Aprendiendo a leer el pasado y el futuro en las líneas de un poema

infancia

Mapas

Mapas

Los mapas de la escuela,
todos tenían mar,
todos tenían tierra.

¡Yo sentía un afán
por ir a recorrerla!…

Soñaba el corazón
con mares y fronteras,
con islas de coral
y misteriosas selvas…

Soñaba el corazón…
¡Oh, sueños de la escuela!

Concha Méndez (1898, Madrid – 1986, México); Surtidor (1928), Ed. Cuadernos del Vigía, 2018

Los extraños retratos

Los extraños retratos

Ahora que estamos solos,
infancia mía,
hablemos,

olvidando un momento
los extraños retratos
que nos hicieron.

Hablemos de lo que tú y yo,
por no tener ya nada,
sabemos.

Que esta solitaria noche mía
no ha tenido la gracia
del comienzo,

y entré en la danza oscura de mi estirpe
como un joven tristísimo
en un lienzo.

Mi imagen sucesiva no me habita
sino como un oscuro
remordimiento,

sin poder distinguir siquiera
qué de mi pan o de mi vino
invento.

En el oscuro cuarto en que levanto
la mano con un gesto
polvoriento,

donde no puedo entrar, allí me miras
con tu traje y tu terco
fundamento,

y no sé si me llamas o qué quieres
en este mutuo, extraño
desencuentro.

Y a veces me parece que me pides
para que yo te saque
del silencio,

me buscas en los árboles de oro
y en el perdido parque
del recuerdo,

y a veces me parece que te busco
a tu tranquila fuerza
y tu sombrero,

para que tú me enseñes el camino
de mi perdido nombre
verdadero.

De tu estrella distante, aparecida,
no quiero más la luz tan triste
sino el Cuerpo.

Ahonda en mí. Encuéntrame.
Y que tu pan sea el día
nuestro.

Fina García Marruz (1923, Cuba), Las ínsulas extrañas. Antología de poesía en lengua española (1950-2000), 2002

Canto para los niños sin infancia

Canto para los niños sin infancia

Allá,
cuando era niña,
probé la hierba.
Y era verde su olor,
y verde su sabor,
y verde su escondido y pequeño
rincón de sombras.

Sin embargo,
la amargura
que no tiene la hierba
cuando está dormida,
la tienes tú,
pequeño limosnero sin sombra,
a esta hora en que los niños duermen
y en que tu sueño
abre su boca blanca,
interrogante.
A las diez de la noche
la lluvia extiende sobre las piedras
su fatigada lengua de frío.
A las diez de la noche
el hambre muerde y muerde
cerca del corazón.
A las diez de la noche
te quedas en la esquina
solitario,
tembloroso,
y aunque quieras gritar que no se vayan todos,
que no dejen la calle abandonada,
que el viento, si no hay nadie,
gruñe y empuja contra las paredes,
la soledad se posa, inevitablemente,
sobre tus manos sucias y asombradas.
Es la hora en que los niños duermen
para no oír el miedo nocturno que se agita.
Pero tú,
pequeño de seis años,
no eres niño siquiera.
Cuando naciste
alguien dijo que la infancia no te pertenecía
y desde entonces
lo vienen repitiendo muchas bocas:
—el pan tampoco es suyo,
—ni el cariño,
—ni la pequeña tierra de sus pasos,
—ni esos seis años que le vienen grandes.
Y por eso,
sin nada tuyo,
ni siquiera el sueño
miras la calle
como a una larga pesadilla sin sueño
entre los ojos
Pero algún día,
la hierba será dulce,
y te será devuelto tu corazón de niño,
tu reposo de niño,
y la pisada de amor que te negaron
sobre la tierra.

Quizá bajo la hierba
hayamos enterrado muchos muertos,
pero la noche no podrá apretarte
nunca más
contra la mesa de los bares,
ni gritarte en el miedo
con su voz de borracha.
El olor de la hierba
seguirá siendo verde,
y verde su sabor,
y verde
su escondido y pequeño
rincón de sombras,
para que tú lo encuentres
y lo ames.

Julieta Dobles (El peso vivo, 1968)

Esta voz que se enciende

Esta voz que se enciende
¡qué alegría delata!
en una flor
todas las flores
sobre la tapia limpia
ni un revés
¿canción?
arde aquí
no hay palabra
en una flor
todas las flores
el mundo ha recobrado
su anillo de verdor
rueda por el sendero que recorren
los deditos de oro
ha llegado la hora
ya están todas las flores
en una sola flor

Esperanza Ortega (1953, Palencia, España), Como si fuera una palabra, Ed. Lumen, 2002

Adiós a la niñez

Adiós a la niñez

Adiós Peter Pan,
se aleja mi niñez
dando pasos de gigante
y tu sombra soy yo
convertida en mujer.

La tierra en donde vives
no me puede acoger
porque ahora sueño
que eres agua salada
mojándome la piel,
que eres un niño grande
bebiéndose mi sed.

Ya no puede volar
porque mi boca
ha aprendido a morder
con dientes de deseo,
y he dejado de ser
la niña que encontraba
respuestas en los libros.
Ahora salgo a buscar
las piezas perdidas de mi alma
en los ojos cerrados de la noche.

En tu almohada
he guardado los tebeos
que leía de niña,
el pedazo de cielo de viñeta
que no podré alcanzar
por querer ser tu amante.

Adiós Peter Pan,
el eco de los niños
que no quieren crecer
y sólo juegan
me ha hecho recordar
que tuve sueños
que nunca jamás podrán cumplirse.

Ana Merino (1971, Madrid, España), Juegos de niños, Ed. Visor, 2003. (I Premio Fray Luis de León)

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