Aprendiendo a leer el pasado y el futuro en las líneas de un poema

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Palabras de papel

Palabras de papel

 Busco palabras,
nombrar este dolor
que se despeña
por un catálogo de voces mudas,
sentimientos de aceite que flotan en el agua
podrida que me anega.

Busco palabras,
nombrar la mariposa
que vuela lejos, lejos de estas páginas
reales y eruditas,
frías como el papel
que me hace cortes en los dedos.

Busco palabras que te invoquen,
palabras que
huelan a ti,
suenen a ti,
sepan a ti,
pero las letras se hacen humo
y el fuego quema tanto
que no sé si la bruja que crepita
tendrá tu rostro
o el mío.

Gerardo Rodríguez Salas (1976, Granada, España); Anacronía, Valparaíso Ediciones, 2020

Rupturas disimuladas tras una carita sonriente

Rupturas disimuladas tras una carita sonriente

Siempre detecto un gesto
de incredulidad
cuando hablo acerca de los frágiles mecanismos
ocultos tras una apariencia infantil.

Como no crees en ellos, lo dejaste
caer y me miraste victorioso
al ver su superficie intacta a pesar del impacto.

Imagina lo que sentí al recogerlo
y escuchar esa pieza suelta en su interior.

Sandra Santana (1978, Madrid, España); Es el verbo tan fácil, Ed. Pre-Textos., 2008. Extraído de La cuarta persona del plural. Antología de poesía española contemporánea (1978-2015), Ed. Vaso Roto, 2016

Antes de escribir el poema

Antes de escribir el poema…

Antes de escribir el poema,
con el lápiz en la mano
y el silencio hecho palabra
me pregunto a quién demonios
interesa si este mar
ya no es azul ni si mi vida
de hoy es la que antes era.
Y si es lamento
o violín lo que suena
ahora en mi casa.
O a quién irán estos versos
y quién se aventurará conmigo
buscando esa luz inútil
que conduzca a una salida.
Este es un viaje
sin más brújula que el viento
ni más compañía
que este miedo y esta noche.

Ana María Navales (1939, Zaragoza, España), Contra las palabras, Ed. Quaderni de la Valle, 2000

Temblor

Temblor

Porque todo
lo que ha llegado al final
todavía está sucediendo
friego los platos y tiemblo
cojo el teléfono y tiemblo
hago maletas y tiemblo
riego las plantas y tiemblo
me meto en la cama y tiemblo
apago la luz y tiemblo.

Porque todo
lo que ayer sucedió
es tinta que me escribe por dentro
llaman a la puerta y tiemblo
voy por las calles y tiemblo
cambia el semáforo y tiemblo
suenan canciones y tiemblo
llamo ascensores y tiemblo
me miran las fotos y tiemblo.

Porque nunca nada
se nos va del todo
porque hoy no es camino
sino estela de otro tiempo
sigo temblando mientras escribo
sigo escribiendo mientras tiemblo
sigo ayer entre tanto mañana
y te sigo buscando cuando no te encuentro.

Francisco Pérez (Granada, 1965) Inédito

Wilderness

Wilderness

Mi apología del desierto sólo puede tener
lugar en otra lengua. La extranjera soy yo:
esta no es mi lengua. Ella dice ese verbo
que en los labios se vuelve fuego azul
y como beso nuevo es olvidado
(la punta de la lengua no toca el paladar).
Soy apenas la sombra de un caballo que pasa,
una raíz que baila hacia la hierba.
Después, la emperatriz se dirige
a las fieras: «¿cómo decís vosotras
la palabra silencio?» Con las garras, la pantera
señala hacia el pan, señala hacia los árboles
que arrojan las manzanas: cómo tanta miseria en fuente
de oro. Hay ciegos en la arena.
El sol impide el trigo y se hace la luz
pero sin obediencia. Como si el metal fuese
la última cualidad no visible del aire.
«Si no matas al rey, serás matado.
Que me has visto desnuda, y yo era tu desierto.
No puedes escapar: o esperas en el suelo, sin comida,
o resistes en mí, contra mi cuerpo».
Los santos ven a Dios en la marea baja.
Ven la corriente seca, resbalando deprisa
como línea brillante que en el mármol
escribiese su luto. «Ven a mí, que esta hambre
ya no me deja ver. Mi mente va curvando
lo que teme la vista. La razón quiere ser mi único fin.
Dios coge mi cabeza entre sus manos.
Me hace callar y sopla en el vacío. El vacío se esfuma.
Le divierten las fieras. Es feroz. Alguien pasó gritando
que no existe. También yo quise creerlo. Tenía hambre.
Los que ven tienen hambre. El desierto es el hambre.


Wilderness

A miña apoloxía do deserto só pode ter lugar nunha lingua estranxeira. A estranxeira son eu:
a lingua non é miña. Ela di esa palabra
que nos beizos se volve lume azul
e como bico dado cae no esquenzo
(a lingua e o padal non chegan a tocarse).
Son a penas a sombra dos cabalos que pasan,
unha raíz que baila contra a herba.
A emperatriz pregúntalles
ás feras: «como dicides vós
a palabra silencio?» Coas poutas, a panteira
sinala cara o pan, sinala cara ás árbores
que deitan as mazás: cómo tanta miseria en fonte
de ouro. Só hai cegos, no deserto.
O sol impide o trigo e a luz faise,
pero sen obediencia. Como se o metal fose
a última cualidade non visible do aire.
«Se non matas o rei, serás matado.
Que me viches espida, e eu era o teu deserto.
Non podes escapar: ou resistes na area, sen comida
ou resistes en min, contra o meu corpo».
Os santos ven a Deus ñas augas baixas.
Ven o río na seca, esvarando lixeiro
como as liñas brillantes que no mármore
escriben o seu loito. «Ven a min, que esta fame
xa non me deixa ver. A miña mente curva
o que temen os olios. A razón quere ser a miña fin.
Deus cólleme a cabeza entre as súas mans.
Faime calar e sopra no baleiro. O baleiro esvaécese.
Entretense coas feras. É feroz. Alguén pasou herrando:
«non existe». Tamén eu quixen crelo. Tiña fame.
Os que ven teñen fame. O deserto é a fame.

María do Cebreiro (1976, A Coruña, España); La cuarta persona del plural. Antología de poesía española contemporánea (1978-2015), Ed. Vaso Roto, 2016

En el principio

En el principio

Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.
Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.
Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.

Blas de Otero (1916, Bilbao- 1979, Madrid), Pido la paz y la palabra (1955), extraído de Poesía española (1900-2010), Ed. Castalia, 2012

No hay palabras

No hay palabras

No hay palabras que calienten
la comida de la miseria.

No hay miradas que abarquen
el vacío de la infinita soledad.

No hay manos que ahoguen
el dolor de la injusticia.

No hay ríos que laven
el olor a este agotador ruido
que nos invade.

No hay nada que yo pueda dejar
de sentir para no sentirme
así de absurda.



Non hai palabras

Non hai palabras que quenten
a comida da miseria.

Non hai miradas que abrangan
o baleiro da infinida soidade.

Non hai mans que afoguen
a dor da inxustiza.

Non hai ríos que laven
o cheiro deste esgotador ruído
que nos invade.

Non hai nada que eu poida deixar
de sentir para non sentirme
así de absurda.

Montserrat Villar González (1969, Ourense, España); Sumergir el sueño – Sulagar o soño, Ed. Lastura, 2019

Post it

Post it

Perdón por el amor que a veces no sé darte y se evapora.
Perdón por recordarte que el silencio existe,
que la mentira es un artículo de moda,
que tus lágrimas son lluvia destilada.
Perdón por enredarme en el ovillo del orgullo
y descuidar la calma y la ternura.
Perdón por no encontrar la frase exacta
que nos salve del frío y la tristeza.
Perdón por destapar el tarro de los miedos
y dejar que aleteen en tus ojos.
Perdón por no creer en el mercurio y en los puzzles,
por los condicionales simples y compuestos,
por el amor de encargo,
por el miedo al presente y al futuro,
por no traer el pan esta mañana,
por olvidar el día de tu cumpleaños,
por soñar a escondidas.
Perdón por no llamar a tiempo.
Perdón por levantar el tono.
Perdón por mi descuido y mi torpeza.
Perdón por no decir perdón.

Raúl Vacas (1971, Salamanca, España); Consumir preferentemente, Ed. Anaya, 2006

He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes

He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes

HAY un olor de agua y de resinas,
un aroma incesante
subiendo por las médulas
hasta las nervaduras de las hojas,
un espacio oloroso,
una fragancia
de sombras perfumadas, de espesuras azules,
de musgos transparentes.

Vengo de la sustancia de la tierra,
de su barro balsámico.

Sobre la intimidad de lo que existe,
sobre el mundo
que ahora empiezo de pronto a percibir,
va pasando en silencio,
iluminando el sueño en penumbra de las cosas,
el pensamiento de la luz.


EN la ventana arde
la lámpara de cobre
de la que se desprenden las palabras.

Lo conocido excava
una puerta en el muro de lo desconocido.

El corazón no sabe
que algo dentro de él, calladamente,
se prepara en secreto.


LA luz del mediodía,
como un pájaro ciego,
se sostiene en lo más alto del aire.
Las raíces del mosto sacan agua
de las profundidades de la tierra.

Hay un hermanamiento,
una especie de familiaridad entre las cosas
que conforman el mundo,
como si cada una cuidara de la otra,
como si la alegría en la que viven inmersas
fuera un logro de todas,
la conquista de una comunidad.

Acercarnos con afecto a las cosas
nos permite intimar con lo sagrado
que permanece en ellas.

La mañana está en deuda con la cosecha de las flores.
El que entiende de pájaros entiende de narcisos.


LA mañana
camina hacia el milenio
de la mano de un niño
que va dejando migas en las piedras
para las lagartijas y los pájaros.

Ya nadie es inocente.
El lenguaje ha extraído bocados de caballos
de las fosas comunes de los hombres,
huesecillos de frutas,
semillas de palomas.

Los segadores cantan a lo lejos sobre la sangre del maíz.
El árbol que preserva
la conciencia del mundo
es un pequeño níspero al que ladran
por la noche los perros.


AMO lo que se hace lentamente,
lo que exige atención,
lo que demanda esfuerzo.

Amo la austeridad de los que escriben
como el que excava un pozo
o repara el esmalte de una taza.

Mi habla es un murmullo,
una simple presencia que en la noche,
en las proximidades del vacío,
se impone por sí sola contra el miedo,
contra la soledad que nos revela
lo pequeños que somos.

El poeta no ha elegido el futuro.
El poeta ha elegido descalzarse en el umbral del desierto.


EL viento fermentado
en los barrancos del mar
escala las orillas,
acaricia el follaje de los árboles,
se enreda en los espinos que protegen las fuentes.

Presiento con palabras
un mundo elemental, un universo
que, abismado en sí mismo, sigue intacto.
La honradez de un paisaje
que, a espaldas de nosotros, excluido
de nuestras percepciones y de nuestros afectos
desborda plenitud.

El tiempo de los ríos
que fecundan de noche las laderas
sedientas de la tierra
es anterior al tiempo del recelo, de la desconfianza.
Es anterior al tiempo en que los hombres
renunciamos definitivamente
a pactar con las cosas.

Ya no cabe en nosotros el asombro,
la costumbre de la perplejidad.
No nos quedan lugares en los que sea posible lo absoluto.


EN el itinerario de los pueblos
hay casas incendiadas por la luz de la luna
y amaneceres rojos
como las amapolas
de las floristerías de la sangre.

Los que nos adentramos en el bosque
para buscar comida
no sabíamos
que cuando regresásemos
de aquel silencio extraño,
de aquella hoguera oscura que ardía sin consumirse,
no seríamos los mismos.

El bosque es un recodo en el tiempo
en el que se descansa de la luz.
No hay nada más hermoso
que dejarse convencer por la noche
de que todo es eterno.


HE encontrado en las cosas,
en los seres más simples,
una forma
de dejarse llevar, una manera
de abandonarse al flujo secreto de la vida
que nos invita a la modestia.

Los poemas que nos hacen mejores
son los que nos devuelven
a ese estado anterior
en el que era posible,
en nuestras relaciones con el mundo,
conducirnos con naturalidad, sin artificio.

Me conmueve la humildad de los pájaros
que trabajan día y noche para trenzar un nido
en un árbol sin nombre.


EN el valle, un castaño
ha elevado sus hojas
sobre el tejado rojo de una casa
y ahora puede mirar al horizonte.

La noche entre los árboles
es una oscuridad iluminada, un silencio de pájaros
en los que confiar, una espesura
de ramas transparentes,
de pañuelos azules,
de animales benévolos.

Necesito vivir en un país
que no haya renegado de sus árboles,
necesito vivir en una tierra que envejezca a su sombra.


LA realidad se sirve del lenguaje.

La vida del espíritu,
la profecía que aparta la luz de las tinieblas
se sirve del lenguaje.

La humanidad de un mundo amenazado
que se adentra de noche en un desierto
del que nada conoce
se sirve del lenguaje.

El mar ha edificado una iglesia a la salida del sol.


ESTÁ en las escrituras:
La visión se concede, los profetas
escriben al dictado.

Pero nosotros no venimos de los profetas,
nosotros descendemos
de un pastor de rebaños
al que no permitieron, en mitad de la noche,
entrar a la ciudad.


UNO escribe un poema para sentirse vivo.
Uno escribe un poema
para que otro descubra que estás vivo.

La poesía le ha movido la piedra de la entrada
a la gruta de las resurrecciones.

La poesía ha corregido
la inclinación del eje de la tierra
y ha arrojado la manzana de Newton
sobre la fuente de los pájaros.


CON el tiempo me he vuelto silencioso
como el carbón de estufa.

Desde hace algunos años, me encomiendo
a los pájaros mudos
y a los hombres
que hicieron del sigilo su ciudad en la tierra.

El silencio es un océano en calma
que permite que afloren
como islas
o como promontorios
los pequeños sonidos de las cosas,
sus músicas secretas.

El silencio le deja a cada uno llegar a ser quien es.
El silencio es la elegancia absoluta.


HAY en el interior de cada uno
un hombre conmovido
que no nombra las cosas con grandeza,
sino con gratitud.

Soy el que reconoce
los rasgos de su rostro en el cobre de una lámpara,
el que ha pintado un pez en la dovela
secreta de una bóveda.

Siempre supe estar solo,
igual que la montaña que se hace
rodear por el mundo.
Siempre encontré en mí mismo
mi tiempo más intenso, mi habitación más amplia.

Aún le debo a la muerte,
que también está sola,
la navaja mellada que llevo en el bolsillo
y una piedra de sílex
tallada en una gruta por un viejo grabador de animales.


MI pensamiento fluye con los peces
por las aguas
de un río subterráneo,
con las ramas caídas por la serenidad
de una noche perpetua.

No soy como los árabes,
como las caravanas del desierto:
yo mendigo la luz.
Yo soy el que ha escarbado en la tierra de los dones
y ha extraído raíces,
la madera quemada de un incendio.

He aprendido a convivir con las ruinas,
a abrir una ventana y asomarme en silencio a la ternura
de lo que ya no existe.

Oculto en la espesura de las cosas
queda un último eco, sin embargo,
de la canción del paraíso,
un pequeño reflejo de la lámpara
que alumbró el primer día las fachadas
de las casas del mundo.

He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes.

Las palabras son mi forma de ser.

Basilio Sánchez (1958, Cáceres, España); He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes, Ed. Visor, 2019. XXXI Premio Loewe.

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