúsculas
pero la vida está de nuestra parte:
lloramos y celebramos la brizna.

Ana Pérez Cañamares (1968, Santa Cruz de Tenerife, España); de Economía de guerra (2014); extraído de En legítima defensa. Poetas en tiempos de crisis, Bartleby Editores, 2014

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