Aprendiendo a leer el pasado y el futuro en las líneas de un poema

Francisca Aguirre (Página 1 de 2)

Ítaca

Ítaca

¿Y quién alguna vez no estuvo en Ítaca?
¿Quién no conoce su áspero panorama,
el anillo de mar que la comprime,
la austera intimidad que nos impone,
el silencio de suma que nos traza?
Ítaca nos resume como un libro,
nos acompaña hacia nosotros mismos,
nos descubre el sonido de la espera.
Porque la espera suena:
mantiene el eco de voces que se han ido.
Ítaca nos denuncia el latido de la vida,
nos hace cómplices de la distancia,
ciegos vigías de una senda
que se va haciendo sin nosotros,
que no podremos olvidar porque
no existe olvido para la ignorancia.
Es doloroso despertar un día
y contemplar el mar que nos abraza,
que nos unge de sal y nos bautiza como nuevos hijos.
Recordamos los días del vino compartido,
las palabras, no el eco;
las manos, no el diluido gesto.
Veo el mar que me cerca,
el vago azul por el que te has perdido,
compruebo el horizonte con avidez extenuada,
dejo a los ojos un momento
cumplir su hermoso oficio;
luego, vuelvo la espalda
y encamino mis pasos hacia Ítaca.

Francisca Aguirre (1930-2019, Alicante, España), Ítaca, Ed. I. Cultura Hispánica, 1972 (Premio «Leopoldo Panero», 1971). Extraído de Mujeres de carne y verso: antología poética femenina en lengua española del siglo XX, Ed. La esfera de los libros, 2002

Cuando recuerdo que una vez fui niña

Cuando recuerdo que una vez fui niña

A Esperanza y Manolo Rico

Cuando recuerdo que una vez fui niña
se me suele caer algún objeto;
unas veces la cosa tiene arreglo:
basta con agacharse y recoger del suelo
un libro, algún zapato, quizás una carpeta.
Otras veces la historia acaba en muerte súbita:
un plato menos, un florero, un vaso.
Yo recuerdo mi infancia y no sé cómo
casi siempre termino recogiendo escombros.
Claro que, en ocasiones, esos escombros brillan:
las migajas de duralex tienen algo muy parecido a las burbujas
que les da un cierto aire de bisutería;
en cambio, los pedazos de porcelana
lo primero que muestran son los bordes
y un como avergonzado desconcierto;
el cristal, por su parte, siempre es joya,
el destrozo no altera su hermosura,
un pequeño fragmento, una mínima esquirla,
mantiene inalterable el fulgor de la transparencia.
Suelo inclinarme entonces con ternura
y recoger despacio, uno por uno,
esos frágiles testimonios de un vacío,
de una oquedad vibrante y misteriosa
que una vez albergó flores y aroma.
A veces la recolección acaba en sangre,
lo intangible de vez en cuando corta.
Y ese corte produce en mí una quieta angustia,
una extrañeza amortizada en llanto
y un repentino amor hacia mi vida,
mi testaruda vida consecuente,
tan repleta de dichas y de espantos,
tan pegada a los huesos de mi cuerpo,
tirando del vivir sin darse tregua,
sin quererse parar por si el tiempo la vence.
En momentos así,
entre trozos de porcelana y flores secas,
entre restos de fuegos fatuos
levemente apagados por el polvo,
me gusta echar la vista atrás y ver
paisajes y canciones y aguaceros,
mañanitas al borde de la playa,
la niña que yo fui jugando al corro con mi hija,
haciéndole las trenzas y recordando historias
que me contaba a mí mi abuela.
Por un momento todo vive junto:
mi asombro frente al mar allá en Levante,
la radiante alegría de mi hija
entre las verdes aguas de la Isleta del Moro,
y el sobresalto náufrago y absorto
de los ojos de Félix en Cantabria,
mirando sin creer lo que veían
en el atardecer de El Sardinero:
un mar tan desmedido como el Tiempo.
Hay que ver lo que puede florecer en nuestro corazón
un día cualquiera, una mañana como tantas,
una de esas mañanas en que de pronto,
sin motivo, sin causa, recordamos
que hace ya mucho tiempo tuvimos una infancia.
Y el hermoso jarrón se nos escapa de las manos
y vemos en el suelo un arcoíris de luz diseminada.
Pero en cada fragmento tiembla y huele
el aroma de un tiempo deslumbrante.
Un tiempo que murió para ofrecernos
este dolor que nos abriga y nos consuela ahora.

Francisca Aguirre (1930, Madrid, España); La herida absurda, Bartleby, 2006. Extraído de Extraído de Detrás de los espejos (Antología 1973-2010), Ed. Bartleby Editores, 2013

Hace tiempo

Hace tiempo

A Nati y Jorge Riechmann

Recuerdo que una vez, cuando era niña,
me pareció que el mundo era un desierto.
Los pájaros nos habían abandonado para siempre:
las estrellas no tenían sentido,
y el mar no estaba ya en su sitio,
como si todo hubiera sido un sueño equivocado.
Sé que una vez, cuando era niña,
el mundo fue una tumba, un enorme agujero,
un socavón que se tragó a la vida,
un embudo por el que huyó el futuro.
Es cierto que una vez, allá, en la infancia,
oí el silencio como un grito de arena.
Se callaron las almas, los ríos y mis sienes,
se me calló la sangre, como si de improviso,
sin entender por qué, me hubiesen apagado.
Y el mundo ya no estaba, sólo quedaba yo:
un asombro tan triste como la triste muerte,
una extrañeza rara, húmeda, pegajosa.
Y un odio lacerante, una rabia homicida
que, paciente, ascendía hasta el pecho,
llegaba hasta los dientes haciéndolos crujir.
Es verdad, fue hace tiempo, cuando todo empezaba,
cuando el mundo tenía la dimensión de un hombre,
y yo estaba segura de que un día mi padre volvería
y mientras él cantaba ante su caballete
se quedarían quietos los barcos en el puerto
y la luna saldría con su cara de nata.
Pero no volvió nunca.
Sólo quedan sus cuadros,
sus paisajes, sus barcas,
la luz mediterránea que había en sus pinceles
y una niña que espera en un muelle lejano
y una mujer que sabe que los muertos no mueren.

Francisca Aguirre (1930-2019, Alicante, España), Pavana del desasosiego (Premio “María Isabel Fernández Simal” 1998), Ediciones Torremozas, 1999

Datos biográficos

Datos biográficos

Fue mi padre un hombre
alegre donde los haya.
Nació para pintar y eso hizo.
Nació también para disfrutar
y también hizo eso.
Amó en su vida varias cosas:
la pintura, la justicia
y a mi madre.
Tuvo tres hijas
y eso lo convirtió en un hombre feliz.
La tragedia de la guerra civil del 36
contribuyó a demostrar hasta qué punto amaba la Justicia.
Pasará a la posteridad como
un magnífico pintor republicano
al que la dictadura franquista
asesinó en 1942 por defender
a un Gobierno legítimo.
Mi infancia son recuerdos de sus cuadros,
sus canciones su risa su amor por mi madre
y algunas horas terribles
que recordar no quiero

Francisca Aguirre (1930- 2019, Alicante, España); Historia de una anatomía, Ed. Hiperión, 2010

Pavana del desasosiego

Pavana del desasosiego

A Félix

Y de pronto la vida se explica de otro modo,
y nuestro corazón se vuelve loco.

.Todo se ha transformado en un instante,
los árboles susurran como niños
que estuviesen contándose un secreto.

Desde algún territorio inolvidable
llega el canto coral de las ballenas.

Tú te sientas al borde de la música,
hundes tu corazón en los abismos
de una luz que propaga un fresco aroma
de naranjos en flor, de caracolas,
de miradas que brotan como espigas
y que vuelven de no se sabe dónde.

El tiempo te acompaña enternecido
y en la penumbra llora una guitarra
una canción para que duerma el mundo.
La voz de la piedad cruza el silencio:
escondida en la música, la vida
cuenta la historia de su amor secreto.

amor, loco cisne abandonado,
ay amor, que una vez nos contaste tu leyenda
para marcharte luego a recorrer el mundo.
Ay amor, ay amor, dulce alimaña,
doméstico caimán que nos devora
sin dejar de llorar desconsolado, ay amor,
que te fuiste tan pronto, tan sin causa
cuando dolías tanto que pensábamos
que ibas a ser eterno.

Y ahora vuelves, regresas con tus lágrimas,
con tus alegres lágrimas traslúcidas,
con tu llanto inmortal y tu rocío,
tu aguacero de ópalos que buscan
las amapolas de nuestro corazón
para condenarlo de pálida hermosura.

Y de pronto la vida se explica de otro modo
y la tarde regresa a la mañana,
y la noche se enciende como un cráter
que todo lo calienta y lo ilumina.
Y el tiempo, el viejo tiempo abandonado,
escucha la canción de la guitarra,
oye con estupor su anochecida historia.

Dentro de los espejos, los recuerdos
juegan al corro y a las cuatro esquinas
y la música tiembla en el azogue
como una mariposa deslumbrada.

Ay amor, ay amor que nunca acabas,
que regresas cantando tu canción
y a su compás la vida cambia el paso
y de pronto se explica de otro modo
y se encienden las luces de la casa
y todas las ventanas dan al mar.
Ay amor, ay amor que nunca mueres,
que sigues remendándote las alas,
pisando con cuidado los escombros
como si fueran campos de cantueso.

Ay amor, ay amor, luna creciente,
guitarra, clavicordio y violonchelo
de una orquesta que vaga por el aire
regando con su música el desastre
mientras el corazón despavorido
siente cómo lo acunas
con tu pavana del desasosiego.

Francisca Aguirre (1930-2019, Alicante, España), Pavana del desasosiego (Premio “María Isabel Fernández Simal” 1998), Ediciones Torremozas, 1999

Las manos

Las manos

Pensamos porque tenemos manos
Anaxágoras

Me ha costado muchísimo educarlas
y no estoy muy segura de haberlo conseguido
porque la mayor parte de las veces
actúan por su cuenta se disparan
es como si tuvieran vida propia.

Algunas veces he pensado que solapadamente
sin darle cuenta a nadie
es decir sin decírmelo a mí
que al fin y al cabo soy su dueña
estas dos lagartijas estas aficionadas al tanteo
han conseguido nadie sabe cómo
elaborar una Constitución y no contentas con eso
han llevado adelante un Estatuto
lo que supone para mí un auténtico caos.

Porque no hay forma de poner de acuerdo
a estas dos desgraciadas a estas dos inconscientes
que se pasan la vida peleando
defendiendo con verdadera saña sus derechos:
la solidaridad insobornable de la izquierda
el orden la cordura y el respeto que para sí reclama la derecha.

Mientras el cuerpo el miserable cuerpo del que viven:
el tronco las axilas los brazos y los antebrazos las muñecas
no encuentran la manera de aplacarlas
de hacerles entender que si se empeñan
esto va a terminar en un entierro.

Que lo mejor sería que empezaran
a sacarle provecho a la distancia
al espacio que las separa equitativo
y a disfrutar del ritmo que produce
unirse de improviso una con otra
y jalear alegremente el hecho sorprendente y audaz
de que por fin la vida nos acerque aunque sea tan sólo
de manera fugaz como era de esperar.

Francisca Aguirre (1930- 2019, Alicante, España); Historia de una anatomía, Ed. Hiperión, 2010

Cementerio

Cementerio

Tiene también la sangre sus revoluciones,
sus líderes y demagogos
que arengan al pueblo de las ansias
congregado en el corazón.
Tiene también la sangre sus masacres
—en nombre de oscurísimas razones—,
en las que mueren tantos inocentes:
los de pequeña voz, los tímidos
que no saben exponer sus deseos;
menos aún, imponerlos.
Mueren entre las venas, y de manera irrevocable,
lo mismo que acontece entre la historia.
Muere toda una grey de tristes oprimidos, pero
en la espantosa servidumbre del reemplazo
sucumben a su vez los opresores
sin que exista un recodo, un breve hueco
en que dejar sobre una lápida
constancia de su paso.
En la anónima fosa de la sangre
yacen mezclados víctimas y verdugos;
y en las terribles horas de la comprensión
qué imposible resulta distinguir
del corrompido olor de la esperanza degollada
el agrio aroma de sus asesinos.

Francisca Aguirre (1930-2019, Alicante, España), Ítaca, Ed. I. Cultura Hispánica, 1972 (Premio «Leopoldo Panero», 1971).

Frontera

Frontera

Yo, que llegué a la vida demasiado pronto,
que fui-que soy-la que se anticipó,
la que acudió a la cita antes de tiempo
y tuvo que esperar en la consigna
viendo pasar el equipaje de la vida
desde el banco neutral de la deshora.

Yo, que nací en el treinta, cuando es cierto
-como todos sabéis-que nunca debí hacerlo,
que hubiera yo debido meditarlo antes,
tener un poco de paciencia y tino
y no ingresar en este tiempo loco
que cobra su alquiler en monedas de espanto.

Yo, que vengo pagando mi imprudencia,
que le debo a mi prisa mi miseria,
que hube de trocear mi corazón en mil pedazos
para pagar mi puesto en el desierto,
yo, sabedlo, llegué tarde una vez a la frontera.

Yo, que tanto me había anticipado,
no supe anticiparme un poco más
(al fin y al cabo para pagar
en monedas de sangre y de desdicha
qué pueden importar algunos años).
Yo, que no supe nacer en el cuarenta y cinco,
cometí el desafuero, oídlo,
de llegar tarde a la frontera.

Llegué con los ojos cegados de la infancia
y el corazón en blanco, sin historia.
Llegué (Señor, qué imperdonable)
con nueve años solamente.
Llegué, tal vez al mismo tiempo que él
pero en distinto tiempo.
                         No lo supe.
(Oh tiempo miserable e injusto.)
Estuve allí-quizá lo vi-
Pero era tarde.
                  Yo era pequeña
y tenía sueño.
                  Don Antonio era viejo
Y también tenía sueño.
(Señor, qué imperdonable:
haber nacido demasiado pronto
y haber llegado demasiado tarde.)

Francisca Aguirre (1930, Madrid, España); Los trescientos escalones, Bartleby Editores, 2012

Qué difícil resulta separa una a una las capas de la cebolla

Qué difícil resulta separar, una a una, las capas de la cebolla…

Qué difícil resulta separar, una a una, las capas de la cebolla.
Se adhieren entre sí con una fina telilla
que las unifica y conjunta de manera tenaz.
Cuando intentamos separarlas,
las lágrimas acuden a los ojos.

Así el odio se pega de manera indeleble a ciertos corazones
y resulta imposible retirar esa membrana pegajosa
del órgano que la genera
y hace de ella un vínculo con los enamorados de la muerte.

No lamenta su suerte la cebolla,
ni la conmueven nuestras torpes lágrimas.
Un corazón ahogado por el odio,
envuelto en su coraza transparente,
no es más que una cebolla en el mercado,
un vegetal dispuesto a provocar lágrimas.
Da lo mismo la mano que lo roce:
él no hace distinciones, no le incumben,
tiene un destino cierto que cumplir:
aniquilar la vida para que brote el llanto.

No lamenta su suerte la cebolla ni lamenta el odio.
Cumplamos, pues, también nuestro destino
y lloremos con impotencia la desgracia
de ver cómo florecen las cebollas
entre los tristes muros de la patria.

Francisca Aguirre (1930, Alicante- 2019, Madrid, España); La herida absurda, Bartleby, 2006. Extraído de Antología Raíces. Francisca Aguirre, Luisa Castro, Amalia Bautista, Luz Pichel, Ed. Ya lo dijo Casimiro Parker, 2017

Aprender a mirar

Aprender a mirar

Aprender a mirar de otra manera.
Aprender a confiar de un nuevo modo.
Aprender a esperar
como si el mundo se estuviera haciendo.
Aprender, aprender…
Aprender todo desde el entusiasmo
sin apoyar el corazón en lenguas muertas.
Aprender a vivir
continuamente:
ser los discípulos
de un profesor que no da títulos
que ejerce una sabiduría
provisoria y mudable:
ser los aficionados al conocimiento
los aprendices
para siempre
los que se morirán
ignorantes
de casi todo.

Francisca Aguirre (1930-2019, Alicante, España); Ensayo General. Poesía completa 1966-2000, Calambur, 2000

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