Aprendiendo a leer el pasado y el futuro en las líneas de un poema

dolor (Página 2 de 2)

Pequeños accidentes caseros

Pequeños accidentes caseros

Me hice un tajo en un dedo cuando cocinaba.
Luego me despellejé otro dedo al abrir una botella.
Hoy me he raspado la pierna con el pico de la mesita.
Así que me he puesto seria:
he reunido en asamblea a todos los objetos de mi casa
y les he dicho que ya sé
que me muero de la pena,
que tengo el corazón en carne viva,
que ya sé
que no soy más que una herida que sangra tristeza,
que hasta respirar me duele porque él no me ama
como le amo yo;
en fin: que no hace ninguna falta, les he dicho,
que me lo recuerden también ellos
cada día.

Berna Wang (1957, Madrid, España); extraído de La escritura plural. 33 poetas entre la dispersión y la continuidad de una cultura. Antología actual de poesía española, Ed. Ars poetica, 2019

Nadie está solo

Nadie está sólo

En este mismo instante
hay un hombre que sufre,
un hombre torturado
tan solo por amar
la libertad.

—Ignoro
dónde vive, qué lengua
habla, de qué color
tiene la piel, cómo
se llama, pero
en este mismo instante,
cuando tus ojos leen
mi pequeño poema,
ese hombre existe, grita,
se puede oír su llanto
de animal acosado,
mientras muerde sus labios
para no denunciar
a los amigos. ¿Oyes?

Un hombre solo
grita maniatado, existe
en algún sitio.

—¿He dicho solo?
¿No sientes, como yo,
el dolor de su cuerpo
repetido en el suyo?
¿No te mana la sangre
bajo los golpes ciegos?

Nadie está solo. Ahora,
en este mismo instante,
también a ti y a mí
nos tienen maniatados.

José Agustín Goytisolo (1928- 1999, Barcelona, España); José Agustín Goytisolo – Obra completa; Ed. Lumen, 2011.

Cuánto sufre el amor

Cuánto sufre el amor…

¡Cuánto sufre el amor
en los rincones!
hay días que se oculta
igual que un perro enfermo

duerme como
un reptil
sobre el mosaico

aquel murmullo
que nos guiaba cierto
entre la bruma

el mismo amor que se acurruca ahora
desorientado
sobre este desaliño de hojas secas

al que acaricias
su pálido pelaje
para eso
para que no se muera
así de solo

Esperanza Ortega (1953, Palencia, España), Hilo solo, Ed. Visor, 1995

Dolor

Dolor

Pain has an element of blank…
-Emily Dickinson-
 

Lo primero que pierdo al caer
en el pozo es la sintaxis.
Sólo palabras sueltas
como dolor o visión de herida,
magulladura, arañazo, imposibilidad de
saber si antes, o
si la marca es el recuerdo
de algo, la hinchazón oculta
por el pelo podría parecer irrisoria, patética, evitable.
Y qué me dices del ruido.
Será que el agua hierve o son aplausos, el agua o
un piano que imita los músculos
del mar, sus hombros, los brazos,
las manos que apartan la densidad.

Eli Tolaretxipi (1962, San Sebastián, España), Edgar, Ed. Trea, 2013

Alguna vez, de pronto, me despierto

Alguna vez, de pronto, me despierto:
Un dolor me recorre tenazmente,
un dolor que está siempre, agazapado,
por saltar, desde adentro.
Entonces tengo miedo.
Entonces, me doy cuenta que estoy sola
frente a mí, frente a Dios, frente a un espejo
lleno de mis imágenes,
de rostros polvorientos.
Estoy sola, pero siempre estoy sola:
Es lo único cierto.
El amor era un huésped,
la soledad es siempre el compañero
que permanece al lado, inconmovible.
Lo único seguro, verdadero.
Oigo mi corazón, vieja campana
que dobla y que golpea,
que rebota en las sienes y en la nuca
y en la boca y los dedos.
Es cierto, tengo miedo.
Miedo de no poder gritar, de pronto,
de que ya sea demasiado tarde
para un ruego.
La costumbre ahoga las palabras
y alarga el desencuentro.
Ah, tantas cosas quedarán ocultas,
perdidas, sin recuerdo,
tantas palabras que no fueron dichas,
tantos gestos.
Unos dirán: Yo sé, la he conocido,
fue una ardiente rebelde,
se desolló las manos y la vida
por defender los que creyó más débiles.
Otros dirán: Yo sé, la he conocido,
era dura, malévola,
avara de ternura, con la boca
mostraba su desprecio.
Alguien dirá: Y cómo sonreía…
Qué importa
lo que vendrá después del gran silencio.
Claro que tengo miedo.
Así, en la madrugada
mientras algún dolor -un dolor, siempre-
va hincando sus agujas en mi cuerpo,
abro las manos en la sombra dulce
para atrapar mi soledad, de nuevo,
y me quedo a su lado, sin moverme,
con los ojos abiertos
la vida detenida.
Toda mi sangre es un temor inmenso.

Julia Prilutzky (1912-2002, Argentina), Este sabor de lágrimas, Ed. Losada, 1954

Contemplación del dolor

Contemplación del dolor

Su gran dolor de madre era visible
a través de las gafas empañadas:
un soplo de fatiga en esos ojos
distantes, infinitos, desarmados.
Al lado, su marido, muy nervioso,
trataba de mirarla y sujetarla;
silenciosos testigos esparcidos
exhalaban el vaho del horror.
La niña, sobre el suelo, degollada,
era un canal de doce cicatrices,
un animal sin piel, desnudo y rojo,
una belleza horriblemente dulce.
La madre se acercó como volando,
despavorida, con las alas altas,
se quitó su camisa blanca y leve,
y envolvió las caderas de la niña.
El asesino, con gafas de sol,
desde el otro lado del patio, la miraba.

Isla Correyero (1957, Cáceres, España); Mi bien. Ed. Visor, 2018

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