Aprendiendo a leer el pasado y el futuro en las líneas de un poema

muerte (Página 4 de 4)

Cavar una fosa

Cavar una fosa.

Cavar una fosa.
Edificar una casa.
Sobre las ruinas de las ruinas,
ahora y siempre por los siglos de los siglos,
la vida siempre en obras.
Un basurero atesora
la indiferente memoria de los días.
Quién reciclará nuestros despojos,
quién regalará fascículos
con nuestra colección de instantes,
qué teletipos darán noticia
de la simulación de un sueño,
quién archivará cuidadosamente nuestros nombres
y hará el penúltimo inventario,
en qué autopista o hiperespacio habitaremos.

Qué Internet hacia Dios por si lo escucha.

Entre derribo y derribo,
cavar una casa,
edificar una fosa.


Amalia Iglesias (1962, España), Dados y dudas, Ed. Pre-Textos, 1996

Contemplación del dolor

Contemplación del dolor

Su gran dolor de madre era visible
a través de las gafas empañadas:
un soplo de fatiga en esos ojos
distantes, infinitos, desarmados.
Al lado, su marido, muy nervioso,
trataba de mirarla y sujetarla;
silenciosos testigos esparcidos
exhalaban el vaho del horror.
La niña, sobre el suelo, degollada,
era un canal de doce cicatrices,
un animal sin piel, desnudo y rojo,
una belleza horriblemente dulce.
La madre se acercó como volando,
despavorida, con las alas altas,
se quitó su camisa blanca y leve,
y envolvió las caderas de la niña.
El asesino, con gafas de sol,
desde el otro lado del patio, la miraba.

Isla Correyero (1957, Cáceres, España); Mi bien. Ed. Visor, 2018

Me moriré como tú…

ME MORIRÉ COMO TÚ, COMO EL VECINO QUE NOS DA SU SONRISA

con la pizca de sal o con el aceite que le pedimos,
como el viejo conocido que ha torcido la cabeza
al cruzar por nuestra misma acera esta mañana
y nos ha dejado la distancia
colgada en el roce de los hombros,
en el aire helado que nos burlaba.

Me moriré, para qué darlo más vueltas, nos moriremos todos,
y no es nada del otro mundo,
sino de este. Nos moriremos
como murieron los que nos marcaron las sendas que nos llevan,
las sendas tan hundidas ya, y tan gastadas,
tan sin hierba. Nos moriremos
como murieron los que se besaron bajo una luna más llena y más joven
una luna que podría recitar estrellas lidiando en el lecho de los dioses,
tiempos rojos de albas. Nos moriremos
como murieron los que acariciaron un cielo en la tierra para los hombres,
un cielo tan de dentro que manara de las uvas,
deslumbrara por los surcos. Nos moriremos, en fin,
como murieron los que nos legaron los trigos y maíces,
para que nosotros dejáramos los granos de sus granos
a los hijos de nuestros hijos.

Nada ha cambiado. Alguien cerrará nuestros ojos,
porque esa luz, —habrá otra—, la del sol, la luna o la bombilla,
ya no nos responde.
Nada ha cambiado, ni nada
cambiará con nuestra muerte. Solo la vida sola,
toda la vida hecha senda, casi cielo, luna, maíz y trigo,
eterna e inmutable, sin pararse ante nosotros,
proseguirá su marcha hacia la vida. Somos
parte de ella sin ser ella, y nosotros, solos,
solo caminamos hacia la muerte.

Fermín Heredero Salinero (1950, Fuentespina, Burgos-2021, Aranda de Duero, Burgos), Entrada para la vida, Ed. Fundación Caixa Galicia, 2001. XX Premio Esquío de Poesía.

Este conocido temblor

Este conocido temblor
de las hojas con la brisa y este verde
de abril como un vómito
en la luz. Suficientes
aún las antiguas palabras:
no percibe el cadáver
dulzura ni calor y sí, en cambio,
el silencio y el frío,
puesto que se percibe lo que se es.
Discontinua vivencia, porque todas
aquí somos iguales
. Como mirlos
y mirlos esbeltos en el canto y en el negro
intercambian sonidos:
acepta la vida, el acorchamiento
de la vida, desecha
la vieja hybris, nada
pierde quien muere, nada gana
tampoco. Es nítido
el sonido tras la lluvia,
se percibe ahora el tren
con violencia veloz, el obsesivo
zureo de palomas.

Olvido García Valdés (1950, España), Caza nocturna, Ed. Ave del paraíso, 1997

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