Ha llegado el otoño con su frío cambiante
y una alfombra de hojas despeina las aceras.
Caminamos del brazo por crujidos de ámbar
pero apenas miramos la desnudez del árbol,
las pulpas sobre el suelo o las pieles polares.
Nuestros ojos no enfocan la realidad del resto,
son arpones de luz que descienden al fondo
de las constelaciones para que no estéis solos,
para daros vigor en la vida que empieza.
Retumba en la galaxia donde flotáis dormidos
la canción muscular que os acuna en la noche.
Por su ritmo constante adquiriréis muy pronto
una nueva firmeza bajo el espacio líquido.
Nos alegra pensar que al fin habéis venido
al bosque de planetas que con pacientes dedos
colgamos en la cumbre de la ilusión más pura.
Abrid los ojos, ved: las vitrinas de estrellas
os alumbran el surco que conduce a nosotras.
Tras el último giro os aguardan dos madres
que no se cansan nunca de nombraros y hablaros;
que han encendido un fuego, con abundante leña,
que os mantenga calientes a este lado del mundo,
y que ahuyente a las bestias en las noches de invierno.
Ariadna G. García (1977, Madrid, España); Ciudad sumergida, Ed. Hiperión, 2018
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