Aprendiendo a leer el pasado y el futuro en las líneas de un poema

amor (Página 3 de 19)

El lugar que tú ocupas

El lugar que tú ocupas

Por suerte,
existes.

Y por suerte, también,
no solo existes,
sino que te colocas aquí,
justo al lado de todo lo que está lejos
para estar cerca.

Y por suerte, aún más,
no solo existes
y te colocas aquí,
sino que es en ese exacto lugar
en el que me haces pensar
que merezco habitarlo,
conocer los rincones que lo atajan
y saber mirarte también
cuando cierro los ojos.

Como un sueño.

Como el sueño que aparece
en el momento preciso
en el lugar que tú ocupas.

Elvira Sastre (1992, Segovia, España); Re-generación. Antología de poesía española (2000-2015); Ed. Valparíso, 2016

A túa voz é a miña casa

A túa voz é a miña casa

Tes unha voz que se abre dentro doutra
como se fose un traxe feito de auga.
Se miro para o ceo, sei que ti viches algo
que eu non vira. Es máis listo ca min.
Todos os días podes ver o mar. Sabes?
Da túa cidade chegan as treboadas.
Estamos cerca e lonxe, como a carne
e os planetas. Estamos dentro e fóra,
como o sangue e o sal. Abre a túa voz
por dentro para levarme á casa. Eu non
quero outra casa que non sexa a túa voz.

María do Cebreiro (1976, A Coruña, España); A lentitude, Chan da Pólvora editora, 2017

Anduve por el dorso de tu mano

Anduve por el dorso de tu mano, confiada…

Anduve por el dorso de tu mano, confiada,
como quien anda en las colinas
seguro de que el viento existe,
de que la tierra es firme,
de la repetición eterna de las cosas.
Mas de repente tembló el universo:
llevaste la mano a tus labios
y bostezando abriste la noche
como una gruta cálida.

Llevabas diez mil siglos despertando
y el fuego ardía impaciente en tu boca.

Chantal Maillard, de «Hainuwele» 1990

Omsk

Omsk

Nieva y no sé qué decirme a mí misma. Blanquecinamente
Avanzan los cedros hacia los ojos famélicos de una muchacha
Sin sueños que visita a su tía abuela cada invierno. El río rígido
Espeja el paisaje y nuestro pasar quejumbroso de puentes.
Nieva hasta borrar de mi rostro el lento rastro de tus dedos.

Mar Sancho (1972. Valladolid, España); Entre trenes, Eolas Ediciones, 2019

La caída

La caída

Las montañas cristalizan en mil años
y el mar gana un centímetro a la tierra
cada dos milenios,
horada el viento la roca
en cuatro siglos
y la lluvia,
también la lluvia se toma su tiempo para caer.

Se paciente, con mi corazón
que suspira por una obra duradera.
Como el viento,
como la lluvia,
también mi corazón
se toma su tiempo para caer.

Luisa Castro (1966, Lugo, España), De mí haré una estatua ecuestre, Ed. Hiperión, 1997

Cuerpo a la vista

Cuerpo a la vista

Y las sombras se abrieron otra vez y mostraron un cuerpo:
tu pelo, otoño espeso, caída de agua solar,
tu boca y la blanca disciplina de sus dientes caníbales, prisioneros en llamas,
tu piel de pan apenas dorado y tus ojos de azúcar quemada,
sitios en donde el tiempo no transcurre,
valles que sólo mis labios conocen,
desfiladero de la luna que asciende a tu garganta entre tus senos,
cascada petrificada de la nuca,
alta meseta de tu vientre,
plata sin fin de tu costado.

Tus ojos son los ojos fijos del tigre
y un minuto después son los ojos húmedos del perro.

Siempre hay abejas en tu pelo.

Tu espalda fluye tranquila bajo mis ojos
como la espalda del río a la luz del incendio.

Aguas dormidas golpean día y noche tu cintura de arcilla
y en tus costas, inmensas como los arenales de la luna,
el viento sopla por mi boca y su largo quejido cubre con sus dos alas grises

la noche de los cuerpos,
como la sombra del águila la soledad del páramo.
Las uñas de los dedos de tus pies están hechas del cristal del verano.

Entre tus piernas hay un pozo de agua dormida,
bahía donde el mar de noche se aquieta, negro caballo de espuma,
cueva al pie de la montaña que esconde un tesoro,
boca del horno donde se hacen las hostias,
sonrientes labios entreabiertos y atroces,
nupcias de la luz y la sombra, de lo visible y lo invisible
(allí espera la carne su resurrección y el día de la vida perdurable)

Patria de sangre,
única tierra que conozco y me conoce,
única patria en la que creo,
única puerta al infinito.

Octavio Paz, Obra poética (1935-1988), Seix Barral. 1990.

Transido de palabras

Transido de palabras

Pero tu intención de ir te llevó donde querías,
Lejos de aquí, donde estás diciéndome:
“aquí estoy contigo, mira”. Y me señalas la ausencia.
PEDRO SALINAS

No me queda mucho más que decirte,
pues esta nube ya arruga mis dedos
por momentos,
salvo que llegó a casa una carta a tu nombre
—fingí tu firma y el cartero, amable,
disimuló mi tristeza—,
que la comida
se acumula pero el hambre no termina,
que no sé qué hacer con tanto ruido
—recuerdo cuando partías
el silencio con tu risa y todo,
entonces, era cuestión de adelantarse—
y que las palabras me duelen,
amor.

No quisiera que pensaras
que no te pienso
porque no te escribo.

Es solo que ahora he de hacer hueco
a tu ausencia en mi refugio,
y no sé si estoy preparada para colocarla
al lado de un poema
que cuente de algún modo
que no duela tanto,
cómo desapareciste
al abrir los ojos.

Prefiero cerrarlos que ver esta puerta
cerrada
cansada ya de tantos portazos.

Elvira Sastre (1992, Segovia, España), La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida, Ed. Visor, 2014

El último tango

El último tango

No puedo ahora frenar
la rotación inmensa del abrazo
para medir su órbita.
Claudio Rodríguez

¿Qué quieres que te cuente del amor
alguien que nunca ha escrito en el poema mariposa o abril?
Yo sólo puedo hablarte
de los escorpiones o de las garrapatas,
de la cara de imbécil que tiene mi vecino,
de lo triste que a veces me resulta
escuchar a Coltrane
sin otra compañía que mis gatos
o del abrigo excepcional de los violines
cuando tiemblan y dudan de su música.
Sin embargo, no puedo hablarte del amor.
Ese altivo juglar no me quiso en sus filas
y ahora estoy aquí como un intruso,
escribiéndote a ti que estás leyendo
y mirando el reloj para escaparte de toda esta indigencia,
que tal vez sabes algo de este tipo
y de sus maniobras,
que también —es posible— te haya dado plantón;
a ti, que desconoces mi lado más siniestro,
el tabaco que fumo
o a qué hora inservible
maldigo las canciones y me arrastro
hasta mi habitación sin dignidad
para seguir bebiendo esta indolencia.

¿Qué quieres que te cuente del amor
quien no pudo medir su abrazo ni su órbita? 

Katy Parra (1964, Murcia, España); Licencia para bailar, Valparaíso Ediciones, 2016

Se desprendió mi sangre para formar tu cuerpo

Se desprendió mi sangre para formar tu cuerpo.
Se repartió mi alma para formar tu alma.
Y fueron nueve lunas y fue toda una angustia
de días sin reposo y noches desveladas.
Y fue en la hora de verte que te perdí sin verte.
¿De qué color tus ojos, tu cabello, tu sombra?
Mi corazón que es cuna que en secreto te guarda,
porque sabe que fuiste y te llevó en la vida,
te seguirá meciendo hasta el fin de mis horas.

Concha Méndez (1898-1986, España), Niño y sombras, Ediciones Héroe, 1936

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