Los buenos propósitos

En la lista de cosas por hacer
está la peculiar obligación de recuperar el tiempo perdido,
como si en todos esos buenos propósitos
existiera una fórmula infalible para apropiarse del pasado
y volverlo presente continuo.

Cuando nos desnudamos
la geografía de cada cuerpo
se vuelve una ciencia exacta y nos confirma
que la vida atemporal es para las estatuas.
Esa es la arqueología que a veces nos confunde
mezclando el paladar de los esfuerzos
con la madurez que da forma a la piedra
y su gesto inmóvil de secretos cincelados.

Los pliegues de la carne quieren parecerse
a la luz evaporada del verano;
la arena del cristal de los espejos
es un reloj que araña cada rostro
y va trazando surcos con ecos murmurados.

La soledad reconvertida en todos los instantes
que anidan en nosotros como abismos vacíos.
Ansiedades insomnes de voz distorsionada
que escarban sin descanso en el vértigo extraño
de la mala conciencia que nadie reconoce,
pero es en realidad ese tiempo perdido
que se ha vuelto a escapar y nos despierta a cada rato,
para reírse otra vez de lo que se ha llevado.

Ana Merino (1971, Madrid, España), Los buenos propósitos, Ed. Visor, 2015